Cachemira continúa siendo escenario crítico en la disputa que ha enfrentado a Pakistán y a la India en un conflicto que se prolonga por más de sesenta años. Desde que tuviera lugar la partición de la India y la resultante creación de Pakistán (1947), Cachemira ha sido el telón de fondo de sucesivas guerras entre dos estados, nuclearmente armados y que reclaman la totalidad de un territorio del que solamente controlan parte.
Recientemente acabamos de conocer que los líderes separatistas en la cachemira india están alentando a la población para que se manifieste por la independencia, desafiando la prohibición que pesa sobre la multitudinaria marcha convocada para este próximo viernes.
“Cada persona, joven y viejo, hombres y mujeres, debería marchar tras la oración del viernes” reza uno de los carteles que empapelan las paredes de Srinagar, urbe principal de la región.
Se trata del primer llamamiento de este tipo desde que el Gobierno del primer ministro Narendra Modi revocase la autonomía de la región al retirarle el estatus especial del que gozase. En virtud de estos “fueros especiales” se limitaba el acceso a la propiedad y a posiciones en el gobierno a los indios procedentes de otras regiones. El partido nacionalista BJP, al que pertenece el primer ministro, perseguía desde hace tiempo la eliminación de los privilegios de Cachemira, al considerarlos una traba para la integración de las minorías a nivel nacional.
Paralelamente, este mismo miércoles se han producido enfrentamientos armados entre las fuerzas de seguridad y los milicianos de Baramulla en el sector norte de la región. Según las últimas noticias, las escaramuzas se han cobrado la vida de un policía y de uno de los insurgentes.
El principado del Cachemira, a día de hoy una de las zonas más militarizadas de todo el mundo, se encuentra territorialmente dividido entre tres países: Pakistán (sector noroccidental), India (sectores central y meridional) y China (sector nororiental). Una división que no ha contentado a ninguna de las partes implicadas y cuya falta de acuerdos diplomáticos ha convertido el territorio en una bomba de relojería con demasiados detonadores.
La independencia colonial británica dio lugar a una división territorial en dos estados siguiendo el criterio de la religión mayoritaria practicada: Pakistán (mayoría musulmana) y la India (mayoría hindú). Llegados a este punto distintos gobernantes tuvieron la oportunidad de elegir a que estado unirse y aquí entra en juego la figura de Hari Singh, maharajá de Cachemira, y gobernante de un territorio mayoritariamente musulmán, ahora situado entre dos países, que contrariamente al criterio religioso seguido por el resto de líderes territoriales y con la esperanza de sofocar ciertos problemas internos, solicitó ayuda militar a la India.
Finalmente, el maharajá aceptaría la adhesión temporal de Cachemira cediendo el control de la política exterior y de defensa. Este hecho permitió a India apoderase de dos tercios del territorio y provocó que Pakistán se hiciera con el resto al norte; momento que China también aprovecharía para ocupar las partes orientales (1950).
Mientras Pakistán exige la celebración de un referéndum que decida el futuro de Cachemira, desde India sostienen que la participación de los cachemires en los sucesivos procesos electorales a nivel estatal y nacional, confirman la pertenencia del territorio en discordia. El cruce de acusaciones es permanente y desde un bando esgrimen resoluciones de la ONU, mientras desde el otro echan mano de los acuerdos bilaterales.
A lo largo de estas últimas décadas las posiciones no ha variado de manera significativa. Sin embargo, hay voces que empiezan a contemplar una tercera opción, la independencia, un resultado descartado de antemano por ambas partes.
Tensión en la Cachemira India
Un importante porcentaje de la población que habita este territorio reniega de la soberanía india y optan por la independencia o bien por la adhesión a Pakistán. No es de extrañar si tenemos en cuenta que más del 60% de los habitantes del estado de Jammu y Cachemira son musulmanes, hecho que facilita las relaciones con los pakistaníes. A lo anterior hay que sumar los elevados índices de desempleo y las recurrentes denuncias por el exceso de violencia perpetrado por las fuerzas de seguridad indias contra los manifestantes.
El problema de la insurgencia, lleva azotando Cachemira desde 1989 y desde hace unos años se está viviendo una nueva oleada de violencia, especialmente tras el fallecimiento de uno de sus principales líderes, Burhan Wani (2016), quien gozaba de una importante repercusión en redes y cuyos contenidos habían conseguido reavivar la llama del separatismo. La muerte de Wani ha traído consigo un aumento de los episodios violentos y solamente en 2018 el número de víctimas mortales supera las 500, entre civiles, fuerzas de seguridad e insurgentes.
La violencia continúa y en febrero de este mismo año, 40 militares indios perecieron como resultado de un atentado suicida que las autoridades indias achacan a insurgentes sufragados por Pakistán. La escalada de tensión persiste y las represalias por parte de India se tradujeron en ataques aéreos sobre insurgentes en territorio pakistaní.
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