Shinzo Abe, primer ministro japonés, vuela en estos momentos hacia Teherán (Irán) en el marco de una visita que se prolongará hasta el día de mañana y de la que se espera dé como resultado una atenuación de la tensión que recientemente ha vuelto a repuntar entre Estados Unidos e Irán. En la agenda de la visita, está previsto que una vez tome tierra en suelo iraní, Abe se reunirá con el presidente Hasán Rohani y en lo sucesivo con el actual Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei.
Momentos antes de embarcar, en un encuentro con la prensa, el primer ministro japonés ha manifestado que “en un contexto de inquietud por las tensiones crecientes en Oriente Medio que focalizan la atención de la comunidad internacional, Japón espera hacer lo mejor posible para la paz y la estabilidad en la región”. Es importante señalar que desde que tuviera lugar la revolución iraní en 1979, ningún jefe de gobierno del país nipón había visitado Irán hasta este momento.
Recordemos que en mayor de 2018 y de forma unilateral, el Gobierno estadounidense, con Trump a la cabeza, decidió retirarse del acuerdo nuclear iraní alcanzado con las potencias occidentales en 2015. Desde entonces la presión militar y económica que EE.UU. ejerce sobre Irán y que hasta el momento se han traducido en sanciones a las exportaciones (hierro, aluminio, acero y cobre), en el envío de misiles Patriot a Oriente Medio, el desplazamiento del buque USS Arlington a aguas del Golfo o bombarderos B-52 en Qatar entre otras, continua en aumento en lo que el presidente Rohani calificaba de “terrorismo económico”.
Los cruces de acusaciones se han multiplicado y que el pasado 8 de mayo Irán anunciase su voluntad de incumplir varios de los compromisos que asumiera de manera voluntaria en el marco del acuerdo firmado, en concreto los relativos a las reservas de uranio enriquecido y agua pesada, no ha contribuido a una relajación del tira y afloja entre ambos países.
Para hacernos una idea de la complejidad y la importancia que encierran las relaciones entre EE.UU. e Irán sería preciso retroceder hasta la segunda mitad del S.XX, momento en el que se intensifican las relaciones entre ambos países tras el golpe de Estado auspiciado por Norteamérica y Reino Unido en 1953. A partir de entonces y durante 29 años Irán pasaría a convertirse en una pieza fundamental en la estrategia occidental para la región.
La cronificación del conflicto con Irán obedece más a la emoción que a la razón y es que la demonización de EE.UU. por parte del ayatolá Jomeini acusándolo de ofrecer soporte al régimen del Sha, terminó por consolidar una revolución que tomaría como uno de sus principios fundamentales en materia de política exterior, humillar a Norteamérica.
Sin embargo, atendiendo los elementos puramente racionales del conflicto, encontramos múltiples motivos de discordia: el asunto nuclear, la férrea oposición iraní al proceso de paz con Israel, la vulneración de derechos humanos, el amparo a organizaciones terroristas por parte de Irán o el desequilibrio regional que constantemente promueve la República Islámica, son solo algunas de las razones primordiales. Irán ha convertido en reivindicaciones históricas, tanto su negativa a la injerencia estadounidense, la aceptación de la revolución como un acto legítimo y la cimentación de unas relaciones en plano de igualdad. El lado oscuro de tales reclamaciones se traduce en el deseo iraní por absorber Afganistán, Asia Central y el golfo Pérsico dentro de su zona de influencia, desplazando a Turquía y Arabia Saudí de una vez por todas.
Bien es cierto que EE.UU se decantó por Iraq, imponiendo sanciones a las inversiones en Irán (Ley D´Amato), durante la popularmente conocida en Irán como Guerra Impuesta que enfrento a ambos países. Paralelamente tenía lugar el denominado IránGate, en el que altos cargos estadounidenses facilitaron la venta de armas a Irán para financiar a la Contra (Nicaragua). Tampoco ha favorecido a las relaciones el hecho de que miembros de Al Qaeda, entre ellos la mayoría de los secuestradores de los vuelos el 11S, gozaran de libre circulación por suelo iraní en su trayecto hacia los campos de entrenamiento talibanes o el apoyo demostrado a grupos como Hizbullah y Hamás. Como consecuencia de todo lo anterior, los sucesivos gobiernos estadounidenses han rodeado Irán de manera paulatina, destacando efectivos en Arabia Saudí, Iraq, Emiratos Árabes, Qatar, Bareín o Kuwait.
Antes de 2005 las aspiraciones nucleares iraníes se fueron abandonando de forma paulatina, pero con el Gobierno de Ahmadineyad se reemprendieron enérgicamente y con ello el conflicto a nivel internacional. Hay que tener en cuenta que Irán se encuentra entre los países firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear, aunque en la actualidad no descarta revocar su adhesión a la vista de los últimos acontecimientos.
El nuevo Plan de Acción Conjunto y Completo (JCPOA) de 2015, diseñado para garantizar en exclusiva la naturaleza netamente pacífica del programa nuclear iraní, obedecía a la necesidad colaborativa de Irán para hacer frente a los problemas que atraviesa, inflamados estos últimos por la debilidad del régimen temeroso de una nueva marea verde y las reclamaciones de una población preocupada por la situación económica. Llegados a este punto el abandono del acuerdo por parte de EE.UU. es para muchos un órdago arriesgado pero vacío, teniendo en cuenta que la retirada estadounidense difícilmente conseguirá frenar el desarrollo del arma nuclear iraní en caso de que Irán opte también por apartarse, ya que tal y como ya muchos apuntan puede que el pacto sobreviva sin EE.UU. pero no lo hará sin Irán, aun con las desastrosas consecuencias económicas que le acarrearía a la República Islámica.
No obstante llegados al caso, no será Irán la única perjudicada teniendo en cuenta la posición estadounidense y su política sancionadora que tensiona las relaciones con la comunidad europea al poner en riesgo las inversiones de sus aliados en territorio Iraní, dejando vía libre para que esas posiciones alcanzadas a un alto coste queden a merced de otros mercados ávidos por ocupar el lugar de occidente.
Lo que está claro es que a nadie beneficia un Irán “nuclearizado”, que quiebre el equilibrio regional y se convierta en el pistoletazo que de salida a una carrera armamentística nuclear entre los diferentes actores del territorio.
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