Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
Las modernas Doctrinas Militares definen a la Caballería como el Arma del reconocimiento, de la seguridad y del contacto. Le atribuyen como características principales la velocidad, la movilidad de sus unidades, la flexibilidad y la fluidez, de las que son consecuencia su rapidez de maniobra y gran radio de acción.[1]
En la antigüedad, la masa de los ejércitos estaba constituida por fuerzas de infantería, si bien desde el tercer milenio a.C. se venían usando los carros de guerra[2]. Por lo que respecta a la caballería, entendida como el jinete montado sobre el caballo, no se empezó a emplear de manera generalizada hasta mediados del primer milenio a.C.
A pesar del tiempo transcurrido los escuadrones de caballería de hititas, persas, sármatas, escitas y partos, entre otros pueblos arios, así como los egipcios, chinos o asirios que les copiaron, respondían a los criterios enunciados para las modernas unidades del Arma. En esos ejércitos, la profundidad de los objetivos no tuvo límite y sus caballerías exploraban y daban seguridad; rompían, mediante la carga, las formaciones enemigas y, acto seguido, explotaban el éxito y perseguían[3].
En la Grecia antigua, los hoplitas[4] constituyeron la columna vertebral de los ejércitos, en tanto que los jinetes armados con jabalinas, arqueros y peltastas[5] hostigaban los flancos del enemigo.
La caballería ocupó el primer puesto en los ejércitos de Filipo II, rey de Macedonia y padre de Alejando Magno, ya que el caballo formaba parte importante de su cultura, y el hecho de montar sobre ellos se había convertido en un símbolo de las clases altas, de la misma manera que ocurriría en Europa durante la época medieval.
La caballería pesada de Macedonia se organizaba en orden cerrado y formación de cuña, el comandante se situaba en la vanguardia para dar ejemplo a sus jinetes, los llamados hetairoi o «Compañeros del rey». Aunque arriesgado, este sistema de mando, en el que el monarca y sus lugartenientes debían ocupar una posición avanzada y ser los primeros en el combate, funcionó a la perfección, ya que conectaba con los mitos de combate griegos que se habían introducido en la cultura macedonia, de los que destacaban los relacionados con la Ilíada de Aquiles, Héctor y demás héroes. El comandante macedonio debía dar ejemplo de valentía y coraje a sus soldados durante el combate, y era a partir de estas cualidades como se ganaba su respeto y el privilegio de llevarlos a la batalla.
Esta formación de jinetes de elite se situaba en uno de los flancos, y se dirigía contra el punto más débil de la formación enemiga con la intención de romperla, mientras que los falangitas formaban el centro del ejército macedonio, complementados por infantería ligera (cuyos miembros recibían el nombre de hipaspistas) y caballería ligera, que eran los encargados de hostigar al enemigo[6].
Con Roma, el papel principal en el combate volvió a pertenecer a la infantería a través de la Legión como unidad autónoma y básica del ejército.
La caballería se situaba en los extremos cubriendo los flancos de la maniobra, siendo su papel complementario; su función principal era la exploración del territorio y la persecución del enemigo.
Los pueblos bárbaros que, en sucesivas oleadas invadieron el imperio romano y contribuyeron a su colapso, tenían como fuerza principal a la caballería. La guardia del rey luchaba a caballo, así como la nobleza y los guerreros que de ella dependían directamente[7].
En la segunda mitad del siglo VIII, los francos, que inicialmente basaban el combate en el empleo de la infantería pesada, gracias a la aparición del estribo, dieron un papel predominante a la caballería, constituyéndose en los grandes impulsores de una nueva caballería, que pronto adquirió el máximo protagonismo en los ejércitos medievales y, por lo tanto, en los campos de batalla. No pocos historiadores especulan con la posibilidad de que los francos ganaran la decisiva batalla de Poitiers (año 733), gracias a las cargas de su caballería pesada, dotada con estribos, que destruyó a la caballería ligera musulmana.
Sea o no cierta esta versión, la realidad fue que los francos se constituyeron en los principales promotores de la nueva Caballería, con la utilización, además de los estribos, de la silla de montar, con la que incrementaban la seguridad del jinete sobre el caballo.
