DEL ISLAM AL DAESH

Del Islam al Daesh

Redacción

Edgard García Sobrino, alumno del CISDE, presenta en su Trabajo Fin de Máster el origen de la doctrina yihadista y su evolución hasta nuestros días.

Resumen
Desde la creación de la escuela jurídica islámica hanbalí en el siglo IX, nacería en el seno del islam una forma de entender e interpretar el Corán un tanto peculiar. Su rigorismo interpretativo e integrismo religioso calaría rápido en un pequeño sector de la comunidad musulmana. Desde entonces, este iría evolucionando y coexistiendo con el islam tradicional −ganando cada vez más adeptos− y radicalizando su ideario y mensaje. El punto de inflexión se daría al producirse la conexión de dicha ideología con la política ya en el siglo XX. Sería una oportunidad única para expandir su mensaje, el cual, sería escuchado y puesto en práctica por aquellos que −en la actualidad− conocemos comúnmente como yihadistas.

Introducción
El conjunto de la humanidad se enfrenta a una amenaza relativamente nueva, como es la proveniente de la organización terrorista de corte yihadista conocida por el conjunto de la ciudadanía como: “Estado Islámico” (EI), ISIS, DAESH o DAISH. Se daría a conocer al mundo tras proclamar su propio califato en junio de 2014, nombrando como califa del mismo a su máximo dirigente, el iraquí Abú Bakr al Baghdadi.

Se habla de yihad, yihadismo, de salafismo, del ISIS, del califato y los territorios que comprende… Pero, ¿el ciudadano medio sin conocimientos previos sobre el islam o sobre su historia, sobre el origen de la ideología yihadista y el contexto en que ésta nació, logrará entender esos conceptos (algunos muy complejos) si no paramos a explicárselos debidamente? Ante tanto desconocimiento al respecto, es necesario trabajar en informar a los ciudadanos como es debido, y todo ello, centrándonos desde un inicio en el pasado (en aquel origen del islam al que ellos en incontables ocasiones aluden). Para entender qué es el DAESH, es esencial llevar a cabo un ejercicio de retrospección e ir paso a paso, desde la base del islam, fluyendo por su evolución, sus ramificaciones, su complejidad aparentemente desmenuzable… Como dice el famoso dicho, “es importante conocer el pasado para comprender el presente e imaginar el futuro».

Por todo ello, en el presente trabajo, intentaremos acercar al lector al momento aproximado en el que se comenzó a labrar el camino del radicalismo dentro de la religión musulmana, en cómo arraigaría y evolucionaría el mismo con el paso de los siglos, hasta finalmente, terminar por desembocar en una ideología tan radical, extremista, violenta y deplorable como es la yihadista.

La metodología del presente trabajo consistirá en realizar una exhaustiva búsqueda bibliográfica a través de fuentes abiertas de documentos de diverso carácter (militar, académico, periodístico y literario), con el fin de arrojar luz al fenómeno yihadista, hallar el origen del mismo y tratar su evolución.

Origen del fundamentalismo islámico sunní
En el presente bloque se llevará a cabo una aproximación al verdadero origen de la ideología yihadista. Para ello, deberemos remontarnos varios siglos atrás, y solamente de ese modo, seremos capaces de comprender por qué hoy en día han podido surgir −o como veremos, resurgir− formas de entender e interpretar el islam que inevitablemente han desembocado en movimientos radicalizados, violentos e incluso terroristas dentro de una fe defendida por muchos como religión de paz.

El surgimiento del fundamentalismo religioso a lo largo del siglo XX dentro de las religiones monoteístas más importantes del planeta se ha convertido, desgraciadamente, en uno de los fenómenos más alarmantes en la actualidad (Armstrong, 2004). Entendemos el fundamentalismo religioso como “la búsqueda de los principios básicos de la religión. Un retorno a sus fundamentos” (González, 2015, p.5). Muchas veces asociamos el término “fundamentalista” como propio y exclusivo de la religión musulmana, pero otras religiones como el cristianismo, judaísmo, o incluso el budismo han buscado una vuelta a los orígenes de sus creencias. Han creído que era necesario luchar contra la debacle a la que se ve abocada la humanidad tras la pérdida de fe. Rechazan profundamente a la ciencia, la modernidad y la laicidad que se extiende en nuestro “mundo moderno” (González, 2015).

El origen del término se remonta a inicios del siglo XX. Los primeros en referirse a sí mismos como fundamentalistas fueron los protestantes norteamericanos en su intento de diferenciarse y desmarcarse de aquellos liberales que, en su opinión, estaban tergiversando la fe cristiana. Su deseo era el de volver a las fuentes y reafirmar los fundamentos de la tradición cristiana, llevando a cabo una interpretación literal de la Biblia y la aceptación de ciertas doctrinas esenciales (Armstrong, 2004). A menudo, se usa el término fundamentalismo para nombrar a cualquier movimiento reformista que surge en una determinada religión, pero no se tiene en cuenta que el fundamentalismo no es igual en cada una de sus apariciones, sino que adquiere formas muy diversas. Por lo tanto, no se trata de un fenómeno estático, y éste tiene su propia ley. Aunque en la escueta pero clara definición anteriormente citada pueda parecernos que el término lleva consigo una inherente forma conservadora y anclada en el pasado de volver al origen (a sus fundamentos), en ocasiones, las ideas defendidas y desarrolladas suelen ser modernas e innovadoras. “Los protestantes norteamericanos pueden haber intentado volver a los fundamentos, pero lo han hecho de una manera peculiarmente moderna” (Armstrong, 2004, p.22).

Existen más tipos de fundamentalismos a parte del religioso: el económico, político, social, y a menudo interactúan entre sí dos o más de ellos. Difícilmente seremos capaces de afirmar −sin miedo a equivocarnos− que nos encontramos ante un fenómeno o tendencia fundamentalista de corte religioso o político, y que éste no coexista con otros, o no se vea o se haya visto en ningún momento de su trayectoria envuelto o relacionado con otro tipo de fundamentalismo. Según Stiglitz (2003), sea cual sea la naturaleza del fundamentalismo objeto de estudio en cada caso concreto, todos ellos cumplen una serie de características fácilmente identificables: imposición de una forma concreta de ver las cosas sin admitir disidencia alguna, negar la existencia de evidencias que a otros les puedan parecer certezas, el autoritarismo como forma de difusión de la ideología dominante, y la descontextualización argumental evidente o la descalificación sistemática de todas las demás concepciones que pongan en entredicho la “auténtica visión”.

Centrándonos ya en el fundamentalismo islámico, definiremos como fundamentalista a aquel musulmán que le da una validez eterna y definitiva a la sharia , y que la vive y sigue al pie de la letra ya que es su verdad absoluta. El fundamentalismo islámico a menudo se confunde con el tradicionalismo islámico. Los tradicionalistas, aceptan la vivencia personal de la sharia, pero también que esta sea compatible con los tiempos modernos que corren. Éstos separan la religión de la política. Creen que la religión está dirigida al individuo, y no al conjunto de la sociedad. Por ello, la religión no puede formar parte de aquellos hechos que moldeen y determinen la forma de organizarnos socialmente. En cambio, los fundamentalistas, toman la religión como algo más que la aplicación estricta de una ley en el ámbito privado e individual. La trasladan al conjunto de la sociedad musulmana. Para ellos, la sharia es una ideologización política del islam. No contemplan la innovación, su uso inadecuado ni su interpretación, y es su respuesta enérgica e inflexible a los programas occidentales (Webber, 2001). El fundamentalismo islámico, por lo tanto, se acoge a la sharia para hacer frente a tres causas: al laicismo, al materialismo y a la modernización, firmemente instaladas en la sociedad occidental (Pipes, 1987).

Tras aclarar de qué estamos hablando cuando nos referimos a un término como el de fundamentalista, y más concretamente al de corte religioso, y tras abordar su origen y citar muy brevemente a modo introductorio algunas de sus características, a continuación, nos dispondremos a adentrarnos en la base argumental de lo que entendemos actualmente como fundamentalismo islámico. Como ya hemos introducido anteriormente, el fundamentalismo se basa en una serie de creencias y formas de entender e interpretar el islam preexistentes, pero adaptadas −a conveniencia− a los nuevos tiempos. En los siguientes apartados del presente bloque se irá desgranando poco a poco de dónde proviene el argumentario fundamentalista, cuáles fueron sus principales ideólogos y qué movimientos se integran dentro de esta forma de entender el islam.

Las escuelas jurídicas sunnís: El Hanbalismo como punto de partida
El islam sunní consta de cuatro fuentes de derecho. Dos de ellas consideradas como principales: el Corán y la sunna −o tradición− (conformada por hadices) , y dos de secundarias: la ichma’ −o consenso− y el qiyas −o razonamiento− (Vaquero, 2013). Éstas cuatro fuentes serían los pilares en los que debería basarse cualquier normativa, hecho jurídico o expresión (Quesada, 2008). A diferencia del cristianismo católico, el islam no es una religión con una jerarquía centralizada y carece de una autoridad magisterial. Precisa de un largo y contrastado proceso de formación de un consenso (ichma’) llevado a cabo por ulemas (doctores en las disciplinas religiosas y jurídicas musulmanas) para crear una tesis en torno a un determinado hecho y fundar una opinión ortodoxa (Morales, 2001). La ichma’, por lo tanto, se encargaría de dar respuesta a aquellas cuestiones que surjan a las que no se encuentra respuesta ni en el Corán ni en la sunna. Por último, usamos el término qiyas para referirnos a aquellos razonamientos o interpretaciones llevadas a cabo por los ulemas sobre cuestiones que se encontrarían en un tipo de “vacío legal” y que las tres anteriores fuentes del derecho no han sido capaces de resolver. La profundización en la ley podía hacerse de tres formas: la analogía (el propio qiyas), la deducción (iytihad) y el razonamiento (ra’y) (Quesada, 2008).

Debemos puntualizar que, en el islam, el derecho no se entiende al modo occidental. Los musulmanes englobarían en el derecho aspectos tan variados como la tradición, la cultura y la moral (Laghman, 2012). Todo lo anterior, pues, conformaría la jurisprudencia islámica o fiqh. Éste, no sería otra cosa que un extenso recopilatorio en el que poder hallar qué se debe hacer y qué no está permitido ante cualquier situación a la que podamos enfrentarnos en nuestro día a día como musulmanes (son el resultado de los razonamientos e interpretaciones llevados a cabo por los alfaquíes ). El fiqh, sería una especie de calificaciones o juicios sobre los comportamientos y acciones humanas, clasificando estas en cinco categorías: lo obligatorio (fardh), lo recomendado (mandub), lo lícito o permitido (mubah), lo desaprobado (makruh) y lo prohibido (mahdur) (Laghman, 2012). La sharia, por lo tanto, se nutriría de las fuentes anteriormente citadas −y por ese orden− siendo las más importantes y principales el Corán y la sunna, y el fiqh, la forma de aplicarla debidamente. Ala al-Aswani (2012) reafirma lo anterior del siguiente modo:

El fiqh es la ciencia que nos permite comprender la sharia y aplicarla en nuestra vida diaria. La sharia divina es dirimente, no cambia nunca, mientras que el fiqh es un producto humano y cambia a medida que cambian los tiempos y los lugares.

