El pasado 15 de mayo Ankara amaneció en silencio. Era el preludio de aquello que se iba a confirmar dos semanas más tarde, cuando el 28 del mismo mes Recep Tayyip Erdogan ratificaba su poder una legislatura más. Más allá de la victoria del Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP), las elecciones han dejado dos grandes evidencias: la extrema polarización del pueblo turco y el auge del nacionalismo más extremo. El voto nacionalista, aunque repartido entre diferentes agrupaciones, ha encontrado su máxima representación en el binomio AKP-MHP (Partido del Movimiento Nacionalista). Finalmente, Erdogan ha salido vencedor de la segunda ronda con un 52,14%, frente al 47,86% de su opositor, Kemal Kiliçdaroglu.
También hay que mencionar la expectación que estos comidos generaban en las cortes de poder por todo el mundo. Turquía es un país rodeado de espacios de alto valor estratégico: Oriente Medio, mar Negro y el Mediterráneo Oriental otorgan un papel necesario a la República turca en el tablero internacional. Por ello, las elecciones en Turquía han atraído la atención de la comunidad internacional.
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La reelección de Erdogan de manera más solvente de lo esperado, a pesar de necesitar la segunda vuelta, abre la cuestión de la fuente de su poder. Más si cabe con la creación de una amplia oposición – la Alianza Nacional liderada por el CHP (Partido Republicano del Pueblo) –, cuyo fin principal era acabar con veinte años de poder del AKP, con Kemal Kiliçdaroglu como cabeza de la oposición. La cuestión sobre de dónde emana el poder de Erdogan abarca varios aspecto, bien enraizados, dado el entramado político cincelado por el mismo líder conservador tras tantos años al frente del país.
Una de las claves apunta a su entorno político. Recep Tayyip se ha rodeado de un círculo hábil y eficiente, como Mevlüt Çavuşoğlu (ministro de Exteriores) o Süleyman Soylu (ministro del Interior), entre otros, además de crear una red de empresarios alineados que le ha permitido conducir el sector en la línea de sus intereses económicos. No obstante, la primera clave es el peso del propio líder: la imagen de su figura política, su conocimiento de la mentalidad turca, así como la capacidad para proyectar a Turquía en el escenario internacional y sacar rédito en la misma política nacional. El factor Erdogan es la máxima que ha marcado la trayectoria del país en las últimas dos décadas.
En cuanto a los resultados electorales, voces expertas apuntan a la diferencia en el foco de las narrativas elegida por los partidos. El AKP apostó por la seguridad, mientras el CHP se centró en la economía. Las acusaciones del partido liderado por Erdogan sobre las relaciones de Kemal Kiliçdaroglu con el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) de origen kurdo, vinculado con el grupo terrorista PKK, ha sido una losa política que ha generado mucho rechazo. De hecho, este ha sido el primer argumento de Sinan Ogan para declinar cualquier alianza con las fuerzas lideradas por Kiliçdaroglu y pedir el voto para el AKP de Erdogan tras finalizar la primera vuelta. Sin embargo, la oposición no podía permitirse rechazar a los kurdos del HDP/YSP, cuyo voto resultaba diferencial y necesario para el candidato opositor. Dicho esto, el electorado kurdo ha supuesto menos capital político de lo estimado.
Como ya se ha mencionado, una de las sorpresas de los comicios ha sido el resultado cosechado por la derecha ultranacionalista. A pesar de la bajada del AKP, ello no ha supuesto un golpe a su poder, ya que la coalición conservadora, materializada en la Alianza Popular, ha alcanzado grandes cifras. Una vez más, Erdogan y su entorno han sabido plantear una estrategia a tenor de su conocimiento sobre las dinámicas sociales, de ahí la apuesta por una campaña más centrada en la seguridad – y asociada al nacionalismo turco – que a la crisis económica. De hecho, un error en las expectativas generadas por la Alianza Nacional ha sido infravalorar el conservadurismo de la población, especialmente en el corazón de Anatolia.
