Antes de que estallara por los aires la calma fría el pasado 24 de febrero, muchos analistas (el autor incluido) veían remota la posibilidad de una invasión rusa de Ucrania. Una operación bélica en términos tan convencionales se presumía fuera de lugar y más costosa para Rusia de lo que la acción en sí merecía.
Se ha debatido ampliamente sobre la evolución en la forma de hacer la guerra. El término tan popularizado (e inexacto) de guerra híbrida, como otros relacionados como la zona gris, guerras subsidiarias (proxy wars), o la maquinaria de desinformación son conceptos sobre los que se han escrito ríos de tinta. Conceptos que, por cierto, el Kremlin ha sabido llevar a la práctica con habilidad quirúrgica. Precisamente por eso el despliegue de una operación militar con claros rasgos de guerra convencional sorprende todavía más, ya que cuando se pensaba que este tipo de guerra pertenecía al siglo XX Vladimir Putin vuelve a recurrir a la proyección de fuerza más visible.
La maniobra militar que Rusia ejecutó el 24 de febrero aspiraba a ser rápida y contundente, con el principal objetivo de no dar margen de respuesta a actores internos o externos. La denominada “operación militar especial” no resultó y tras un mes del despliegue ruso en Ucrania el Gobierno liderado por Zelenski sobrevive a la invasión, a pesar de la toma rusa de varias zonas del país: especialmente en el sur, alrededor del mar de Azov; y del norte y este, en los flancos fronterizos entre ambos países. El enfrentamiento urbano se ha prolongado de tal forma que ha dado tiempo a Occidente a servir de proveedor a las fuerzas ucranianas, fundamental para su resistencia; un resultado que debilita a Rusia tanto en imagen como económicamente. Y es que si bien todas las sanciones contra Rusia van a ser más determinantes a medio y largo plazo, ahora mismo la resistencia ucraniana es la responsable de engrosar los mayores síntomas de derrota al Kremlin y, especialmente, a Vladimir Putin. Dicho esto, los acontecimientos de cada día son movimientos de una partida con muchas más dimensiones en juego. Unas dimensiones que comenzaron mucho antes a la invasión y que abarcan planos estratégicos de latitudes más amplias que el rostro diario de la batalla.
La geopolítica se entiende en clave de poder, algo sobre lo que Rusia tiene siglos de experiencia. Cuando se desintegró la URSS, Moscú estaba recomponiéndose, no estaba en posición de impedir la inclusión de naciones – antes integradas en el aparato soviético – en la Alianza Atlántica. Una vez que Vladimir Putin se consolidó en el poder y afianzó las estructuras estatales tuvo la capacidad de tomar medidas respecto a los espacios de influencia pretéritos: Georgia en 2008 y Ucrania desde 2004 son escenarios que dejan patente que la posición de fuerza condiciona las dinámicas de la geopolítica. Por eso la naturaleza geopolítica se basa en la premisa de que el poder lo ejerce quien puede.
Rusia
La Federación rusa es de esos países en los que hay que invertir tiempo para entender un mínimo de su pensamiento. No se rige por el mismo baremo que Occidente, a pesar de compartir parte de su historia y su superficie. Es Eurasia, un calificativo que intuye una ambigüedad que confiere a los rusos su propia mentalidad.
Rusia tiene los posos de imperio en su ideario y una de sus consecuencias es que, a sus ojos, Ucrania ocupa un lugar perentorio en su ideario geopolítico por ser crucial en su espacio defensivo; tampoco se puede pasar por alto el argumento que alimenta el nacionalismo de ser una de las cunas de la civilización rusa, el Rus de Kiev. Es importante recalcar estos factores, porque si algo detenta la mentalidad política rusa es su concepción sobre el poder, y esto se ve reflejado en la morfología estratégica, que estos días usa la disuasión en su máxima expresión como punta de lanza. Por tanto, no se pueden infravalorar los vínculos entre Ucrania y Rusia en materia histórica; Rusia ha dejado de ser imperio antes de ayer. La mentalidad de actor global y gran potencia perdura; Putin lleva años dando señales de sus aspiraciones y lo ha recalcado en varias de sus declaraciones. No obstante, esto no significa que quiera retornar a su pasado soviético, más bien se centra en su imagen de potencia.
