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La India, el auge de la penúltima potencia

La India, el auge de la penúltima potencia

Una nación de cosmovisión propia. Múltiples culturas, plétora de lenguas y diversidad religiosa en un subcontinente que el país domina en extensión. Más allá de su historia y su pluralidad, India no para de romper registros y empieza a mostrar cifras de actor a tener en cuenta. El año pasado superó a Reino Unido como quinta fuerza económica del planeta y hace escasos meses se convertía en el más poblado, por encima de China. Un país con la economía en crecimiento, una clase media cada vez más amplia y una élite tecnificada, además de un poder militar con proyección y una capacidad tecnológica en ciernes. Es así que no debe extrañar la línea cada vez más proactiva de la política exterior de Nueva Delhi.

La India ha cobrado conciencia y es sabedor de la oportunidad que se le presenta. El centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado al Este y, aunque el océano Pacífico es clave por albergar los mayores puertos del mundo (de China y Estados Unidos, principalmente), el océano Índico es zona de tránsito primordial. Amén de la coyuntura del Indo-pacífico, India quiere confirmar su liderazgo sobre el océano que le rodea, y en cuya carrera debe lidiar con su principal enemigo, Pakistán, y su gran rival, China.

No obstante, para confirmar y consolidar su futuro como potencia, primero la India debe encarar aspectos internos que lastran su desarrollo. La diferencia de clases y castas, la corrupción, el trato a la mujer o los choques étnicos y religiosos representan un foco de inestabilidad en su camino por erigirse como actor con autonomía estratégica propia.

Narendra Modi, primer ministro indio desde 2014 (Fuente: wikimedia)

Contexto sociopolítico y económico

La India es antigua colonia británica que alcanzó su independencia en 1947 tras un turbulento proceso de separación con el territorio que hoy es Pakistán, nación con la que aún actualmente mantiene una enemistad recíproca. Esta disputa tiene varias aristas, ya que reúne factores étnicos, culturales y religioso.

Parte de los elementos que alimentan la disputas entre India y Pakistán se extienden dentro de la propia nación india. La discriminación sistémica por condiciones étnicas y religiosas, especialmente contra los musulmanes del país (que representan aproximadamente el 15% de la población), hacen de este factor sociopolítico un elemento desestabilizador para Nueva Delhi. El yihadismo o el fenómeno naxalista con sus milicias maoístas, sumado a las disputas territoriales con Pakistán y China en el norte y noreste del país, y conforman un caldo de cultivo que lastra el desarrollo económico y social; además de alimentar la vertiente hindú más nacionalista de la élite política. En esta coyuntura emerge la figura de Narendra Modi, el actual primer ministro indio, quien lleva en el cargo desde 2014.

En cuanto a la economía, juega en su contra que el país no tenga la infraestructura industrial aún consolidada para ser gran exportador de productos manufacturados y así compensar su imperativa necesidad de importar recursos estratégicos, como hidrocarburos. Asimismo, su políticas públicas e índices de corrupción no inspiran la confianza para incentivar la inversión extranjera, de tal forma que ésta tampoco supone una vía para acelerar el desarrollo en infraestructura que tanto necesita el Estado.

Éstas son algunas de las razones que explican por qué el PIB per cápita, (2.283$) plasma la realidad del país, que a pesar del crecimiento económico – estimaciones del 6,1% en este 2023, según datos del FMI –, deja patente las desigualdades en un Estado con tal masa demográfica. En esta línea, según la OCDE, el 25% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y en la que aproximadamente el 30% de los jóvenes no cuentan con formación o empleo.

La India mantiene disputas territoriales con Pakistán y China (F: Wikimedia)

 Encrucijada geopolítica de India

La guerra en Ucrania ha puesto el foco en la política exterior india y una cosa está clara: Nueva Delhi quiere gozar de autonomía estratégica, empezando por la potestad de medir sus alianzas. Que lo consiga marcará la diferencia entre una potencia regional y una fuerza global. Durante el último año y medio se ha esforzado por marcar una línea diferenciada dentro del juego de alianzas respecto a la guerra de Ucrania, asumiendo todas sus consecuencias, con la vista puesta a intereses de mayor escala.

En primera instancia hay que contar con el contexto geopolítico actual que señala al Indo-Pacífico como el centro de gravedad de presente y futuro. A partir de tal realidad, India mantiene unas relaciones con las grandes potencias que le otorga la oportunidad de ser un actor capital en las próximas décadas. Además, las políticas marcadas por el líder indio en los últimos años dejan entrever la ambición y la capacidad por posicionar a la India en la primera línea del tablero internacional.

