Su localización, sus recursos naturales y su tamaño son claves intrínsecas para analizar lo que es Emiratos Árabes Unidos (EAU). De hecho, en la palestra geopolítica hay elementos que hacen de esta nación de menos de un millón de habitantes – nativos – un exponente a tener en cuenta tanto en el Golfo Pérsico como en el resto Oriente Próximo. Su amplitud financiera, amortizada por el liderazgo pragmático y eficaz, ha dotado a este Estado fisiocrático de capacidad operativa y visión geoestratégica.
En la zona de perenne erupción que es Oriente Medio, UAE ha sabido posicionarse y ganar el aval internacional como tabulador, competente en cuestiones tácticas – ha sido el único país árabe al que se le ha otorgado el liderazgo de operaciones militares contra los yihadistas en Siria e Iraq –, y con disposición para convertirse en enclave financiero y eje logístico dentro de la economía global hacia la que tanto se ha proyectado. En virtud de acoplarse a las condiciones del mercado, se debe aludir a la inclusión en el negocio de las aerolíneas o la infraestructura comercial y urbanística levantada en las últimas décadas; ejemplos que patentizan la inversión en el sector turístico y de transporte que aspiran a menguar la dependencia en los recursos energéticos.
EAU, al igual que sus vecinos del golfo Pérsico, ha levantado la nación en torno a sus reservas de hidrocarburos. En el caso de la federación emiratí, la capacidad económica se ha aprovechado para diversificar el Estado hacia el comercio, la actividad financiera y el ocio, donde Abu Dhabi y Dubai evidencian la distribución de epicentros dentro del Estado. El pavimento hacia una economía diversificada capaz de acoplarse al mercado global está reflejado en Visión 2021, proyecto alineado con las aspiraciones diplomáticas y geoeconómicas de EAU. Esta perspectiva pretende crear un marco económico, en pos de desarrollar fuentes de ingreso alternativas al mercado energético.
Zayed bin Sultan Al Nahyan fue la figura central de EAU desde su creación en 1971. Su liderazgo dotó a la política nacional emiratí de unas pretensiones y un perfil diplomático concreto, señalando las tendencias sobre las que construir el futuro de la nación. Fue el jeque Zayed, hasta su fallecimiento en 2004, quien hizo hincapié en la diversificación económica y la importancia en ganar peso geopolítico en clave diplomática y poder blando. El líder histórico emiratí también promulgó la idea de un Estado pluralista; con una visión que excluyera discursos que politizaran el islam, rechazando directamente organismos del talante de los Hermanos Musulmanes.
Al fundador de la nación le sucedió su hijo, Mohammed bin Zayed (MBZ), que ha seguido la línea iniciada por su padre, aun cuando ha virado la postura de EAU respecto a ciertos temas en su política exterior como el enfoque hacia el conflicto palestino-israelí o la intervención militar en Yemen. La implicación en este país ha demostrado la permuta en la estrategia geopolítica con el despliegue de fuerzas; y es que la participación en este conflicto encierra unos intereses más amplios que la confrontación por las áreas de influencia con Irán. En últimas fechas ha quedado de manifiesto la exponencial apuesta por ganar presencia en el Cuerno de África, una zona repleta de puertos que pueden catapultar a EAU en sus aspiraciones como pivote logístico; un escenario donde Yemen posee un peso específico.
Un escenario para medir las competencias y las ambiciones de los países de la zona es a través del Consejo de Cooperación del Golfo. Riad y Abu Dabi manejan el compás de este organismo, en el cual Bahrein hace de escudero, mientras Omán y Kuwait mantienen un postura neutra ante la confrontación surgida en los últimos años hacia el otro miembro, Qatar. El aislamiento al que se ha sometido a éste ha supuesto un cambio en las alianzas regionales. Doha ha conseguido resistir ante el cerco de sus vecinos y su respuesta ha sido la más temida por Riad y Abu Dabi: su aproximación hacia Turquía e Irán ha añadido un frente más al tablero geopolítico de Oriente Medio. Mientras que Estados Unidos ve cómo sus aliados del Golfo debilitan la influencia de Washington en la zona por culpa de sus disputas regionales.
La guerra en Yemen ha destapado el peso y las ambiciones geopolíticas de Emiratos Árabes Unidos, hasta la fecha aparentemente a la sombra de Riad, que apuntan al golfo Pérsico como primer radio de influencia, pero que no se limitan a la península arábiga. Su intervención en la guerra civil yemení esconde el anhelo por aumentar la prerrogativas en los puertos de la costa oriental africana y ciertos enclave del Índico; una evidencia de que su proyección no es la de un actor secundario.
