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Hubo una vez una bandera: Nuestra Historia (II)

Hubo una vez una bandera: Nuestra Historia (II)

“Oh desdichada España, revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causas seas digna de tan porfiada persecución”

Fragmento extraído de «España defendida»

La segunda parte de esta historia comienza por el principio, bajando al barro de esos primeros días, cuando decidimos formar grupos que más tarde se convertirían en comunidades. Por aquel entonces ya sentíamos la necesidad de diferenciarnos entre nosotros, adoptábamos símbolos que estampamos en cada pared y piedra que se ponía por delante o pintábamos nuestros cuerpos y los adornábamos con lo que teníamos al alcance, tal vez por esa necesidad tan nuestra de ponerle orden a todo. Tan diferentes no debían ser nuestras costumbres, pues a nadie sorprende ya una pared “graffiteada”, un cuerpo tatuado o un piercing en la cara y al igual que entonces, el modo en que vestimos todavía le anuncia al vecino “tranquilo que soy de tu tribu”.

A medida que nos hacíamos más conscientes de nuestra propia fragilidad, aquellos símbolos se transformaron en bestias sagradas, deidades primitivas, espíritus ancestrales o cualquier otra entidad que protegiera a la tribu de una naturaleza implacable, como si llevar al cuello una pata de conejo hubiera podido frenar al depredador de turno. Con el componente emocional y el sentido religioso, llegó también la necesidad de dar visibilidad a los símbolos. Levantamos construcciones para albergarlos y los colocamos donde todo el mundo pudiera verlos, comenzamos a asociarlos al poder o bien los poderosos supieron emplearlos a tiempo, presidian nuestros hogares, los portábamos en la batalla, atados a nuestras lanzas, en forma de abalorios, esculturas o partes de animales y también grabados en los escudos.  Los Toros de Guisando o las fíbulas equinas de los celtíberos, el Lobo en la Sombra o la Bicha de Balazote de los íberos con sus cimeras rojas; galaicos, astures, cántabros, vascones, menudos eran todos ellos simbolizando animales.

El águila romana trajo consigo las primeras banderas, lienzos de color carmesí sobre una cruceta para, entre otras cosas, identificar sus legiones, vexilla las llamaron y mientras el vexilliarus (su portador) la acarreaba, paso a paso, en testudo nos iban romanizando. Con un poderoso carácter simbólico, servían no solo como punto de referencia y agrupamiento visible en el campo de batalla, sino que representaban el propio espíritu de las unidades y su pérdida constituía una gran calamidad, más aún una afrenta al prestigio y al honor de los hombres que luchaban bajo ellas. Y es que cuando se habla de honra los españoles somos ilustrados, para bien o para mal, más seguro que algo le debemos a todos estos que, antes que nosotros, se han dejado por el camino la vida y en ocasiones tristemente hasta esa misma honra, con independencia o precisamente por haber sido vencedores o vencidos.

Los penachos rojos de los íberos y el carmesí de las legiones romanas, fueron un preludio del que acabaría convirtiéndose en uno de nuestros colores nacionales pero hasta entonces, Roma todavía tenía que bajar los brazos y los leones de los godos devorar su “aquila” ondeando sobre estelas de azur y plata. Continuaron usando algunos de los “signa militaria” romanos, porque como ya hemos podido adivinar, hay un nexo indisoluble entre la bandera y lo bélico, que ha permanecido desde sus orígenes hasta nuestros días, trascendiendo la mera herramienta militar que marcaba el ataque o la retirada, el motivo sobre el que se han pronunciado innumerables juramentos, hasta convertirse en el símbolo de una nación ya entrado el siglo XIX. Pero todavía no hemos llegado a eso.

Y como suele ocurrir, mientras nos disputábamos la autoridad del reino, perdimos donde reinar. Dicen los cronistas antiguos que esa fue la “Ruina de Hispania”, que llegaron los musulmanes con sus propias banderas, estandartes y pendones y que ya poco importaban las facciones, las intrigas, los “duces” o los “comes”, solo el sálvese quien pueda. Y digo que si trajeron banderas y símbolos, más aun trajeron la semilla de aquello en lo que se convertirían las nuestras. En palabras del califa Al Hakam II había “tres enseñas de las más estimadas: el estandarte llamado el Uqda, el Alam y el Satrany”, y las crónicas hablan ya de banderas completamente blancas o rojas con númerosas inscripciones y figuras. Damos fe los lorquinos que por entonces también dábamos guerra, con la Bandera de Cantoria que le cobramos a los moriscos, con todas sus estrellas, círculos, llaves y manos. Luego llego Pelayo, con él la Reconquista y mezclamos la religión con la guerra, lo cual también se plasmó sobre la tela, desde Asturias a Jerusalén y vuelta.

Extendimos su uso y cada rey, cada noble y si nos descuidamos cada molinero, saltimbanqui, quesero o aliñador de aceitunas hubieran tenido la propia, cada una con sus escudos de armas. Los textos dicen que fue necesario y a pesar de los esfuerzo por procurar la paz, la guerra se enconaba más cada día y en esas circunstancias era necesario tomar medidas. Así nació la Orden Real de la Banda de Castilla.

“Tal fué el obgeto del Rey Do* Alonso el XI.° en la institución de la orden de Cavalleria llamada de la Banda. E esto fizo el Rey […] porque los omes cobdiciando aver aquella Banda oviesen razón de facer obras de Cavalleria”

Fragmento extraído de las “Memorias inéditas de la Real Academia de la Historia”

Si como dicen, los valores alimentan el espíritu, con ellos debimos nutrir las banderas, pues pronto se convirtieron en estandarte de los mismos, en reflejo del carácter y las creencias de los hombres que morían por ellas. Si esto es así, algo de culpa tendremos cuando hemos cebado, y aún cebamos, los símbolos con “vicios” y no con virtudes, lección que la historia y sus protagonistas ya nos han enseñado pero que algunos, en este mundo, parecen no haber aprendido. Es en los actos donde radica la trascendencia de un símbolo, de ahí que vivir o morir defendiéndolo, cuando la causa es justa o la creencia es tal, aporte a las banderas una especial significación, un valor diferencial respecto a otros ejemplos.

Al final sucumbió Granada, el último baluarte musulmán. Después de casi ocho siglos de ver banderas caer y banderas levantarse, he perdido la cuenta de cuantos más dedicaron todas las naciones a adiestrar fieras para la guerra. Nosotros por nuestra parte, continuamos la unificación, siguiendo el rojo y el dorado del pendón real y la bandera cuartelada de los reinos, para configurar el que acabaría siendo nuestro legado.


Analista especializado en el entorno de la información y Defensa.

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