La cosmovisión hacia el exterior de Rusia pivota en torno a la proyección de fuerza, y así la trasmiten su diplomacia y su narrativa. Putin repetidamente ha señalado sus líneas rojas respecto a Ucrania y, aun así, la Unión Europea continuó contemplando las relaciones internacionales a través su miopía liberal, carente de un realismo geopolítico que hoy pasa factura a los ucranianos. Rusia está siguiendo su naturaleza. Putin decide en nomenclatura geopolítica, en la misma clave de poder antes mencionada. El Kremlin prioriza su posición por encima de réditos económicos: la decisión de invadir Ucrania le va a salir cara, pero también evidencia rasgos de una fuerza a tener en cuenta en el panorama internacional. A Putin le satisface que Rusia demuestre que se lo puede permitir. Atributos de potencia.
Bajo esta premisa, Estados Unidos actuaría de manera semejante si cualquier organización supranacional de la que no fuera miembro pretendiera asentar armamento y tropas en algún punto del continente americano; China, por su parte, tiene el caso de Taiwán: el día que Pekín tenga la fuerza marítima para asaltar la isla, y sobre todo la capacidad de contrarrestar la reacción estadounidense, tomará cartas en el asunto. Precisamente por esto se han hecho múltiples paralelismos entre el caso de Ucrania y Taiwán. La conciencia realista suele ser requisito de potencia, o de aspiraciones a serla.
A pesar de señalar argumentos geopolíticos para invadir Ucrania, en el plano táctico Rusia ha mostrado sus carencias. Al Kremlin le interesaba que cualquier operación militar fuera lo más corta posible en el tiempo. El plan original pretendía hacerse con los puntos estratégicos del país, tomar Kiev y deponer al Gobierno de Zelenski, de tal forma que se yugularan las funciones del Estado. A partir de ahí, Rusia podría tomar decisiones sobre la futura línea política ucraniana desde la mejor posición de fuerza de cara a las negociaciones. Sin embargo, la resistencia fue mayor de la esperada y el despliegue militar ruso no estaba preparado para sostener el operativo en el tiempo. Rusia infravaloró la reacción ucraniana y el escenario de la guerra urbana en ciudades como Kiev ha alargado el enfrentamiento. Asimismo, la asistencia de Occidente a Ucrania y los problemas logísticos de Rusia han resultado razones de peso que han impedido que Vladimir Putin alcance los objetivos programados antes de la invasión.
Estados Unidos
Su implicación es inevitable, pero menos de lo que se presume para una fuerza hegemónica que insiste en mantener su posición como primera potencia. Washington ha proporcionado recursos materiales, asesoramiento y respaldo público, sin embargo, la OTAN – que ellos dirigen – no cumple con un papel decisivo. Es evidente que el temor a una tercera guerra mundial condiciona el papel de la Alianza Atlántica.
La Administración Biden ha dejado claro que el grueso de sus intereses en el exterior se encuentran en Asia-pacífico – y el ojo puesto en China–, por lo que descartó desde el principio la idea de enviar tropas al país europeo. Si bien es entendible la línea estratégica del líder norteamericano – más aún si se tiene en cuenta que Afganistán es un escenario reciente –, el gesto de anunciarlo públicamente restó desde el principio drásticamente el poder de disuasión, un error táctico en términos de narrativa bélica.
No obstante, la Inteligencia facilitada por Estados Unidos al Gobierno ucraniano ha resultado fundamental; igual que el envío de armamento, que ha dotado de instrumental antiaéreo y un catálogo de armas que han sido clave para resisitir el avance ruso.
