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Francia dividida por el controvertido legado de Napoleón

El próximo 5 de mayo de 2021 se cumple el bicentenario de la muerte Napoleón Bonaparte, una de las figuras más famosas y controvertidas de Francia. El que ha venido a ser nombrado como el “Año de Napoleón” ha provocado un acalorado debate en el mismísimo corazón de Francia, hasta el punto de convertirse en un incómodo inconveniente que ha complicado los planes conmemorativos del gobierno del presidente Emmanuel Macron.

Finalmente y a pesar de la polémica, tras meses de intensos debates acerca del legado militar, social y político de uno de los autócratas más famosos del mundo, Macron depositará una ofrenda floral en la tumba del  emperador para conmemorar el 200 aniversario de su muerte. Por lo tanto, no es de extrañar que desde el gobierno se haya esperado hasta el último minuto para anunciar los planes a la hora de afrontar el complicado bicentenario, en lo que parece ser un camino intermedio entre los que demandaban una celebración y los que exigían su cancelación.

Resulta innegable que la figura de Bonaparte ha tenido un impacto trascendental en la historia de Francia. Su contribución en la creación del estado moderno contrasta con el imperialismo y el belicismo que caracteriza a este personaje multifacético, que después de 200 años continua siendo celebrado por las alabanzas de unos y condenado por otros.

El movimiento Black Lives Matter y el surgimiento de una nueva generación de activistas antirracistas en Francia, ha puesto en el foco mediático figuras históricas como la de Napoleón y muchas de las decisiones, políticas o actos llevados a cabo por estos personajes constituyen el centro del debate. En el caso de Bonaparte, fue su decisión de restablecer la esclavitud en 1802 una de las principales justificaciones de su cancelación histórica.

Desde el gabinete del presidente francés insisten en que «se trata de una conmemoración, no una celebración»,  en referencia a las ceremonias que tendrán lugar el próximo miércoles y que incluirían previsiblemente un discurso. Lo cierto es que Macron ha sido muy crítico con los recientes intentos de derribar estatuas de figuras francesas involucradas en la esclavitud y ha condenado duramente la llamada «cultura de cancelación» como un intento de «borrar lo que somos».

«Nuestro enfoque es mirar la historia de frente […] esto no implica ni negación ni arrepentimiento» han añadido desde los círculos más próximos al presidente. En este sentido, Macron ha defendido su oposición a la nueva corriente que persigue juzgar a las figuras del pasado según los estándares éticos actuales. «Alguien de principios del s.XXI no piensa como alguien de principios del siglo XIX […] Nuestra historia es nuestra historia y la aceptamos».

Todo lo anterior no es incompatible con la condena de la esclavitud como la abominación que todavía continúa existiendo en muchos territorios, rechazo que sin duda estará presente en el discurso presidencial. También es previsible que el impacto napoleónico en la burocracia estatal, así como en los sistemas escolares y legales ocupe un lugar destacado en las palabras que pronunciará durante la ceremonia.

Sin embargo, las intenciones manifestadas por la administración no parecen ser suficientes a ojos de las múltiples asociaciones antirracistas y activistas radicales, que han convocado manifestaciones en Francia y también en los que fueran territorios franceses de ultramar, donde la decisión de restaurar la esclavitud desplegó su verdadero y dramático impacto.

Napoleón ¿genio o tirano?

Antes de que la pandemia trastocase las rutinas globales, la tumba del emperador recibía más de un millón de visitantes al año. Sin embargo, incluso sin la irrupción del COVID-19, la celebración del bicentenario continuaría siendo una evento ambivalente.

Para algunos, Napoleón es visto como un héroe romántico, un cerebro militar y un genio visionario que restauró el honor de la nación y sentó los cimientos del estado francés moderno, que a su vez se convertiría en un modelo para todo el mundo. Para otros, fue un tirano vanidoso y mezquino que llevó a Francia a la ruina, que dejó atrás seis millones de muertos en su vano intento por conquistar Europa y que terminaría por convertirse en el modelo a seguir por la mayoría de dictadores que sufrimos durante el siglo XX.

Sus admiradores hacen hincapié en la transformación que propició de la vida civil en Francia. Defienden que el Código Napoleónico de 1804 merece ser puesto al lado de otros textos de referencia, como la Carta Magna o la Declaración de Independencia. Poniendo además en valor la creación de los liceos, el bachillerato, los departamentos, los prefets, el Banque de France y la Légion d’honneur.

Sus detractores denuncian lo que consideran asesinatos en masa y defienden que “Francia no debería celebrar a su sepulturero”, tal y como declaró Alexis Corbière, diputado del partido de extrema izquierda La France Insoumise, o Françoise Vergès, historiadora de la Fundación para la Memoria de la Esclavitud, según la cual en Francia “existe una ceguera en lo que a esclavitud se refiere” y que ve en Napoleón la representación de una “masculinidad primitiva y un autoritarismo machista”.