El cierto grado de libertad interpretativa de la que gozaba el derecho islámico −basándose siempre en unos mismos principios jurídicos− hicieron que, dentro del sunnismo y alrededor del siglo IX, surgieran cuatro grandes escuelas jurídicas −o madahab− oficiales u ortodoxas, con distintas formas o métodos interpretativos: la escuela malikí, hanafí, shafi’i y hanbalí (Hasan, 1970 citado en Quesada, 2008). Centraremos toda nuestra atención hacia la que es considerada como la más rigorista y radical, y la que contiene, sin duda alguna, el argumentario base de lo que conocemos actualmente como yihadismo : la escuela jurídica hanbalí.

Elaboración propia a partir de Chahdi (2003)

Elaboración propia a partir de Chahdi (2003)

El imán Ahmad ibn Hanbal (780-855 d.C) fundó la escuela jurídica hanbalí. Era la más rigorista y tradicional de las cuatro, y la más reacia a admitir o desarrollar la interpretación libre del Corán. Solamente aceptaba como fuente del derecho islámico al Corán y la sunna, el ichma’ al caso concreto del consenso unánime de los compañeros del profeta , rechazando a su vez la analogía −salvo en casos de absoluta necesidad− y limitando el uso de la opinión personal (Quesada, 2008). Esta escuela, no aceptaba la innovación en el islam, y compartía cierto apoyo o simpatía hacia los alfaquíes shafi’is más extremistas, ya que compartían como él la idea del uso exclusivo y prioritario del Corán y el hadiz como fuente jurídica (Chahdi, 2003).

Para entender la visión tan rigorista del islam de Ibn Hanbal, debemos pararnos a exponer con detenimiento el contexto histórico en el que vivió dicho personaje. Nació en Bagdad el año 740 de la era cristiana. Por aquellos tiempos, la dinastía abasí estaba en el poder y, al igual que los Omeya (dinastía anterior en el poder), se tomaba el islam de una forma muy laxa. Eso provocó que poco a poco la población llegara a pensar que el islam se estaba descarriando, y se avocaba inevitablemente hacia el infierno. Por ello, se fue extendiendo la idea de que se debía abandonar la innovación que inundaba la sociedad musulmana y también aquella referente a la interpretación de los textos coránicos. Se creía que la solución era la de volver a la Medina de los tiempos del profeta Muhammad. Hanbal, defendió el hecho de que nadie podía saber a ciencia cierta y por sí mismo dónde estaba la razón y dónde el error, por lo que, para conseguir la salvación de su alma, los musulmanes debían seguir de forma estricta los pasos del profeta y confiar en la revelación de Alá a este a través del arcángel Gabriel. Su premisa era la siguiente: confiad solo en el Corán y los hadices. (Ansary, 2011).

Sufrió muchísima presión por parte del califa para que se desdijera públicamente de los razonamientos que defendía, pero jamás consiguieron que renegara de ellos. Al califa, entonces, no le quedó otra opción que encarcelarlo, visto que podía provocar −y aumentar más si cabe− el revuelo social que se había generado por la actitud ostentosa de los Abasíes. Hanbal se había convertido en un problema en cuanto a la capacidad de liderazgo de la corte imperial. En la cárcel sufrió todo tipo de maltrato y vejaciones, pero eso resultó contraproducente. Al no conseguir doblegar a Hanbal en la defensa de sus ideales, el pueblo fue generando cierta simpatía hacia él, con lo que, sin quererlo, lo estaban convirtiendo en una especie de “mártir”. Finalmente, el califa, decidió liberarle. Para contentar al pueblo, se limitó el uso de la filosofía islámica y de las ideas griegas de las que derivaba desde la liberación de Hanbal. El siguiente califa (también abasí) le encumbró, desprestigiando consecuentemente a los filósofos. Los eruditos ortodoxos fueron reconocidos con un nuevo y mejorado status social, imposibilitando finalmente que los intelectuales musulmanes pudieran investigar sin atenerse a la revelación divina (Ansary, 2011).

Ibn Taymiyya
Ibn Taymiyya nació en Harrá (ciudad situada en una zona en la que actualmente confluyen los países de Irak, Siria y Turquía) en el año 1263. A los ocho años tuvo que emigrar a Damasco, donde se criaría, ya que su pueblo estaba siendo invadido por los mongoles. Consigo se llevaron multitud de libros relativos en su mayoría a preceptos u autores relacionados con la escuela hanbalí, con los que Taymiyya compartiría gran parte de su juventud. Su brillantez en todas las disciplinas de estudio y su prestigio ganado ya desde joven, le convirtieron en un referente religioso con la capacidad de emitir fatwas (normas religiosas). La guerra de los mongoles contra los musulmanes (los cuales devastaron Siria), los restos aún presentes de las cruzadas cristianas, su personalidad un tanto especial, o el desarraigo que sufrió de su tierra desde bien pequeño, marcaron enormemente su ideario, llevándolo a la defensa de ideas muy extremistas. Se había creado el caldo de cultivo perfecto para que las masas le escucharan, y su mensaje calara rápidamente entre una mayoría resentida y desalentada (Ansary, 2011).

Su ideología, claramente marcada por la escuela hanbalí, y como alfaquí de la misma, sigue su mismo camino, pero con varios aspectos diferenciadores y muy necesarios de destacar. Si bien la idea de que las revelaciones eran el camino correcto y de que el islam se había desviado del camino de Alláh y debía volver al origen −a la vida de Mahoma y sus compañeros− persistía como base de su discurso, tomaba un nuevo camino en diversos aspectos como la admisión de la reforma de la sharia (la cual consideraba que no daba respuesta a la complicada situación en la que se encontraba el pueblo musulmán de aquella época), la eliminación de la tradición medieval ya considerada como sagrada, y lo más llamativo y relevante para el actual estudio del fenómeno yihadí, la defensa del uso de la yihad en su vertiente ofensiva (Armstrong, 2004).

Nuestro alfaquí estuvo un total de seis veces en prisión, la mayoría de ellas por la emisión de fatwas muy polémicas y radicales. Eso hizo que se ganara multitud de enemigos al realizar llamamientos, ya no solo contra los enemigos del islam, sino también en contra de los falsos musulmanes. En Damasco, gobernaron los mamelucos después de vencer al según Taymiyya “falso converso” sultán mongol Mahmud Gazhan, quien se convertiría al islam como estrategia política después de invadir Mesopotamia. De ese modo, calmaría los ánimos vengativos de los musulmanes. Mahmud, llevó a cabo un islam bastante rigorista, pero a Taymiyya nunca pareció resultarle suficiente, y no lo consideraba como a un verdadero musulmán. Estuvo varios años preconizando el uso de la yihad en contra de los mongoles y es por eso que, finalmente, con la ayuda de aquellos que apoyaban y compartían el ideario integrista de Taymiyya, los mamelucos lograron vencerle y hacerse con el poder de Damasco. Murió tras pasar dos años encerrado a los sesenta y cinco años (Esparza, 2015).

Así pues, Taymiyya, en una de sus obras más importantes (Al-Dyihad −la yihad−) promovió el uso de la yihad ofensiva contra todo enemigo del islam (kafir ), ya sean estos chiítas, cristianos, judíos o mongoles, como herramienta para imponer la autoridad del islam (Cobo, 2015). Se le conoce por los movimientos integristas fundamentalistas por el nombre de Sheik Al-Islam (el sabio del islam) y su dogma más ensalzado por éstos es el que se basa en el principio del “Corán como guía y la espada como sostén” (Hashem, 2015 citado en Cobo, 2015). Se ha convertido en la principal referencia ideológica de los salafistas modernos. Su pensamiento conforma la base ideológica de la mayoría de movimientos fundamentalistas modernos, desde el wahabismo −entre otras corrientes salafistas− hasta los hermanos musulmanes, pasando incluso por líderes terroristas como Osama Bin Laden, al-Zawahiri o Al-Baghdadi. Concluiremos con una afirmación de Taymiyya que refleja al cien por cien cuál era su idea acerca del uso de la yihad ofensiva (en la cual, como ya hemos dicho, se centran los yihadistas modernos y movimientos fundamentalistas radicalizados): “la yihad es el mejor acto voluntario que un hombre puede llevar a cabo, mejor incluso que la peregrinación a la Meca o la oración” (Sifaoui, 2014 citado en Cobo, 2015, p.39).

Wahabismo
El ex agente del MI6 Alastair Crooke (2014) afirmó en un artículo publicado por el diario The Huffington Post lo siguiente: “No puedes entender al ‘Estado Islámico (EI)’ si no sabes la historia del wahabismo en Arabia Saudita”. Razón no le faltaba dado que sino, podríamos estar construyendo la casa por el tejado.

Para comprender la ideología actual o corriente fundamentalista del islam inspiradora de la organización terrorista “Daula Al Islamí” (DAESH), debemos retroceder varios siglos, hasta exactamente el s. XVIII. En la península arábiga, más concretamente en la ciudad de Al Diriyah, nacería la corriente o doctrina ideológico-religiosa más influyente en la sociedad islámica de la época: el wahabismo. Esta fue y sigue siendo una corriente ideológico-religiosa musulmana, dentro de la rama mayoritaria del sunnismo (Estarellas, 2012).

Su máximo representante y creador espiritual fue Muhammad Ibn Abd Al- Wahhab. Nació en Nechd (actual península arábiga central) y allí inició sus estudios coránicos. Rápidamente se convirtió en un estudiante brillante y por ello, su padre −que era alfaquí− le envió a estudiar a Medina, ciudad en la que sus maestros le introducirían en las obras del hanbalí Ibn Taymiyya. A los pocos años, se trasladó a la cosmopolita ciudad de Basora (en el golfo pérsico) y allí se horrorizó al poder vivir en primera persona la diversidad de ideas, de escuelas jurídicas y de interpretaciones del texto sagrado que convergían libremente en un mismo territorio. Decide pues, volver a su ciudad natal, donde vivían multitud de tribus beduinas distribuidas por la zona. Se centró en difundir el mensaje entre los pastores y comerciantes de que no había otro dios que Alláh, y que seguir su palabra era el único camino para alcanzar el prístino y puro islam. Con éstos, recorrió las zonas aledañas y fue destruyendo templos, santuarios y acusando de idolatría a todo aquél que no rezara al auténtico Dios. Al poco tiempo, Wahhab consiguió el cargo de juez, y aplicó muy severamente la ley hanbalí tal y como él la entendía. Finalmente, su propio pueblo le repudió por ser demasiado extremista, y se tuvo que marchar, tras ser apaleado, a Diriyah (Ansary, 2011).

