Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
ORÍGENES Y UBICACIÓN
El pueblo ilergete se formó a partir del sustrato étnico indígena, incorporando múltiples influencias provenientes de la Edad del Bronce (1700-800 a. C.) y de algunas de las tribus indoeuropeas que llegaron a la península en el primer milenio a.C (ya en la Edad del Hierro). Posiblemente hablaban una especie de protoeuskera, especialmente en su zona norte.
Estaban ubicados en parte de lo que sería conocida posteriormente como la Tarraconense, desde el Bajo Urgel hasta el río Ebro, habitando lo que en la actualidad son parte de las provincias de Huesca y de Lérida, ocupando las cuencas del río Segre, el Noguera Pallaresa, el Noguera
Ribagorzana, el Cinca y el Alcanadre, aunque sería impropio tratar de establecer fronteras definidas en aquella época. Se han encontrado señales de su presencia durante largos periodos de tiempo en la actual provincia de Zaragoza y el norte de Castellón, donde presionaban a los edetanos.
Su sociedad política estaba fundamentada en la existencia de un rey (régulos en las crónicas romanas, «reyes pequeños»), muy jerarquizada con oligarcas que mantenían la estructura social y un fuerte componente militar. Se cree que constituían una sociedad muy avanzada a la llegada de los romanos y que eran buenos comerciantes.
Su economía estaba basada en la ganadería y el cultivo de grano (se han encontrado molinos manuales giratorios). Fue muy importante el desarrollo de la metalurgia, la orfebrería y la industria textil. La cerámica tenía componentes fenicios y griegos, con motivos ornamentales geométricos. Usaban monedas de bronce (ases) y de plata (dracmas), al menos desde el siglo III a. C., lo que favoreció el comercio y la captación de impuestos.
Su capital era Atanagrum, cuya ubicación exacta se desconoce. Otra ciudad importante era Ilerda (la actual Lérida), que en determinados momentos fue también capital, llegando a considerarse en algunos periodos como la ciudad más grande en la península al norte de Sagunto.
CARTAGO Y LOS ILERGETES
Con la llegada de los cartagineses a suelo peninsular, los guerreros hispanos se integraron pronto en los grandes ejércitos púnicos, organizados al modo helenístico, con nuevas tácticas y modos de lucha como la utilización de elefantes y de la falange macedónica. A través de los mercenarios hispanos de estos ejércitos llegaron a los pueblos hispanos, y por lo tanto a los ilergetes, una serie de influencias externas sobre la panoplia ibérica, como los cascos de bronce y el escudo oval plano o la ampliación del tamaño de la caetra circular para adaptarla al combate en formación cerrada, así como las espadas rectas de la Meseta, aunque la panoplia tradicional siguió en uso.
Sin embargo, estas influencias no parecen haber alterado en lo esencial ni las formas ibéricas de entender la guerra, ni las tácticas, ni incluso la panoplia. Los cartagineses y luego los romanos aprovecharon los modos de lucha de los hispanos (caballería pesada, honderos, e infantería de línea y ligera) y su capacidad para combatir en terrenos abruptos o en batalla campal en campo abierto y su notable movilidad y habilidad en atravesar ríos, integrando a estos “especialistas” entre sus auxiliares con sus propios jefes sin cambiar sustancialmente sus efectivas tácticas de combate, pero adaptándolas a las necesidades de sus respectivos ejércitos mediante entrenamiento y mejoras en su armamento (1).
Las fuentes literarias demuestran que los ilergetes, al igual que los restantes pueblos mediterráneos, combinaban fuerzas de infantería pesada o de línea, con tropas 1igeras y caballería para luchar contra sus enemigos en batalla abierta o campal. Así pues, no era su táctica, como tantas veces se ha dicho, la guerrilla irregular en pequeñas unidades, que supuestamente utilizaría el procedimiento de combate de “golpear y huir” (2).
Abundando en lo anterior, autores como Tito Livio aluden a la maniobrabilidad y ligereza de las tropas hispanas en comparación con la legión romana, pero una lectura cuidadosa sin prejuicios muestra que el infante hispano, a diferencia del númida, era polivalente, capaz de adaptarse a la lucha en terreno abrupto, pero también a la batalla en campo abierto (3).
