Francisco Bolúmar Montero
Ante los ataques sufridos por Francia el pasado trece de noviembre, el Presidente francés, François Hollande, anunció que su país incrementaría, de manera inmediata, los bombardeos contra el autodenominado Estado Islámico en Siria. Y no es el único. Unas horas antes de reconocer que el siniestro del avión ruso en la península egipcia del Sinaí había sido consecuencia de un atentado terrorista, el Presidente ruso, Vladimir Putin, también anunció un incremento de los bombardeos que su país lleva a cabo en territorio sirio.
Sin embargo, son muchos los que se plantean la eficacia de esta táctica, reabriendo el debate sobre la efectividad que el uso exclusivo de bombardeos aéreos tiene para ganar una guerra. Desde la Operación Tormenta del Desierto contra Irak en 1991, algunos autores y analistas militares han argumentado que dicha operación supuso un punto de inflexión en la historia militar. Por ejemplo, el General Vladimir Slipchenko, Especialista Jefe del Centro de Investigaciones Militares y Estratégicas de las Fuerzas Armadas rusas, consideró que “la Guerra del Golfo apoya el hecho de que una campaña aérea puede, por sí sola, formar la base de una victoria”, una opinión que quedó cristalizada durante la campaña contra Serbia en 1999 en la que hubo quien afirmó que “la capitulación del Presidente Milosevic demuestra que una guerra puede ganarse sólo por el aire”.
El uso de la fuerza aérea, por lo tanto, se ha convertido en un instrumento esencial en la guerra moderna debido a las numerosas ventajas que proporciona, tales como la velocidad de despliegue y el reducido número de bajas entre las fuerzas armadas, convirtiéndose, así, en el arma por antonomasia de las naciones occidentales. Sin embargo, uno no debe dejarse llevar sólo por este punto de vista, ya que la fuerza aérea tiene sus propias limitaciones, algunas de las cuales obstaculizan significativamente su capacidad para asegurar una victoria militar por sí misma. Es más, el teniente coronel de artillería Francisco Jiménez Moyano aseguró, durante el I Simposium Nacional sobre Terrorismo Yihadista en Oriente Medio y África, que la “estrategia occidental contra Daesh [consistente, únicamente, en bombardeos aéreos] es absolutamente ineficaz”.
¿Por qué usar el poder aéreo?
La fuerza aérea se compone de cinco características principales- rango, velocidad, flexibilidad, observación y precisión- que, combinadas, presentan una enorme ventaja para los países occidentales. Respecto al rango, mientras que el 70% de la superficie terrestre está cubierta por agua, el aire está en todas partes y, por tanto, permite proyectar fuerza de manera rápida en cualquier punto del planeta –eliminando, o al menos mitigando, el problema que el politólogo estadounidense Mearsheimer bautizó como “el poder de freno del agua”. Al mismo tiempo, se puede asegurar la seguridad de los aviones, pues éstos quedan resguardados del peligro mediante la utilización de bases situadas lejos del teatro de operaciones, como es el caso actual de los cazas Mirage y Rafale franceses que despegan a diario de bases en Jordania y Emiratos Árabes Unidos para bombardear en Siria.
Por su parte, la velocidad se refiere al hecho de que las fuerzas aéreas son capaces de moverse mucho más rápido que las navales o terrestres, lo cual permite llevar a cabo ataques por sorpresa de manera mucho más efectiva. Además, el poder aéreo tiene una mayor flexibilidad que el naval o el terrestre, facilitando, así, su utilización para distintas tareas como el soporte táctico, bombardeos limitados contra objetivos estratégicos, o la recogida de información haciendo uso de la ventaja proporcionada por la altura. Finalmente, las armas de precisión posibilitan una reducción general de los daños colaterales, esenciales a la hora de asegurar y mantener el apoyo doméstico e internacional a la contienda.
La combinación de todos estos factores implica que los países, especialmente los occidentales debido a su superioridad tecnológica, tienen un instrumento que permite obtener, como dijo el politólogo estadounidense Cohen, “satisfacción sin compromiso”. Dicho de otra forma, el uso exclusivo de sus fuerzas aéreas permite a los Estados occidentales utilizar su superioridad tecnológica para minimizar el número de bajas entre sus propias fuerzas y las de sus aliados, eliminar la moral del enemigo, reducir las bajas civiles y evitar una implicación que se prolongue en el tiempo y que socave el apoyo doméstico.