Allí sería acogido por la dinastía Al Saud, concretamente por el Emir Ibn Saud. Sellarían su alianza en 1744 (d.C) y declararía a Al-Wahhab imán y máximo responsable de la comunidad musulmana en la región. Ibn Saud se comprometió a apoyar a Al Wahhab tanto política como militarmente, a cambio de esto, Al Wahhab le daría a Ibn Saud legitimidad religiosa. Los Saud adoptarían la nueva corriente religiosa del islam en su territorio y la considerarían como “la forma más correcta de practicar el islam de manera oficial en el país”. Juntos, invadirían poco a poco diversas zonas de arabia central y del golfo pérsico hasta conseguir uno de los objetivos que se habían planteado inicialmente: unir los territorios de la península arábiga. Por ello, y desde entonces, el actual país conocido como Arabia Saudí tiene como corriente oficial del islam sunnita al wahabismo (Estarellas, 2012). Como vemos, no tuvo reparo alguno en enfrentarse al poder de Constantinopla bajo el dominio otomano, declarando ilegítima la ley aplicada hasta el momento y acusando de apostasía a sus dirigentes (González, 2015).

Varios eran los objetivos de Al-Wahhab. El primero de ellos era el de crear un enclave de la fe pura, de ahí su interés de conformar un estado propio en el que su religión o particular visión de ésta pudiera desarrollarse libremente y con el apoyo del máximo representante de la dinastía Saud. Dicho enclave debería caracterizarse por llevar a cabo la práctica y forma de vida de la primera comunidad musulmana: la de Muhammad y los califas conocidos como “ortodoxos” . Como no podía ser de otra forma, todo esto lo consiguió gracias al poder militar que le otorgó Ibn Saud para su causa, y la rápida conquista de los territorios fue posible dada la brutalidad y desmesurada fuerza que se ejerció sobre los pueblos que iban cruzándose en el camino de Saud y Wahhab (Armstrong, 2004). Como veremos en apartados posteriores, la agresividad del movimiento wahabita presente desde sus inicios a la hora de imponer su ideología, será tomada como ejemplo por movimientos fundamentalistas islámicos radicales o salafíes yihadíes del siglo XX.

Ibn Abd Al Wahhab se distinguió por extender el monoteísmo en el islam y los llamamientos del pueblo (daua) hacia el «recto camino y la existencia de un único Dios” (tauhid). Se centraría también en la destrucción del politeísmo (shirk). Su intención fue la de purificar el islam, liberando a los musulmanes del yugo y la decadencia de occidente (Estarellas, 2012). También, reformaría el hanbalismo de Taymiyya. Llevaría a cabo una potenciación de la interpretación racional de las fuentes para la elaboración de la jurisprudencia (iytihad), una interpretación de la yihad como activismo radical y violento, legitimaría posiciones novedosas (el takfir, la hégira, la yahiliya y la qaida) , aunque siempre volviendo al recurso de las fuentes clásicas, el Corán y la sunna (González, 2015).

Salafismo
Una vez expuestos el origen, desarrollo y características principales del wahabismo, base inspiradora de los principales movimientos yihadistas de la actualidad, como la de “Daula Al Islamí”, toca centrarnos ya en el llamado salafismo. El DAESH parte de éste, el cual se inspira, entre otros, en el wahabismo, en su vertiente más radicalizada: la wahabí yihadí. El término salafismo proviene del término “salaf”, “predecesor” o “ancestro”, que designa a los compañeros del profeta Muhammad y las tres primeras generaciones que lo suceden. Como apuntan varios expertos en la materia (Aznar, 2014; Elvira, 2014; Estarellas, 2012), el radicalismo wahabí fue previo y anterior a la expansión del radicalismo salafí. Tener esto claro es imprescindible para comprender debidamente el verdadero origen y naturaleza de la creencia o ideología yihadista de nuestros tiempos. Aun así, cabe mencionar que ambas corrientes han convivido y transcurrido de forma paralela en un mismo lapso temporal, coincidiendo en la misma idea de retornar al islam puro y original (Estarellas, 2012).

Según Esparza (2015), el salafismo no es ni una ideología ni una organización, sino más bien una escuela de pensamiento, claramente inspirada nuevamente −como no podía ser de otro modo− en la escuela jurídica más rigorista: la hanbalí, y en los postulados posteriores del alfaquí Taymiyya. Otros, apuestan más bien por defender la idea de que se trata de una forma de fundamentalismo en sí mismo, una forma de ver, vivir e interpretar el islam muy concreta (Aznar, 2014; Estarellas, 2012).

Dentro del salafismo, existirían actualmente dos ramas. El salafismo original (es decir, el de naturaleza puramente religiosa) y el salafismo político, también conocido como islamismo o islamismo político. El primero se asocia al wahabismo (ya que ambos buscan el camino al retorno, al origen puro del islam), y el segundo, no se centraría exclusivamente en lo espiritual, sino más bien en las condiciones económicas, sociales y políticas de la comunidad musulmana, sin ver que la realidad material de ésta debe ser secundaria ante la espiritual. Adoptan inicialmente ideales liberales modernos (libertades individuales, derechos humanos, democracia, justicia social, etc.), afirmando que el islam original también defendía dichos valores, que se fueron perdiendo a causa de la mala interpretación de la religión (Hariche, 2013).

Los primeros musulmanes seguidores del salafismo los podemos situar en Egipto en el primer tercio del siglo XX

Estos se inspiraban en Ibn Taymiya, pero también en Al-Wahhab y su reconocida obra dentro del mundo musulmán: “Al Tahuid”. Son tres los seguidores más destacados dentro de la corriente salafí: Muhammad Abduh (que vivió entre 1849 y 1905), Al-Dinar Jamal Al Afghani− padre del salafismo político (entre los años 1839 y 1897), y Rashid Rida (entre 1865 y 1935). Todos ellos se formaron académicamente en la universidad islámica de Al Azhar (El Cairo). “Los tres lograrían converger en un punto en común coincidiendo también con la necesidad imperiosa de crear un renacimiento islámico y constituir un movimiento para el resurgimiento dentro del islam” (Estarellas, 2012, p.20).

Hoy en día, cada vez es más complicado distinguir entre la ideología wahabí y la salafí. Su objetivo es el mismo, y sus métodos (aunque inicialmente difirieran un poco), cada vez se han ido semejando más y más, hasta llegar a un punto en que, por ello, muchos expertos, estudiosos y teólogos de la materia, consideran que ambas corrientes son la misma. Para entenderlo de algún modo: el salafismo sería una corriente islámica fundamentalista y dentro de esta encontraríamos, entre otras, al wahabismo. “Salafismo es cualquier doctrina que propone el retorno a las formas de vida y fe del islam originario del s.VII. El wahabismo, por ejemplo, es salafista, al igual que los Hermanos musulmanes” (Esparza, 2015, p.309).

Los wahabís no se llaman a sí mismos de ese modo, sino musulmanes simplemente, hanbalíes u hoy en día incluso como salafíes dado el cierto prestigio que ha adquirido dicha ideología dentro del radicalismo islámico (Hariche 2013). Lo que si es cierto es que el salafismo político poco o nada tiene que ver con el wahabismo. Pretendían llevar a cabo la innovación, la modernización e “implantación” de valores occidentales en la sociedad islámica. Todo eso, como veremos, quedó en una mera declaración de intenciones, ya que de una asociación salafista política o islamista como Hermanos Musulmanes, surgió el considerado como padre del takfirismo y yihadismo moderno, Said Qutb.

Del fundamentalismo sunní al yihadismo
En este nuevo bloque seremos testigos de la delgada línea que existe entre el salafismo radical y el yihadismo. Nos centraremos en intentar responder las siguientes cuestiones: quiénes fueron, cuándo sucedió, y cómo se precipitaron los hechos para que, finalmente, terminara sucediendo algo que parecía inevitable. Para ello, debemos recuperar a tres personajes salafistas anteriormente citados. Estos reformistas salafís serían Muhammad Abduh (1849 -1905), Al-Dinar Jamal Al Afghani (1839-1897), y Rashid Rida (1865-1935).

En primer lugar, deberíamos realizar un ejercicio de retrospección, para conocer el contexto histórico que vivieron estos tres salafistas −y con ellos, la religión musulmana− para intentar “comprender” el motivo por el cual terminarían desarrollando tales pensamientos acerca del mundo que les rodeaba. Nos situamos en la colonia británica de Egipto a finales del siglo XIX. Los británicos, rápidamente consiguieron ganarse el respeto y la admiración suficiente por parte de la sociedad musulmana de aquél entonces ya que, les consideraban, portadores de progreso, ciencia y modernidad. Lejos parecían quedar los resquemores existentes en el pasado entre musulmanes y cristianos por las conocidas como “cruzadas”. Se produjo, al menos durante cierto tiempo, una especie de harmonía entre oriente y occidente (Armstrong, 2004).

Ciudadanos árabes formados intelectualmente en Europa se desplazaron hasta el Cairo, y allí poco a poco se hicieron con reputados puestos de trabajo. Muchos de ellos eran periodistas y fundaron periódicos, fomentando así la difusión de ideas filosóficas, científicas y políticas nunca antes vistas en Egipto. La situación en el resto de países musulmanes de la zona era igual o bastante parecida. Se estaba produciendo una des-islamización −y consecuente occidentalización− de países original y tradicionalmente de profesión musulmana en muchas regiones africanas y asiáticas. Al final no todo sería hermandad, respeto, y tolerancia en un estallido permanente de felicidad (Armstrong, 2004).

La convivencia se fue deteriorando con el tiempo, y surgieron voces importantes dentro del islam reformista a favor de la independencia de Egipto y su ruptura con el imperio británico. Tres de esas voces serían las de los salafistas Abduh, Afghani y Rida. Ninguno de ellos estaba en contra de la modernización del islam, ni de la necesaria adaptación de este a los tiempos que vivían, pero abogaban por hacerlo desde la sensatez y racionalismo. Esto se debía a que tanto Abduh como Afganhi habían viajado mucho y convivido con occidentales, adaptando su forma de pensar a los nuevos tiempos y viendo en la ciencia, la innovación y el progreso una auténtica oportunidad para reformar el islam, aunque siempre conservando ese toque salafista y voluntad de volver al origen, aquel del islam puro (Arsmtrong,2004; Ansary,2011).

Afghani, creía firmemente que el islam no era incompatible con los valores progresistas y reformistas de los sistemas occidentales, y que éstos se habían perdido con el tiempo por culpa de una mala interpretación de su religión (Arsmtrong, 2004). Propuso llevar a cabo una conciliación para compatibilizar la razón, el Corán y la sunna, iniciando una corriente reformista que inspiraría a los pensadores que le sucederían. Uno de ellos sería Abduh que, tras su contacto con Afghani, se propuso demostrar que el islam podía ser tan moderno y racional como cualquier sistema occidental. Ambos pensadores rechazaban emular a las figuras del pasado defendiendo siempre la posibilidad de hacer compatibles modernidad e islam (Armstrong, 2004; González, 2015).

