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“La incertidumbre en zona de conflicto es máxima, pero aprendes a convivir con ella”

Rocío Miguel Jiménez.

Carmen Rengel es licenciada en periodismo por la Universidad de Sevilla y lleva quince años desempeñando este oficio. Actualmente es freelance y colabora con el Huffington Post en la edición del fin de semana, como también, en el digital Mediterráneo Sur.

Autodefinida ‘con el corazón en Jerusalén, y los pies en Madrid’, fue reportera en Oriente Medio cubriendo ofensivas, como las de Gaza, o elecciones. Siempre tuvo claro que su labor estaba enfocada al reporterismo, lo que en 2004 le hizo coger lo poco con lo que contaba para tratar de explicar y explicarse “un conflicto del que penden muchos otros en la región, que es noticia desde que nacieron nuestros padres y abuelos y que nunca se soluciona”.

En enero de 2015 obtuvo un premio como reconocimiento a su labor periodística: XVIII Premio de la Comunicación de la Asociación de la Prensa de Sevilla.

Recabando información de usted, hemos sabido que desde septiembre de 2007 a mayo de 2008 has sido asesora de prensa del Ministerio de Defensa, ¿podrías contarnos cuál fue su labor y experiencia?
Fui asesora de Prensa de la Secretaría de Estado de Defensa (SEDEF), estando en el cargo Soledad López y con José Antonio Alonso como ministro. Durante ese tiempo me encargué de las relaciones con los medios de comunicación en materias relacionadas con la SEDEF, como armamento y material, uso de suelo, satélites… Canalizaba las peticiones de entrevistas o de informaciones de nuestro departamento, bajo supervisión del gabinete del ministro, y me encargué de la elaboración de dossieres ante visitas concretas, discursos y documentación para respuestas parlamentarias.

Observando su Curriculum, permítanos preguntarle por qué se ha orientado, o mejor dicho, qué le ha llevado a ser periodista freelance de guerra, así como a dedicarse a todo lo que tenga que ver con esta rama del periodismo.
Mi paso por un gabinete de prensa fue muy enriquecedor pero, lo sabía desde el primer momento, también iba a ser algo temporal, una coyuntura de la que aprender. Mi labor periodística siempre había estado enfocada en el reporterismo, y a eso me quería dedicar de nuevo. Desde el año 2004 he estado viajando a Oriente Medio, una zona que me fascina, cubriendo diversos acontecimientos como ofensivas o elecciones. En 2010 se presentó un ERE en el medio al que había vuelto a trabajar, El Correo de Andalucía, y decidí sumarme como voluntaria, con la intención de marcharme definitivamente a Jerusalén. La zona estaba más que premeditadamente elegida, por querencia y curiosidad de muchos años, pero no la forma en que me marchaba: no elegí ser freelance, sino que la situación del oficio (y más en la cobertura internacional) me impidió tener una relación contractual con medio alguno. Así que el  camino que quedaba era el de ir a la pieza, una situación bastante inestable y de enorme desgaste.  Quería cubrir aquella zona no por empeño en convertirme en eso que llaman “corresponsal de guerra”, sino por tratar de explicar (y explicarme) un conflicto del que penden muchos otros en la región, que es noticia desde que nacieron nuestros padres y abuelos y que nunca se soluciona.

¿Cuáles diría que han sido su peor y mejor momento profesional?
El peor momento lo tuve entre finales de 2006 y el inicio de 2007. Empecé a trabajar en la sección de Local de mi diario, tras años haciendo información regional. El reto era precioso: cubrir los barrios de Sevilla y las necesidades de su gente y, más tarde, Tribunales. Sin embargo, no tenía rodaje para ello y me vino inmensamente grande. Muchas veces miramos con adoración al periodista que cubre un conflicto, cuando el verdadero mérito está en lo local, en la base, en las historias pequeñas que resuelven la vida cotidiana de la gente, en la pelea diaria de hacer pasillos en busca de fuentes. Me pilló con el pie cambiado, podríamos decir, y no lo aproveché. El mejor… todo el tiempo pasado en Jerusalén. Quizá los dos últimos años, por la cantidad de eventos importantes vividos (dos ofensivas contra Gaza, elecciones israelíes, visitas de Obama y el Papa Francisco…) y por la relativa estabilidad de colaboraciones que logré. Es muy prosaico, lo sé, pero sin ese respaldo de quien compra la pieza, no se puede sobrevivir. Y en ese tiempo empecé a llegar a fin de mes y a tener más oxígeno para viajar y gastar y contar historias.

