La cotidianidad que se percibe en Kiev sorprende a la vista. Los resquicios de invasión sobre la ciudad aún están presentes: los bloques de hormigón, los sacos de arena o los caballos de frisia que ocupan aún hoy las aceras sirven de recordatorio de los capítulos más duros que se han vivido, pero también lo que se ha resistido y a dónde se ha llegado. Huellas de una guerra por momentos alejada, pero aún lejos de acabar. A pesar de que el país está en guerra la sociedad ucraniana ha mostrado un carácter estoico para jugar su papel en la contienda; una resiliencia forjada por un conflicto iniciado en 2014, una pandemia y la invasión rusa perpetrada el pasado 24 de febrero. La normalidad que se percibe sorprende a los ojos foráneos en ciudades como Kiev o Lviv, pero los ucranianos son conocedores del contexto y no dudan en mostrar su convicción. Son conscientes de la importancia de su papel: la resistencia. Resistir los ataques rusos para que el Gobierno no se vea obligado a tomar medidas que cambien la dirección de la guerra. Esto de debe a que en las grandes ciudades – verbalizado por ellos – se ven como la vanguardia de una fuerza en auge que ahora tiene la oportunidad de recuperar su país.
En una fase que destaca por la contraofensiva ucraniana, la guerra inicia un periodo condicionado por la llegada del invierno. La climatología determinará la movilidad de los contendientes, lo que derivará en un conflicto más estático y una confrontación más indirecta. En este contexto, el Kremlin pretende convertir el invierno en un arma a su favor. Así lo ha demostrado con los continuos ataques durante los últimos meses a infraestructuras ucranianas. El daño a la red energética en una época con temperaturas extremas afecta notablemente la vida de población, exactamente el efecto que pretende el Kremlin para minar la moral de la sociedad y ejercer presión sobre el Gobierno en Kiev.
El invierno llega con los contendientes en polos opuestos respecto a ánimo y perspectivas de guerra. Las fuerzas ucranianas reconquistaron Jerson a comienzos de noviembre – única capital de provincia tomada por los rusos durante la invasión –, una victoria cargada de simbolismo que, además, confirma que los tiempos de la guerra están ahora mismo en manos de Kiev. El pronóstico para los próximos meses es que el ritmo de confrontación disminuirá. Para las tropas ucranianas, que continúan avanzando en su contraofensiva, especialmente en el frente meridional, supone un frenazo a sus pretensiones operativas; para Rusia es la oportunidad de reagruparse y replantear la estrategia de guerra de cara a la primavera. Hace escasos meses movilizó a 300.000 nuevos efectivos con escasa formación. El invierno lo puede usar Rusia para mejorar la preparación de la tropa, una carencia que se ha percibido demasiado a menudo durante todo el conflicto. Mientras, los bombardeos rusos a ciudades ucranianas son el formato estático de guerra que más interesa al Kremlin ahora mismo, que consideran de alto impacto a bajo coste. Sin embargo, cada ataque ha probado ser menos efectivo que el anterior amén de la defensa antiaérea desplegada en Kiev.
Como ya se ha mencionado, el invierno cambiará el ritmo y las condiciones de enfrentamiento. Las horas de luz se reducen (pasan de 15 a 9 horas al día) y las temperaturas sufren una bajada (de los 15 a los 0 grados). Ésta será la constante en los próximos meses, por lo que el despliegue de la tropa se verá afectada de manera significativa. Esta coyuntura supondrá un reto para las tropas, por lo que poseer el equipo adecuado, como ropa térmica o gafas impermeables, adquiere una importancia diferencial en el plano operativo. Aspectos de salud como las heridas, que cuesta más tratar adecuadamente y las armas, más propensas a encasquillarse a raíz de las bajas temperaturas, son detalles que tienen más peso y se cobran más caros en unas condiciones ambientales extremas.