Asimismo, algunos analistas consideran que el poder aéreo es el instrumento coercitivo más útil, tanto si se utiliza contra infraestructuras civiles como militares, bajo la lógica de que, una vez cruzado un determinado umbral, los costes serán tan altos que destrozarán la moral enemiga y los líderes del bando enemigo no tendrán otra opción que aceptar las demandas del atacante o hacer frente al riesgo de una rebelión civil o militar en casa.
Todo tiene sus limitaciones
Sin embargo, y a pesar de las numerosas ventajas que proporciona, el poder aéreo también tiene ciertas limitaciones que reducen su efectividad y hacen imposible que se pueda lograr una victoria militar con el uso exclusivo de estas fuerzas. Como punto de partida, debe destacarse que su utilidad como instrumento de coacción queda en entredicho si se tienen en cuenta los bombardeos de Londres, Dresde y Tokio durante la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente, en Serbia en los que, a pesar de los numerosos daños materiales y humanos causados, éstos no lograron su objetivo de coaccionar a los dirigentes del país objeto de los bombardeos.
Además, es posible que esta táctica se vuelva contraproducente al crear un “efecto de agruparse alrededor de la bandera”, aumentando el apoyo doméstico a las autoridades políticas y culpando al atacante de las calamidades sufridas por la población civil. Junto con el riesgo de que la táctica coercitiva se vuelva contraproducente, debe tenerse en cuenta la dificultad de determinar el impacto que los bombardeos pueden tener en las autoridades políticas enemigas ya que, mientras que es posible obtener unas medidas aproximadas de éxito cuando se utilizan fuerzas terrestres o navales, calculando la extensión de territorio ganada o el número de buques hundidos o a los que se ha impedido la entrada o salida de un puerto, es imposible juzgar el impacto que la destrucción de determinadas infraestructuras puede tener en la moral y el proceso de decisión del enemigo.
Adicionalmente, la voluntad de minimizar los daños colaterales ha forzado la creación de estrictas reglas para entablar combate que reducen la efectividad general del poder aéreo pues éstas pueden forzar al piloto a abortar una misión en aquellos casos en los que no pueda asegurar la ausencia de bajas civiles, como se vio en los casos de Serbia en 1999 y Libia en 2011.
Junto con todas estas cuestiones, el uso exclusivo de las fuerzas aéreas puede limitar las perspectivas de una victoria al negar la posibilidad de obtener información precisa a través de las tropas en el terreno. Así, en 1991, las tropas iraquíes escondían tanques entre escombros para confundir a los pilotos y utilizaban señuelos como autobuses y otros vehículos grandes, dificultando el trabajo de los pilotos que podían confundirlos con lanzadores de misiles Scud. Algo similar ocurrió con los serbios, quienes aprendieron las ventajas de esconder sus vehículos dentro de edificios o camuflados entre vehículos civiles con la finalidad de impedir a los pilotos realizar el bombardeo por miedo a daños colaterales. En Libia, las fuerzas del régimen acabaron por abandonar los vehículos blindados y comenzaron a emplear vehículos comerciales, dificultando enormemente la tarea de separar, desde el aire, a las fuerzas leales al régimen de los rebeldes.
Sin territorio no se puede ganar
Asimismo, debido a limitaciones técnicas, como son la necesidad de repostar y la altura a la que vuelan los aparatos, el poder aéreo es una forma de poder no permanente, es decir, el poder aéreo llega en olas, no es un elemento permanente como son las fuerzas navales o terrestres y, por tanto, su capacidad para afectar la situación sobre el terreno es limitada. Una vez que el aparato ha regresado a la base, nada impide que el enemigo avance o cometa atrocidades hasta la siguiente ola.
Esto conduce a la limitación más importante del poder aéreo, su incapacidad de ocupar y mantener territorio. En efecto, mientras que el uso de la fuerza aérea puede impedir que el enemigo ocupe un determinado territorio mediante el uso de bombardeos masivos que le impidan concentrar a sus tropas, debido a su carácter no permanente, el poder aéreo no puede retener territorio por lo que siempre resultará necesario combinar las fuerzas aéreas con las terrestres para lograr lo que se conoce como la táctica “del martillo y el yunque”.
