El pasado 18 de diciembre Donald Trump hacía pública la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS, por sus siglas en inglés) de su gabinete. El plan de la Administración republicana ha dejado señaladas las prioridades, pero sin una hoja de ruta que permita entrever la fórmula del Ejecutivo para convertir las palabras en hechos.
La NSS señala claramente la diversidad de las amenazas: el empoderamiento geopolítico de Rusia y el poderío económico de China; la incógnita nuclear de Corea del Norte; el riesgo de Irán tras la firma el pacto nuclear; y la constante del terrorismo yihadista. A ello se le suman posturas en torno al Acuerdo de París sobre el cambio climático, el reciente reconocimiento oficial de Jerusalén como capital israelí, o el mediático control migratorio.
Ciertamente el discurso es una prolongación de lo que Trump ya había anunciado repetidas veces durante su campaña y a lo largo de este año en la Casa Blanca. La económica representa el epicentro del programa político, abarca todas las esferas directa o colateralmente. El bagaje empresarial del presidente estadounidense da muestras de la monolítica óptica económica, algo que puede tener consecuencia en los contrapesos estratégicos de Estados Unidos.
La idea que trasmite el Gobierno de Trump en su proyecto es la de mantener a Estados Unidos como la potencia mundial para poder sacar mayor rédito económico por tal posición; de ahí las críticas a las organizaciones internacionales como la ONU o la OTAN por su limitada inversión, o la retirada estadounidense del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. El eje Asia-Pacífico, escenario tan vertebral en el programa de Obama, conserva su relevancia estratégica bajo el gabinete republicano, pero este último no acepta los parámetros comerciales estipulados por su antecesor.
El Ejecutivo estadounidense aspira crear un programa en torno a su poder financiero: “la seguridad económica significa seguridad nacional”, explicaba Trump durante la rueda de prensa. Es por eso que la Administración republicana ve como prioridad invertir en Defensa: “Un poder sin igual es la forma más certera de Defensa. Cualquier nación que sustituya prosperidad por seguridad acaba perdiendo ambas.”, argumentaba el presidente. Es en esta esfera dónde convergen dos nodos del programa de Trump: influencia y prosperidad económica. Esto no se queda en palabras: Estados Unidos es el país con más inversión en Defensa – por una gran diferencia – y aún así la Casa Blanca anunció este año que aumentaría el presupuesto en un 9% (es decir, en torno a 54.000 millones de dólares a mayores). Con esta estrategia se espera responder al mismo tiempo a la competitividad económica que supone China y la evolución geopolítica que ha tenido Rusia en el último lustro. De hecho, el propio Trump ha reconocido la competencia que suponen estas dos naciones para Estados Unidos: ”Rusia y China suponen potencias rivales que aspiran a retar la influencia, los valores y la riqueza de Estados Unidos. Esta estrategia está marcada desde el principio de que nos encontramos ante una nueva era de competitividad”.
Por otra parte, el reconocimiento de Jerusalén como capital israelí y las repetidas declaraciones sobre la ruptura del pacto nuclear con Irán dejan clara la postura del gabinete republicano. Oriente siempre ha sido una región convulsa para Estados Unidos, más aún ahora con Rusia ganando influencia y aliados. Igualmente, al hablar de Oriente Próximo también se hace alusión al terrorismo, al que según la nueva NSS se debe combatir con alianzas intergubernamentales y apoyo de inteligencia entre naciones.
“Esta estrategia de Defensa pone a Estados Unidos primero”, repite el presidente continuamente; bien podía tratarse del titular del discurso del presidente. Tal discurso está repleto de líneas patrióticas, sin embargo, en el mensaje ni se distingue un proyecto aislacionista ni aclara ser la punta de lanza en la era de la globalización. Simplemente se puede constatar la postura centrípeta que Donald Trump aspira a crear bajo la órbita de Estados Unidos, pero sin explicar el cómo.
En su imperativo por distanciarse de cualquier predecesor, la lectura de la NSS es la de un líder interesado en convertir su nación en una multinacional en búsqueda por logros a corto plazo, que permitan victorias tácticas, pero con una carencia estratégica que puede acarrear las consecuencias de un leviatán desorbitado.
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