Por Dña. Carmen Pavaneras.
A la muerte de Fernando VII se desencadenó un conflicto armado entre los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, que se consideraba legítimo heredero a la corona, ya que su hermanó abolió la Ley Sálica, que prohibía reinar a las mujeres, y los partidarios de Isabel II, hija legítima del difunto rey.
Los partidarios de D. Carlos, llamados “carlistas” eran favorables al absolutismo y defensores de las tradiciones. En cuanto a los partidarios de Isabel, se les denominó “isabelinos” o “cristinos”, ya que ante la minoría de edad de Isabel II, se estableció la regencia de su madre Doña Mª Cristina.
Los defensores del carlismo pertenecían sobre todo al mundo rural, pequeños propietarios, artesanos, que ven con recelo las reformas, pero también a la pequeña nobleza y parte del clero.
Aún cuando hubo partidarios y bandas carlistas en muchas partes de España, fue sobre todo en el País Vasco, Navarra y zonas de Cataluña, Aragón y Valencia, donde se concentraron los combates en su mayor intensidad.
A lo largo del siglo XIX se desencadenaron tres guerras con la denominación de carlistas: la 1ª desarrollada entre 1833 y 1840, durante el reinado de Isabel II; la 2ª entre 1846 y 1849, también durante el mismo reinado, y la 3ª y última entre 1872 y 1876, cuando reinaba el hijo de la anterior, Alfonso XII.
El primer intento de iniciar esta 3ª carlistada, se produjo con el cruce por el pretendiente D. Carlos VII, Duque de Madrid, de la frontera francesa en Navarra, el 2 de Mayo de 1872. Sin embargo la acción del general gubernamental D. Domingo Moriones le obligó a repasarla nuevamente a los pocos días, firmándose a continuación el Convenio de Amorebieta, que ponía fin momentáneamente a la insurrección.
Sin embargo, D. Carlos VII no cesó en sus pretensiones, estableciendo el 18 de Diciembre como fecha para una nueva sublevación.
En este contexto hace su aparición Francisca Guarch “La carlista”. Francisca tenía a su hermano mayor luchando con los carlistas, y ella, de temperamento fuerte y vigorosa de cuerpo; educada e influida por las ideas tradicionalistas y religiosas, pese a contar tan solo con una edad de entre 15 (otros creen que 17) años, decidió incorporarse a las partidas carlistas.
Sin más ropa que la puesta y sin otro caudal que cuatro reales en plata, abandona la vivienda de sus padres en Castellfort (Castellón de la Plana) y se lanza al campo para incorporarse a cualquiera de la bandas que acaudillaban Savalls o Castell.
Tras recorrer el camino que le llevó hasta Tortosa, supo que el primero estaba en Gerona, de modo que disfrazada de hombre y adoptando el nombre de Francisco, se dirige hacia San Esteban del Lleniana (Gerona), donde al fin encuentra a la partida de Ferrer, en la que se alista como voluntario.
Su bautismo de fuego se produjo el 23 de Enero de 1873, si bien no en combate victorioso de su partida, sino en una por grupos, y tan de prisa, que se quedó rezagada. Sin embargo, para ella fue una gran victoria, pues aunque se escondió entre unos matojos, fue alcanzada por una pareja de soldados de la caballería enemiga, que la intimaron a la rendición. Lejos de aceptarla, contestó a la misma a tiros, hiriendo gravemente a uno de los jinetes y obligando a rendirse al otro. Con el soldado rendido y el caballo del herido, se presentó al jefe de su partida en San Miguel de Campuajer (Gerona), donde fue recibida entre vítores y aclamaciones.
A las órdenes del cabecilla Barceló, integrado en las fuerzas de Savals, combate en el Ampurdán y el Pirineo. Distinguiéndose en la victoria que los carlistas obtienen en Alpens (Barcelona). Por su valor y disciplina, el Infante D. Alfonso, condecoró a Franscisco con la Cruz Roja del Mérito Militar y le asciende a soldado de primera.
Al finalizar la guerra con la derrota carlista, se refugia en Francia, donde recobra su estado femenino, entrando a servir como doméstica en casa de un canónigo francés.
De regreso a su pueblo natal, el alcalde la encarcela, conminándola a que se acoja al indulto publicado por el gobierno de Don Alfonso XII. Pero ella se niega a solicitarlo, siendo puesta en libertad, lo cual no impidió que constantemente hablase a sus vecinos de las bondades de los carlistas y de la maldad de los alfonsinos, conducta que fue la causa de que se la encarcelase en varias ocasiones.
Francisca expiró el 30 de Diciembre de 1903, a los 48 años de edad. Fiel a sus ideales, murió sin faltar al juramento que prestó al sentar plaza en las filas de D. Carlos. Su lealtad y su valor no desmayaron en ningún momento.
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