Yemen se ha convertido en el escenario más representativo de la permuta geoestratégica de Abu Dabi. El hecho de haber desplegado fuerzas especiales en el terreno, y el influjo sobre Hodeida y el sur del país ha sorprendido a la corte internacional, que además ha comprobado las capacidades emiratís a la vista de la resolución de sus fuerzas.
Un actor hasta entonces más conocido por proyectar atributos de ponderador, hoy es uno de los países que más desembolsa en defensa del mundo (4,8% del PIB), y uno de los agentes regionales con más presencia en la zona: los puertos en los que los Emiratos tienen prerrogativas son prueba de una política regional más intervencionista que dejó constancia al contrarrestar los levantamientos en Bahrein en marzo de 2011. Hoy sus zonas de influencia al sur de Yemen, y los puertos y bases militares a lo largo de la costa oriental de África – Barawe, Mogadishu, Bosaso (Somalia), Berbera (Somalilandia, Somalia), y Assab (Eritrea) – dejan pruebas del giro de la política exterior emiratí. Yemen también ha servido para comprobar las disonancias estratégicas entre Arabia Saudí y EAU, especialmente dada la disposición del primero a tratar con Islah, la versión yemení de los Hermanos Musulmanes; una línea roja para Abu Dabi, que se ha centrado en apoyar los movimientos secesionistas del sur.
Ello ha supuesto que Abu Dabi sea el poder único sobre la zona meridional de Yemen, lo que sitúa a EAU como agente principal en un escenario aún por definirse. El Gobierno emiratí ansía ganar consistencia en el Cuerno de África y en ciertos puntos del Índico, amén de sus aspiraciones geopolíticas; por lo que el conflicto yemení puede servirle como coyuntura para reafirmarse como agente empoderado en la zona con capacidad para abrir una vía de negociación, a pensar de las críticas que reciben tanto EAU como Arabia Saudí como responsables de la crisis humanitaria en Yemen.
La guerra en Yemen ha descubierto la influencia real de EAU; unas preferencias no tan supeditadas a la diplomacia y al poder blando como la corte internacional había percibido hasta la fecha, y que también prueban que Riad y Abu Dabi pueden tener agendas parecidas, pero estrategias divergentes. La guerra civil ha puesto de relieve las discrepancias entre los dos Gobiernos, un hecho con peso suficiente para marcar un precedente hacia un distanciamiento más marcado. La costa oriental de África bien puede resultar una zona en disputa a medio y largo plazo, donde las esferas de poder saudí y emiratí aspiran a asegurar en Etiopía una fuente crucial de alimento, y en Djibuti y Somalia sus correspondientes líneas de aprovisionamiento. Es tal el calado estratégico para ambos países que no han escatimado en interceder en la disputa histórica entre Eritrea y Etiopía para impedir una inestabilidad que les perjudique. Un hecho que, además, deja al descubierto las limitaciones y debilidades de ambas naciones de la península arábiga.
EAU se proyecta como una nación aspirante ser eje logístico, enclave turístico, y fuerza militar en marco regional gracias a su disposición a adaptarse a las dinámicas de la globalización. La visita del Papa a principios de mes, su papel en los levantamientos árabes de 2011, o su involucración en Libia, dejan constancia de una versatilidad geopolítica que ha ganado resonancia en los últimos años gracias a su eficiencia.
Emiratos Árabes Unidos ha dado muestras de ser un agente resolutivo. Aunque en apariencia de la mano de Riad, la EAU ha demostrado más determinación y preponderancia que la de mero escudero de Arabia Saudí. Sus directrices geopolíticas han mostrado un país consciente del escenario en el que se mueve y de las fuerzas con las que debe bascular sus potestades geoeconómicas. Mientras tanto, su resolución en el contexto internacional le ha convertido en un país al que tener en cuenta en la región. El golfo Pérsico, el Cuerno de África, incluso todo Oriente Medio son tableros en los que, desde una proyección de fuerza o un papel tabulador, Abu Dabi ha sabido posicionarse para estar presente dentro de la corte internacional. Libia, Yemen, Etiopía, Mesopotamia, Qatar, o incluso Israel dejan patente las capacidades poliédricas de esta fisiocracia, que ha sabido explotar sus recursos y erigir un perfil político propio dentro del orden árabe.
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