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Moldavia, otro reducto olvidado de la Guerra Fría

Moldavia, otro reducto olvidado de la Guerra Fría

En las calles se escucha más ruso que cualquier lengua latina. Sin embargo, en los edificios institucionales, rectangulares y homogéneos de parco corte soviético, se pueden ver banderas de la Unión Europea ondeando. Así cumple con la ironía de no ser miembro de la UE un enclave que ha estado siempre entre Europa y Rusia. Una contradicción que define un país ambivalente por naturaleza geográfica. Una historia marcada por su localización, como tantos otras, pero en este caso de una historia inacabada, delineada por acontecimientos con transiciones a diferentes tiempos. No se entiende la historia de Moldavia sin Rumania, tampoco sin el papel de la Rusia imperial o la URSS, o posteriormente la República Federal.

Historia

Moldavia ha intercalado su pasado entre manos rusas y rumanas a lo largo del siglo XX. Ya en siglos pretéritos fue una tierra propensa al intercambio en las cortes europeas que confeccionaban los mapas de la época. Moldavia, conocida en tiempos del Imperio ruso como Besarabia, fue moneda de cambio en múltiplos capítulos de la Historia: tras el Congreso de Berlín (1878) se le concedió el control de esta región al zar, pero Moscú perdería este esclave en 1918 tras la consagración de la revolución Bolchevique; tras el tratado de París (1920) se haría oficial la unificación de este territorio con Rumania. Así fue como la Gran Rumania recuperaría su extensión de antaño, aunque fue sólo durante el periodo de entreguerras, ya que el espacio de Besarabia y los adyacentes al este del rio Dniéster retornarían a manos rusas en el ocaso de la 2ª Guerra Mundial. Fue así que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX formaría parte de la Unión Soviética y viviría un periodo de simbiosis con el orbe eslavo-socialista que marcaría las dinámicas sociopolíticas hasta hoy.

Partición del territorio moldavo a lo largo de la Historia (Fuente: Wikimedia)

Moldavia, a pesar de estar en una ubicación ambigua entre el mundo eslavo y latino, comparte raíz con esta última. Su lengua es un dialecto de la lengua rumana, por siglos formando parte de la Gran Rumanía. Sin embargo, al formalizarse la anexión de este espacio a la URSS comenzó un proceso de influencia que alteraría la estructura la región con consecuencias tectónicas en el orden sociopolítico. Esta realidad se palpó al final del siglo XX tras la desintegración de la Unión Soviética y aún hoy se perciben los posos de cuatro décadas bajo la influencia de Moscú.

En manos soviéticas durante la segunda mitad del siglo XX, este espacio encontró en el control comunista la anestesia temporal a todas las confrontaciones nacionalistas y étnicas vividas en la región durante las décadas pasadas. Durante el tiempo que el régimen soviético controló el este de Europa implantó unas directrices bajo sus intereses marxistas, acentuado por el mundo bipolar. En esta línea formalizó la República Socialista de Moldavia con la región hoy conocida de Trasnistria adherida, al este del rio Dniéster. Se trataba de una maniobra política para alejar a estos territorios de la influencia de Bucarest: el ruso se proclamó lengua oficial, el moldavo cambió al alfabeto cirílico y se incentivó el traslado de ucranianos y rusos (de etnia eslava) a la región. Además, se hizo todo lo posible para que los organismos de poder tuvieran mayoría de etnias no rumanas. El objetivo era ampliar la esfera rusófona-eslava en una región históricamente fronteriza y de preponderancia latina. Todas estas medidas estructurales tenían como objetivo rusoficar y acabaría por alterar la morfología de la región en beneficio de Moscú.

Cuando la URSS se desintegró y comenzaron a formarse Estados independientes como la República de Moldavia la herencia soviética mostró sus consecuencias. La región de Transnistria, de mayoría rusófona y eslava, declaró también su independencia, iniciándose una guerra que terminó con tropas rusas en la franja de terreno que conforma Transnistria, asegurando un gobierno propio y ajeno al de Chisináu. A día de hoy es un conflicto congelado que ha servido a Rusia como punto de presión geopolítico, un hecho que, tras la invasión de Ucrania, ha vuelto a poner el foco en los reductos inconclusos de la era soviética.