 La ambivalencia mostrada por Nueva Delhi en su política exterior desde el inicio de la guerra en Ucrania arroja cierta luz sobre la estrategia de la India. No obstante, igual que se le presenta una gran oportunidad, también está sometida a una presión geopolítica superlativa, amén de su ubicación y de los países circundantes.

La India mantiene una enemistad histórica con Pakistán. Aún hoy mantienen litigios territoriales abiertos en Cachemira, cuya tensión fronteriza es una amenaza constante a la estabilidad regional, especialmente cuando se trata de dos potencias nucleares. Sin embargo, el principal actor con el que debe lidiar Nueva Delhi es Pekín. Ambos países comparten una extensa frontera, la cual también arrastra disputas territoriales – Aksai Chin (en Cachemira) y Arunachal Pradesh (en el noreste, fronterizo con Bután que China reclama como parte del Tibet)–. Estas fricciones son una de las muchas cuestiones que inquietan a la India: Pekín ha desarrollado su economía más rápidamente, del mismo modo que ha confeccionado unas fuerzas armadas más potentes en un espacio de tiempo reducido, con especial mención a la flota, factor clave al tratarse de dos actores primordiales en el área del Indo-pacífico. Las guerras que han librado en la segunda parte del siglo XX han dejado claras tales diferencias.

El proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda y los puertos en el Índico representan una amenaza para la India (F: Wikimedia)

Además, para añadir más presión a su coyuntura regional, Nueva Delhi debe lidiar con la alianza entre Pakistán y China, una amenaza estratégica de primer orden para el país.

Tal mapa regional viene de lejos, lo que llevó a la India a buscar contrapesos. Primero fue Rusia, pero en las últimas décadas también se ha acercado a la esfera occidental, especialmente a Estados Unidos. La amenaza compartida de China sobre el Indo-Pacífico por diferentes actores de la zona condujo al renacimiento del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), que agrupa a Japón, Estados Unidos, Australia e India. Tokio y Camberra son aliados contrastados de EE.UU, pero es India la nación que, a ojos de Washington, acopia los atributos para ser la contención clave de la República Popular. Es una de las razones por las que el Gobierno estadounidense se ha mostrado benévolo ante la postura india respecto a la guerra en Ucrania.

La relación de India con Rusia es muy firme, asentada con vínculos ya desde tiempos de la Guerra Fría en los que, además, Estados Unidos mantenía una fructífera relación con Pakistán. Ya con Putin en el poder, Nueva Delhi ha seguido acudiendo al mercado ruso en materia armamentística y alimentaria hasta hoy. De hecho, se estima que en alrededor del 60% del material militar de India procede de Rusia. Estos lazos han sido una constante que se ha mantenido tras la invasión de Ucrania y el mercado indio ha servido al Kremlin como salvoconducto para regatear las sanciones impuestas por Occidente. En el capítulo de la guerra, la India se ha negado a seguir la línea de Occidente en materia de sanciones y dentro de la comunidad internacional ha mantenido un perfil dialogante, incitando a las negociaciones entre los contendientes, pero sin cambiar su rumbo estratégico en clave diplomática.

Por tanto, India se encuentra en una posición única, ya que mantiene unas relaciones consolidadas con Rusia y fluidas con Estados Unidos. El hecho de que Washington visualice un papel tan perentorio para India le proporciona un aval incontestable. Así es que el material armamentístico si bien históricamente ha sido proporcionado por Rusia, se ha abierto la posibilidad de contar con maquinaria y equipo estadounidense. Ambas administraciones saben que unas fructíferas relaciones albergan gran potencial en materia tecnológica, comercial y de seguridad, que ya en la actualidad dejan entrever su proyección con  maniobras conjuntas o la recuperación del QUAD.

Por contra, India debe prestar atención a la relación entre Rusia y China, que en los últimos años se ha vigorizado. Esta sociedad puede hacer dudar a Nueva Delhi de su relación con Moscú, sin embargo, con la guerra en Ucrania y las sanciones, el país euroasiático va a necesitar el mayúsculo mercado asiático que las dos naciones más pobladas del planeta representan. No obstante, cabe apuntar que la relación entre China e India es más de rivalidad que de enemistad; tanto Pekín como Nueva Delhi son conscientes de que, como las fuerzas preponderantes de Asia, cierto grado de cooperación es más beneficioso para ambos que dejarse llevar por ambiciones extremas que conduzcan a un choque frontal.

Dentro de este juego de alianzas, la India también ha mostrado su proyección en latitudes regionales. Como ya se ha mencionado, su voluntad es erigirse como el actor principal en el Índico, algo que automáticamente le otorgaría un papel preponderante en la geopolítica mundial. En aras de tales objetivos, una de las maniobras estratégicas de los últimos años ha sido invertir en el respaldo de  países menores periféricos, como Bután (391 millones), Nepal (107), Afganistán (53,8), Maldivas y Myanmar (40), Sri Lanka y Bangladesh (26,9). Esta maniobra habla en clave geopolítica, cuyo objetivo es atraer a su órbita a ciertos países y restar influencia a China, especialmente a otras naciones con salida al Índico. Una evidencia más de que, desde la llegada de Modi al poder, la India ha configurado una política exterior que busca el liderazgo justificado desde la seguridad regional.