La amistad entre los ilergetes y los cartagineses debía remontarse posiblemente a los tiempos de la firma del tratado del Ebro, del año 226 a.C., concertado entre Asdrúbal y los romanos (4). La política de Asdrúbal era la de acercamiento hacia los indígenas, y esa misma conducta fue la seguida por Aníbal posteriormente. Así pues, nada tiene de particular esta vinculación de los ilergetes a Cartago, que contó en la Península Ibérica con ciudades muy adictas, como Astapa y Cástulo, la gran ciudad minera de Oretania (5).
INDÍBIL Y MANDONIO
No hay uniformidad entre los historiadores al escribir el nombre del rey ilergete Indíbil (¿258-205 a.C.), aunque sí por lo que se refiere a su persona histórica y a lo fundamental de su vida y de sus gestas.
Polibio le denomina siempre Andobales; Diodoro y Apiano, le llaman respectivamente Indibeles e Indibilis, en tanto que Tito Livio lo denomina de ordinario Indibilis y alguna vez Indébilis, nombre que en latín significa “no débil”.
Por lo que respecta a Mandonio, cuñado del anterior (otras fuentes dicen que eran hermanos), era posiblemente el jefe de los cessetanos, pueblo ibero que habitaba en la zona de Cissa, la actual Tarragona.
En cuanto a su apariencia física nada nos dicen de ello los textos clásicos. Sin duda fueron ambos hombres de cuerpo sano, enjuto y vigoroso hasta el final de sus días, que por lo menos debieron rebasar los diez lustros. Precisamente en los dos últimos años de su vida fue cuando realizaron sus mayores gestas bélicas, y, de no haber tenido una fuerte complexión corpórea, no habrían podido resistir los trabajos que supone organizar dos rebeliones frente a los romanos (6).
En el año 209, cuando los romanos conquistaron Kart Hadanht (Cartagena), debían rondar los cincuenta años de edad, ya que según Tito Livio (7) la esposa de Mandonio era por entonces “de edad avanzada”, al tiempo que las hijas de Indíbil “estaban en lo florido de la edad» (8). Así pues, hay que suponer que en el 218, año en que comienzan sus luchas contra Roma, debieron andar rondando la cuarentena.
La personalidad de estos guerreros, sobre todo la de Indíbil, destacó grandemente entre los reyes ibéricos de la época. Tito Livio escribe que los caudillos ilergetes llegaron a influir de hecho sobre una buena parte de la Península: desde la Lacetania (Pirineo gerundense) hasta la Celtiberia (Tierras del alto Duero y del alto Jalón), de modo que ambos cuñados eran, sin duda, “los primates de toda Hispania” (9).
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(1) HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA. Dirigida por Hugo O’Donnell. Prehistoria y Antigüedad. Comisión Española de Historia Militar. Real Academia de la Historia. Ministerio de Defensa. Madrid 2009. p 101.
(2) La razón de la pervivencia de esa idea, no apoyada por las fuentes ni la arqueología, es que los autores grecolatinos buscaban enfatizar los rasgos menos “civilizados” de los pueblos peninsulares, insistiendo en la superioridad cultural romana y su derecho al dominio universal. Por su parte, autores románticos del siglo XIX, españoles y foráneos como A. Schulten, quisieron recalcar la especificidad de lo hispano, incluso su exotismo, que supuestamente se haría también visible en las formas de guerra locales.
(3) HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA. Dirigida por Hugo O’Donnell. Prehistoria y Antigüedad. Comisión Española de Historia Militar. Real Academia de la Historia. Ministerio de Defensa. Madrid 2009. p 124.
(4) Este tratado fijaba los límites de influencia entre Roma y Cartago, así como (seguramente) el paso del río con tropas, pero no impediría el relacionarse con los pueblos de uno y otro límite como así ocurrió.
(5) BLÁZQUEZ J Mª: España Romana. Los ilergetes en el cuadro de los restantes pueblos iberos durante la Segunda Guerra Púnica. Ed. Cátedra. Madrid 1996. p 205.
(6) GUALLAR PÉREZ, Manuel: Indíbil y Mandonio. Instituto de Estudios Ilerdenses de la Excma. Diputación de Lérida. Editora Leridana. Lérida 1956. p 52.
(7) LIVIO, Tito: Historia de Roma desde su fundación. Libro XXVI, capítulo 59.
(8) Eran rehenes de los cartagineses, a fin de mantener su fidelidad. Escipión las liberó, para ganarse el favor de los ilergetes.
(9) LIVIO, Tito: Historia de Roma desde su fundación. Libro XXVII, capítulo 17.
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