De la herencia soviética en Moldavia, la extensión de la lengua rusa es de los elementos más palpables y sustantivos. A pesar de la inversión por recuperar la lengua latina como primer promotor cultural, e independientemente de la etnia a la que se pertenezca, en las ciudades, en los círculos sociales y laborales, el ruso es la lengua vehicular en contextos de relevancia. Este factor se multiplica en la región de Transnistria, dónde el ruso es la lengua prominente.

Transnistria

Bandera de Transnistria (Fuente: Wikimedia)

La proclamación de la República de Moldavia en 1990 concatenó una serie de eventos. Uno que aún se percibe hoy es el de la secesión de Transnistria, un autoproclamado Estado separatista sin reconocimiento internacional. Tras la declaración de independencia de Moldavía, le siguió Transnistria. Esta última, de tendencia pro rusa, rechazaba formar parte de la nueva República, cuyo posiciones antagónicas desembocó en una guerra abierta (1990-1992). El apoyo ruso de Transnistria evitó la victoria de Moldavia y acabó por decretarse un alto el fuego que ha permitido a esta región vivir como un pseudoestado olvidado por la comunidad internacional.

En la actualidad continúa con el respaldo ruso, hasta el punto de que aún cuenta con tropas de la potencia eurasiática asentadas en la zona. Tal afinidad se extiende a la esfera política, de ahí que el Parlamento de Transnistria solicitara en momento la integración en la Federación rusa. Mientras tanto, depende casi en su totalidad de las ayudas de Moscú, a pesar de que defiende poseer una industria pesada y producción eléctrica como fuente de sus ingresos. Además, a lo largo de los años se ha convertido en un punto recurrente para el tráfico ilegales de armas fuera del radar internacional.

Fuente: Wikimedia

Rumania y Moldavia han compartido camino en la Historia durante siglos. A pesar de que la región que hoy es Moldavia ha estado marcada por estar a caballo entre las esferas latina y eslava durante la segunda parte del siglo XX, su sociedad es en su mayoría de origen rumano. Un hecho que no sucede en Transnistria, donde la comunidad latina es minoría frente al grueso demográfico eslavo. Sin embargo, la raíz étnica no tiene por qué determinar la dirección política. Sólo hay que atender a Ucrania, de raíz eslava y con la mayoría de su población decidida a adherirse a Europa. Por tanto, aunque los lazos étnicos tienen su peso, es la cuestión de soberanía estatal la que finalmente configura la dirección política. El sentido de identidad y su voluntad por soberanía autónoma, así como el calado de influencias exteriores marcan los pasos de un Estado. La identidad moldava está más próxima al sentir latino y a su lengua romántica; una identidad hermanada pero diferenciada de la rumana. De ahí que académicos señalen que tal voluntad moldava está más próxima a la integración en la Unión Europea que a cualquier intención de adherirse a Rumania.

Política de Moldavia

Moldavia lleva más de una década en plena transición hacia el oeste. El actual Gobierno encabezado por Mala Sandu ha consolidado esta tendencia política, respaldada por una sociedad que aspira a ser oficialmente europea. Sin embargo, la República moldava tiene varios problemas sistémicos. Uno de los principales reside en los órganos institucionales de Moldavia, ya que el poder nominal no converge con el poder efectivo. Este hecho condiciona en sobremanera el desarrollo institucional y la mejora política de una nación que pretende integrarse en la Unión Europea. He aquí que entra a colación el factor de la región en la que se encuentra y la limitada autonomía estratégica, pero también la concentración de poder efectivo en un grupo minoritario, especialmente en sectores estratégicos como las telecomunicaciones, la banca o la energía. Tal concentración de poder se traduce en deficiencias en la integridad y ejecución política, incapaz de romper el sistema oligárquico que socava la implementación de un marco jurídico funcional y que, en última instancia, resta incentivos para la inversión extranjera, tan necesaria para el país.