China
La República Popular puede desempeñar un papel indirecto protagonista o mantener la distancia, de una forma u otra, es el actor que más puede ganar con la crisis en Ucrania. Su riesgo es reducido en comparación con el capital geopolítico y beneficio económico que puede llegar a obtener.
Su implicación diplomática puede ser clave para determinar los tiempos de negociación, ya que su grado de apoyo a Putin condicionará a este último en las concesiones y exigencias para retirar sus tropas de Ucrania.Pekín es el socio alternativo que puede llegar a tener Moscú si la tensión con Occidente perdura, un contexto en el cual Rusia pasaría a depender mucho más de China. Esta deriva de los acontecimientos alteraría las dinámicas de poder internacional e irónicamente perjudicaría a Estados Unidos, que vería como su mayor rival se fortalece a costa de la precaria situación en la que se vería la nación eurasiática.
Europa
La invasión de Ucrania ha unido en causa a los países europeos, que han mostrado una alineamiento político con escasos precedentes. Sin embargo, la Unión Europea, en consecuencia de su limitada proyección estratégica, se ha visto obligada a actuar con medidas reactivas, lo que le supone ir en todo momento al compás marcado por Rusia. Por ello, uno de los objetivos que debe asumir Bruselas es precisamente ejecutar políticas que decanten la iniciativa en su favor. Ucrania puede convertirse en un ejercicio de posicionamiento estratégico que inicie una política exterior propia, capaz de condicionar la línea de flotación geopolítica del la región en favor de Europa.
Sin embargo, los países del Viejo Continente también deben encarar las consecuencias de poner en jaque con las sanciones a su máximo proveedor de energía: la rapidez y eficacia para encontrar nuevas fuentes de energía marcará la contundencia de las sanciones impuestas a Rusia, sobre todo a largo plazo, un factor que resultará decisivo en la mesa de negociación: si Vladimir Putin viera que Europa tiene la posibilidad de encontrar otras vías energéticas más pronto que tarde tendría que medir los tiempos de las operaciones militares en Ucrania con mayor cautela: el gas licuado de Estados Unidos o Qatar; o las energías renovables deben ser el futuro a medio plazo. Al fin y al cabo, el factor energético es el contrapeso que posee Rusia contra las sanciones impuestas por Occidente. En el momento que Europa no necesite los recursos naturales de la nación eurasiática se podrá permitir castigar a Rusia con mayor contundencia.
Dicho esto, tampoco se puede eximir de responsabilidad a Occidente respecto a la crisis ucraniana, especialmente a Europa. Primero porque debería haber previsto las acciones rusas y haber tomado medidas; y segundo, porque ha metido en esta situación a Ucrania con sus promesas, por lo que debería defenderla con mayor contundencia. He aquí la nomenclatura geopolítica que Occidente no aplica, todo lo contrario que Rusia.
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Es evidente que Putin ha medido mal, ya que los acontecimientos no han seguido el curso que esperaba, y cuyas consecuencias se han escapado de su control. Sin embargo, hay que puntualizar que la naturaleza geopolítica rusa mostrada hasta ahora no es algo nuevo. Esta proyección de fuerza hacia sus espacios periféricos siempre ha formado parte de su partitura geoestratégica. Este no es argumento para justificar las acciones de Moscú, pero sí para encontrar una lógica a la línea política rusa desde la llegada de Putin al poder. Bajo esta premisa, estas acciones contra Ucrania podrían haberse previsto y haber tomado otro tipo de enfoque, u otro grado de implicación, hacia las relaciones ruso-ucranianas, más aún cuando en los últimos ocho años Rusia ha dado claras evidencias con la anexión de Crimea, su papel en la región de Donbas o incluso la construcción del Nord Stream 2.
La escasa comparecencia de Europa durante ese tiempo deja patente su obsoleta morfología geoestratégica y la carencia de una capacidades propias preparadas para hacer valer sus líneas rojas. Cómo sí las tiene Rusia. Los sucesos en Ucrania abren una vez más el debate sobre la soberanía estratégica y un ejército europeo. Putin sabe de los límites de Europa. ¿Se habría atrevido a invadir Ucrania si hubiera un contingente de tropas europeas desplegadas en el país?
