El papel del cambio climático en la geopolítica ha evolucionado notablemente en la última década. El clima ha pasado de ser un mero epígrafe en las agendas geopolíticas dominantes, a ser un multiplicador de crisis vinculado a otros factores como la seguridad y el comercio globales. Actualmente su impacto tiene importantes implicaciones en el entorno geoestratégico y según los expertos, en las próximas tres décadas, su magnitud continuará expandiéndose, afectando e intensificando el resto de factores que configuran los conflictos y amenazando especialmente la estabilidad regional de países en crisis.
Los cambios ambientales como la escasez de agua, los patrones climáticos extremos y la reducción de los casquetes polares del Ártico plantean importantes desafíos de seguridad para Occidente. Dichas consecuencias exacerbarán la inestabilidad al provocar cambios en las bases económicas, la competencia por los recursos y la inseguridad alimentaria a lo largo del planeta.
A lo largo de esta última década los debates sobre energía y geopolítica se han centrado fundamentalmente en la seguridad energética. En la actualidad se plantea otro desafío, uno con un carácter más universal, que debe abordarse con urgencia. La seguridad climática, con objeto de mitigar y gestionar las implicaciones geopolíticas del cambio climático, reclama cada vez más atención.
El cambio climático es también un multiplicador de amenazas que está exacerbando los conflictos existentes y tiene el potencial para genera nuevas problemáticas en todo el mundo, con graves implicaciones geopolíticas. Los problemas clave de nuestro tiempo, incluida la migración transfronteriza, los conflictos por el agua y la competencia por los territorios debido al deshielo, guardan relación directa con la cuestión climática
Las sequías contribuyen a la inseguridad hídrica y conducen a una escalada de rivalidades regionales que entre aquellos que compiten por el control de los flujos de agua, a menudo factores decisivos a la hora de determinar si una región será capaz de prosperar. Tales cambios también están alimentando la competencia entre las principales potencias en su lucha por controlar las nuevas vías marítimas y las masas de tierra que van quedando al descubierto con el deshielo.
En este sentido, Rusia y China ya se están posicionando ventajosamente en el Ártico para controlar dichas rutas marítimas, fortaleciendo de paso sus posiciones militares. El paisaje ártico está experimentando cambios rápidos, con temperaturas que aumentan dos veces más rápido que las del resto del mundo, lo que lleva a una disminución del hielo marino durante todo el año a una tasa de casi el 13% cada década. La disminución del hielo y el deshielo del permafrost tienen implicaciones estratégicas para los denominados estados árticos: Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y EE.UU.
Después de todo, el Ártico representa alrededor del 13% del petróleo y se estima que un 30% del gas no descubiertos. Moscú ha manifestado abiertamente su interés en utilizar la Ruta del Mar del Norte como paso comercial alternativo. Empresas rusas planean construir instalaciones portuarias en ambos extremos de la ruta de envío (Kola y Kamchatka) para facilitar un mayor comercio en el futuro. Para Rusia representa más del 20% de su Producto Interno Bruto (PIB), junto con aproximadamente el 75% de su petróleo y el 95% de sus reservas de gas natural.
Sin embargo, el interés no solamente es comercial. En 2019, Rusia llevó a cabo un importante ejercicio militar en el Ártico en el que participaron 12.000 soldados, cinco submarinos nucleares, quince buques de guerra y cien aviones, e incluso presento al mundo el primer rompehielos de combate. Por si no fuera suficiente, Rusia cuenta con cinco rompehielos de propulsión nuclear, actualmente el único país que posee barcos de este tipo, y también está mejorando sus instalaciones militares en su base aérea más septentrional, localizada en Nagurskoye.
En junio de 2020, el presidente ruso Vladimir Putin firmó una orden ejecutiva por la que la Flota del Norte recibiría el estatus de distrito militar a partir de enero de 2021. Esta medida priorizó la defensa del Ártico y, junto con la reapertura de 50 bases de la era soviética al norte de la región permite hacerse una idea de las expectativas que Rusia ha depositado en la zona.
Con todo ello Rusia ha resucitado su concepto de “bastión” de la era soviética, basado en una defensa escalonada que emplea capacidades multidominio para proteger sus submarinos de misiles balísticos y garantizar la capacidad de respuesta nuclear en caso de ataque. La Flota del Norte aglutinaría dichas capacidades anti-acceso / denegación de área (A2 / AD), defensa contra misiles balísticos y misiles tierra-aire en las sucesivas bases a lo largo de la Ruta del Mar del Norte. También patrulla regularmente las aguas del Ártico con aviones y embarcaciones de superficie.