Las voces se alzan en los dos extremos y esta pugna de emociones encontradas reflejan el creciente número de personas que ven a Napoleón como un símbolo, ya sea de la grandeza a la que supuestamente debería aspirar a retornar Francia, bien como un impulso populista que debería ser rechazado por una nación moderna, democrática y liberal.

A medio camino se encuentran las posiciones que ven en cada aniversario la oportunidad para separar al hombre del mito y hablarle a la gente del personaje histórico, con sus luces y sus sombras. “Como cualquier figura importante, hay cosas buenas y malas. Pero no hay duda de que es el hombre más grande de la historia de Francia. Le debemos lo que somos a Napoleón. Debemos nuestras instituciones, nuestros monumentos, nuestras leyes e incluso nuestro orgullo de ser franceses. El Código Napoleónico ha sido reformado, pero sigue siendo la cuna de nuestra vida como ciudadanos, con sus reglas de igualdad ante la ley y libertad civil” dijo recientemente Thierry Lentz, director de la Fondation Napoléon.

No hay duda de que la influencia napoleónica es visible en el ADN de la vida pública francesa. Muchos políticos han invocado regularmente su estilo e incluso el propio Macron no ha estado libre de comparaciones con el emperador. Tanto es así, que algunos de sus críticos más feroces ven en Macron reflejos del imperialismo y la altivez que se le achaca frecuentemente a Bonaparte.

Frente a los que ven en él a una especie de arquetipo hitleriano, hay historiadores que lo definen como el máximo exponente del “dictador benevolente”. Según Andrew Roberts “salvó las mejores partes de la Revolución Francesa, como abolir el sistema feudal, y se deshizo de las partes locas como la semana de 10 días y la guillotina masiva”.

Su cuerpo descansa dentro de un colosal sarcófago de cuarcita roja, bajo la cúpula del complejo de los Inválidos en París, que recientemente ha sido restaurado a su esplendor original, justo a tiempo para conmemorar el aniversario de su muerte en la isla británica de Santa Elena a la edad de 51 años. Con motivo del bicentenario, muchos museos por todo el país han preparado exposiciones para dar a conocer y ayudar a comprender mejor la figura de este notable personaje de la historia francesa.

De soldado a Cesar

Cuando se trata de Napoleón nada parece sencillo. Estamos ante un genio militar que dirigió campañas desastrosas y al mismo tiempo frente a un  progresista liberal que reinstauró la esclavitud en las colonias francesas. Muchos conocen su biografía pero no tantos se detienen en las contradicciones que giran en torno a la paradójica personalidad de este personaje.

Resulta incontestable que Napoleón puso orden en una nación bañada en sangre después de una cruenta Revolución. El pueblo francés había soportado “el Terror», con la guillotina como su máximo exponente, así como la inestabilidad política, la corrupción, los disturbios y la violencia generalizada. Napoleón puso fin a todo ese caos. Sin embargo, también descartó algunos de los principios fundamentales de la Revolución.

“La consagración del emperador Napoleón y la coronación de la emperatriz Josefina el 2 de diciembre de 1804”/Musée du Louvre, París

Una nación que había logrado derribar a la monarquía asistió impotente a la autocoronación del propio Napoleón como Emperador, con más poder del que jamás hubiera soñado el desdichado Luis XVI. Asimismo se cuidó de colocar oportunamente a sus parientes en el seno de la realeza europea, dando lugar a una nueva aristocracia.

Ningún hombre gobierna solo y Napoleón tampoco fue una excepción. Joseph Fouché, quien se encontraba al frente de una red de policía secreta que infundía pavor entre la población y sus espías estaban por todas partes, sofocando la oposición política. Se suprimieron o cerraron decenas de periódicos y la denominada Comisión de la Revisión se ocupaba de aprobar la publicación de cualquier libro, todo ello al más puro estilo orwelliano.

A la sombra de esas decisiones, lucen con mayor intensidad ciertas paradojas. Napoleón defendió la educación para todos y fundó una red de escuelas. Defendió los derechos de los judíos. En los territorios conquistados, a pesar de sus decisiones posteriores, se abolieron las leyes que mantenían a los judíos encerrados en guetos. «Nunca aceptaré ninguna propuesta que obligue al pueblo judío a salir de Francia», son palabras que se le atribuyen directamente, «porque para mí los judíos son los mismos que cualquier otro ciudadano de nuestro país». El Código Napoleónico reemplazó las obsoletas leyes feudales, estableciendo las normas civiles y las garantías procesales para todos sin excepción, sentando las bases para una sociedad basada en el mérito y el trabajo duro, por encima de los privilegios.

Lo que está claro es que el debate en torno a la figura de Bonaparte seguirá existiendo y eso constituye en sí mismo el mejor testimonio del poder que todavía atesora el nombre de Napoleón.


Analista especializado en el entorno de la información y Defensa.

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