En positivo queda la reacción unitaria de Europa. El debate de si la respuesta contra Rusia ha sido suficiente va a estar siempre abierto, pero el frente unido es una reacción que puede dar impulso a acciones de mayor calado. Bruselas debería aprovechar la inercia que dá un enemigo común para tomar decisiones estructurales que den un salto cualitativo al papel internacional de la Unión.
¿Cuál es la salida a esta crisis? La vía diplomática aún no resulta efectiva, pero se debe a que en el plano militar aún quedan objetivos que alcanzar (y demostrar) en ambos bandos. Una de las claves reside en cuánto de lejos pretende llegar Putin:
- Si quiere tomar el país y unirlo a Rusia. Un escenario muy poco probable por el coste que supondría.
- Tomar Kiev para deponer al Gobierno actual y dar el poder a un Ejecutivo afín para evitar su inclusión en la esfera occidental.
- Tomar y mantener el control de las salidas al mar Negro (la oficialidad de Crimea el primer paso) del espacio ucraniano. En cuanto al resto del territorio ucraniano, Putin es consciente del riesgo de mantener maniobras en fase ofensiva al oeste del Dniéper.
De cualquier manera que termine este conflicto, se oficialice o no su entrada en la órbita europea (la opción de la Alianza Atlántica ya ha sido descartada por Zelenski), Ucrania difícilmente podrá ver en la Rusia de Putin un aliado, incluso para los pro rusos ucranianos previos a la invasión. El apoyo recibido de Occidente hasta la fecha ha supuesto el punto de partida de un vínculo que gana enteros para evolucionar en el futuro. Exactamente aquello que Vladimir Putin quería evitar a toda costa.
Sin embargo, sin caer en el determinismo extremo, Ucrania representa esa clase de ejemplo que impone la geografía: su posición entre medias de dos actores de peso (Rusia y Occidente-Europa) le exige una compostura ambigua, cuanto menos versátil, que sepa medir entre ambos si no quiere verse agraviado, como sucede actualmente. Por eso, aunque Ucrania se aleje de Rusia, no podrá desvincularse totalmente, y ambos Gobiernos deberán alcanzar acuerdos para estabilizar el ecosistema regional. También existe un vínculo étnico y económico cuya ruptura perjudicaría a ambos.
Lo que está haciendo Rusia en Ucrania cumple con una lógica geopolítica: hacerse con el control de un espacio que le proporcione seguridad, ya que sin ese espacio se sentiría expuesta y amenazada (como cualquier nación, aunque sólo las potencias están en posición de tomar medidas).
¿Qué Ucrania tiene derecho a su soberanía y a mirar a Europa en vez de a Rusia? Obviamente. Pero la geopolítica no atiende solo a la soberanía de las naciones, sino también a las consecuencias de su posición. Por tanto, si Ucrania decide mirar a Occidente debe asegurarse que tiene el respaldo detrás de éste bajo cualquier circunstancia o debe aprender a bascular entre Moscú y Bruselas. Es parte de su responsabilidad soberana al estar en una posición geográfica que la condena al jaque permanente de Rusia. A ello se le suma el momento que ha elegido: a diferencia de los países bálticos, que se unieron a la UE y a la OTAN cuando Rusia no tenía la capacidad para responder a tales decisiones, hoy la Federación rusa sí está en posición de actuar ante un país fronterizo que se quiere introducir en la órbita occidental. Ucrania, con tal historia y ubicación, debe tener en cuenta sus implicaciones geopolíticas, aquéllas que en ocasiones se contraponen a los intereses de su política nacional: no sólo se puede valorar al país en sí mismo, sino también el encaje de éste en su entorno. Ésto cobra mayor importancia cuando involucra a actores del calibre de Rusia. Realismo en su máxima expresión.