Sin embargo, conforme adquirió el papel principal en los campos de batalla, paradójicamente o quizás por ello, empezó a cambiar progresivamente sus cualidades más ventajosas (velocidad y movilidad), en aras de una creciente protección. Así, en el siglo X, la inicial cota de mallas se complementó con la caperuza protectora de cara y cuello, y muy pronto añadió el cubrenaríz al casco cónico. En el XII se alargó la cota hasta la rodilla y apareció el yelmo cubriendo toda la cabeza. Por fín, en el XIII, se adoptaron las armaduras de planchas, complejos conjuntos de piezas blindadas, cada vez más numerosas y perfectas, guanteletes. escarpes, etc., etc., que fueron acorazando por completo al jinete medieval, convertido en una especie de robot inmovilizado al que era preciso izar sobre un caballo, también sobrecargado con testeras, colleras, gruperas y acolchadas gualdrapas, (caballo encorbetado), etc., etc., hasta alcanzar límites descabellados que le obligaron a soportar pesos de hasta doscientos kilogramos. Resultó imprescindible criar razas especiales de caballos, cada vez más grandes y fuertes, como en Flandes, pese a lo cual, para que los caballos de guerra (destreros), al llegar al campo de batalla pudieran galopar, siquiera un poco durante la carga, fue indispensable que los caballeros se desplazasen sobre otros caballos distintos (palafrenes)[8].
Este “acorazamiento” de la caballería, cambió sustancialmente las misiones y características del Arma, ya que la Caballería Medieval fue incapaz, no ya de profundas exploraciones sino de simples reconocimientos o flanqueo alguno y, por supuesto, de una explotación del éxito o de la más mínima persecución[9]; su actuación se limitaba a intentar destruir al adversario mediante una carga, a poder ser, sobre uno de sus flancos.
Por tanto, la Caballería en la Edad Media, llegó a convertirse en máquina de fuerza y perdió su capacidad de maniobra. En realidad, esta Caballería adornada de enseñas, pendones y estandartes tremolantes, merced a un elevado concepto de su valía (en principio, sin igual en el campo de batalla) subestimó peligros y adversarios hasta llegar a olvidar los más elementales principios de la táctica (que en cuanto arte que prescribe la acción conjunta de unas masas, a las que el Caballero, confiado en la fuerza de su corazón y de su brazo, no concedía la menor atención, no era materia digna de su preocupación)[10].
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[1] PD1-001 Empleo de las Fuerzas Terrestres. Ejército de Tierra Español. Mando de Adiestramiento y Doctrina (MADOC). 2011. p 4-2.
[2] Aún cuando el uso de los carros de guerra decayó en beneficio de la caballería, los persas los siguieron utilizando hasta la segunda mitad del segundo milenio; el persa Darío III dirigió sus ejércitos desde un carro en la batalla de Issos (333 a.C.), y los defensores de Britania todavía los utilizaron contra los invasores romanos durante el siglo I a.C.
[3] R. LION, J. SILVELA, A. BELLIDO: Las Órdenes Militares de Caballería. Af. Editores. Valladolid. 2005. p, 4.
[4] Soldado de infantería pesada.
[5] Soldado de infantería ligera.
[6] HERNÁNDEZ F. XABIER y RUBIO XABIER: Guerra antigua y medieval. Ed. Nowtilus. Madrid, 2010. p, 66.
[7] Ibidem, p 114.
[8] R. LION, J. SILVELA, A. BELLIDO: Las Órdenes Militares de Caballería. Af. Editores. Valladolid. 2005. p, 4.
[9] Es preciso hacer excepción de la caballería en Tierra Santa o de la Península Ibérica, donde fue patente la influencia del enemigo musulmán que hizo un uso intensivo de la caballería ligera, lo que le permitió mantener las esencias de las misiones y características del Arma.
[10] R. LION, J. SILVELA, A. BELLIDO: Las Órdenes Militares de Caballería. Af. Editores. Valladolid. 2005. p, 4.
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