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Todo lo que no ha funcionado en la lucha contra el...

Todo lo que no ha funcionado en la lucha contra el terrorismo

D. Iván Moro Cardiel.

La declaración de guerra al terrorismo fue la respuesta que la administración estadounidense tenía más a mano ante un fenómeno como el terrorismo yihadista del que apenas tenía experiencia y conocimiento. La declaración de guerra entraba dentro de la lógica político-militar estadounidense de entonces: arreglar las cuentas pendientes mediante una mezcla de ataques preventivos, cambio de régimen o de líderes e intervencionismo liberal.

La guerra funcionó mientras los oponentes de Estados Unidos en Irak y Afganistán respondieron de forma convencional, pero dejó de hacerlo cuando, una vez acabado el paseo militar de las fuerzas expedicionarias, los terroristas recurrieron a la guerra irregular. Esta guerra combina todos los tipos de actuación que pueden dañar a los ejércitos regulares y, además, se practica sin sujeción a ningún código moral o legal, lo que coloca a los terroristas en una posición de ventaja.

Consistía en proteger a la población y atraerla a la causa de la intervención –ganar sus corazones y mentes- para que se distanciaran de las fuerzas insurgentes. Funcionó en Irak poniendo más tropas y combatiendo más duro, abandonando los campamentos y patrullando junto a las tropas locales en los lugares de mayor riesgo. El Presidente Obama decidió aplicarla en Afganistán pero no estaba dispuesto a pagar el precio de Irak ni a implicarse en una guerra que, desplazada del terrorismo a la insurgencia, iba a precisar más tiempo, recursos y capacidad de adaptación. Para entonces, el yihadismo internacional contra el que se había iniciado la guerra ya había mutado y había perdido protagonismo a favor de la insurgencia en Irak y en Afganistán –mucho antes de que muriera Osama Bin Laden- su participación se había reducido a unas docenas de militantes. Sea porque no se podía continuar una lucha contra el terrorismo sin terroristas enfrente o porque se había fijado una fecha de salida, las fuerzas internacionales comenzaron a retirarse en el verano de 2011.

Salvo los aliados más fieles que participaron en la Operación Libertad Duradera, la mayor parte de sus coligados en Afganistán e Irak no lucharon una guerra contra el terrorismo, una guerra de necesidad de la que creyeran dependía su futuro, sino una guerra de opción, librada por solidaridad con Estados Unidos y justificada frente a sus opiniones públicas en una tradición de misiones de paz e intervencionismo humanitario. A pesar del esfuerzo realizado  (sólo en Afganistán, Estados Unidos y el Reino Unido han gastado 1.283 trillones de dólares y 20 billones de libras, respectivamente)  y de los esfuerzos realizados frente a la insurgencia, el desgobierno, la corrupción, el subdesarrollo y la reconstrucción, las fuerzas internacionales se retirarán de Asia Central sin erradicar el terrorismo como se proponían. Además, han perdido buena parte de su crédito moral para liderar al mundo permitiendo detenciones, interrogatorios o extradiciones (Abu-Ghraib, Guantánamo o los vuelos de la CIA) y aprovechando el terrorismo para recortar derechos y libertades individuales más allá de lo justificable. Eso no quiere decir que en el futuro no se vayan a emplear fuerzas militares en la lucha contra el terrorismo, sino que se ha aprendido que en la guerra informal sólo se puede actuar mediante una combinación de inteligencia, fuerzas de operaciones especiales y aviones no tripulados (en 2010, Estados Unidos cuenta con más de 60.000 miembros de operaciones especiales y ha eliminado a 748 terroristas en 118 ataques). Se desplacen donde se desplacen los voluntarios yihadistas, ya no se volverá a ocupar sus santuarios de Pakistán, Yemen o Somalia, sino que se llevarán a cabo acciones encubiertas para eliminar terroristas de forma individual en lugar de desplegar grandes cantidades de soldados sobre el terreno. Recomendar el envío masivo de fuerzas, como se hizo tras el 11-S, merecería ahora una visita al psiquiatra según diagnosticó el Secretario de Defensa Gates en febrero de 2011.