Por su parte, a Rida se le considera el primer musulmán de la era moderna con intención de instaurar un califato o estado islámico totalmente modernizado, el cual se basaría en la sharia. Un califato que uniera a todos los pueblos musulmanes era del todo necesario para combatir al occidentalismo y recuperar el esplendor perdido. Todo ello lo lograría tras un largo proceso de evolución, asimilando al islam (sin debilitarlo) los valores occidentales y adaptándolos al contexto islámico (Armstrong, 2004). A modo de síntesis, González (2015) lo expresa del siguiente modo:

Rida se encontraba en la línea de Wahhab y de Taymiyya, respecto a la necesidad de recurrir a las fuentes originales del islam, se distanciaba de ellos al admitir una integración de los valores modernos occidentales en el contexto islámico (p.11).

En este contexto, y bajo estas circunstancias, nacería el islamismo, y con él, la organización salafista o islamista política más importante que jamás haya existido: “los Hermanos Musulmanes”.

Los Hermanos Musulmanes: el nacimiento del islamismo político
En 1928, nacería en Ismailiya (Egipto) una hermandad llamada −o conocida− como “Hermanos Musulmanes” o “Cofradía de los Hermanos Musulmanes”, y es a partir de entonces cuando el salafismo sufre un importante auge en el país. Fue el primer movimiento islamista que puso en práctica el islam más rigorista (el de la vuelta al origen, al islam puro), y esa visión radicalizada consiguió ganar terreno rápidamente al islam tradicional, llegando a entrar en conexión con la creencia salafí-yihadí (Estarellas, 2012). Todo ello lo consiguió bajo la careta de la aparente “lucha” por los derechos sociales, apoyo a la modernidad y respeto a la democracia (Cobo, 2015).

Dentro de la hermandad, cabe destacar a sus dos principales ideólogos, ambos con distintas tendencias ideológicas en la organización: Hassan Al Banna y Sayd Qutb, formados en la universidad de Al-Azhar (El Cairo). Al Banna, había estudiado teología islámica y era profesor en la ciudad de Ismailiya. Un hecho le marcaría de por vida, y fue el de −según él− lo que años más tarde calificaría del siguiente modo: “explotación sufrida por sus compatriotas por parte de occidente durante la construcción del canal de Suez” y “la falta de dignidad mostrada por las autoridades egipcias por dejarse influenciar por los valores occidentales, dejando al margen al islam” (Estarellas, 2012, p.24).

Eran tiempos en los que comenzaban a producirse revueltas contra los británicos colonialistas en Egipto (1919), y las represalias cada vez eran mayores y más duras contra los disidentes. Al Banna fue acumulando mayor odio a raíz de esos hechos y, podríamos decir, que lo aprovechó para difundir sus ideas radicales entre colectivos universitarios a los que tenía fácil acceso. De ese modo podría ir conformando un grupo suficientemente amplio como para orquestar lo que terminaría llevando a la creación de “Hermanos Musulmanes”. Se reunían bajo un lema que perdura hasta el presente: “Alá es nuestro objetivo. El profeta nuestro líder. El Corán es nuestra ley. La yihad nuestro camino” (Webber, 2013). Antes que eso −y a modo cuasi experimental−, fundaría junto a un compañero (Al Sukkari) la “Asociación Hasaniya para la Caridad”, la cual sería el embrión o semilla de “Hermanos Musulmanes”. Tres principios tendrían como base: preservar la moralidad musulmana, combatir lo prohibido, y hacer frente al proselitismo cristiano (Martín, 2011).

Al Banna era un férreo defensor de la reinstauración del califato, el cual se abolió tras la 1ª Guerra Mundial. También creía que los musulmanes no debían de unirse bajo una identidad nacional, sino bajo una misma fe islámica, que los llevaría indudablemente hacia el éxito como conjunto. Se trataba de un pensador de carácter indudablemente reformista (inspirado una vez más en el alfaquí Taymiyya) que favorecería −aunque eso no significara que los aceptara− los procesos electorales y sus consecuentes valores democráticos. “Esta nueva forma de pensamiento, aceptará la democracia y respetará los resultados que den las urnas, siempre que estos le sean favorables” (Escobar, 2013 citado en Cobo 2015, p. 50). Se estaba gestando una nueva forma de salafismo, el de carácter político, alejado del salafismo purista al rechazar el rigorismo formal y optar por la vía política. Aun así, mantenían algo en común muy destacable e innegociable: el llamamiento a la yihad (Cobo, 2015).

Hermanos Musulmanes surgirían como movimiento que aspiraba a convertirse en un verdadero modelo social. Urdieron un complejo sistema organizacional que les dotó de una estructura capaz de funcionar paralelamente a la Administración (Webber, 2013). Se expandieron con rapidez, ya no solamente en Egipto, sino también exportando su ideología a otros países. Como definió el propio Al Banna a la organización: “Hermanos Musulmanes es un mensaje salafí, una verdad sufí, una organización política, un club deportivo, una unión cultural y educativa, una compañía económica y una idea social” (las ocho dimensiones de HHMM) (González, 2015, p.12).

A menudo se afirma a la ligera que Hermanos Musulmanes es un grupo islamista moderado, pero nada más lejos de la realidad. Eran y siguen siendo un grupo integrista que, a pesar de sus vaivenes, emplean un discurso basado en un salafismo radical como forma de llegar al poder. Reniegan públicamente del terrorismo, y por detrás, en cambio, favorecen que sus partidarios o miembros lo ejecuten. También se hacen llamar a sí mismos férreos defensores de la modernidad y la democracia, mientras que atacan sin descanso los valores que éstas representan. El doble discurso, o doble cara de esta organización, les sirve para no desaparecer. Se adaptan al medio según les convenga, pero jamás mostrando su verdadera esencia. En el manifiesto de Al Banna de 1936, el cual consta de un listado con un total de cincuenta puntos, apuesta por la segregación de sexos en la vida pública, la censura de las lecturas, la prohibición del baile o la aplicación del islam en el mundo entero como herramienta para la convivencia (Cobo, 2015).

Esas ideas, y su rápido crecimiento, provocaron finalmente que el gobierno del Rey Faruq I les considerara una auténtica amenaza para la estabilidad del país (Egipto ya había conseguido la independencia del Reino Unido en 1922). Hasta finales de los años cuarenta, no se vieron implicados directamente en política. El primer conflicto árabe-israelí sería el punto de inflexión que les llevaría a dar ese decisivo paso. Hassan Al Banna finalmente moriría asesinado en 1949 presumiblemente en manos de un agente vinculado con la agencia de seguridad del país. A raíz de ese hecho, y durante el régimen de Nasser, Hermanos Musulmanes terminaría por disolverse a la fuerza en 1954, tras la represión que sufrieron por parte de las fuerzas del orden. A partir de ese momento, pasarían a la clandestinidad, y muchos de sus miembros huirían a países como Arabia Saudí o Estados Unidos (ya que HHMM se había convertido en el nuevo juguete o arma americana para combatir a Nasser desde dentro del propio Egipto) (Webber, 2013).

Su sucesor, Said Qutb, le relevaría en el cargo, y de la mano de este llegaría el radicalismo extremo del mensaje de la organización y su posterior conexión con el mensaje yihadista actual.

Said Qutb y el Takfirismo
Said Qutb, ya como líder de la hermandad, transformó profundamente la ideología de ésta, sustituyendo los principios de Al Banna por ideas que abrieron la puerta al radicalismo más extremo (Webber, 2015). Culpaba a la influencia occidental del proceso recesivo en el que, según él, se encontraba la comunidad musulmana. Para alguien como él, los musulmanes actualmente se encontraban en un estado de ignorancia −o Jahiliyyah−, como la que existía y sufría el pueblo musulmán en la era pre islámica. Su objetivo último era la implantación de un califato de carácter universal, y eso solo era posible a través del uso de la yihad ofensiva y la aplicación de la sharia para limpiar cualquier vestigio occidental.

La idelogía de Qutb en sus inicios para nada era tan radical y violenta. La enseñanza que recibió fue prácticamente la misma que la de Al-Banna, pero hubo un acontecimiento que le cambiaría por completo. Tras su estancia por motivos académicos y formativos de seis años en Estados Unidos, y al vivir la decadencia social y humana que −según él− reinaba en una sociedad como la americana, surge en él una nueva y profunda conexión con el islam que le reconvertiría. Es tras su regreso a Egipto, cuando decide unirse a “Hermanos Musulmanes” (Estarellas, 2012). Recuperó el concepto propio de Al-Wahhab: el takfir, que consistiría en excomulgar y tachar de apóstata a todos aquellos musulmanes que no estuvieran dispuestos a implantar su riguroso y extremo islam salafista (Irwin, 2001 citado en Cobo, 2015).

Se le considera como el verdadero padre y fundador del islamismo yihadí armado. Su intento de asesinar al presidente egipcio Abd Al Nasser, su extremismo tan feroz, y su intención de llevar a cabo una revolución en el país, le condenaron a terminar en la cárcel. Sería allí donde finalmente, en 1966, sería ejecutado (Cobo, 2015). Tras la ejecución de Sayd Qutb, la hermandad y sus miembros fueron perseguidos por el gobierno egipcio, siendo encarcelados y sometidos a todo tipo de humillaciones (Estarellas, 2012).

Fue dentro de aquellas prisiones donde se creó el caldo de cultivo perfecto para que surgiera una ideología como la takfirí −o takfirísmo−. El verdadero fundador de esta doctrina no sería Qutb, sino posteriormente Sukri Mustafa (1942-1978). Mustafa siguió sus enseñanzas, pero fue aún más allá que su mentor. Fundó Yama’at al-Muslims, pero comúnmente se les conocería por Takfir wal-Hijra. Ésta organización −que sigue existiendo a día de hoy− se basa en el concepto del takfir (muy presente en gran parte de la obra de Qutb), que vendría a significar excomunión (es un derivado del término kafir −infiel−), y designa “la reducción de un musulmán por otro musulmán a la categoría de infiel, o lo que es peor, de apóstata” (Ventura, 2013, p. 5). Éste traidor a su religión debía ser castigado por pecado capital, pagando con la muerte. De ese modo, se excluía a aquel sujeto automáticamente de la umma, así los takfiríes evitaban la prohibición de la yihad entre musulmanes −al haberlo acusado por apóstasía−, y su eliminación debía ser un deber absoluto (Ventura, 2013).

