José Atilano Delgado/ Toledo.
El 7 de diciembre de 1585, uno de nuestros Tercios estaba bloqueado por una escuadra enemiga en una colina, en un lugar llamado Empel, en Holanda. El agua los rodeaba.
Cinco mil hombres guarnecían la isla. Ya no quedaban víveres, ni pertrechos de guerra, ni ropas secas. Sólo frío y agua y barro y desesperanza.
El jefe enemigo propone entonces una rendición honrosa. La respuesta del Tercio fue la de siempre: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la rendición. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».
El esta situación, un soldado del Tercio cavaba una trinchera, más para tumba que para guarecerse, cuando tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca en la que estaba pintada, en vivos colores, la Inmaculada Concepción.
Comenzó el soldado a gritar y acudieron sus compañeros, cogieron la imagen y procesionaron con ella a la vista de todos.
Un viento huracanado e intensamente frío se desató aquella tarde helando las aguas del Mosa. Los españoles, marchando sobre el hielo en plena noche, atacan por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre, y alcanzan una victoria tan completa que hace decir al almirante Holak:
«Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro».
Aquel mismo día, entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada patrona de la Infantería española.
Durante toda esta semana, la ciudad de Toledo, cuna de la Infantería española, está engalanada con pancartas y Banderas rojas y gualdas. Los jóvenes toledanos, como todos los años, adornan sus principales monumentos con misivas de la ocasión.
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