Respecto a su política exterior, la República de Moldavia se confeccionó como un país neutral. La Constitución del país así lo asegura, de tal forma que le previene de posicionarse en cualquier escenario que arriesgue su soberanía, sabedor de que una política exterior proactiva aumenta sus amenazas. En la misma línea, también prohíbe cualquier tipo de despliegue de fuerzas foráneas en tierras moldavas. Estas cuestiones no son baladí, ya que condiciona el formato legal para entrar en organismos como la Alianza Atlántico o la Unión Europea.

Tras la invasión rusa de Ucrania, ésta, Georgia y Moldavia solicitaron formalmente la integración en la Unión Europea. Entrando en materia sobre las connotaciones de la Carta Magna moldava, su neutralidad intrínseca, así como la cuestión de Transnistria, suponen temas que exigen tratamiento específico. Aquellos países integrados en el UEO (1954), actualización del Tratado de Bruselas (1948), aceptan los términos de defensa colectiva, sin embargo, también están aquellos Estados que, siendo miembros de la UE, no aceptan los parámetros del UEO o el sistema de cooperación PESC. Naciones como Irlanda – Suecia y Austria en otros términos – han perfilado una política exterior que mantiene su neutralidad constitucional y forman parte de la Unión Europea. Así se formalizó la condición de Estados neutrales, amparados por el derecho internacional en el marco de la Unión Europea (apuntando al artículo 42.7 del TUE), por medio de un pacto político con el beneplácito de los jefes de Estado y de Gobierno, y la aprobación del Consejo Europeo. Este marco en el derecho internacional europeo puede servir de referencia para Moldavia.

Otro problema para Moldavia en su camino por ingresar en la UE es la cuestión de Transnistria. La fórmula más viable sería aceptar la proclamación de la independencia de este territorio. Sin embargo, este paso ya no sólo supone una pérdida territorial para Moldavia, sino un riesgo para el país y para la Unión. El presidente de este estado autoproclamado independiente ya ha dado pasos para integrarse en la Federación rusa, por lo que Moscú tendría oficialmente un espacio más desde el cual reforzar su posición. Dicho esto, la vía más factible para Moldavia de integrarse en la UE sería uniéndose a Rumania, ya que así automáticamente pasaría a ser espacio íntegro de la organización europea a todos los efectos, pero el precio de renunciar definitivamente de Transnistria también podría acarrear unas consecuencias con sumo trasfondo geopolítico, ahora acentuadas por la guerra de Ucrania. Estas contradicciones son argumentos de suficiente calado para no encontrar la razón de la escasa implicación internacional a esta cuestión inconclusa.

 Economía

Desde que el Moldavia firmó el Acuerdo de Asociación en 2014, el país ha ido paulatinamente virando su entramado económico hacia el oeste. No obstante, sus mayúsculas dependencias energéticas con el Este (Rusia, principalmente) limitan el margen de transición económica del país, un hecho que se ve retratado en la evolución política de sus instituciones. Es así que, un problema sistémico del país es el escaso radio de acción que acopian los organismos de poder a tenor de la concentración de poder económico en una minoría. Éste es un obstáculo, ya no sólo para el crecimiento de la nación, sino también para su integración en el orden occidental al que el Ejecutivo de Chisinau quiere acoplar a su país. Por el momento, la estructura estatal y económica articulada en el país desde hace décadas lastra un mayor crecimiento a pesar del aumento de la inversión extranjera en los últimos años. A ello hay que sumar el flujo migratorio que ha notado la nación durante años, ahora más acrecentado por la guerra en Ucrania, ha incrementado la incertidumbre política y económica del país.