El takfirismo pues, no se desentiende de la lucha contra las otras religiones, pero considera que primero se debe eliminar a los que considera malos musulmanes para cerrar filas antes de arremeter contra el verdadero enemigo, que es el modelo cultural occidental (actitud muy presente en el DAESH) (Ventura, 2013).
El razonamiento takfirí puede ser simplificado mediante el siguiente esquema de Ventura (2013, p.4) desarrollado a partir del contenido de De La Corte y Jordán (2007):

Elaboración propia

Elaboración propia

El yihadismo
Como hemos podido ver hasta ahora, desde los inicios del islam sunní ha existido una rama que, ha realizado de éste, su propia interpretación (ya sea por considerar que su forma de entender el islam era la más apropiada, por desconocimiento de su propia religión, conveniencia o, simplemente, tras la experiencia personal vivida) siguiendo o escogiendo un camino muy rigorista en el que no se daba cabida a nada que no fuera la revelación divina (Corán) y la sunna como constructores del camino correcto de la fe única y verdadera. Toda esa amalgama y evolución de ideas, conceptos, interpretaciones o preceptos acumulados a lo largo del tiempo por la escuela hambalí, Taymiyya, Wahhab, Afghani, Al-Banna y Qutb conformarían el ideario de lo que hoy en día se conoce como fenómeno yihadista o yihadismo. Aderezado además con un toque takfir, el cual, les dota de una ferocidad y crueldad extrema.

Diversos autores, tanto a nivel nacional como internacional, hacen referencia en sus obras al fenómeno yihadista o yihadismo, pero la mayoría de ellos se limitan a aludir al origen religioso o ideológico de dicho fenómeno, siendo muy pocos los que intentan definirlo en sí mismo. También existen autores que definen el fenómeno en su expresión a nivel individual (yihadista) y otros −entre ellos organismos gubernamentales e internacionales− que añaden a la definición connotaciones interesadas, con una más que cuestionable rigurosidad histórica o verídica (Sánchez, 2016). Es por eso, que voy a centrarme en la única definición de yihadismo a nivel académico que he encontrado en la que no se realiza ningún ejercicio que pueda ir más allá de lo que realmente importa en nuestro caso: la rigurosidad a la hora de acotar el término en cuestión, sin añadir en ésta, características basadas en la opinión o en un punto de vista cuestionable por existir en él intereses de diversa naturaleza. Blanco (2015), realiza la siguiente definición:

Entendemos el yihadismo como una interpretación fundamentalista del islam. Supone, por una parte, la elevación del concepto yihad como fundamento religioso por encima del resto de elementos constitutivos de la religión musulmana y, por otra, la deformación de su significado (religioso) con un fin instrumental. (p.2)

Ésta, es quizás la que más se aproxima −según mi criterio−, a lo que realmente sería el yihadismo en sí. En ella cita que se trata de una interpretación del islam, el uso de la yihad por encima del resto de preceptos y que este uso se justificaría a través de una deformación intencional de su significado original con fines concretos. A pesar de ello, sería una definición no del todo exacta, y carecería de ciertas características claves. Varias serían −en mi opinión− las razones:

La primera, trata al yihadismo como a una forma de interpretar el islam, y no como un fenómeno en sí (fenómeno sobre el que no entraré a acotar su posible naturaleza). También es demasiado amplia la catalogación que realiza del yihadismo dentro de la categoría del fundamentalismo. La tercera y última, sería el hecho de incluir en la definición al medio (la yihad) y no al fin último (implantar la sharia en el mundo entero). Por todo lo anterior, y basándome en toda la información que he ido recopilando, procesando y posteriormente plasmando en el presente trabajo, puedo concluir que por yihadismo se entiende −o se puede entender− lo siguiente:

Yihadismo no es otra cosa que un neologismo usado por occidente para referirnos al fenómeno que surge de aquellas ramas más violentas y radicales existentes dentro del salafismo político, y las cuales, justifican el uso de la yihad para establecer la hegemonía del islam en el mundo entero a través de la implantación de la sharia.

Como ven, no entraré en polémicas añadiendo en mi definición ningún tipo de referencia al fenómeno terrorista. El primer motivo es que estamos hablando del yihadismo en general, y no de organizaciones que puedan catalogarse como terroristas con ideología yihadista. El segundo, es mi consideración de que el yihadismo no es terrorismo en sí mismo, aunque pueda expresarse de esa forma. Como ya he dicho con anterioridad, se trata de un fenómeno o movimiento con una ideología concreta, que engloba en ella misma factores políticos, sociales, económicos y religiosos. Es una forma de entender el mundo y su funcionamiento (aunque podamos despreciar profundamente los valores que defienden o representan) a través de una visión radical, parcial o sesgada de la religión.

Origen etimológico e interpretación del término

Tras la descripción conceptual y desarrollo del término yihadismo −como ideología o movimiento−, también debemos tratar el origen etimológico del término −yihad− y la interpretación que hacen los llamados yihadistas de éste. Tengo muy presente que el tema del que a continuación voy a hablar es uno de los que más polémica ha causado a nivel académico e internacional en los últimos años a raíz de la aparición del terrorismo global. Por ello, dejaré claro desde un principio cuál va a ser mi intención: me limitaré a exponer lo que se entiende en sentido estrictamente religioso por “yihad”, sus características, condiciones y reglas, el uso que desde el s. VII se le viene dando por un sector rigorista o radical del islam y qué mecanismo de justificación usan los yihadistas para el supuesto uso lícito de la yihad. No entraré en debates religiosos ni semánticos acerca de si lo que realizan los yihdistas es la yihad que aparece y menciona el Corán o no.

La palabra yihad (jihad) , aparece un total de cuarenta y un veces en el Corán. Se trata de un término cuyo significado podría traducirse como “lucha” o “esfuerzo”. Existirían dos tipos de esfuerzo según la acepción del término que se use: la de yihad mayor o yihad menor. La primera se referiría a la lucha interior, es decir, a todas aquellas actividades que realiza un creyente a lo largo de su vida para ser un buen musulmán, buscando con ello mejorar o lograr una vida digna en sociedad. La segunda −yihad menor−, sería el deber de todo musulmán de defender al islam de todos los ataques que reciba del exterior, tomando la lucha armada si es necesario como recurso (claro carácter defensivo) (Lorenzo-Penalva, 2013). El musulmán que se compromete con la yihad es el muyahid, siendo el plural muyahidín.

Un autor como el teólogo salafista Yussuf Azzam, le otorgaría a la yihad menor en los años ochenta dos subcategorías: la de carácter ofensivo −como ya hemos mencionado− y otra con un carácter ofensivo. Ésta interpretación se daría a raíz del análisis de la evolución del pensamiento islámico rigorista existente en el islam desde la creación de la escuela jurídica Hanbalí, creando su tesis a partir de la obra de Ibn Taymiyya. La yihad ofensiva, se daría cuando el enemigo extranjero es atacado en su territorio por parte de los propios musulmanes. Por otro lado, la defensiva sería el llamamiento dirigido a todos los musulmanes tras producirse una “invasión extranjera en tierras musulmanas” (Estarellas, 2012).

Según Esparza (2015) estaría obligado a acudir a la llamada de la yihad todo el colectivo musulmán, a excepción de los impedidos o aquellos que tengan otra función, es decir, que puedan servir a la yihad en otros acometidos distintos al combate. Tradicionalmente, la capacidad de proclamarla pertenece al Califa, aunque en los últimos años, han aparecido diversas teorías que consideran que es una obligación individual. Dicho llamamiento debería realizarse cuando los musulmanes, su fe o su territorio son atacados. Esta situación o tipo de guerra es lo que se considera yihad menor.

Como señala Lorenzo-Penalva (2013), en la sharia se establecen las reglas bajo las cuales se puede ir a la yihad.
– Siempre bajo defensa propia.

– El oponente debe de haber empezado el conflicto.

– No debe emplearse para ganar territorios.

– Debe iniciarse por un líder religioso y debe haberse intentado cualquier recurso posible para solucionar el problema de forma pacífica.

– Proteger la fe de los musulmanes para practicar su religión.

– Proteger a los musulmanes ante la opresión, lo cual puede significar derrocar a un tirano.

– Castigar a un enemigo que rompe un juramento.

Durante la yihad, deben respetarse los siguientes preceptos:

– No se debe matar ni herir a inocentes, entre ellos mujeres, niños y ancianos.

– Los enemigos deben ser tratados con justicia.

– Los enemigos heridos deben ser tratados de la misma manera que los soldados propios.

– La guerra debe parar en cuanto el enemigo solicite la paz.

– La propiedad privada no debe ser dañada.

– El envenenamiento de pozos (guerra química) está prohibido.

Como hemos visto, la única acepción que podría ser −y lo es – objeto de polémica sería la de la yihad menor. Aunque haya afirmado anteriormente que no me posicionaría, voy a realizar un pequeño apunte. Desde los orígenes del islam, ha existido una vertiente interpretativa muy rigorista a partir de la creación de la escuela hanbalí. Desde entonces, se ha llevado a cabo y desarrollado una forma de entender el islam paralela y muy distinta a la del islam tradicional. Las cuatro escuelas, fueron reconocidas como legítimas, y es por ello que todo pensamiento que creara dicha escuela sería legítimo, siempre y cuando se basara en las fuentes del derecho islámico sunní. Ellos optaron por aceptar como fuentes únicas −y por lo tanto válidas− al Corán y la sunna. Como afirma Cobo (2015) la escuela hanbalí fue la única de las cuatro en aceptar el uso de la yihad ofensiva, entendida esta como la obligación de hacer la guerra a aquellos que no aceptan el islam como religión. A raíz de todo ello, se instaló en un sector del islam −para no marcharse− el radicalismo doctrinal. Lorenzo-Penalva (2013) critica la existencia entre ciertas corrientes del islam de la intención de desvincular de la yihad aquella parte que se refiere a la lucha externa. Según su opinión, existirían gran cantidad de referencias en los escritos islámicos a la interpretación de la yihad en su vertiente ofensiva, por lo que sería incorrecto no contemplarlo como tal.

De La Corte (2014) afirma:
El recurso a dicho concepto [yihad] para legitimar campañas violentas ha sido reiterado a lo largo de toda la historia del islam, desde las primeras conquistas realizadas por Mahoma, siguiendo con las que posibilitaron la expansión islámica durante los siglos VII y VIII y terminando con las oleadas de terrorismo islamista desatadas en la segunda mitad del siglo xx, aún no concluidas. (p.45)

A modo de conclusión, cabe recordar que los yihadistas solo deben recurrir a un concepto presente en su ideología −el takfir− para justificar el poder matar a musulmanes. Al acusar a otro musulmán de apóstata y excomulgarle, ya no gozaría de tal condición y pasaría a otra bien distinta: la de infiel, y consecuentemente, enemigo del islam, al haber mancillado y atacado sus valores. Así, ya podemos aplicar sobre este la yihad en su vertiente menor y defensiva sin, en teoría, incumplir la sharia ni darle un uso inapropiado ni alejado al contemplado en el Corán.

