Por Carlos González de Escalada Álvarez

El Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU calculaba que a comienzos del verano del 2012, ya habían muerto en Siria casi 10.000 civiles y 3.200 miembros de las fuerzas armadas y fuerzas de seguridad del país. Reconocía igualmente la dificultad de llevar la cuenta, por lo que esta cifra puede variar, pero da una idea del horror que se está viviendo. El estallido sirio se está llevando por delante más de 5.000 civiles al año, según los cálculos más conservadores.

La comunidad internacional occidental ha demostrado que no tiene el menor interés por intervenir en Siria. Deduzco que las cancillerías europeas aplicando la más pura realpolitik, están convencidas de que es mejor tener a un malo conocido, llamado Basher Al-Asad, que la desconocida alternativa compuesta por insurgentes apoyados por islamistas radicales. Un analista desapasionado pueden argumentar razonadamente que Siria vive una guerra civil y que en toda guerra hay miles de muertos. Que se trata de dos bando enfrentados y que la comunidad internacional bastante tiene con solucionar su grave crisis económica. Es más, vista la evolución de la Primavera Árabe, en países como Libia o Egipto, donde se siguen viviendo convulsiones sociales de gran magnitud, mejor sería dejar las cosas como están.

Pues bien, el que piense así está equivocado. La humanidad no puede cruzarse de brazos mientras se perpetran abominables crímenes contra ella. No podemos permanecer sentados, mientras un gobernante bombardea barrios enteros, llenos de civiles en Damasco, o decide masacrar a 80 insurgentes en Alepo, para después tirarlos maniatados a una acequia. El dilema no está entre Asad y los islamistas radicales, la cuestión es si Occidente tolera o no el genocidio.

Con los genocidas hay que acabar sin contemplaciones. No hay genocidas buenos y genocidas malos. Todos son malos, se llamen Hitler, Stalin, Pol Pot, Saddam Hussein o Basher Al-Asad. España y sus aliados no pueden contemporizar con este tipo dirigentes criminales de la peor clase.

La propuesta del Gobierno británico de levantar el embargo de armas a los rebeldes sirios debe ser aprobada por la Unión Europea. La OTAN, bajo mandato del Consejo de Seguridad, debe establecer una exclusión aérea total en Siria; que sería tanto como decantar la balanza del bando rebelde. Asad debe ser depuesto y ser juzgado por sus crímenes horrendos.

¿Genocidio o Al Qaeda?
Muchos piensan que la alternativa al genocidio de este tirano es algo peor: la irrupción de islamistas radicales, apoyados por Al Qaeda. Pero ese peligro es exagerado, porque no todos los integristas son terroristas. No me gustaría ver a Al Qaeda enseñorearse en Siria, pero si ese fuera el caso, tiempo habrá de lidiar con ella, como ya estamos haciendo en Mali. Si hay una intervención militar occidental, máxime con fuerzas terrestres, se pondrían las bases para una pacificación y una reestructuración de Siria, mucha de cuya población quiere libertad y democracia. Siria es además una pieza clave para la estabilidad de Oriente Medio.

La política internacional, como a veces se pretende, no puede ser amoral. No nos pueden caer bien las tiranías como China, aunque hagamos negocios con ellas; no podemos disculpar a Pinochet porque uno sea de derechas o a Hugo Chávez porque uno sea de izquierdas. Los tiranos, los dictadores y no digamos los genocidas no tienen cabida en la arquitectura moral de occidente.

Las democracias son mejores y tienen mayor altura moral porque han sabido dotarse de mecanismos que permiten a sus ciudadanos vivir en libertad… y escribir artículos como este.