La vida en una zona de conflicto debe ser muy complicada (especialmente siendo mujer en según qué zonas) ¿ha sentido miedo? ¿ha temido por su vida? ¿ha sido faltada el respeto? Si es así, ¿podrías contarnos esa experiencia?
Hay mucho mito en esta vida del corresponsal o el freelance en zona de conflicto. Claro que hay situaciones de riesgo, pero también hay muchos días de calma chicha, en los que la vida es relativamente normal. En el caso de Jerusalén es aún más sencillo que en Bagdad o Kabul, porque es una ciudad con servicios, restaurantes, buenos colegios para los hijos… Lo que pasa es que el clima es extraño, hay tranquilidad mil días en una esquina que está en tu paseo de rutina y el que hace mil uno hay una reyerta, un asesinato, un ataque. O vas a Gaza a ver proyectos de cooperación o a hacer una historia del cerco y, con que haya un cruce de fuego más intenso de lo normal, igual te ves enredado en una ofensiva. La incertidumbre es máxima, pero aprendes a convivir con ella.

Dicho esto, miedo claro que he sentido. Primero, por mi falta de experiencia. Cualquier control me parecía peligroso. Luego, con el tiempo, ya sabes amoldarte y distinguir lo que es realmente alarmante. He pasado miedo cuando los vigilantes de una colonia en Cisjordania sacaron nuestro coche de la carretera en una persecución loca porque nos acercamos demasiado a su villa, en zona ocupada. He pasado miedo en los primeros intercambios de piedras y balas en el paso de Qalandia, cuando no sabes dónde colocarte para hacer una foto. He pasado miedo en los bombardeos de Gaza de 2012, cuando apurando entrevistas te quedas cuando ha caído la noche y empiezan a llover las bombas a la vera de la casa donde tú estás y tienes que volver a tu hotel seguro y no sabes cómo vas a hacerlo… El miedo es una herramienta muy útil para mantenerte alerta.

Falta de respeto no he encontrado en general, o no más que cuando vas en una calle de Madrid haciendo una encuesta sobre qué piensan de los pactos de Gobierno. Siempre hay quien contesta mal y larga una retahíla contra la prensa. Frente a los falsos tópicos, Palestina es una tierra donde se respeta más a la mujer que en otros países árabes y la presencia de internacionales trabajando allá es tan elevada que no hay altercados habitualmente. Sólo tuve un choque con un salafista en Gaza, que nos obligó a Ana Alba, de El Periódico, y a mí a cubrirnos la cabeza y mirar al suelo mientras lo entrevistábamos. En el lado israelí, el peor tratamiento (y excepcional) vino de los ultraortodoxos judíos, muy poco dispuestos a atender a una goyin con pantalones.

Recabando información, la hemos escuchado decir en muchas ocasiones: “es importante el respaldo de un medio para mantener seguro al periodista”. ¿Podría, por favor, explicarnos en qué consiste ese respaldo del medio y por qué es tan importante para el periodista de guerra? Y, ¿qué se podría hacer para mejorar la protección de ese oficio?
No es importante, es esencial. De eso puede depender tu vida. Cuando no estás en plantilla de medio alguno, la seguridad te la pagas tú… o no te la pagas, como era mi caso, porque no llegaba. Te enfrentas a cada situación de riesgo a cuerpo, literalmente. Por ejemplo, si un medio te respalda y es serio, te proveerá de un chaleco antibalas y de un casco, como mínimo. Será más o menos antiguo, y por tanto más o menos pesado o eficaz, pero lo tendrás. Psicológicamente ya es como llevar un traje blindado de Robocop. Ayuda mucho. Un medio serio también te firmará un seguro cuando accedes a zonas más complicadas, como Gaza bajo las ofensivas de 2012 o 2014, que te garantiza no ya una ayuda económica si te hieren o te matan, sino un rescate y una repatriación. También da mucha serenidad saber que tienes esa red. ¿Qué ocurre cuando no tienes nada de esto? Que trabajas con un peto amarillo como el de cambiar las ruedas en la carretera, con reflectantes, y un letrero en la espalda que pone “press” y que ya no te salva de nada. Por ejemplo, los chicos palestinos de diversas ONG se los han hecho iguales, para poder estar más cerca en manifestaciones o choques con las IDF, con lo cual ya los soldados no distinguen entre prensa y no prensa y tiran a todo.