Características ideológicas y objetivos
Al habernos referido en reiteradas ocasiones a lo largo del texto a los aspectos ideológicos concretos que se irían desarrollando a lo largo del tiempo relativos a lo que finalmente terminaría por desembocar en la ideología yihadista, en este punto, me limitaré a mencionar aquellos aspectos clave que englobarían y resumirían las características principales y objetivos últimos del ideario yihadí.

Tras examinar el largo recorrido histórico del ideario rigorista en el que se basa el yihadismo, podemos afirmar que este proviene de la visión o interpretación salafista del islam en su vertiente política, la cual se radicalizó en poco tiempo hasta ir germinando y eclosionando dentro de ella el yihadismo (lo que hoy conocemos como pensamiento salafí-yihadí o wahabí-yihadí).

Según Montoto (2015), cuando hablamos de yihadismo −a grandes rasgos− hablamos también de:

– Nacionalismo religioso totalitario y violento.

– Ideología excluyente, ya que disuelve toda identidad personal en el grupo de los “puros”.

– Movimiento antimodernidad y antidemocrático.

– Carácter claramente marcado por la misoginia, homofobia y judeofóbia.

– Ruptura con la tradición islámica. Le da un uso inadecuado a la yihad: la emplea para agredir y no para defenderse.
Por objetivos, según Jordán y Boix (2004) citado en Jordán (2004) tendría los siguientes:

– La sustitución de los actuales gobiernos musulmanes, a los cuales acusa de apóstatas e impíos, por futuras teocracias basadas en su ideario salafí-yihadí en los que impere la sharia.

– La derrota de todos aquellos enemigos del islam que agreden a su pueblo en territorios tan variados como Afganistán, Israel, Palestina, Líbano, Irak, Bosnia, Índia, Filipinas, Chechenia y otros países del Cáucaso.

– Recuperar aquellos territorios que en algún momento de la historia fueron dominados por el mundo islámico: Palestina, Israel, Los Balcanes, sur de Italia, Grecia, Islas del Mediterraneo, y por supuesto, España y Portugal (todos ellos territorios conocidos por ellos mismos como Dar-al-Islam).

– Unificar a todos los musulmanes bajo una misma comunidad político religiosa (Califato).

– Imponer la sharia en países extranjeros en los que residan comunidades musulmanas establecidas en países que nunca fueron islámicos (Dar-al-Harb).

– Con éstas dos últimas voluntades, conseguir expandir el islam en todos los confines de la Tierra instaurando un califato universal.

Del yihadismo al Daesh
Las primeras manifestaciones terroristas −ya sea en cualquiera de sus formas− llevadas a cabo por grupos u organizaciones de ideología yihadí son sin duda anteriores a la aparición y creación de Al Qaeda. Se dirigían y limitaban −en su mayoría− a la desestabilización de regiones o zonas concretas en las que estaba latente un conflicto local, ya fuere por motivos soberanistas o por simple descontento hacia la gestión llevada a cabo por administraciones o gobiernos. Aun así, eso no significa que no pudieran darse casos en los que su alcance operativo fuera mayor y pudieran actuar en cualquier parte del mundo (aunque la repercusión y daño material o humano de las acciones fuera muy limitado). En España, por ejemplo, antes del 11-M ya se habían dado más de una veintena de atentados de diversa magnitud: desde ataques con bomba hasta asesinatos, pasando por intentos de secuestro y atentados en delegaciones diplomáticas (Blanco & Gil, 2013).

Fue la guerra de Afganistán, y el llamamiento que se produjo a nivel internacional para que muyahidines de todo el mundo se unieran a la causa yihadista en su lucha contra los soviéticos, la que marcó claramente un antes y un después en lo que a expansión y globalización del yihadismo se refiere (Ballesteros, 2015).

Al Qaeda y el terrorismo yihadista global
La organización terrorista Al Qaeda es considerada por muchos como la madre del terrorismo yihadista a nivel global. Fue la creadora de la cuarta oleada histórica y mundial del terrorismo: la de origen religioso. Anteriormente hubo otras y de diversa naturaleza. La primera fue la anarquista, que atemorizó al mundo con sus incesantes atentados a finales del siglo XIX. La segunda, tras la finalización de la 1ª Guerra Mundial, surgió en diversos territorios colonizados por potencias europeas u occidentales el sentimiento nacionalista y la voluntad de conseguir la independencia a través de la fuerza si era necesario. En la década de los 20’, surgieron grupos terroristas en casi todos los dominios imperiales. El objetivo y sentimiento de liberación nacional no arraigó del todo hasta finalizada la 2ª Guerra Mundial, y se extendería también en la Unión Soviética. La tercera oleada, se produciría entre 1960 y 1980, y su desencadenante sería el auge de los sentimientos separatistas nacionales−entre otros−. Las brigadas rojas italianas, el ejército rojo alemán, E.T.A., el I.R.A o las guerrillas urbanas en lugares como Uruguay y Brasil, serían algunas de las formas que adquiriría este terrorismo (Sánchez, 2016).

La cuarta oleada pues, estaría representada por al Qaeda −su percusor−. Su actividad se subdividiría también en oleadas o etapas: una primera contra los soviéticos, en Afganistán; la segunda contra los regímenes árabes, que consideran apóstatas; y la tercera ideada por Setmarian a nivel global (enemigo lejano). Tener este esquema claro será necesario para entender la expansión del terrorismo yihadista a nivel mundial (Cerveró, 2012).

Entenderemos mejor dicha evolución de la actividad terrorista de al Qaeda si retrocedemos hasta Afganistán en los años 80’, en plena guerra contra los soviéticos. Se produjo desde ese país un llamamiento a nivel mundial de muyahidines para que lucharan juntos con un mismo fin: derrotar el avance soviético, y como no, del comunismo al que tanto odiaban. Allí gozaron de una instrucción brillante proporcionada por países como Estados Unidos y Arabia Saudí −con su respectivo apoyo financiero−, y en poco tiempo se convirtieron en una fuerza de combate feroz. Combatieron juntos multitud de muyahidines provenientes de diversos países, y crearon entre ellos unos vínculos muy fuertes (Lorenzo-Penalva, 2013).

Al Qaeda fue mutando con los años. Al principio, su estructura era jerárquica. Dicho sistema les resultaba útil y eficaz al encontrarse toda la organización ubicada en un mismo territorio. Combatían a los soviéticos (enemigo cercano) y no precisaban de mayor complejidad logística ni operativa de la que ya contaban. Contaban con el apoyo de potencias como Estados Unidos, y por ello, la visibilidad que supone una estructura totalmente jerarquizada y dependiente entre estamentos no era un problema. Pero la cosa cambiaría con el tiempo… Tras los atentados del 11-S y la entrada en Afganistán de los americanos, pasaron a la clandestinidad y ya no valía la jerarquía. Crearon un sistema en red (y de células independientes) muy flexible y capaz de adaptarse con facilidad al medio dado que no dependían de un centro de mando y contaban con libertad operativa. Esto fue posible a que sus miembros habían compartido campos de entrenamiento y combate puro, y eso favoreció la creación del modelo (Lorenzo-Penalva, 2013).

La lucha contra el terrorismo no cesaba, y la red de financiación de la organización cada vez se iba viendo más comprometida. Se crearon instituciones gubernamentales para combatir el terrorismo y su financiación. En poco tiempo, se desmantelaron multitud de células y se consiguió ir cerrando el “grifo” financiero de la organización. La estructura, a tenor de lo ocurrido, mutaría una vez más, y esta vez en células creadas al-hoc para cada operación. Con ello, ganarían en factor sorpresa, flexibilidad, y sería un método basado en la confianza y la independencia decisoria. La infiltración, resultaría arduamente complicada (Lorenzo-Penalva, 2013).

Pero se produciría un hecho muy relevante dentro de la propia organización que le marcaría un nuevo rumbo. Bin Laden, inicialmente, se había centrado en combatir a los enemigos del islam en su territorio (enemigo próximo), como su mentor Abdullah Azzam. Con el tiempo, consideró la necesidad de combatir a todo enemigo del islam en su idea de construir el califato universal, y por ello, no podía limitarse a combatir a los enemigos del islam en tierras del islam. En esa misma línea se encontraba también el jefe operativo de la organización de aquél entonces Ayman Al Zawahiri, más partidario de exportar la yihad violenta hasta la puerta de casa del enemigo si era necesario. Tras esa discrepancia, Azzam murió en extrañas circunstancias poco después, al ser alcanzado por metralla tras un atentado del que, a día de hoy, sigue sin conocerse su autoría (Blanco & Gil, 2013).

Es a partir de este punto en el que aparecería en escena el sirio nacionalizado español Mustapha Setmarian. Marcaría un antes y un después en la estrategia organizativa de la organización, apostando claramente por una yihad a nivel global y perpetrada por todo muyahidín que estuviera radicalizado. Nada de células ni entramados organizativos complejos. La yihad individual sería el medio para conseguir la instauración del califato, exportando el miedo a cada uno de los rincones del planeta. El terrorismo individual contra el enemigo lejano se convertiría en la nueva forma de terrorismo imperante y el medio de consecución de los objetivos de la organización (Ventura, 2014).

El DAESH
Se conoce como “Estado Islámico”, ISIS, DAESH o DAISH a la organización terrorista de corte yihadista encabezada por el iraquí Rashid al-Baghdadi, −sucesor en el puesto de Abu Musaf al Zarkawi tras su muerte−, que pretende instaurar a nivel mundial un califato regido por la sharia. Para conseguir dicho propósito, el 29 de junio de 2014 proclamó el califato, el cual, inicialmente, comprendía y sigue comprendiendo los territorios de Siria e Irak, siendo los objetivos a corto plazo expandirlo a toda la región de Al-Shams (Estarellas, 2012).

Sin duda alguna, nos encontramos ante la única organización terrorista yihadí capaz hasta el momento de haber cumplido −aunque en parte− el máximo objetivo que venía anhelando el salafismo más radical desde la recuperación del sueño califal en tiempos de Rida. También, se suele decir, que el DAESH ha sido capaz de ejecutar los objetivos que se propuso en su día Al Qaeda y que nunca consiguió hacerlos realidad por falta de estructura, apoyos y medios logísticos. Por el camino, la organización −encabezada por Al Baghdadi− ha ido dejando atrás ríos de sangre, practicando el yihadismo más extremo, y sin tener piedad alguna frente a aquellos que no se sometieran al yugo de la intolerancia y el sometimiento puro.