Los líderes de las cinco naciones que representan las BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica

Esta estrategia quiere contrarrestar la expansión china a partir del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda y el Collar de Perlas, su versión marítima. Pekín ya ha atraído con inversiones a países con acceso al océano Índico para asegurar su presencia. Enclaves como los puertos de kyacukpyu (Myanmar), Chittagong (Bangladesh), Hambantota (Sri Lanka), Gwadar (Pakistán) o Yibuti (Yibuti) configuran una red logística en el océano Índico que otorga poder sobre una de las principales rutas de tránsito del planeta.

En este contexto de desventaja, India tiene a su favor la realidad geográfica. Sin embargo, para alzarse como la primera fuerza del Índico debe potenciar su fuerza naval.

 Gasto militar de India

Las élites de poder indias son conscientes de la correlación entre el desarrollo económico y la proyección de fuerza, especialmente naval. Dada la dependencia económica del país en el comercio marítimo es imperativo para Nueva Delhi disponer de la capacidad de asegurar las líneas de suministros. La mala noticia para India es que va en desventaja respeto a su principal competidor, China. La buena noticia es su preferente posición geográfica para posicionarse como mayor actor marítimo del Índico, un plan que cobra más fuerza si cuenta con el apoyo de otras naciones de su alrededor que ven en la República Popular la mayor amenaza. Por tanto, el poder naval de la India será clave para confirmarla como la fuerza de la región. Si India no se erige como una talasocracia en las próximas décadas difícilmente podrá tener los argumentos para rivalizar con China.

El informe publicado en abril por SIPRI sobre el gasto militar mundial señaló a la India como cuarto país con más expendio, alcanzando la cifra de 81.400 millones de dólares, un aumento del 6% respecto al 2021. No obstante, es incomparable al desembolso realizado por China, que alcanzó unas cifras de 292.000 millones de dólares. A pesar de que el presupuesto de Defensa indio supone el 15% del gasto público, la mejora en capacidades de sus fuerzas armadas va lentamente, una condena de la materia en cuestión, más que del país. Sin embargo, como ya se ha mencionado, Nueva Delhi va en desventaja respecto a su principal competidor regional.

A ello hay que sumar los diferentes focos de tensión que el país debe encarar, y que deben tenerse en cuenta respecto a la inversión militar. Ésta no puede concentrarse en la fuerza naval, ya que en el frente septentrional, en el corazón del subcontinente indio, Nueva Delhi debe estar preparada para para cualquier episodio de tensión fronterizo con China y Pakistán.

 La guerra en Ucrania

La guerra en Ucrania ha probado que el papel internacional de la India es más activo del que se percibe. Un perfil más desapercibido, entre otras cosas, por la atención que genera China, que eclipsa cualquier despunte de Nueva Delhi. Sin embargo, el orden multipolar que muchos vaticinan sitúa a India en una posición mucho más visible e influyente.

El futuro ha dado muestras de dejar atrás la era de potencias hegemónicas y autosuficientes. Hoy el poder se ha dispersado, con polos industriales y económicos más esparcidos; cada vez más sujetos a actores regionales que no firman alianzas de manera categórica a bloques específicos. Aún si las dos grandes potencias (tres si se cuenta a Rusia) marcan diferencias con las demás, su capacidad de proyección va a depender cada vez más de sus socios de menor escala, las segundas espadas del orden multipolar. En este mapa de fuerzas, la India puede encontrar una ventana de oportunidad para acercarse a los colosos.

Narendra Modi y Vladimir Putin representan la relación firme entre países (Fuente: Wikimedia)

La guerra de Ucrania ha dejado en evidencia un cambio de tendencia: Aliados de Occidente han mostrado su negativa a seguir la línea marcada por Washington y Bruselas, reflejando que hay más alternativas. Y el Sur Global es una de ellas.

El mayor miedo de Nueva Delhi respecto a la guerra en Ucrania es la dependencia rusa de China. Una asimetría cada vez más obvia con la prolongación del conflicto. Esta realidad rompe los esquemas estratégicos de la India, que ha tenido siempre en Rusia un aliado de contrapeso en sus choques con China. La mejora de las relaciones entre Moscú y Pekín inquieta a la élite india desde hace años, pero la dependencia estratégica a la que se dirige este binomio representa para Nueva Delhi una amenaza estratégica de máxima índole. Esta coyuntura explica el acercamiento progresivo de la India a Estados Unidos, que ha probado su solidez de manera formal con la rehabilitación del QUAD.