Datos comerciales de Moldavia en la última década (Fuente: Instituto de Estadista de Moldavia [2022], Statistica)

El actual Gobierno moldavo ha dejado patente desde el primer momento dos líneas de acción claras: su corte proeuropeo en nomenclatura política y su neutralidad militar. Ambas líneas estratégicas vistas como una necesidad perentoria, más aún ante el escenario eruptivo que rodea al país. En 2020, los clientes principales del país eran Rumania – con una diferencia tan sustantiva como significativa de los demás (28,9% del total) –, y le seguían Italia (10,9%), Alemania (8,6%), Rusia (8,1%) y Turquía (6,8%). En la lista de proveedores los porcentajes son más parejos: China (11,9%), Rumanía (11,6%), Rusia (11,1%), Ucrania (9,7%) y Alemania (8,3%). Estos datos muestran que el vínculo de Moldavia con Rumania no es meramente cultural, sino que las relaciones comerciales son eje primordial de su economía. Asimismo, y a pesar de que son datos prepandemia, también merece mención los lazos comerciales que mantiene Moldavia tanto con Ucrania como con Rusia, por lo que hay que considerar el impacto económico del conflicto entre dos de los principales socios del país.

La puesta en marcha de los Acuerdos de Asociación ha cambiado la dirección del centro de gravedad económico de Moldavia hacia Occidente. Los últimos datos apuntan a que el comercio del país ya supera el 60% de su total hacia latitudes europeas. A pesar de esta tendencia, viendo el cuadro comercial se percibe la asimetría entre las exportaciones e importaciones, lo que también da muestra de las limitaciones de la arquitectura económica moldava. Por otro lado, a pesar del aumento comercial hacia Europa, los vínculos entre Moldavia y Rusia no se verán menguados a tenor de la excesiva necesidad que Chisinau tiene de la energía y el escaso margen de encontrar una alternativa.

Energía

Moldavia inevitablemente ve condicionada su política ante sus necesidades energéticas, dependientes casi en su totalidad de Rusia. Las exigencias energéticas del país, marcado por la realidad climatológica, son un punto de presión en la cuestión de Transnistria, que tiene el respaldo de Moscú y que ha vivido capítulos que prueban la diplomacia energética recurrente si la situación así lo exige. Rusia ha presionado a Moldavia en varias ocasiones cerrando su grifo energético: el corte del suministro eléctrico en 1998, 2004 y 2005, y el gas en 2000 con ejemplos evidentes. Recientemente, el Gobierno moldavo de Maia Sandu, de conocido corte proeuropeo, se vio inmerso en tensiones políticas con Moscú, que amenazó con el corte del suministro de gas.

Para más inri, la región de Transnistria cuanta, gracias a sus vínculos con Moscú, es un eje logístico energético. También posee centrales eléctricas a gas y carbón ucranianas que exportan a Moldavia deben pasar por los transformadores en Transnistria. Por tanto, Moldavia debe enfrentar una posición de debilidad en materia energética con un actor separatista en su propio territorio y que evidentemente condiciona sus políticas de manera difícilmente reversible.

Esta ventaja estratégica en clave energética del binomio Rusia-Transnistria sobre Moldavia afecta al desarrollo institucional del país, dado que los convenios y los negocios necesarios se ejecutan a través de intermediario que no hacen más que perpetuar el sistema oligárquico en el país, manteninedo la corrupción y tráfico de influencias que afectan al funcionamiento regular de sus organismos estatales. El organigrama financiero así lo demuestra: Gazprom, el gigante del gas ruso suministra el gas a Transnistria, pero lo factura como deuda a Moldavia. Es así los informes de la compañía estatal rusa apuntan una deuda de 8.000 millones de dólares. En la misma línea, ha quedado constancia de que la compañía ANRE, regulador energético de Moldavia, sufre continuas presiones por parte de Grazprom.

Dentro del marco energético entre Europa y Moldavia cabe subrayar que España ha tenido una relación particular con el país a través de Unión Fenosa, empresa que durante casi veinte años invirtió en la privatización de una de las distribuidoras eléctricas capitales del país. No obstante, este vínculo finalizó en 2019 cuando, por entonces Gas Natural, transfirió su filial.

Estatua de Estaban, símbolo de la nación (Fuente: autor)

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La guerra en Ucrania ha sacado a la palestra mediática (también a la militar en un principio) la cuestión de Transnistria en Moldavia. La invasión rusa ha dad voz a conflictos territoriales de tiempo los soviéticos. La solicitud de integración en la UE el pasado febrero tanto de Ucrania como de Georgia y Moldavia ha recordado la herencia soviética que estos países aún deben resolver, pero también ha dejado prueba de la insuficiente implicación internacional para encontrar una vía a la estabilidad y desarrollo en estos enclaves.