Si la erradicación directa y violenta mediante el poder duro no ha sido posible, tampoco ha dado buenos resultados la actuación con medios blandos sobre las causas profundas, estructurales y remotas que lo generan. Considerando que el terrorismo surge naturalmente en ausencia de democracia, desarrollo y tolerancia, se pusieron en marcha medidas destinadas a restar apoyo social al terrorismo, evitar la radicalización de las comunidades religiosas o étnicas y fomentar el diálogo entre culturas diferenciadas. Dispuestos a reconocer las culpas propias y establecer nuevos patrones de relación con los países musulmanes y con las comunidades musulmanas establecidas en los países occidentales, se prodigaron las aperturas y los puentes al diálogo.

En la prevención de la radicalización colaboran autoridades gubernamentales y locales, públicas y privadas, pero sus resultados sólo serán apreciables a largo plazo. Mientras, a corto plazo, proliferan los grupos susceptibles de derivar hacia el extremismo violento de la mano de la frustración, la pobreza, el desempleo, el desarraigo, la marginación, el odio o la ignorancia. Colectivos sobre los que pueden y saben actuar los ideólogos terroristas o la criminalidad organizada para deteriorar la convivencia social mediante actos de terrorismo, bandas, drogas o anarquía.

No han tenido mejor suerte los programas de reconstrucción y gobernanza en Irak y Afganistán. Estados Unidos, sus coligados y las comunidades de donantes han demostrado falta de competencia, recursos y paciencia para obtener resultados sostenibles. Su prisa por emplear el instrumento militar les hizo olvidarse de planificar qué deberían hacer al día siguiente de la caída de los regímenes de los talibanes o de Sadan Hussein, por lo que quienes les recibieron con alivio en las calles vieron pronto que su capacidad real para cambiar las cosas era muy inferior a su capacidad para cambiar tiranos. Los fracasos en la reconstrucción y la gobernanza de Irak y Afganistán, a pesar de las inversiones realizadas, deberían rebajar las expectativas sobre la capacidad de la comunidad internacional para reconstruir naciones. En la misma dirección apuntan las carencias de comprensión cultural de interlocutores de los que conocemos muy poco. Pero la autosuficiencia occidental o su voluntarismo humanitario impiden actuar con humildad y prudencia fuera de casa a quienes dentro de ella tienen graves dificultades de gobernanza y bienestar.

La negociación diplomática ha sido otro de los instrumentos empleados para prevenir la proliferación nuclear y dificultar el acceso de los terroristas a armas de destrucción masiva. Recientemente, la administración estadounidense pudo reunir a los jefes de Estado y de Gobierno en el Consejo de Seguridad en 2009 y en la Cumbre por la Seguridad Nuclear de 2010 para prevenir el terrorismo nuclear, al mismo tiempo que se ha salvado el régimen de no proliferación tras concluir con éxito la Conferencia de Examen del Tratado de No proliferación de 2010. Son avances multilaterales que restringen la facilidad de acceso a las armas de destrucción masiva pero que no pueden impedir que accedan a ella países como Corea del Norte, India, Pakistán, Israel e Irán por motivos estratégico o, con el tiempo, actores no estatales por razones terroristas o criminales.

Finalmente, y a pesar de dominar la sociedad de la información, los países occidentales están perdiendo la batalla de las percepciones, porque el terrorismo yihadista ha sabido adaptarse al uso de Internet y de los nuevos medios de comunicación social. Estos pueden emplearse positivamente para apoyar el activismo por la libertad que se ha evidenciado a lo largo de la primavera “árabe” o, negativamente, para adoctrinar y exacerbar las bases terroristas y para erosionar la cohesión social como se evidenciado en los disturbios del Reino Unido o en la convocatoria de movilizaciones súbitas en los Estados Unidos. Las medidas contraterroristas para controlar el ciberespacio tienen un efecto limitado en el tiempo y los terroristas pronto encuentran nuevas formas de llegar a sus distintos tipos de audiencias.

También han encontrado el punto débil de las opiniones públicas occidentales, a las que saben distanciar de sus gobiernos atacando a sus contingentes con artefactos explosivos improvisados o amenazando con llevar a cabo acciones de represalia masiva en el interior de sus territorios.


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