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ISIS-K podría forzar la «alianza» entre Occidente y los talibanes

Todos los militares estadounidenses se encuentran oficialmente fuera de Afganistán. El último avión norteamericano, encargado de evacuar al personal militar, despegó del aeropuerto de Kabul a las 23.59 hora local. Inmediatamente después un representante de los talibán informaba de que sus fuerzas se habían hecho con el control del aeropuerto: «Todas las fuerzas de ocupación extranjeras han dejado el país […] El último soldado de EEUU ha dejado el aeropuerto de Kabul. Nuestro país ha logrado la independencia completa”.

Horas después, Antony Blinken, Secretario de Estado norteamericano, anunció la suspensión de la presencia diplomática en el país y el traslado de las operaciones a Doha (Catar). Una de las principales incógnitas en estos momentos es conocer la suerte de los ciudadanos estadounidenses, se estima que entre 100 y 200, que todavía se encuentran dentro de las fronteras de Afganistán. Blinken también aseguró que Washington «trabajará» con los talibanes si estos cumplen sus promesas […] Cada paso que demos se basará no en lo que diga el gobierno talibán, sino en lo que haga para cumplir sus compromisos».

El ciclo parece haberse cerrado retornando a la casilla de salida. Sin embargo, el conflicto Afganistán no puede resumirse en: talibanes contra el gobierno afgano; o en una «guerra contra el terror» liderada por EE.UU. Más a allá de Kabul, Afganistán no es un país homogéneo en el sentido de un sistema legítimo aceptado por la gran mayoría. Se trata más bien de un mosaico de áreas locales con facciones, entre ellas los talibanes, que persiguen hacerse con el poder y los recursos.

Con el atentado en el aeropuerto de Kabul, el Estado Islámico ha infligido a EE.UU su peor pérdida de fuerzas sobre el terreno en la última década. El ataque, reivindicado por una filial local del grupo terrorista tuvo lugar el pasado jueves 26 de agosto y se saldó con 170 víctimas mortales, entre las cuales se cuentan 13 efectivos de las tropas norteamericanas.

El ISIS-K se atribuyó la responsabilidad del atentado suicida, hecho que se produjo pocos días después de que tanto los gobiernos occidentales como el propio presidente Biden advirtieran que el grupo tenía como objetivo el aeropuerto y atacar a Estados Unidos y sus aliados.

A raíz de los ataques cabe preguntarse cuanto sabemos de esta rama del Estado Islámico, así como acerca del grado de amenaza que representa para un Afganistán en plena crisis. El ISIS-K (Estado Islámico de la provincia de Khorasan), que también es conocido por las siglas, IS-K, ISKP e ISK, es la filial oficial del grupo terrorista que opera en Afganistán.

El ISIS-K se fundó oficialmente en enero de 2015 y en poco tiempo logró consolidar el control territorial en varios distritos rurales en el norte y noreste de Afganistán. En sus primeros tres años, el grupo centro el blanco de sus ataques contra grupos minoritarios, áreas públicas e instituciones y objetivos gubernamentales en las principales ciudades de Afganistán y Pakistán.

Para 2018, ya había logrado colocarse entre las cuatro organizaciones terroristas más mortíferas del mundo, según el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz (IEP). Sin embargo, tras sufrir importantes pérdidas territoriales frente a la coalición encabezada por EE.UU y sus socios afganos, que culminaron con la rendición de más de 1.400 de sus combatientes a finales de 2019 y principios de 2020, la organización fue declarada erróneamente como derrotada.

Originariamente fue fundado por ex miembros de los talibanes paquistaníes, los talibanes afganos y el Movimiento Islámico de Uzbekistán. Una de las mayores fortalezas del grupo ha sido su capacidad para aprovechar la experiencia local de estos combatientes y de sus líderes. El ISIS-K comenzó a consolidar territorio en los distritos del sur de la provincia de Nangarhar, que se encuentra en la frontera noreste de Afganistán con Pakistán, antiguo bastión de Al Qaeda. En su apogeo llegó a contar con aproximadamente 3.000 combatientes.

El grupo utilizó su posición estratégica en la frontera para recolectar suministros y reclutas en las áreas tribales de Pakistán, aprovechando la experiencia de otros grupos locales con los que no dudó en forjar alianzas. Prueba de ello ha sido la financiación, tanto económica como en asesoramiento y capacitación, por parte del núcleo central del Estado Islámico en Irak y Siria. Algunos expertos cifran dicho apoyo financiero en más de 100 millones de dólares.

En el marco de la estrategia regional del grupo, el papel del ISIS-K pasa por servir de puente para que el movimiento del Estado Islámico expanda su “califato” a Asia Central y del Sur. Su objetivo es consolidarse como la principal organización yihadista de la región, en parte aprovechando el legado de los grupos yihadistas que le precedieron.

En lo que respecta a sus relaciones con los talibanes, el ISIS-K ve en ellos un rival estratégico. El ataque contra el aeropuerto el pasado jueves también fue un desafío a los talibanes. Hasta ahora los talibanes habían logrado contener su desafío atacando las posiciones del grupo, a menudo aprovechando las ofensivas aéreas y las operaciones terrestres norteamericanas contra el ISIS-K.

EE.UU ya está en contacto con los talibanes, no solo en materia política, sino también en asuntos militares. Las conversaciones antes de la entrada de los talibanes en Kabul establecieron la protección de las embajadas, así como la zona de evacuación en el aeropuerto. Esto no resulta tan sorprendente si tenemos en cuenta que el día después del ataque de ISIS-K, el general Kenneth McKenzie, jefe del Comando Central de EE.UU, dijo que “las fuerzas estadounidenses trabajarían con los talibanes para expandir el perímetro de seguridad y prevenir nuevas acciones”.

Como organización relativamente debilitada, los objetivos inmediatos de ISIS-K pasan por recomponer sus filas y mostrar fuerza a través de ataques de perfil alto para mantener su relevancia. Persiste su interés en  atacar a EE.UU y sus aliados en el extranjero, pero su capacidad para materializar dichos ataques contra Occidente divide a los expertos.

En Afganistán el grupo ha demostrado ser una amenaza mucho mayor. Sin embargo, aunque todavía es pronto para determinar en qué medida les beneficiará la retirada estadounidense, el ataque al aeropuerto de Kabul pone de manifiesto la amenaza permanente que representan. Ahora los talibanes tratarán de establecer un gobierno nacional sólido siguiendo su interpretación radical del Islam y la política.

Es probable que continúen la violencia, la represión y la negación de derechos a muchos sectores de la sociedad afgana. Sin embargo, tal y como demuestran los ataques del ISIS-K, el control de Kabul y de otras partes de Afganistán por parte de los talibanes no es una realidad carente de fisuras. La remota posibilidad de una alianza dependerá del enfoque adoptado por ambas partes. En el instante en que los derechos y la seguridad de los afganos queden en segundo plano, sustituida por consignas sobre la seguridad occidental, la lucha contra el terrorismo acaparará todo el protagonismo y toda alianza podría parecer justificada.


Analista especializado en el entorno de la información y Defensa.

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