En cuanto a Europa, se ha creado una conciencia de valores que parece hacer incompatible el sistema de valores que enarbola con la guerra, y no debe ser excluyente. Europa ha dejado claro demasiadas veces que no está dispuesta a usar la fuerza militar y eso la pone en una situación de notable desventaja. La realidad geopolítica versa sobre la proyección de fuerza: no se trata de cuánta fuerza uno posee tanto como la fuerza que está en disposición de usar (para mostrar que uno está preparado para usarla primero hay que tenerla). Se trata de disuasión, algo que Putin ha manejado diestramente a pesar de los errores en el plano militar. Dicho esto, insisto, ¿se habría atrevido el Kremlin a tomar la decisión de invadir o atacar Ucrania con militares europeos desplegados en el país?
El fin de la invasión y el avance de las negociaciones dependerá en gran medida de las ambiciones de Putin, aunque también de su posición dentro de Rusia. La versión más laxa probablemente sería hacer oficial la anexión de Crimea a Rusia y la independencia del Donbas, mientras que en un escenario más riguroso el Kremlin exigiría la costa ucraniana del mar Negro, anhelo estratégico de Moscú. Hasta la fecha controla toda la costa con salida al mar de Azov; está por ver si sus aspiraciones son llegar hasta Odesa. También podría sumarse otra condición a cualquier acuerdo: la firma de un documento que asegure que Ucrania no formará parte de la OTAN; el tiempo dirá si de la Unión Europea tampoco.
La toma de Kiev es más simbólica a estas alturas; una demostración de la fuerza rusa. El Kremlin sabe de los costes y las consecuencias de ocupar y mantener la capital ucraniana. La invasión entraría en otra fase que no traería ningún beneficio a Rusia. Por contra, Vladimir Putin tampoco se puede permitir la retirada a estas alturas sin haber cumplido con el objetivo de tomar el epicentro de Ucrania. Ello significaría mostrar una debilidad de la que Putin y su círculo difícilmente se repondrían. Por tanto, el fin de la crisis está en la mesa de negociación, pero cuando más conquiste Rusia más inflexible será su postura en el plano diplomático.
Por tanto, la clave del enfrentamiento está en cuánto capital político y gasto económico está dispuesto a poner en riesgo Putin, y de cuánto espacio ucraniano está dispuesto a ceder el Gobierno de Zelenski para acabar con la crisis humanitaria de su país; también tendrá su peso la firmeza del vínculo ucraniano-europeo. Por otra parte, Europa, Estados Unidos y China deben ser conscientes de que también recae sobre ellos el cronómetro del conflicto. Especialmente trascendente resultará la influencia diplomática de Occidente para persuadir a Xi Jinping de mediar con Putin.
Rusia va a salir muy perjudicada de la invasión de Ucrania, pero también habrá ganado el crédito de potencia a no infravalorar que tanto anhela. En términos militares probablemente no será derrotada, técnicamente, sin embargo el coste de la guerra quedará impregnado en el ámbito económico e internacional por mucho tiempo. La actual niebla del conflicto impide saber el verdadero coste económico, humano y político que están pagando – y que pagarán – Rusia y Vladimir Putin, pero Occidente ha dado muestras de unanimidad y contundencia en su respuesta contra la élite rusa. Está por ver la reacción del pueblo ruso, de las oligarquías y de la actitud de Putin en caso de verse aislado. Por esto último cobra tanta relevancia el papel de China.
Por último, Ucrania ya sabe que no está obligada a estar del lado ruso, mucho menos permanecer en su área de influencia, pero tampoco se puede permitir darle la espalda. Lo deja entrever la Historia y las reglas de la geopolítica. A raíz de esta realidad, Ucrania, en vez de sentirse condenada, debe aprender a jugar con su posición porque puede sacar beneficio de ello. El potencial es igual de grande que su habilidad política para bascular entre Occidente y Rusia sin decantarse exclusivamente por uno. Ésa es la cosmovisión que un país en la posición de Ucrania debe hacer valer y que le evitará crisis futuras.
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