Tampoco se debe pasar por alto el voto de los emigrantes turcos residentes en Alemania, Bélgica, Países Bajos o Francia, dónde los electores se han decantado por Erdogan, alcanzando éste alrededor del 70% de los votos. En la misma línea ha sucedido con el voto en las zonas del terremoto: se esperaba que la mala gestión del Gobierno ante la crisis restara el apoyo al presidente en esta región, sin embargo, no se ha notado cómo se esperaba y la población ha mantenido su fidelidad política.
Por tanto, todo lo mencionado son una serie de factores que explican los resultados, y que dejan varias conclusiones: primero, que las predicciones realizadas antes de las elecciones fueron demasiado optimistas; y segundo, que el poder y la figura de Erdogan como líder está extremadamente enraizada. No sólo por su control sobre instituciones, sino por el manejo en el discurso político, hacia dónde señalar y en qué aspectos focaliza su campaña; la capacidad de alterar las pulsaciones sociales y manejarlas en su beneficio es un atributo que no tiene competidor dentro del país. El líder turco gestó una campaña emocional, a pesar de que Turquía sufre una crisis económica desde hace años, trasladando el foco a aspectos de seguridad e identidad (nacionalismo e islamismo) para poder castigar el vínculo de su rival con los kurdos del HDP y el PKK.
Las elecciones han evidenciado una sociedad turca sumamente polarizada. Se estima que Erdogan seguirá una política continuista, ya que tal fórmula le ha llevado a la victoria una vez más. Aún así, el mayor reto para el AKP es revertir la coyuntura económica del país. La lira turca sigue en una situación crítica, cuyo valor ha decrecido en los últimos cinco años un 450%, con una inflación que no ha dejado de aumentar. Ahora, confirmada la continuidad de Erdogan, existe cierta inquietud en el orbe occidental, principalmente, por el camino que el dirigente turco seguirá para corregir la situación. Por el momento, en su investidura del pasado sábado, nombró como hombre fuerte en materia de finanzas a Mehmet Simsek, un reputado tecnócrata que cuenta con buena imagen en Europa. Una vez más, el presidente turco no deja punta sin hilo en sus decisiones políticas. En esta línea, está por ver si el Gobierno continua con el control sobre el Banco Central que tanta crítica le ha supuesto y que prueba la sobreextensión del poder del presidente en instituciones que deberían de gozar de mayor independencia.
La campaña que priorizó la seguridad sobre la economía salió vencedora, algo que no deja de ser sorpresivo atendiendo a la prolongada crisis económica que asola a Turquía. La elevada inflación, la reducción de reservas de divisas y caída de intercambios comerciales en mercados internacionales no han pesado tanto en la decisión de voto, que se ha mantenido fiel al voto conservador. El aliento nacionalista e islamista de la Alianza Popular ha superado el contexto económico crítico, planteado por una oposición que esperaba sacar mucho mayor rédito de la coyuntura que vive el país desde hace años. En esta línea, la gestión del terremoto a principios de año o la cuestión de los refugiados sirios también se convirtieron en principal material electoral.
Se ha percibido cierto desgaste político, pero sin resultar diferencial finalmente. Erdogan perdió cinco puntos en varias provincias respecto a las elecciones de 2018, una diferencia que condujo al país a una segunda vuelta por primera vez en la carrera política del líder turco. No obstante, el líder turco ha demostrado contar con una amplia base de votantes, que han mantenido su fidelidad a pesar de la economía y de los frentes políticos abiertos que Turquía mantiene, tanto dentro como fuera del país.
Las elecciones parlamentarias se definieron antes que las presidenciales, pero también sirvieron en algunos aspectos para medir las tendencias socio-políticas y las dinámicas del electorado turco. El AKP alcanzó 266 asientos, y su aliado, el partido ultranacionalista, MHP, 50. En la oposición, el CHP consiguió 169, de los cuales, 37 pertenecen a las otras 4 fuerzas minoritarias que conforman la coalición, salvando al partido IYI, que consiguió 44 asientos. Por su parte, que el partido kurdo que ha remplazado al HDP, el YSP, obtuvo 62. Se apuntaba antes de las elecciones el factor diferencial del voto kurdo, sin embargo, éste no ha sido monolítico y se ha repartido entre el HDP/YSP y el AKP, de ahí que bajara hasta 3 puntos (8,8%) respecto a las elecciones de 2018.