Incluso si Occidente proporciona el equipo necesario a los ucranianos, el avance de las tropas se ralentizará por la climatología, pero su progreso tendrá más posibilidades de continuar. El simbolismo entrará en escena y un ejército que no se detiene por el invierno extremo será capaz de seguir alimentando la narrativa que la sociedad ucraniana cree y que le ayuda a resistir los cortes de luz y todo lo que ello conlleva. El primer paso para dar continuidad al avance es el envío de material adecuado para contrarrestar los efectos del frio con ropa térmica, gafas ligeras e impermeables, gafas de visión nocturna e, incluso, cámaras de mejor calidad para los drones, de tal forma que les permita continuar con la contraofensiva con la mayor eficiencia posible.
Otro aspecto a seguir durante los próximos meses es el tema de las ayudas. Está por ver cómo se gestionarán los recursos desde Occidente. Ahora mismo son tan necesarios el armamento y equipo militar para las tropas ucranianas como los generadores de energía y potabilizadoras para su sociedad. Por ahora, el grueso de la ayuda proviene de Estados Unidos, que en noviembre anunció otro paquete de ayudas de 400 millones de dólares, alcanzando un total aproximado de 19.000 millones desde febrero. Estos suministros se centran en provisiones militares, concretamente misiles para los equipos de defensa aérea Hawk y sistemas de defensa aérea Avenger. La idea de contar con este instrumental es articular un escudo antiaéreo para minimizar las amenazas, una apuesta que ha quedado patente y ha mostrado su eficacia contra los bombardeos rusos durante los últimos meses.
La Unión Europea no ha podido igualar tales prestaciones, principalmente porque carece de la industria de defensa y del armamento actual para igualar las aportaciones estadounidenses. No obstante, ahora que las necesidades ya no sólo se enfocan en armamento – el equipo militar de invierno para los soldados y unidades de potencia auxiliar para la población ucraniana – puede ser la oportunidad de Europa para aumentar su aportación.
En últimas fechas, ante la posibilidad de que la guerra se prolongue, comienza a haber voces que plantean la inversión para desarrollar una industria de defensa ucraniana. De esta forma, el país reduciría su dependencia de envío de armamento y material que llega de Occidente y minimizaría la dependencia en caso de que la ayuda se reduzca en algún momento por cuestiones de política nacional. No obstante, éste es un plan a largo plazo, inviable de cara a la próxima primavera. Además, este proyecto supondría un aumento considerable del gasto para sus proveedores, ya que al envío de material actual habría que sumar la inversión en la infraestructura del sector. Por ello, esta posibilidad está condicionada al desarrollo de la guerra y a las probabilidades de alargarse en el tiempo.
La retirada rusa de Jerson a la orilla oriental del rio ha supuesto un reflejo de la dinámica de guerra. No obstante, el conflicto alcanzará su punto crucial en el momento que las fuerzas ucranianas apunten a Crimea y avancen con contundencia hacia el corazón del Donbas, los enclaves de gran peso estratégico para el Kremlin. Las batallas por estas áreas, que Rusia considera capitales para mantener su espacio defensivo, serán los escenarios que mostrarán el orden de fuerzas y las verdaderas capacidades militares rusas.
Mientras, el invierno abre la oportunidad a un enfrentamiento diferente, al tiempo que se corrigen carencias y se reformulan planteamientos de cara a la primavera. En este orden de cosas no se pueden descartar despliegues de operaciones especiales para dañar puntos específicos de alto valor que, además, sirvan como demostración de profundidad de ataque de Ucrania. Aunque no ha sido confirmado por las autoridades ucranianas, el ataque al puente que une Crimea con el continente fue una prueba de otro formato de guerra que puede cobrar mayor relevancia en los meses venideros, cuando las tropas vean dificultada su movilidad. También el uso de drones para atacar enclaves estratégicos de bombarderos rusos: esta misma semana se anunciaba en la prensa internacional ataques en dos aeródromos militares rusos. Este tipo de confrontación puede convertirse en una alternativa durante los próximos meses para sortear los obstáculos del invierno y no perder el cauce de la guerra.