Origen y formación
Debemos remontarnos hasta el Afganistán de 2001 para comprender el origen de la organización. Los americanos invaden el país tras los atentados de las torres gemelas de aquél mismo año: aquellos a los que había adiestrado y armado se habían alzado contra ellos. A raíz de la invasión, se produce una diáspora de gran parte de los yihadistas asentados en el país. Algunos se marcharon a los montes Tora Bora (frontera con Pakistán), otros a Pakistán, y particularmente Al Zarkqawi, pone rumbo a Irak. Una vez allí, le acoge un grupo llamado “Ansar al Islam” (los partidarios del Islam) en la provincia kurda de Sulaimaniya. Decide traer con él a compañeros suyos de Afganistán, todos miembros de la organización con los que fundaría en Jordania desde Afganistán “Jamaat Al Tauhid Al Yihad” (Organización para el Recto Camino, la Unicidad de Alá y la Yihad) (Ballesteros, 2015; Jordán, 2015).

En abril de 2003, Estados Unidos invade Irak. La organización creada por Al Zarkawi (formada por combatientes muy bien adiestrados y con una alta experiencia en combate), opone resistencia y lucha contra las fuerzas americanas. A éstos, les facilitó las cosas la decisión que tomaron los americanos de disolver ejército y policía iraquíes (encabezada por el embajador Paul Bremer y autorizado por el secretario de defensa americano Donald Rumsfeld), y sería el origen de toda la insurgencia y del problema que aún a día de hoy seguimos arrastrando. Los americanos pusieron unos requisitos demasiado específicos y excluyentes a la hora de seleccionar personal para el nuevo ejército de Irak. Era prácticamente imposible alistarse en el nuevo ejército y, por ello, a finales del primer año, solo contaban con cerca de 2.000 hombres. Miles de ex soldados, al encontrarse sin trabajo, se alistan al grupo de Al Zarkawi. No compartían ni por asomo ideología (ni política ni religiosa, ya que los del partido Baaz son cuasi laicos), pero se cumplió lo que se suele decir coloquialmente: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. La alta experiencia de los ex miembros del ejército iraquí fortaleció muchísimo al grupo Al Zarkawi (Ballesteros, 2015).

En poco tiempo ganaron mucho terreno y fama, y es por ello que, a finales de 2004, pasaron a formar parte de Al Qaeda tras jurar lealtad a Osama Bin Laden (líder por aquel entonces de la organización). Pasan a llamarse “Al Qaeda en Irak” o “Al Qaeda en la tierra de los dos ríos”. La rebautizada organización de Al Zarkawi, empezó controlando pueblos pequeños sunnitas al norte del país −de donde eran muchos soldados−, dándoles protección frente a los chiítas. El 7 de junio de 2006, las fuerzas especiales americanas abaten a Abu Musab Al Zarkawi, al Este de la localidad iraquí de Hibhib. Éste sería sustituido por otro miembro de la organización, llamado Abu Ayyub Al Masri (el egipcio). Con ello, el 15 de octubre de 2006, el grupo terrorista “Al Qaeda en Irak”, junto a otros pequeños grupos yihadistas de la zona, crean el “Estado Islámico de Irak” (ISI), y se nombraría a su nuevo líder: Abu Bakr Al Baghdadí (Jordán, 2015).

A partir de ese momento, el gobierno americano reacciona y manda a Irak de nuevo al Comandante General Petraeus (Fuerza Multinacional de 2007), cambiando de estrategia. Ya no se combatiría más a todo el mundo, sino que se centrarían en separar a los ex miembros del ejército de Sadam Husein de los grupos yihadistas. Lo llevaría a cabo creando una milicia fuertemente armada, bien pagada, y con el respaldo del gobierno chiita de Maliki. A cambio, deberían dejar de matar a soldados americanos, luchar contra los yihadistas, y evitar que se siga implantando la sharia. Éstos aceptan el acuerdo, y al gobierno chiita de Irak (bajo presión americana) no le queda otra que crear un gobierno de concentración nacional, con representación en el gobierno de minorías como las sunnitas y kurdas. Los americanos entregan entonces el mando a las autoridades iraquíes (Ballesteros, 2015).

En 2011, el gobierno de Irak −bajo presión de Irán−, decide no seguir apoyando las decisiones que le “impone” Estados Unidos. Forzó la ruptura de relaciones −y con ello−, la firma del siguiente tratado. El gobierno iraquí notifica a los americanos que, a partir de ese momento −si siguen en el país−, los soldados americanos deberán responder en caso de cometer algún delito, bajo las leyes iraquíes. Estados Unidos, rechaza rotundamente la imposición. Ningún ejército occidental aceptaría algo así. A partir de ese momento, Maliki vuelve a tomar viejas medidas, y comete el grave error de disolver a la milicia creada para combatir a los yihadistas, pensando que la situación ya era buena y que no precisaban de su servicio. Tras la decisión y ejecución de la misma, los militares sunnitas se pasan de nuevo a engordar las filas del “Estado Islámico de Irak”, pero esta vez habiendo aprendido la lección. El gobierno iraquí contaba en aquel entonces con un ejército cercano a los 200.000 hombres muy bien armado y con material americano. Por esa razón, deciden irse a la vecina Siria (país sumido en plena guerra y siendo éste un claro ejemplo de estado fallido) (Ballesteros, 2015).

Una vez en Siria, allí se encuentran con el llamado “Frente Al Nusra” −grupo terrorista fiel a Al Qaeda Central−, cuyo líder es Mohamed Al Golani. La intención del máximo dirigente de “Estado Islámico de Irak” −Abu Bakr Al Baghdadi− sería la de ser él el que dirigiera las operaciones en Siria, y ese hecho provocó desde un principio discrepancias muy importantes entre Abu Bakr “Al Bagdadí” y Mohamed Al Golani. Por aquel entonces −abril de 2013−, el “Estado Islámico de Irak” pasó a llamarse “Estado Islámico de Irak y Levante” (ISIL), asumiendo con ello que eran los legítimos “dueños” del control también de Siria. Eso les lleva, entre otras, a enfrentarse militarmente por el control de Raqqa, hasta tal punto que tiene que intervenir mediante un comunicado Ayman Al Zawahiri en febrero de 2014 (líder de Al Qaeda Central). Se dirigiéndose a Al Bagdadí dejándole claro que le expulsa de la organización por sus actos cometidos y por haber hecho caso omiso a las advertencias realizadas sobre él hasta la fecha (Ballesteros, 2015).

Al ser expulsado, Al Bagdadí nombra al ISIL como “Estado Islámico” y se marcha a Irak de nuevo, concretamente a Mosul (Irak). Ataca la ciudad apenas con cinco mil hombres y a través de varios camiones cargados con explosivos contra puestos defensivos y de control, provocando un caos generalizado en la ciudad y consiguiendo hacerse con su control con cierta facilidad. Las tropas iraquíes se rindieron o marcharon mayoritariamente, dado que ni siquiera contaban con sus Generales (ya que habían abandonado la ciudad dos días antes al ver la que se avecinaba), y por su negativa a morir luchando por el control de una ciudad mayoritaria e históricamente sunnita. El 29 de junio de 2014, se proclama el Califato del “Estado Islámico” (Ballesteros, 2015; Jordán, 2015).

Objetivo: Califato universal
Entendemos por Califato como aquella forma de gobierno o sistema político-religioso liderada por un califa, siendo éste, el líder de toda la comunidad musulmana o umma, y en la cual imperaría el respeto, aceptación y cumplimiento de la sharia. Históricamente, si hablamos de califato nos referimos a aquella continuación que tuvo lugar del sistema de gobierno que instauró el profeta, y que, tras la muerte de éste, lo los siguientes califas (los cuatro conocidos como “ortodoxos”) perpetuarían durante sus respectivos califatos (Ansary, 2011).

El DAESH lo proclamó el 2014, pero aún queda un largo camino por recorrer. El objetivo final de la organización, como terroristas con ideología yihadista que son, es el de instaurar un califato de carácter universal en el que impere sobre toda la humanidad (ésta entendida como de confesión musulmana gracias al éxito y al avance implacable del islam sobre todos los enemigos de éste) la ley islámica o sharia. Como sabemos, esa sería su meta, la culminación perfecta de su obra. Pero durante el largo camino que deberán recorrer, tendrán que ir cumpliendo o intentando alcanzar cada uno de los objetivos citados en apartados anteriores propios de la ideología yihadí. Solo con la consecución de todos y cada uno de ellos, alcanzarían su meta final: el “Califato Universal”.

Como vemos, el DAESH está claramente marcado por el carácter milenarista de su ideología, y sin conocer éste, no lograremos comprender el significado que adquiere en su entorno la instauración de un califato y la consecución de su posterior carácter universal. Al frente del nuevo califato −el octavo de un total de doce que según el Corán habrá en la historia− estaría Abu Bakr Al Baghdadi (autodenominado como califa Ibrahim). Éste, a su vez, tomaría el nombre de guerra de Abū Bakr Al-Siddīq −como acto cargado de simbología−, ya que, dicho nombre, hace referencia al suegro de Mahoma, el cual le sucedería y sería el primero de los califas conocidos como “ortodoxos” o Califato de Rashidún. Según el Corán, el duodécimo califa se tendrá que enfrentar en una colosal batalla contra el ejército de roma en las llanuras de Dabiq (de aquí el nombre de la revista en su versión en inglés). Los musulmanes vencerán en ésta, y posteriormente se expandirían. Al poco tiempo, surgiría una especia de anti-mesías que les atacará desde Asia Central, matando a numerosos hombres. Un total de cinco mil, quedarían acorralados, y tras el regreso y ayuda del profeta Jesús, lograrían vencer al “monstruo”. Quizás por eso mismo, quieran enfrentarse a los enemigos del islam (entendidos como las potencias occidentales encarnadas, por ejemplo, en países como Estados Unidos) en su propio territorio, y desde éste ir avanzando por tierra (Jordán, 2015).

Otro motivo al cual hace referencia el DAESH es que, tras la muerte del profeta, debía establecerse un califato acorde a su mensaje. Tras éste, le sucedería uno marcado por la tiranía y desviación del camino correcto. Una vez más, y tras finalizar el anterior, se iniciaría de nuevo el ciclo con un califato fiel a Mahoma y al islam. Para el DAESH, los gobiernos árabes encarnan el periodo de tiranía al que se referían, y es por ello que debían instaurar el califato, el caracterizado por seguir el camino recto (Weiss & Hassan, 2015).

Fuente: www.minutodigital.com

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Pero, ¿qué territorios debería comprender el califato inicialmente y a qué es debido? En su primera fase, el califato se instaura en la región histórica conocida como “Al Shams” . Ésta comprendería los territorios actuales de Siria, parte de Irak, Jordania, Israel, Líbano y Palestina. Esta región fue la cuna de los grandes califatos islámicos (Weiss & Hassan, 2015). En su segunda fase, y como distribuyeron los propios yihadistas a través de redes sociales como Twitter o Facebook, el califato debería de expandirse a territorios entendidos como Dar-al-Islam (aquellos que alguna vez estuvieron bajo el dominio y control musulmán).