Lo que debería es hacerse un examen de conciencia en los medios y apostar por la seguridad de sus colaboradores. Saber que, aunque no sean de plantilla, debes cuidarlos si los quieres mandar a una zona compleja. De los 18 medios con los que colaboré en mi tiempo en Jerusalén, sólo la Cadena SER me hizo un seguro para entrar en Gaza bajo las bombas, y nunca se lo agradeceré lo suficiente. Con las mismas condiciones que se le hacían a los suyos de plantilla. Nunca olvidaré ese detalle. Hay que tomarse en serio a la persona que te está mandando una historia en condiciones duras y cuidarla un poco. También hay caminos intermedios, ya que lo que pido es hoy por hoy una utopía, y es contar con la ayuda de Reporteros Sin Fronteras. Ellos cuentan con equipos de protección adecuados para hombre y mujer y permiten firmar seguros en condiciones accesibles para un freelance. Se puede recurrir a ellos para estar más seguros.

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Como freelance, usted vende su información a los medios, ¿alguna vez le han comprado información y posteriormente modificado el contenido creado por usted?
Sí, lamentablemente. Lo normal es que vendas una idea, un planteamiento, más que un texto ya cerrado, con lo cual hay margen para hablar con los jefes sobre cómo lo quieren, qué les interesa más, para debatir el enfoque (a veces la razón la tienes tú, pero a veces la tiene un redactor jefe más avezado que ha pasado antes por lo mismo que tú y de ese debate sale algo maravilloso)… Pero incluso cuando hay debate, me ha pasado que he enviado mis textos (sólo me ha pasado en prensa escrita) y se ha modificado el contenido. No hablo del clásico cambio de un titular que no entra en una caja, sino de alteraciones de ideas, de párrafos enteros. Ha sido algo puntual pero muy desagradable.

En una entrevista para el Diario.es de 2014 habla acerca de la Operación Margen Protector de Israel, y afirma que “en España hay bastante desconocimiento del conflicto”, ¿Cuál es la imagen que nos han dado, y por lo tanto, tenemos? ¿Cuál es la realidad?
España es un país de blancos y negros, de pocos matices, muy visceral. El conmigo o contra mí se estila demasiado y este conflicto no se escapa. Todo se encasilla. El desconocimiento va más allá de España, lamentablemente. En nuestro país la visión es muy polarizada: si eres defensor de la causa palestina ya eres afín a Hamás y si defiendes la existencia del estado de Israel eres un sionista irredento que no reconoce los derechos de los palestinos. Y hay demasiados grises en medio, algo que en Francia o Reino Unido han aprendido claramente. La imagen que se da viene, en gran parte, limitada por los medios. Y si los medios sólo piden cosas cuando hay muertos, cuando hay violencia, es esa la imagen que se transmite. No se hace pedagogía, como de tantos otros conflictos, y aún así se este se sabe mucho más que de lo que pasa en Burkina Faso, por ejemplo. Se dan mensajes simplistas y violentos. Hay muchísimo más. Y ahora, con el miedo al islam, se agudizan las lecturas religiosas de un conflicto que en esencia es colonial, terreno y recursos, político, con añadidos religiosos. Cuando en el verano de 2014 hicimos el programa Hora 25 en Gaza, recuerdo que le dije a su directora, Àngels Barceló, que estaba muy feliz de que apostaran por ir a ver lo que pasaba allí, pese a que a la gente no le interesaba. Ella me replicó algo que no olvidaré: “Eso no es así, a la gente le interesa todo, pero quizá es que no hemos sabido explicárselo como deberíamos”. Es verdad. Conocer es interesarse, interesarse es actuar. Si los medios explicamos aquello a fondo, estoy segura de que llegará a haber una movilización social y política y acabe forzando a las partes a un acuerdo.

A continuación cito textualmente un párrafo de la misma entrevista nombrada anteriormente: “Incluso estos ratos están contaminados. A veces lo disfrutas con mala conciencia y te flagelas, pero entonces te dices que tú también necesitas oxígeno…porque en el fondo, no es tu conflicto” ¿Se puede desconectar tan fácilmente a pesar de no ser nuestro conflicto y ser, de alguna forma, egoísta en ese sentido?
No, en absoluto, que trates de hacerlo o te obligues a hacerlo no quiere decir que sea sencillo. Es realmente complicado. Si vas a Tel Aviv una semana después de los bombardeos de Gaza no puedes dejar de pensar que el chiringuito donde estás comiendo está, en línea recta, siguiendo la costa, a 50 kilómetros de donde empieza el cerco brutal y donde estaba muriendo gente. Si estás en una cafetería de Jerusalén como el antiguo Restobar o el Hillel, seguro que en algún momento de su asueto recuerdas que ahí hubo atentados. Si vas a Sebastia, a las ruinas al norte de Cisjordania, ¿cómo vas a ir tan despreocupado si tienes que cruzar controles, si sabes que tú los pasas porque tienes pasaporte español y los palestinos no pueden, cómo no recordar por el camino la villa de Duma, donde se quemó viva a una familia entera de palestinos, o Itamar, la colonia donde se asesinó a otro grupo de judíos? No. Es un ejercicio diario. No de frivolidad, sino de supervivencia mental. A veces hay que forzar la normalidad. Y para eso, apoyarte en la comunidad, en los otros españoles o los otros periodistas, ayuda.