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Desde los gabinetes de Kiev y Moscú, ambos líderes van a tener que contemporizar el impacto del invierno, cada uno enfocado en minimizar sus deficiencias y priorizar despliegues. El ritmo de confrontación se retomará en el momento que el clima y el terreno (raspútitsa) lo permitan, ahí será cuando la guerra se acerque a los espacios clave en los que se decidirá el devenir de la contienda.
A Putin le urge cada vez más vender una victoria – aunque sea paupérrima –, para justificar ante su población la invasión, antes de sentarse a negociar sin estar en una posición de desventaja demasiado obvia. Al otro lado de la colina, Zelenski ha enarbolado con su narrativa la vía de la lucha hasta el final, y eso es lo que el pueblo ucraniano ha aceptado y va a exigir. Por ello, una cuestión aún hoy lejana, aunque crucial, será la gestión de las expectativas desde el Gobierno de Kiev: el pueblo ucraniano no se conformará con cualquier pacto después de soportar las condiciones de vida de los últimos meses. En caso de que el conflicto se prolongue y la contraofensiva se frene, Zelenski tendrá que dar la oportunidad a la vía diplomática. Tal transición será crucial para Ucrania, pero también para su futuro político.
Las probabilidades de alcanzar la paz aún se ven lejanas. El tablero bélico aún tiene mucho que definir para ambos bandos. Mientras que este capítulo no cumpla sus fases la diplomacia no tendrá el peso para empezar a pavimentar el acuerdo de paz. Dicho esto, hay varios obstáculos para las negociaciones. El primero es que Kiev no se fía de ningún acuerdo firmado por Moscú, igual que la sociedad ucraniana. A partir de ahí las pretensiones previas a sentarse a negociar– especialmente territoriales – impiden cualquier acercamiento a corto plazo. En la actualidad, el Gobierno ucraniano se siente en una posición de fuerza capaz de debilitar más a Rusia y dejarla con menos opciones, con la idea de que permita a Zelenski llegar a una posterior negociación con una ventaja incontestable. A ojos de Ucrania, la falta de fiabilidad hacia Moscú en cualquier acuerdo de paz les obliga a debilitar a Rusia de tal forma que no tengan opción de rehacerse, de ahí que se priorice ahora mismo la vía militar.
Asimismo, también cobrará especial relevancia el mediador elegido en el momento de sentarse a dialogar. Turquía ha realizado esta labor en diferentes temas – especialmente clave en el pacto sobre el grano –, sin embargo, tanto Europa como Estados Unidos son conscientes de la relación entre Erdogan y Putin y de la política poliédrica del líder turco.
Ninguno de los dirigentes se puede permitir ceder en sus pretensiones territoriales por lo que la mesa de negociación a día de hoy aún se ve distante. Washington ya ha tanteado la atmósfera de ambos Ejecutivos sobre su disposición a negociar y ha sacado pesimistas conclusiones de ello. La corte internacional es consciente de que a medida que las tropas ucranianas avances y se acerquen a espacios estratégicos ocupados por los rusos, especialmente en Crimea, el riesgo a una escalada militar de impredecibles consecuencias aumentará. La cuestión es, ¿cómo se convence a Zelenski de sentarse a dialogar cuándo se ve ganando la guerra? También está el riesgo reputacional (y moral) de Occidente por presionar a Kiev para que priorice la negociación con el riesgo de renunciar a recuperar la totalidad de sus territorios. Por otro lado, es cierto que ahora mismo Kiev se encuentra en una posición de fuerza preferente para alcanzar mejores resultados posibles. No obstante, a corto plazo, cualquier cesión de territorio a Rusia para firmar la paz le va a costar a Zelenski capital político a causa de las expectativas que él mismo ha generado en su narrativa.
En definitiva, la guerra continuará en invierno a otro ritmo. En primavera, ya alcanzado el año de invasión, se podrá ver con mayor claridad las pautas que toma el conflicto, la prioridad de objetivos y si hay alteraciones tácticas. Aún quedan batallas por librarse antes de que la diplomacia pida paso. No obstante, el día que llegue hay que tener presente que no se trata de firmar cualquier acuerdo, sino de alcanzar la paz definitiva.
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