Por Carlos González de Escalada Álvarez
Con la aparición de diversos programas máster relacionados con la Seguridad, la Defensa, la Geoestrategia y la Inteligencia. El Campus Internacional para la Seguridad y la Defensa (CISDE) y la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), están acuñando sólidamente las nuevas «Ciencias de la Seguridad y de la Defensa».
Los que cada día nos dedicamos a la docencia relacionada con la seguridad y la defensa, estamos elevando esta disciplina a la categoría de ciencia. Como punto de partida, las actividades relacionadas con la protección de las personas y los bienes, pueden considerarse desde el punto de vista antropológico, que es también es ciencia, sin embargo, a lo largo de este artículo se explicará cómo esta materia está tomando carta de naturaleza científica en sí misma.
En el siglo XIX llamábamos ciencias a las materias del conocimiento que hoy llamaríamos “ciencias exactas”: matemáticas, física, astronomía y también lo que hoy conocemos como ciencias naturales: medicina, biología, farmacia. Más tarde, y sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, se acuña el término de ciencias sociales: sociología, antropología, historia… La ciencia abarca hoy casi todos los campos del saber y casi todas las actividades humanas.
Por eso, en el siglo XXI, hablamos también de las «Ciencias de la Seguridad y la Defensa».
Desde el momento en que la seguridad colectiva de las naciones se convierte en materia de atención preferente para la sociedad moderna, las disciplinas relacionadas con ella se convierten en campos de conocimiento y especialización que crecen exponencialmente.
El abordaje científico de la seguridad y la defensa tiene gran complejidad cuanto que no son áreas uniformes sino que abarcan una muchas facetas relacionadas, que sin embargo no están plenamente consolidadas.
Seguridad y Defensa, en su sentido más amplio hacen referencia a la actividad de la policía, de las Fuerzas Armadas, de las agencias de seguridad o inteligencia, de la acción y luchan contra el terrorismo, de la industria militar, del análisis político y estratégico de las naciones. Y sin embargo, también hace referencia a la seguridad de instalaciones, a las nuevas tecnologías aplicadas a la protección o a la integridad de bienes y personas. Una disciplina amplísima con muchas áreas de especialización.
El hecho de la autorización por parte de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditaciones (ANECA) de un Máster Universitario en Seguridad, Defensa y Geoestrategia, como el impartido por la UDIMA en colaboración con CISDE, viene a reconocer oficialmente el carácter universitario y científico de esta materia tan amplia.
Más allá de este hecho, es preciso profundizar en la consolidación de la seguridad y la defensa como disciplina científica.
Según el Diccionario de la Real Académica, así definimos la palabra ciencia: “Ciencia, del latin scientia (conocimiento), conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales”.
Tomando como raíz esta acepción, cabe definir “Ciencias de la Seguridad y la Defensa” como el:
“Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales, con el fin de aumentar la protección, indemnidad o capacidad defensiva de personas, colectivos y naciones”.
Es decir, esta nueva ciencia se interesa y entiende de todos aquellos aspectos que hacen que las personas y la sociedad sean más seguras y estén mejor defendidas frente a la amenaza de agentes o elementos hostiles, y siempre con razonamientos sistemáticos y estructurados.
Establecimiento de principios y leyes generales
Sin dejarnos intimidar por la anchura y profundidad de la disciplina, es preciso subrayar que el objetivo de toda ciencia no es simplemente alcanzar el saber en abstracto, sino el poder formular de principios y leyes generales que se cumplen cuando coinciden las circunstancias. Es decir se considera a la ciencia en su dimensión utilitarista, cuanto que establece un fin práctico de aplicación. El investigador, el científico, utiliza una ciencia para lograr establecer unos principios constantes y, por lo tanto, predecibles.
La predicción está en la base de la actividad científica, sea para predecir el comportamiento de átomos, células o, en este caso, personas o colectivos amigos u hostiles. En el caso de las ciencias de la ciencia de la seguridad y la defensa, nos interesa especialmente el efecto del efecto acción-reacción-repercusión. Qué hará un agente hostil al enfrentarse a una situación fortuita o provocada y qué repercusión tendrá en el objeto protegido, cómo evolucionará la amenaza.
En el campo de la inteligencia, la predicción probabilística de lo que hará el objeto informativo se llama “prospectiva”, y es quizá la disciplina donde el tratamiento de datos y cálculo de probabilidades está más desarrollado.
Además, la investigación sobre seguridad y la defensa, como toda ciencia, ha de estar basada en la acción empírica que gracias al ensayo, a pruebas y a la acumulación de experiencia, permitan establecer reglas que se cumplan sistemáticamente. Esto no es nada sencillo cuando el analizamos el comportamiento de personas, pero a la vez, es lo que hace especialmente fascinantes las ciencias sociales.
La evidencia basada en el comportamiento humano nunca tendrá la solidez del comportamiento de combinación de fluidos o agentes químicos, pero sí es posible establecer patrones generales.
Investigación basada en la evidencia
La investigación científica, si ha de establecer normas, principios o leyes generales, ha de estar basada en la evidencia para resultar fiable. La utilidad científica de la seguridad y la defensa puede ser aplicada a múltiples áreas: el comportamiento predecible del enemigo en el campo de batalla; la concatenación de acciones probables de un grupo terrorista; la evolución política de ciertos regímenes totalitarios al enfrentarse a situaciones similares.
La metodología de la investigación tiene por objeto dotar al investigador de las herramientas necesarias en su búsqueda de patrones y leyes predictivas.
Toda investigación científica está encaminada a demostrar algo, tradicionalmente, a través del establecimiento de una hipótesis que se pone a prueba mediante el hallazgo de evidencias en fuentes primarias (información a través de ensayos cuantitativos y cualitativos) y fuentes secundarias (lo hallado por otros investigadores).
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