Resultaría incompleta, dado que, en diversos comunicados, ellos mismos han reconocido su gran interés en derrocar la sede central de la cristiandad: Roma La tercera fase, nos llevaría hasta la expansión total a nivel mundial del califato (la conquista de Dar-al-Harb). Sueño cumplido (Jordán, 2015).

Organización territorial y estructura operativa
(Toda la información expuesta en el presente apartado es a fecha de enero de 2015. Es arduamente complicado conseguir información actualizada relativa a los líderes operativos o miembros de cada uno de los consejos de la organización. Las milicias y ejércitos que combaten al DAESH en la zona, especulan constantemente acerca del alcance y muerte de numerosos líderes de la organización, pero pocos son los datos que finalmente llegan a confirmarse de forma oficial.)

Gestionar el califato del DAESH no es tarea sencilla, y se debe de contar con una enorme red organizativa y capital humano que permita una real y total instauración a través de un correcto funcionamiento de cada uno de los servicios que piensen prestar en ese territorio concreto.

Se debe de empezar primero por dividir el territorio, dado que, de esa forma, es mucho más sencillo gestionarlo. Se ha llevado a cabo la creación de las conocidas “Wilayat” o “Uilayas”. Éstas no son otra cosa que lo equivalente a las provincias o regiones administrativas que conocemos nosotros. En ellas, se ha urdido una red administrativa desde la cual poder llevar a cabo una efectiva gestión de los recursos de las gobernaciones locales, dado que éstas se encuentran en el interior de las Uilayas. Cada una de ellas −la Uilayas− también cuenta con su propio ejército provincial (Estarellas, 2015).

Según Estarellas (2015) −experto en radicalismo islamista−, a fecha de enero de 2015, las Uilayas instauradas o establecidas en Irak son las siguientes:

– Diyala ولاية ديالى – Kirkuk ولاية كركوك
– Salahuddin ولاية صلاح الدين – Al Anbar ولاية الأنبار
– Ninawa ولاية نينوى – Al Jazeera ولاية الجزيرة
– Baghdad ولاية شمال بغداد – Shamal Baghdad ولاي ة شمال ب غدا
– Al Fallujah ولاية الفلوجة – Al Furat ولاية الفرات
– Al Janub

Fuente: www.reddit.com

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Por otro lado, las de Siria serían:
– Al Barakah ولاية البركة – Halab ولاية حلب
– Al Kheir دي ر ال زور – Al Raqqah ولاية الرقة
– Al Badiya ولاية البادية – Idlib ولاية إدلب
– Hama ولاية حماة – Homs ولاية حمص
– Dimashq ولاية دمشق

Los máximos representantes de las uilayas serán los gobernadores (walis), designados directamente por el califa. El califa cuenta con doce gobernadores en Irak y otros tantos en Siria. Los primeros se regirían por las órdenes del lugarteniente del califa −Abu Muslim al Turkmani−, y los sirios por Abu Ali al Anbari. A su vez, ambos contarían con los ocho consejos que funcionan a modo de departamentos o ministerios, englobados dentro del consejo de la shura, y que, según el Counter Extremist Project (2015), serían los siguientes:

– Consejo militar: responsable de las operaciones militares de la organización.

– Consejo financiero: supervisa todo lo relativo a gatos e ingresos de la organización.

– Consejo de seguridad: responsable del control y vigilancia del territorio.

– Consejo de inteligencia: unidad que lleva a cabo recolección de información relativa a posición del enemigo, retransmisiones, etc.

– Consejo asistencia combatientes: responsable de proporcionar la ayuda y la vivienda a los combatientes extranjeros que llegan a territorio, incluido traslados.

– Consejo de medios: desarrollo de la estrategia publicitaria, creación de campañas a través de las redes sociales y difusión de videos y comunicados en medios de comunicación.

– Consejo legal: responsable de decidir a quién se ejecuta y de temas relacionados con la gestión de los nuevos reclutas. También se ocupa de los conflictos familiares y transgresiones religiosas.

– Consejo de liderazgo: responsable de las leyes y políticas de la organización. Las decisiones del consejo son aprobadas por al-Baghdadi. El consejo también tiene la autoridad para deponer al califa si se aleja de la ideología de la organización.

Luego, estaría el llamado consejo de la sharia, el cabecilla del cual sería el propio Abu Bakr al Baghdadi. Cuenta con el respaldo de seis miembros −sin identificar hasta el momento−, los cuales velarían por el cumplimiento de la sharia dentro del seno de la organización, y también, de vigilar que los encargados en cada territorio la hagan cumplir.

Dependientes del consejo de la sharia encontraríamos a la policía religiosa Hisba. Por el contrario, si se conocen los nombres o identidades de los consejeros religiosos que prestan apoyo al consejo de la sharia. Son los siguientes: Omar al Qahtan, Turki al Benali y Osmar al Nazeh. Por último, el califa contaría también con un gabinete de consejeros propio, formado por seis hombres de plena confianza, como son: Abu Abd al Kadr, Abu Lousy, Abu Mohamed, Abu Hajar al Assafi, Abu Salah y Abu Kassem (Estarellas, 2015).

Financiación
Según el artículo The World’s 10 Richest Terrorist Organizations (2014) de la revista Forbes en su versión israelí, el DEASH sería la organización terrorista más rica del mundo, y presumiblemente de la historia. Dispondría de unos dos mil millones de dólares al año.

Para sustentar y seguir desarrollando las infraestructuras internas de la organización, y del propio califato, “Daula al Islamí” precisa de una fuerte fuente de ingresos. Según De Caixal (2015), a día de hoy el DAESH contaría con diversas fuentes de ingresos, pero las principales y las que mayor beneficio reportan a la organización son las siguientes:

– Donaciones: se realizan donaciones provenientes de todo el mundo a través del sistema Hawala. Representarían alrededor del 5% del total. La flexibilidad de dicho sistema de donación, su seguridad y la poca documentación requerida para hacerla, le convierte en un sistema de envío de fondos ideal.

– Venta de crudo y gas en el mercado negro: actualmente controlan un total de siete pozos petrolíferos en Irak y seis en Siria (de los die totales del país árabe). Se estima que recaudan alrededor de un millón de dólares al día con la venta clandestina de crudo y gas (a 25-30 dólares el barril), frente a los tres y medio que sacaban antes de la guerra en Siria a 18 dólares el barril. Turquía y el gobierno de al-Ásad sería uno de los compradores habituales del crudo de la organización. El primero también le daría salida por un puerto de tercera hacia países comunitarios sin especificar su origen.

– Confiscaciones, botines de guerra y venta de obras de arte: casos como el botín que obtuvo tras la toma de Mosul y en el que se hizo con 330 millones de dólares en oro del principal banco de la ciudad y también con cerca de 400 M.$ en papel moneda. Con lo que respecta a obras de arte, tras la toma de Palmira, solamente se quedaron con las obras de mayor valor y que podían transportar. El resto, las volaron por los aires. Las ventas de éstas en el mercado negro podrían alcanzar miles de millones de dólares.

– Tráfico de drogas: dispone del monopolio de Captagón. Se trata de una droga de diseño de nuevo cuño a base de un derivado de la metanfetamina. La distribuye por todo el Golfo Pérsico. También recibe grandes cantidades de dinero gracias al tráfico de heroína. La droga, indirectamente, le reporta cuantiosas ganancias dado que organizaciones criminales de Sudamérica pasan sus alijos por el Sahel y pagan impuestos a DAESH para poder pasar por sus zonas.

– Financiación directa por parte de países del golfo u occidentales: Países como Turquía, Arabia Saudí o Qatar −entre otros−, han sido directamente acusados por parte de Estados Unidos, Rusia e Israel de financiar claramente a la organización. Se desconoce el alcance real de la misma.

– Extorsión e impuestos: la mayor parte del dinero que consigue para financiarse es el cobro de impuestos en las zonas que están bajo su control. Impuestos de todo tipo: Zakat , Jizya… Sistema tributario propio: IVA islámico sobre la compra de bienes, impuesto sobre cosechas…Tasa sobre reintegro de dinero, impuesto del 5% a nóminas del sector privado y del 50% a funcionarios aún pagados por Iraq, peajes a vehículos, tasa del 20% sobre los pillajes arqueológicos…

– Rescates: se estima que, en 2014, la organización terrorista obtuvo unas ganancias a través del cobro de rescates de 20 millones de dólares. Los secuestros, sobretodo en el Sahel, y especialmente en Mali, es una de las fuentes de ingresos más rentables para DAESH.

– Venta algodón (entre otros): cuenta con tres cuartas partes de la producción total de algodón en Siria. Turquía, una de las grandes manufactureras del sector en el mundo, obtiene en torno a un 10% de su materia prima en el mercado sirio. De las 100.000 toneladas que se estima que produce la organización al año, solo se conoce el destino de 3.000 toneladas exportadas.

Conclusiones
Como hemos podido comprobar, el fenómeno yihadista no es cosa de las últimas dos o tres décadas. Basa su ideología en preceptos tan antiguos como lo es el propio islam. Desde el siglo IX, se vendría engendrando aquél ideario que terminaría, en el presente, por causar el terror allí donde se terminara manifestando.

Desde la fundación con carácter oficial y legítimo de la escuela jurídica islámica hanbalí, existe en el islam una forma de interpretar la religión musulmana que coexistiría y conviviría desde entonces con el islam más tradicional y pacífico. Con el paso del tiempo, y a raíz de factores varios como el contexto histórico y situación vivida de alguno de sus seguidores y pensadores más destacados, el mensaje de dicha escuela fue −consecuentemente− radicalizándose. Se pervirtió a placer (y cada vez de una forma más notoria) la interpretación de la ley divina (el Corán).

El fenómeno del fundamentalismo, que surgiría en el islam a raíz de la aparición de la corriente salafista a finales del siglo XIX, causó el hecho de que aquella ideología que venía radicalizándose con el paso de los siglos, tomara la fuerza necesaria como para marcar un nuevo rumbo en su destino próximo. El salafismo político sería éste, encarnado en la asociación “Hermanos Musulmanes”.

Said Qutb, con una ideología salafista extrema (salafismo yihadí), se convertiría en la mecha incendiaria que activaría los mecanismos necesarios para que el yihadismo lograra comenzar a tomar forma.

Bil Laden y su organización terrorista de corte yihadista Al Qaeda, a través de su proyecto, hicieron llegar al mundo entero el mensaje del yihadismo. Éste, dejaba de ser un desconocido para occidente, para tornarse la máxima expresión del terror para aquellos que padecían directa o indirectamente las consecuencias de sus atentados.

No sería hasta la aparición del DAESH, que el sueño yihadista comenzaría a hacerse realidad, llevando a cabo el proyecto inicial −pero frustrado− de Al Qaeda, al instaurar o proclamar el califato en Irak y Siria.

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