La guerra también ha servido a la India para mostrar su utilidad internacional, así como su sólida vinculación con Rusia que, embarrada en Ucrania, necesita de todas las alternativas posibles por esquivar el aislamiento al que le quiere someter Occidente. La India, conocedora de su particular posición, ha mostrado destreza en este aspecto: no se ha unido a las sanciones, no ha votado en contra de la Federación rusa y se ha convertido en un mercado con posibilidades para el Kremlin, a través del cual está obteniendo réditos. Al mismo tiempo, su discurso delante de la comunidad internacional sí aprovecha el contexto para lanzar sutiles críticas a su homólogo ruso.

En definitiva, la guerra le ha servido a la India en términos económicos y dilomáticos, sin embargo, la comunidad internacional sabe de sus relaciones con todos los actores implicados, por lo que en cualquier momento le van a exigir mayor incidencia. Ahí se verá si Nueva Delhi está preparada para posicionarse o será capaz de dar continuidad a su perfil de actor no alineado.

A día de hoy, la coyuntura de guerra permite a la India obtener petróleo crudo a mejor precio y ser un mercado útil para Rusia en diversidad de materias, pero esta postura puede pasarle factura más adelante con Occidente. Mientras, las declaraciones de Modi abogan por apaciguar la tensión y sentarse a negociar. Esta ambivalencia refleja lo que es la diplomacia india: el beneficio económico al mismo tiempo que el discurso templado, alentando a la negociación cuanto antes. Una política tan contradictoria como efectiva. La India, por ahora, sale reforzada en el contexto de guerra en términos diplomáticos; también económicos si lo comparamos con la mayoría de naciones. El futuro puede exigir un actor como la India para dar más equilibrio a un orden aún por definir. Nueva Delhi representa la transición menos violenta con lo que ha demostrado hasta la fecha.

Líderes de las cuatro naciones que conforman el QUAD (F: Wikimedia)

La India ha basado su diplomacia en ser un actor no alineado, en eso se ha sustentado su política exterior.  Sin embargo, las condiciones del país han cambiado y la transición en la mentalidad diplomática se empezó a fraguar hace años; la postura de no alineamiento sigue siendo el mantra, pero bajo otras connotaciones. La guerra en Ucrania ha dejado de manifiesto una visión de potencia en ciernes, dispuesta a crecer bajo un proyecto que le otorgue la autonomía estratégica como primer paso hacia mayores latitudes. El Sur Global dota de resonancia a la posición de la India, país que aparece como referente entre fuerzas regionales. La talla y la ubicación del país, así como las cifras que puede llegar a manejar, le dan la posibilidad de alcanzar mayores cotas. Asimismo, y cómo sucede a todas las naciones, las propias fuerzas y carencias endógenas de la India serán las que dicten sentencia sobre el potencial del país. Atendiendo a la talla, tanto la caída como la proyección de la India se mueven en la misma mayúscula escala.

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Atendiendo al tablero geopolítico, con una Rusia cada vez más dependiente de China, la India no puede desperdiciar sus fructíferas relaciones con Estados Unidos y su posición de utilidad a ojos de Washington. Nueva Delhi continuará basculando sus relaciones y sacando partido de su relación fluida con todos los actores capitales, siempre con la vista puesta en asegurar su autonomía estratégica. La cuestión radicará en si la coyuntura internacional se lo permite, sin embargo, no cabe duda de la utilidad de un actor transversal en el orden internacional puede resultar necesario para desanudar bloqueos que a día de hoy no están en la agenda de las primeras espadas del orden mundial.

La aparición de la India puede confirmar el sistema internacional que deja en un imposible las hegemonías, para retratar un mapa geopolítico con polos de poder económicos, militares, financieros e industriales dispersos por el planeta. El auge de la India puede ser la clave para que ni China ni Estados Unidos puedan desempatar en fuerza, una posición única que dota al país de un rol mucho más relevante en el escenario internacional.

Además, el papel de India puede resultar muy atractivo como nación no alineada, fuera de la órbita occidental (a pesar de sus relaciones con EE.UU.), un factor que le da la oportunidad de abanderar una plétora de naciones descontentas con la partitura marcada desde Washington (y Bruselas). Por ello, el Sur Global cada vez cobra más resonancia, e India reúne los mimbres para ser un referente entre países de segunda línea ansiosos por que les ofrezcan otra vía, sin potencias globales a las que rendir cuentas. Está por ver en qué medida la India se implica, pero es evidente que no se debe perder de vista.


Analista independiente, especializado en Conflictos Armados, Terrorismo y Geopolítica

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