La Alianza Popular (AKP+MHP) obtuvo 313 asientos en la Cámara, lo que le otorga la mayoría.
Si algo ha dejado en evidencia tras estos comicios es la fortaleza del electorado conservador, tanto islamista como nacionalista. Este espectro de la sociedad, disgustado por la dirección de Turquía de los últimos años, pero sin aspiraciones a un gran cambio, ha sido clave en el auge de la ultraderecha. Eso explica el crecimiento en el voto de los partidos nacionalistas, como el MHP, el partido IYI o el partido liderado por el tercer candidato, Sinan Ogan. El crecimiento en votos de este perfil de partidos, además de la consistencia del AKP (a pesar de haber perdido 5-6 puntos respecto a las elecciones de 2018), prueban que el electorado turco mantiene su preferencia ideológica hacia la derecha. Los resultados de las elecciones, especialmente en las parlamentarias, así lo demuestran: el 20% del futuro Parlamento estará formado por partidos nacionalistas (MHP, IYI, BBP), y 60% de los asientos son de corte conservador. El AKP, que atrae tanto el voto islamista como nacionalista, encuentra su éxito en tal simbiosis.
Los resultados también manifiestan el miedo al cambio en gran parte del pueblo turco. La incertidumbre que genera un nuevo liderazgo es razón por la que muchos se decanten por elegir aquello que conocen, a pesar de las críticas. Este es un punto que ha jugado a favor de Erdogan, gran conocedor de la mentalidad turca, y que le ha servido para construir un discurso acorde que decante el voto a su favor. A ello hay que sumar las dudas de una oposición que se centró en sobremanera en crear un frente unido, a pesar de carecer de la lógica política más allá de derrotar a Erdogan. Una alianza que aspiraba a aunar el voto nacionalista moderado (además del MHP) y el voto kurdo secular. Además, se le dio demasiado peso a figuras políticas de renombre como Ali Babacan o Ahmet Davutoglu, cuyos partidos no tuvieron tanta atracción de voto. Con los resultados en la mano, ha quedado constatada la percepción de inconsistencia en el relato de la oposición. Tal estrategia no ha funcionado, teniendo en cuenta que parte del voto kurdo se ha ido al AKP y los nacionalistas han apostado en mayor medida por la Alianza Popular encabezada por Erdogan o por la agrupación de Sinan Ogan.
Y después está la cuestión en torno al liderazgo en la oposición. Un tema rodeado de polémica por quién podría ser la mejor oposición contra Erdogan. Kemal Kiliçdaroglu era hombre de partido, opción más lógica como cabeza de la agrupación y con el atractivo de ser un perfil de líder muy diferente al que Turquía está acostumbrado. Sin embargo, las voces criticas – como la líder del partido IYI – abogaban por un perfil diferente, que representara un cambio ya no sólo por el talante, sino también generacional. En esta línea, muchas voces apuntaban al alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu. También estaba encima de la mesa el alcalde de Ankara, Mansur Yavaş, pero era un perfil menos sonado y menos rompedor que su homólogo de Estambul.
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La victoria de Erdogan se puede explicar también desde los errores cometidos por la oposición. A modo de síntesis se pueden señalar varios factores:
- El líder elegido. Tras conocer los resultados se repite con más frecuencia la pregunta de si otro candidato – Imamoglu es el más citado – hubiera tenido más opciones de superar a Erdogan. No obstante, éste fue inhabilitado por maniobras del propio Gobierno; además, en caso de ser candidato, el partido habría corrido el riesgo de perder Estambul, al tratarse del alcalde de la urbe.
- La campaña, no se profundizó en el planteamiento económico que tanto necesita revertir Turquía y que fue punto central de los ataques en la campaña de la oposición.
- La alianza creada. Perdió credibilidad la coalición de partidos de fuerte calado nacionalista con los lazos, aunque no oficiales, pero si oficiosos, con los kurdos del HDP/YSP.
- Sobrestimar el voto de los kurdos, los migrantes y los afectados por el terremoto hacia Erdogan. Los datos estimados previamente se sobredimensionaron porque no se acercaron a tales cifras.
