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Biden planea «reparar» la política exterior de EE....

Biden planea «reparar» la política exterior de EE.UU.

A pesar de que las cuestiones internas prácticamente han monopolizado la campaña electoral nortemericana, en una carrera hacia la presidencia que finalmente se ha saldado con la victoria de Biden, ahora le toca el turno a la política exterior. En este punto conviene tener presente que antes de ser investido como nuevo presidente de EE.UU,  Biden fue presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, con lo que parece bastante probable que el refuerzo de la primacía geopolítica estadounidense se encuentre entre los primeros puntos de su agenda a estrenar.

Previsiblemente en el corto plazo veremos cómo se rodea de un equipo de experimentados asesores de política exterior y de seguridad, probablemente veteranos curtidos durante la administración Obama. A medida que seamos testigos de los primeros pasos del nuevo presidente fuera de sus fronteras, cobrarán auténtico relieve las diferencias y las similitudes con la administración saliente.

Llegados a este punto no debería extrañarnos la certeza de que muchos aspectos de la política exterior y de seguridad probablemente permanecerán inmutables y seguirán el curso actual, si bien con una serie de matices propios de la nueva dirección. Biden ha manifestado que tiene la intención de adoptar una postura «relativamente dura» respecto a China y tendrá que hacer frente a una larga lista de desafíos pendientes que EE.UU tiene con Beijing, entre ellos: reclamaciones territoriales; construcción de islas artificiales en el Mar de China Meridional; tensiones comerciales; robo de propiedad intelectual; y amenazas a la ciberseguridad.

La presión sobre la actividad terrorista continuará siendo una constante y seguirán en el punto de mira organizaciones como al-Qaeda, DAESH o Al Shabaab. Igualmente, se prevé que las relaciones con Venezuela y su presidente mantengan los niveles de presión tanto en lo económico como en lo diplomático.

Biden también persigue poner fin a las guerras en Afganistán e Irak, aunque todo indica que mantendría una pequeña presencia de tropas en ambos escenarios para ayudar a combatir el citado terrorismo. Tampoco recortaría el presupuesto del Pentágono ni suspendería los ataques con aviones no tripulados, a pesar de las crecientes presiones en este sentido.

Sin embargo, las diferencias respecto a la administración Trump resultan todavía más evidentes y no tardarán en dejarse ver. Entre las primeras decisiones que podría adoptar la nueva administración  encontraríamos el posible retorno a los Acuerdos Climáticos de París, acompañado de un refuerzo de la cooperación con otras organizaciones internacionales, la reparación de las relaciones y una vuelta a las alianzas globales, entre ellas: la Organización Mundial de la Salud, Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático o la propia OTAN.

También se augura un mayor protagonismo de los tratados como vía para alcanzar los objetivos de EE.UU en materia de política exterior. Uno de los primeros en la lista podría abordar la firma de un nuevo acuerdo de limitación de armas estratégicas con Rusia, que vendría a reemplazar al prácticamente agotado START, y siendo optimistas, con el tiempo podríamos ver un documento similar con China. En este sentido, es probable que dentro de los planes de la nueva administración también se considere la revisión de los siguientes acuerdos: tratado de fuerzas nucleares de alcance intermedio; acuerdo de cielos abiertos para la verificación de armas nucleares; e incluso del  acuerdo nuclear iraní.

En lo que respecta a aquello que pueden esperar determinadas naciones con nombre propio, los pronósticos varían. El optimismo iraní podría esperar un retorno a las negociaciones nucleares, aunque muy difícilmente en los mismos términos que el acuerdo previo. Biden ha manifestado estar dispuesto a retomar los acuerdos internacionales abandonados por Trump, en este caso aliviando las sanciones iraníes a cambio de reducir su programa nuclear. La administración saliente se retiró en 2018, aludiendo que el acuerdo no bastaba para neutralizar las amenazas que plantea un Irán nuclear.

Biden podría dar un respiro a Yemen poniendo fin al apoyo de EE.UU a la guerra liderada por Arabia Saudita en la región. Sin embargo, habrá que estar pendiente de en que medida estas decisiones pueden truncar la alianza anti-irán que mantienen ambos países. Las perspectivas no son alentadoras teniendo en cuenta la elevada cifra de víctimas mortales que ya acumula el conflicto y  el fuerte rechazo que ha despertado en el seno del Congreso.

La ambición del líder norcoreano Kim Jong-un podría haber encontrado una nueva oportunidad para explorar diferentes opciones que hasta ahora no estaban sobre la mesa; por ejemplo la posibilidad de contar con un arsenal limitado pero sujeto a una serie de exhaustivas inspecciones.

El conflicto árabe-israelí difícilmente se beneficiará de la victoria un Biden que ya celebró el acuerdo del presidente Trump entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. En este apartado Biden coincide con la vieja guardia, siendo un firme y reconocido partidario de Israel. No obstante, parece poco probable que haga suyas las políticas de la anterior administración en relación con Cisjordania, las cuales vendrían a afirmar que los asentamientos israelíes no suponen una  del derecho internacional.

Rusia y Turquía probablemente no hayan celebrado con entusiasmo la victoria de Biden, teniendo en cuenta el provecho que sus respectivos presidentes han podido sacar de las “cordiales” relaciones con la administración anterior, todo ello a pesar de las duras sanciones impuestas por Trump. Previsiblemente Biden continuará con esa política de sanciones pero abandonará ese “discurso dual” que por otra parte ignoraría públicamente las mismas acciones que posteriormente castiga. Al mismo tiempo, Biden ha dejado su deseo de trabajar con Moscú para preservar lo que queda de los tratados de control de armas que limitan sus arsenales nucleares.

Las relaciones entre EE.UU y China pasan por uno de sus peores momentos, especialmente a partir de la crisis provocada por el coronavirus.  Biden continuaría con la política del presidente Trump de contrarrestar las «prácticas económicas abusivas» de China, sin dejar de explorar de forma más activa nuevas áreas de cooperación. Hasta el momento EE.UU ha logrado un apoyo considerable a la hora de boicotear la emergente tecnología de comunicaciones china, habrá que ver si en esta cuestión se adopta un nuevo rumbo. En materia de derechos humanos y libertades políticas, el nuevo presidente podría chocar con una China poco interesada en abordar la problemática de Hong Kong, Taiwán y la situación de los uigures.

Por lo que respecta al presupuesto de defensa, una de las grandes incógnitas, los expertos apuestan a que se mantendrá estable o en todo caso experimentará un ligero descenso. No obstante, la mayoría de voces está de acuerdo en que se producirá un reajuste dentro de dicho presupuesto de cara a impulsar determinadas tecnologías y sistemas: ciberseguridad; vehículos no tripulados (drones, satélites, submarinos y barcos de superficie); Fuerzas especiales; armas hipersónicas; e inteligencia artificial. Probablemente estos campos se desarrollen a expensas del número de tropas y de algunos sistemas de elevado coste (por ejemplo los portaaviones). Del mismo modo no parece probable que los planes de modernización del arsenal nuclear norteamericano, auspiciados por la administración Obama, continúen adelante por el momento

Biden dice que querer “revivir el liderazgo estadounidense”. Sin embargo, el mundo ha cambiado en los últimos cuatro años, con un retorno de la competencia entre grandes potencias y las encuestas recientes muestran que la reputación norteamericana se ha desplomado incluso entre algunos de sus aliados incondicionales.


Analista especializado en el entorno de la información y Defensa.

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