Dos décadas después de los atentados del 11-S, la prevención y la lucha contra el terrorismo continua siendo uno de los principales retos en materia de seguridad. Sin embargo cuando se tratan este tipo de cuestiones, con frecuencia, la amenaza nuclear es descartada o relegada a las últimas posiciones de la lista. En 2010 durante la Cumbre de Seguridad Nuclear en Washington, el entonces presiden Obama advertía a sus homólogos del resto de potencias, que el terrorismo atómico constituye una «amenaza sin precedentes» para todo el planeta. «Tras el fin de la Guerra Fría, enfrentamos una cruel ironía de la historia. El riesgo de una confrontación nuclear entre naciones ha bajado, pero el peligro de un ataque nuclear ha aumentado […] En decenas de países» existe material atómico que podría ser vendido o robado«, alertaba el expresidente norteamericano. De hecho, actualmente existen abundantes ejemplos de amenazas factibles que pueden ser empleadas para materializar atentados de este tipo.
Este año se cumple el 20º aniversario de los atentados del 11-S, que transformaron la concepción de los gobiernos occidentales a la hora de abordar la seguridad y la lucha contra el terrorismo. Si tenemos en cuenta el número de víctimas, a día de hoy sigue siendo uno de los atentados terroristas más graves de la historia. Sin embargo, resulta chocante que el umbral de probabilidad para otras modalidades de ataque mucho más devastadoras eran en aquellos momentos alarmantemente bajo. Según el Informe de la Comisión del 11-S, aunque finalmente los autores se optaron por objetivos más accesibles y con una mayor carga simbólica, habían considerado atacar el Centro de Energía de Indian Point, una central nuclear a 40 km al norte de Manhattan, con el objetivo de generar una liberación masiva de radioactividad.
Aunque difícilmente podemos hacernos una idea de las consecuencias humanas y medioambientales que llevaría aparejado un ataque terrorista con materiales nucleares o radiológicos, la amenaza del terrorismo nuclear es real. Varios grupos terroristas, entre ellos Al Qaeda, el Frente Caucásico o el propio Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), han manifestado en no pocas ocasiones sus ambiciones nucleares como medio para lanzar un mensaje y atacar a sus enemigos. Tomando como referencia un ejemplo más reciente, los autores de los atentados de 2015 en París recabaron previamente información sobre instalaciones de nucleares en Bélgica y Alemania.
En general, los países europeos que participan en campañas internacionales de lucha contra el terrorismo y que cuentan con programas de energía o investigación o nuclear, como Francia o Alemania, son considerados objetivos de alto riesgo para posibles ataques terroristas nucleares.
Existen múltiples formas de instrumentalizar la amenaza de la radioactividad. A la hora de hablar de terrorismo nuclear encontramos cuatro formas básicas que puede adoptar: detonación de un arma nuclear operativa; de un dispositivo nuclear improvisado; de una «bomba sucia»; o directamente la liberación de radioactividad por cualquier otro medio.
El primero de los supuestos es relativamente improbable, ya que los grupos terroristas se enfrentan a enormes obstáculos para obtener un arma nuclear operativa. Incluso si tenemos en cuenta el peligro que plantean las amenazas internas (por ejemplo, un empleado que colabora con el grupo en cuestión), el acceso a una instalación militar para hacerse con un dispositivo de este tipo es extremadamente difícil. Robar componentes para construir un arma nuclear operativa también es improbable, ya que para ello se necesitan conocimientos y equipos profesionales. Por lo tanto, y debido a que las instalaciones civiles y su personal presentan objetivos más fáciles, las otras tres categorías son formas más factibles de terrorismo nuclear.
La creación de un dispositivo nuclear improvisado, requiere material fisible. Para obtenerlo, los autores tendrían que irrumpir en instalaciones protegidas (centrales nucleares e instalaciones relacionadas que manejan, almacenan o transportan elementos nucleares) o adquirirlo a través de otros medios delictivos, como las redes del mercado negro. Aunque la fabricación de un dispositivo que emplee este tipo de material para provocar una explosión nuclear es técnicamente sofisticada, no deja de ser factible.
El término «bomba sucia» se refiere a un dispositivo cuyo objetivo principal es difundir niveles peligrosos de radiación. Combinando explosivos convencionales con material radiactivo, el nivel de sofisticación de este tipo de artefactos es relativamente inferior si se comparan con las utilizadas para las explosiones nucleares convencionales. En consecuencia, existe una gama más amplia de fuentes potenciales para los materiales utilizados en su fabricación: instalaciones médicas y de investigación que manejan materiales con niveles más bajos de radiactividad; la generación de energía nuclear crea materiales radiactivos de niveles intermedios y altos. Si una bomba sucia utilizara residuos radiactivos de alto nivel, por ejemplo, podría dispersar altos niveles de radiación. Los terroristas podrían acceder estos materiales radiológicos a través del robo, valiéndose de información privilegiada o en las redes del mercado negro.
El cuarto supuesto estaría orientado a dispersar la radiactividad de forma mucho más indiscriminada, sin necesidad de dispositivos explosivos. En lugar de optar por la detonación, los perpetradores podrían atacar directamente instalaciones en las que se manejen materiales nucleares o radiológicos con el fin de interrumpir, sabotear o manipular sus operaciones, dando lugar a la liberación de dicha radiactividad.
Según los expertos en seguridad nuclear, los conocimientos sobre cómo construir artefactos explosivos o liberar radiactividad son relativamente fáciles de conseguir. Por lo tanto, la única estrategia de prevención eficaz consiste en dificultar la obtención de materiales nucleares y radiológicos por parte de terroristas y agentes malintencionados. Eso, a su vez, significa reforzar la seguridad nuclear, protegiendo los materiales fisibles y otros materiales radiactivos frente al acceso ilícito.
El nivel global de seguridad nuclear resulta fundamental tanto para la seguridad internacional como para la europea. Dadas las dimensiones transnacionales de la delincuencia, el terrorismo y otras redes ilícitas, los incidentes de seguridad nuclear y las carencias a la hora de implementar estándares elevados pueden traducirse amenazas directas o indirectas para Europa. Aunque la seguridad nuclear es uno de los principios clave en el ámbito de la política nuclear internacional, existe todo un mosaico de recomendaciones y normativas que en gran medida no son vinculantes. La próxima conferencia para la revisión de la Convención sobre la Protección Física de los Materiales Nucleares (CPPNM) y de la Enmienda a la CPPNM, que se celebrará a finales de marzo de 2022, ofrece una oportunidad idónea para subsanar lagunas y reforzar el sistema mundial de seguridad nuclear.
La responsabilidad de la aplicación de los marcos reguladores internacionales y nacionales de la seguridad nuclear recae enteramente en los respectivos agentes estatales. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no tiene el mandato de ofrecer más que asesoramiento. En última instancia, sin embargo, el grado de inversión de los Estados en la aplicación jurídica y técnica, así como en la investigación y las mejoras, es principalmente una cuestión de voluntad política.
Estos esfuerzos para reforzar la seguridad nuclear y prevenir el terrorismo nuclear han disminuido significativamente en los últimos años. Sin embargo, la amenaza del terrorismo nuclear no es meramente teórica en el actual panorama de seguridad que se define por la intensificación de los conflictos geopolíticos y la inestabilidad regional. Al mismo tiempo, el interés por desarrollar tecnologías nucleares para la producción de energía u otras aplicaciones ha experimentado un incremento global y esto podría repercutir la viabilidad de este tipo de ataques.
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