Francisco Jiménez Moyano.
Desde que estallara en Túnez la llamada Primavera Árabe, hace ahora casi dos años, las predicciones menos optimistas sobre la vocación democrática de la misma se están cumpliendo inexorablemente
Era evidente que el estallido popular, sin precedentes en el mundo árabe, pretendía un cambio sobre la ruina ideológica y moral de los restos del socialismo árabe, pero ese cambio tenía tantos rumbos como grupos descontentos: Desde los más liberales y aconfesionales, a los más apolíticos y confesionales. Los primeros eran minoritarios y cada vez lo son más, los segundos eran mayoritarios y siguen avanzando.
El mes de octubre se ha iniciado también con inquietantes sucesos. El jueves 4 Abdalá II de Jordania disolvía el parlamento y convocaba elecciones anticipadas, justo un día antes de la gran manifestación promovida por los Hermanos Musulmanes que reclaman profundos cambios y pretendían con la misma, hacer una demostración de fuerza fijándose el objetivo de sacar a 50.000 manifestantes a la calle. El rey jordano quizás haya evitado enfrentamientos disolviendo el gobierno y disuadiendo a los partidos afines a manifestarse, pero ha dejado la calle en manos del Frente de Acción Islámica.
Otra decisión similar se tomaba en Kuwait: El Emir Sabah Al Ahmed Al Sabah el pasado domingo 7 disolvió el Consejo Nacional, uno de los parlamentos más democráticos de la región, y convocó elecciones en sesenta días. El parlamento disuelto estaba bajo control islamista, después de unas elecciones anticipadas en febrero de 2012, declaradas nulas por el Tribunal Constitucional.
En Siria el mando militar del Ejército Sirio Libre ha dejado Turquía para instalarse en el norte de Siria. Además, el parlamento turco autoriza a las fuerzas armadas a penetrar en Siria. Todo ello en un ambiente de incidentes armados fronterizos, donde el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condena solamente a Sira. Las explosiones se suceden en Damasco el 7 de octubre, y Alepo sigue envuelto en combates entre el llamado Ejército Libre Sirio y el gubernamental. Cada vez parece más evidente que el final del conflicto pasa por la victoria de uno de los bandos y el triunfo o la retirada de Al Asad. Esta guerra no parece que tenga el mismo desenlace que la de Libia, siendo muy significativo que Catar y Arabia Saudí dejen de enviar armamento pesado a la oposición Siria.
En Irán el hundimiento del rial (quizás en un 50%) hace que se multipliquen las manifestaciones en varias ciudades por todo el país. En Egipto, un país asolado por las huelgas, el personal se queda atónito ante el discurso triunfalista del presidente Mursi el pasado 6 de octubre. En Gaza sigue la tensión, y en Líbano se está cada vez más cerca de ser arrastrado por la tragedia siria.
Mientras tanto en los campamentos de refugiados, las menores sirias son casadas a la fuerza al amparo de edictos religiosos, que emanan del entorno revolucionario con tintes de yihad; y el ministro egipcio de Información, Salah Abdel Maqsud, uno de los lideres de los Hermanos Musulmanes, muestra su rigor moral llamando en directo «caliente» a una periodista . Este triste episodio es el único signo de normalización. La erótica del poder viene afectando, desde siempre, tanto a supuestos puritanos como al cualquier vecino del barrio.
La situación en Oriente Próximo no tiene visos de calmarse.
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