- La mentalidad turca y su miedo a la inestabilidad, le lleva a elegir a lo malo conocido, más aún si se trata de un líder que ha alcanzado logros, aunque fueran logros pasados.
¿Y ahora qué va a hacer Erdogan cinco años más en el poder?
Tras años de una política exterior más agresiva, Erdogan recondujo su proyección exterior ya antes de las elecciones. Había mejorado relaciones con países de la región, como Egipto, Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos. Este cambio tuvo mucho que ver con la coyuntura económica, que ya antes del periodo electoral había comenzado a recibir millones para reactivar la economía.
También se debe hablar de las repercusiones en el plano internacional. La política exterior turca tiene incidencia en diferentes regiones, así como en organizaciones supranacionales como la OTAN. En este aspecto, la línea política de Erdogan presumiblemente será reconocible, es decir, seguirá reconduciendo relaciones con naciones de la región, basculando entre actores enfrentados y, sobre todo, manteniendo su utilidad en la comunidad internacional a cambio de ciertas concesiones. En esta línea, habrá que ver cómo se resuelve la polémica sobre la entrada de Suecia en la OTAN y las exigencias de Turquía para aceptar su ingreso.
El Mediterráneo Oriental con las cuestiones de Chipre, Grecia, Libia y los reductos energéticos; el Cáucaso con la disputa por Nagorno-Karabaj; Oriente Medio con el futuro de Siria y la problemática de los refugiados; y el papel de Ankara en la guerra de Ucrania hacen de Turquía un actor inevitable en varios asuntos de relevancia internacional. Cinco años más de Erdogan permiten saber con quién se trata, un grado de incertidumbre aceptable dentro de unos márgenes de acción reconocibles a tenor de la tendencia personalista del Gobierno turco.
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A modo de conclusión cabe subrayar que la crisis económica es la mayor cuestión a la se enfrenta Erdogan. Tras años con una estrategia que se alejaba de la ortodoxia, en los próximos meses se verá si el líder del AKP plantea un cambio de dirección en el planteamiento o continua con las mismas pautas. Por el momento, ya ha nombrado a la cabeza de la cartera de finanzas a Mehmet Simsek, una figura reputada dentro de la comunidad internacional. Por ahora es una pista, pero puede tratarse del primer paso hacia un plan económico en una línea con mayores garantías.
La urgencia de un cambio en la estrategia económica hace pensar que esta cuestión será el principal foco del Gobierno. Hasta la fecha, Turquía ha ido agotando sus reservas de divisas extranjeras y aumentando su deuda, además de la imperante necesidad de reducir la inflación y tomar medidas para recuperar el valor de la lira turca. Ankara cuenta con la ventaja de la cercanía del verano, estación en la que se consume menos energía y el turismo genera grandes dividendos. Sin embargo, pasado este paréntesis estacional, Turquía deberá encarar sus problemas estructurales y encontrar nuevos canales de financiación en el extranjero para que aguantar el golpe de una economía que exige de un plan bien tasado, con proyección y seguridad a medio plazo, y que siga un orden de lógica económica que convenza a los socios en el exterior.
Bien es cierto que Turquía siempre puede jugar con su valor geopolítico para minimizar los tropiezos económicos. A nadie le interesa que el país anatolio se tambalee, ni económica ni políticamente. Una Turquía inestable, sumida en un colapso económico, es un foco de inestabilidad en demasiadas latitudes del globo.
Con la vista puesta a un futuro no tan lejano, está por ver si la Alianza Nacional se mantiene de cara a las elecciones municipales de 2024, momento en el que se decidirá el futuro de grandes urbes, como Estambul y Ankara, ahora en manos del CHP, y que sustenta un gran peso simbólico en la política nacional.
El poso que dejan estas elecciones es la de un líder que sabe de política, de la mentalidad turca y de las dinámicas de poder más que sus opositores. Recep Tayyip Erdogan ha hecho valer su veteranía política en lo más alto y su enraizado poder en los órganos estatales para minimizar a la alianza opositora y convencer a parte de la población turca de que él es líder que necesita el país. La apuesta por la seguridad y la estabilidad en su campaña así lo demuestra. Un líder que parece generar más confianza que las propias instituciones del Estado, al menos en una mínima mayoría de la población.
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