Naciones relativamente nuevas como Moldavia, Georgia o Ucrania, surgidas de la desintegración de un Estado decadente con afán de mantener su categoría de potencia, tienen el reto de reconfigurar su posición entre la Historia y su futuro. Sus antecedentes, así como su ubicación y sus conflictos internos, les obligan a bascular entre fuerzas enfrentadas que socavan su autonomía política y condicionan su orden de fuerzas institucionales.

Con la actual situación en Ucrania, salen a flote capítulos inacabados de la Guerra Fría. No sólo Transnistria y Moldavia, sino Osetia del Sur y Abjasia en Georgia, o la misma Crimea en Ucrania. Estos escenarios demuestran que aún quedan focos de tensión sin cerrar en torno a las relaciones este-oeste. Fascículos de la Historia inacabados que cada cierto tiempo tiene su réplica, a modo de seísmo geopolítico. Hoy, Ucrania es la mayor evidente de todas, pero Rusia es el común denominador en estas ecuaciones geopolíticas que pueden ir entrando en erupción si no se invierte en el marco político para cerrar cada uno de estos conflictos inconclusos.

Se debe tomar nota de la guerra en Ucrania en varios aspectos. El primero es saber medir las consecuencias que aún nos afectan de la desintegración de la URSS, un eco que parece que persigue especialmente a los países de Europa del este y en que Bruselas ha infravalorado por priorizar sus intereses económicos. El segundo aspecto es el apartado geoestratégico que guarda el enclave de Transnistria en clave militar: la “operación especial militar” ordenada por Vladimir Putin en febrero no salió como esperaba, sin embargo, guarda cierta lógica operativa que este enclave pudiera tener un papel sustancial en el desarrollo de la guerra si el despliegue de fuerzas hubiera resultado. No se puede pasar por alto la proximidad de Transnistria con Odesa, ciudad portuaria en el mar Negro de gran valor estratégico para el Kremlin, y la posibilidad – hoy ya poco probable – de servir de punto de unión para un corredor de las tropas rusas que operan en el flanco sur de Ucrania. No obstante, tal y como se ha desarrollado la guerra, este enclave ha perdido peso en la guerra, dado que el enfrentamiento se ha enfocado en el flanco este de Ucrania. De hecho, el posicionamiento actual de fuerzas deja a Trannistria encasillado entre territorio moldavo y ucraniano, dos países con proclamadas intenciones de integrarse en la esfera occidental. Este contexto simplemente amplifica el radio de volatilidad de la región aun cuando los focos están centrados en los acontecimientos del Donbas y Jerson.

No obstante, no hay que dejar de apuntar la voluntad al cambio desde Chisináu. En la última década Moldavia ha dado pasos evidentes de su viraje hacia el oeste. La rúbrica de los Acuerdos de Asociación pavimentaron la transición hacia Occidente, una línea que se ha consolidado con el Gobierno proeuropeo liderado por Mala Sandu. Sin embargo, su integración total en el orbe europeo se vislumbra aún lejano; las instituciones políticas moldavas deben fortalecerse y consolidar un poder efectivo que reduzca la concentración de dominio económico e influencia que aún sustenta la oligarquía. Este escoyo endógeno en la misma estructura económico-política del país supone una de las razones de peso que coaccionan la inversión extranjera. En paralelo, hay que contar con que la influencia rusa, especialmente a través de la energía, va a ser un canal de presión difícil de contrarrestar a corto y medio plazo.

Precisamente por este contexto, es capital que la ayuda internacional apunte a las mismas vértebras del Estado moldavo, sin desistir y sin escatimar en la ayuda para corregir las vulnerabilidades actuales. Por infravalorar estas deficiencias de naciones en los confines de Europa el Viejo Continente ha descubiertos defectos propios: las dependencias con Rusia son un riesgo que todos llegamos tarde a corregir, la diferencia es que algunos no han tenido tantas alternativas.


Analista independiente, especializado en Conflictos Armados, Terrorismo y Geopolítica