Háblanos, por favor, acerca de su experiencia en la Operación Margen Protector.
Mi experiencia en esa ofensiva fue extraña respecto a la de otros colegas. Yo no estuve en Gaza, sino en Jerusalén. Iba a entrar en la franja, tenía ya los permisos preceptivos que exigen Israel y Hamás y me iba a marchar, viendo que los toma y daca se iban a convertir en una ofensiva mayor, pero debí quedarme en Jerusalén por división del trabajo. El corresponsal de El País se iba a Gaza y yo, la segunda, colaboradora, debía quedarme a hacer el frente israelí. Así que cubrí todo desde este lado de la frontera, viajando casi a diario al sur y tratando de mantener lo más frescas posibles mis fuentes en Gaza para tener información de primera mano para los medios que me pedían la actualidad a los dos lados del paso de Erez. Fueron días horribles, desgasta contar tanta muerte, no dormir, ver que se alarga la ofensiva… Fueron 50 días pero que venían precedidos de un mes de junio tremendo, con el secuestro y asesinato de tres jóvenes judíos en Hebrón y la muerte, en represalia, de un menor palestino quemado vivo en Jerusalén. La ciudad ardía. Así que fueron semanas de mucha incertidumbre, mucho trabajo, mucha angustia. Y eso que estaba en zona segura… El mérito es de los que estaban dentro.

Para cambiar un poco de contexto, aunque no de tema, ¿Qué opina de la crisis de los refugiados, del acuerdo de Schengen, y del nuevo acuerdo firmado ahora por Turquía y la UE?
La crisis de los refugiados no es más que nuestros actos llamando a la puerta. Assad fue nuestro amigo, se le toleró todo a él y a su padre, y se le protegió durante los primeros años de matanzas contra los disidentes. Los iraquíes y los afganos que también llegan… es obvio que proceden de lugares en los que ha atacado Occidente y donde ha dejado el trabajo a medias, entrando en avisperos complejos social y religiosamente, sin conocimiento previo del terreno. Hemos abandonado a las poblaciones y sus países se han desintegrado, caldo de cultivo de grupos islamistas que ahora también golpean aquí. Es nuestra crisis, no sólo la de ellos. La hemos generado nosotros pero no le damos respuestas. El acuerdo con Turquía es, sencillamente, ilegal. Reposa sobre principios fundacionales de la UE que han quedado machacados. Las normas internacionales dejan claro qué es el derecho de asilo y cómo se aplica. Mandar a la gente de vuelta a Turquía (que, por supuesto, no es terreno seguro, y donde la democracia se ve severamente amenazada mientras nosotros alimentamos sus arcas) es una canallada, sin fundamento legal, que deja los valores de solidaridad enterrados en el barro. LA ONU debería imponer sanciones a Europa por ello.

Para finalizar, ¿se ha preguntado alguna vez como el ser humano y el interés puede ocasionar tanto dolor y el desastre de ciudades al completo? Si es así ¿has encontrado una respuesta?
Muchas veces. En cada injusticia. Las respuestas no son claras, pero hay algunas cosas muy básicas que suman: si quien tiene poder no tiene valores, o tiene los valores equivocados, lo que tendremos es un mundo marcado por intereses, dinero, control. Hay mucha gente buena en el mundo y bajo esas ciudades arrasadas he visto lo mejor de nuestra especie, que es a lo que me aferro por encima de todo, la bondad y la superación que surgen de estas circunstancias. Pero por encima mandan otros. No son estos “buenos” los que llevan los hilos. La deshumanización es cada día mayor, pesa el interés de quien puede y manda. Los pueblos, los ciudadanos, son secundarios. El egoísmo. No, tengo que saber mucho más para poder contestar a esto… por ahora me queda el desconcierto.


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