De hecho, la combinación del poder aéreo y las tropas sobre el terreno resultó necesaria tanto en el caso de Iraq como en el de Serbia. En el caso iraquí, los bombardeos aéreos –que han sido pregonados por los defensores del poder aéreo como el parangón de lo que las campañas aéreas pueden lograr por sí solas– no lograron destruir a las fuerzas enemigas hasta el punto de imposibilitar toda resistencia puesto que, aunque las capacidades de mando, control, comunicación e inteligencia (C3I) quedaron afectadas, éstas no fueron totalmente destruidas como tampoco lo fue la capacidad de maniobra Iraquí contra las fuerzas de la coalición.
Además, frente a aquéllos que argumentan que los bombardeos fueron esenciales para destruir la moral enemiga- quedando patente en el número de deserciones y rendiciones en el frente- otros, quizás más numerosos, sostienen que tanto la Guardia Republicana como las tropas regulares en unidades blindadas mantuvieron la moral alta durante todo el conflicto y que la baja moral en el frente se debió, no tanto a los bombardeos llevados a cabo por la coalición, sino al hecho de que las tropas allí presentes eran, en su mayoría, kurdos y chiíes reclutados forzosamente, opuestos al régimen de Saddam Hussein, sin ninguna lealtad al régimen y, por tanto, sin ninguna voluntad de morir por él. Teniendo todo esto en cuenta, es posible argumentar que, sin fuerzas terrestres sobre el terreno, las tropas Iraquíes no habrían sido expulsadas de Kuwait, y la guerra no hubiese terminado con una victoria tan clara.
El caso de Serbia es similar ya que la capitulación de Milosevic no se debió tanto a los bombardeos aéreos sino a la combinación de una serie de factores que incrementaron enormemente la presión sobre el régimen serbio, como fue la ausencia de apoyo ruso, la ofensiva terrestre por parte de croatas y bosnios, la amenaza de una intervención terrestre por parte de la OTAN y el aumento de las operaciones del Ejército de Liberación de Kosovo, junto con los ataques de artillería franco-británicos.
La paciencia: clave de la estrategia occidental contra Daesh
Ahora bien, los países occidentales, con sus numerosos expertos militares, son perfectamente conscientes de esto por lo que hace falta preguntarse por qué se empeñan en seguir bombardeando los feudos de Daesh en Siria e Irak en vez de mandar a tropas sobre el terreno. La respuesta es sencilla. Las guerras de Afganistán e Irak conllevaron el envío de cientos de miles de soldados de numerosos países, muchísimas bajas –algo que, nuestras poblaciones no suelen aceptar –y un enorme gasto económico. Nadie, y menos aún Obama, quiere pasar otros diez años enfrascado en una guerra en Oriente Medio.
La estrategia occidental, por tanto, es doble. Por un lado, se llevan a cabo bombardeos aéreos con la finalidad de dificultar las condiciones de vida para los combatientes islamistas, minar su moral e impedir que sigan avanzando y conquistando terreno. Por otro lado, se está entrenando y armando a un grupo de personas para que puedan llevar a cabo, con apoyo aéreo occidental, una campaña de ocupación de territorio que haga retroceder y, finalmente, capitular a Daesh. Entre estos grupos se encuentran los peshmergas, o combatientes, kurdos, la oposición siria moderada y las Fuerzas Armadas iraquíes. España, como parte de la coalición internacional contra Daesh y a petición del Gobierno de Irak, tiene desplegados a unos trescientos efectivos en una misión de entrenamiento a las Fuerzas Armadas iraquíes. Estados Unidos y varios países europeos han armado a los kurdos y los estadounidenses han estado entrenando a miembros de la oposición moderada siria.
Desafortunadamente, las condiciones de acceso al entrenamiento por parte de EEUU son tan estrictas que sólo han recibido algún tipo de formación unas quinientas personas, de un número inicialmente previsto de tres mil. Además, la rapidísima y eficaz expansión de Daesh en Irak, representada con la toma de Mosul, ha minado la moral de las Fuerzas Armadas iraquíes, hasta el punto de que no tienen el coraje de enfrentarse a los islamistas y, cuando lo han hecho, ha tenido un resultado catastrófico.
Por ello, los líderes occidentales piden paciencia, llevará tiempo tener preparada una fuerza militar terrestre capaz de enfrentarse a los terroristas y, por el momento, se contentan en frenar su avance con bombardeos aéreos. Falta por ver si los atentados de París consiguen ser un revulsivo que obligue a la comunidad internacional a reaccionar de manera más contundente y eficaz.
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