Por su parte China, que ya se autoproclamó “Estado cercano al Ártico” en 2018, también ostenta intereses estratégicos relacionados con la seguridad y el comercio en la región. Huang Nubo, promotor inmobiliario y exfuncionario del Departamento de Propaganda del Partido Comunista Chino (PCCh), intentó comprar un terreno en la región de Grimsstadir para construir un hotel de lujo y un campo de golf ecológico. Sí, en el Ártico. En 2016, la minera china General Nice Group intentó comprar una base naval estadounidense abandonada en Groenlandia y trató de construir al menos dos aeropuertos en el país. Estos son solo algunos ejemplos de las actividades que Beijing lleva a cabo en la denominada zona gris, apostado por la adquisición de infraestructuras en el Ártico, inicialmente con fines comerciales, de investigación o militares, pero abriendo la puerta al uso dual de estas plataformas estratégicas.
La demanda de las denominadas tierras raras, véase aquellos elementos (principalmente lantánidos) empleados en la fabricación tecnológica y armamentística continúa incrementándose, lo que a su vez redundará en una mayor competencia por los recursos y la subsiguiente coerción económica por parte de China, que controla el mercado global acaparando el 80% de la producción.
Los expertos apuntan a que los impactos físicos producto del cambio climático se convertirán en el principal impulsor de la migración masiva involuntaria y los desplazamientos a nivel mundial para 2050, especialmente a lo largo del cinturón ecuatorial en América Central y África. Estas áreas están experimentando un rápido crecimiento de la población, pero también una disminución del suministro de alimentos, escasez de agua y acceso precario a la atención médica.
Las tendencias actuales muestran que la migración generalmente se produce dentro de las fronteras nacionales y fluye desde las zonas rurales a las zonas urbanas. Sin embargo, los flujos masivos ponen a prueba la capacidad de estas ciudades para asimilar esas inyecciones de población y sus necesidades. De modo que a medida que las zonas urbanas ceden ante las crisis, las migraciones tienden a cruzar las fronteras del país llegando a generar nuevos dilemas legales como pudiera ser la figura del “refugiado climático” en otros países. Estas condiciones climáticas afectan también a la disparidad socioeconómica, exacerbándola e impulsando la adhesión a organizaciones extremistas en regiones del África subsahariana, el sudeste asiático y América Central.
Se estima que en 2100 hablaremos de “partes del mundo inhabitables” debido al cambio climático. Actualmente se habla de 21,5 millones de personas que huyen de sus hogares como resultado de amenazas climáticas repentinas cada año y el Banco Mundial ha cifrado en 143 millones el número de migrantes climáticos en América Latina, África subsahariana y el sudeste asiático para 2050.
El agua es otro factor a tener en cuenta. Los pastores del Sahel conducen su ganado a lo largo de rutas migratorias ancestrales en busca de abrevaderos cada vez más mermados. Su búsqueda de agua a menudo los lleva a través de tierras de pastoreo vecinas y a conflictos con los agricultores locales, que muchas veces terminan en violencia. El cambio climático ha exacerbado el estrés hídrico en las regiones áridas y semiáridas, y las proyecciones indican que empeorará. Según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas en 2025, 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con escasez absoluta de agua.
El futuro de las regiones que padecen ese estrés hídrico se adivina si atendemos a la instrumentalización del agua de la que hacen gala muchos grupos armados, organizaciones terroristas e incluso el crimen organizado en la actualidad. En 2014, el Estado Islámico desvió ríos en la provincia iraquí de Diyala para bloquear el avance del ejército iraquí. En Raqqa, Siria, gravaron con impuestos el acceso al agua para financiar el califato y la adquisición de armas. Sin embargo, el caso más representativo ocurrió en Somalia en 2014. El grupo terrorista al-Shabaab cortó las fuentes de agua de las ciudades controladas por el gobierno, esto agravado por una sequía severa, la hambruna asociada y acceso limitado a la ayuda humanitaria, resultó en la muerte de más de 250.000 personas y cientos de miles de personas desplazadas.
Ya hablemos de escasez e instrumentalización del agua, seguridad alimentaria, aumento de las temperaturas o patrones climáticos extremos e impredecibles, los vínculos entre las consecuencias climáticas y la mayoría de conflictos geopolíticos es indudable. Se trata de un problema global con importantes implicaciones para Occidente, cuyo impacto en los principales debates sobre seguridad y geopolítica será cada vez mayor a medida que sus consecuencias se vuelvan más visibles. Los expertos alertan sobre la necesidad de desarrollar estrategias integrales para responder a las amenazas de seguridad existentes inducidas por el clima. Esto podría, por ejemplo, implicar un esfuerzo concertado por parte de la comunidad internacional para formalizar la cooperación, con el fin de gestionar eficazmente los riesgos relacionados con el clima y reaccionar eficientemente en el marco de estos nuevos escenarios.
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