Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R)
Cinco años más tarde que Aragón, en 1250, Portugal finalizó su Reconquista con la toma de la plaza de Faro. Durante las dos siguientes centurias, la situación interna y los conflictos armados con Castilla fueron suficiente para mantener activa a una nobleza que había hecho de la profesión militar la razón de su existencia, razón por la cual, en los comienzos del siglo XV, Juan I vislumbró, como única solución para el descontento que empezaba a generarse, volver a canalizar las fuerzas de la aristocracia hacia operaciones bélicas de importancia.
Es por ello que combinando: razones religiosas, intereses políticos y sociales; posibilidades de controlar las rutas comerciales que acercaban a los puertos norteafricanos el oro del Sudán; necesidad de protección de las costas del Algarve de las acciones de los piratas berberiscos; y la defensa del tráfico marítimo portugués, y de las galeras italianas en su ruta a Flandes[1], se conciliaron las ambiciones de nobleza y corona, poniendo rumbo a los territorios del Norte de África.
Parece ser que, en 1411, Juan I, una vez firmadas las paces con Castilla; con la finalidad antes enunciada de dar ocupación a los “caballeros, hidalgos y otros hombres buenos de mis reinos”; y una vez valorada por una junta de teólogos que la operación podía considerarse “un servicio de Dios”[2], comenzó a gestarse la conquista de esta plaza.
El 25 de Julio de 1415, partió de Lisboa un ejército de 20.000 “Hombres de Armas”, 30.000 remeros y más de 200 “velas”, con abundante artillería, pertrechos, material de asedio y víveres para un largo tiempo.
Hasta el 7 de Agosto permaneció la escuadra en Faro por falta de viento y el 10 quedó anclada en la bahía de Algeciras, donde el rey recibió pleitesía del alarmado caíd de Gibraltar (que pensaba marchaba contra ellos).
El día 11 inició la flota el cruce del Estrecho, pero un fuerte temporal de Poniente lanzó a la mayor parte de las naves hacia las costas de Málaga; tan solo las galeras y algunos navíos pequeños consiguieron recalar en la bahía sur de Ceuta. Alarmado el Señor de la plaza, Salah ben Salah, solicitó la ayuda de las cavilas próximas, acudiendo éstas en gran cantidad.
El día 15 consiguió reunirse toda la flota frente a Ceuta, pero un nuevo temporal impidió el desembarco de la fuerza, arrastrando de nuevo los barcos hacia las costas malagueñas. Este aparente fracaso movió al caíd a despedir los refuerzos que habían llegado en su apoyo, lo que a la postre resultó beneficioso para los propósitos portugueses, ya que, cuando en la noche del día 20 la flota lusa recaló definitivamente frente a la plaza, la encontró confiada y sin refuerzos.
Al amanecer del 21 de Agosto, el grueso del ejército portugués amagó el ataque por el sur, en tanto que los infantes Duarte y Enrique desembarcaron en la playa de San Amaro, situada al norte.
Trabado el combate, la ciudad fue conquistada en apenas 12 horas, de modo que a las siete de la tarde de aquel memorable día 21 de Agosto, las banderas lusitanas ondearon en las torres del castillo de Ceuta.
Antes de volver a la metrópoli, el rey convocó un consejo de guerra para decidir a quien dejaría al mando de la plaza. D. Pedro de Meneses, alférez del infante D. Duarte, se ofreció para el puesto. Aceptado el ofrecimiento por el rey, le mandó llamar y al ser preguntado sobre qué necesitaba para llevar a buen término su misión, D. Pedro, mostrándole un palo que llevaba en la mano, llamado “aleo”, le respondió: “Con este palo me basto”. En recuerdo de esta respuesta, los términos “aleo” y la frase “Con este palo me basto” han pasado a formar parte del escudo de armas de la Comandancia General de Ceuta.
[1] ALONSO ACERO, Beatriz: Cisneros y la conquista española del norte de África, política y arte de la guerra. MINISDEF. Marzo 2006. p, p. 30.
[2] CONTRERAS GÓMEZ, Julio: Ceuta. XX siglos de historia militar. Ed. Papel de Aguas SL. Ceuta, 2001. p, 70.
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