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Turquía y la ambigüedad diplomática de un mediador en crisis

Camino de los tres meses de guerra en Ucrania el conflicto no parece tener su final cerca. Ha variado de fase, ahora concentrado en la zona del Donbas y con mayor proyección sobre el mar Negro por unas tropas rusas menos dispersas y operando desde posiciones más ventajosas. Con las fuerzas mucho más parejas de lo previsto en un principio, el teatro bélico marcará los tiempos, pero será la parcela diplomática la que concrete los términos. La mesa de negociación es la vía – aún remota visto el poso dejado en las conversaciones – para cerrar el conflicto, ya que a estas alturas no se contempla una derrota definitiva. Llegado el momento se tratará de convertir los triunfos militares puntuales en ganancias perdurables, y éstas sólo pueden alcanzarse mediante un acuerdo.

En este marco diplomático destacan varios países como mediadores, pero son Turquía y Polonia los actores más involucrados, una posición directamente proporcional a sus intereses. El caso turco es la evidencia de un actor que sabe jugar en la arena diplomática sin decantarse por una posición. Es así que ha condenado las acciones rusas en Ucrania al mismo tiempo que se ha negado a ejecutar las sanciones impuestas por Occidente, aun cuando es miembro de la Alianza Atlántica.

La implicación de la República turca en la crisis de Ucrania encierra varias cuestiones. La conectividad geográfica y el peso que suscita el mar Negro; los vínculos comerciales que Ankara mantiene tanto con Kiev como con Moscú; o los intereses compartidos con Rusia en el Cáucaso, Siria o Asia Central. Todas razones de envergadura para que Turquía haga lo posible por estabilizar la situación, más aún si se presta atención a la coyuntura económica actual del país anatolio.

Dicho esto, Turquía acopia la experiencia para manejarse en situaciones de este calibre. Las conexiones internacionales de Erdogan y sus ambiciones como potencia regional han demostrado que Ankara es capaz de hacer valer su presencia en el contexto actual sin posicionarse de manera incondicional. Tales condiciones han sido motivos de peso para que las representaciones de rusos y ucranianos hayan aceptado celebrar sus encuentros en territorio turco con la intención de tantear las exigencias del oponente.

El mar Negro, el apéndice del Mediterráneo

El mar Negro se encuentra en un punto de gran valor estratégico. (F: Wikipedia)

El valor estratégico del mar Negro es el primer argumento geoestratégico que condiciona el papel de Turquía en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Hay que tener en cuenta que este mar  conecta Europa, el Cáucaso, Rusia y Oriente Medio.

Además, hay que resaltar la responsabilidad de Turquía sobre el mar Negro, del que controla su entrada en el Bósforo, respaldada por la legitimidad internacional que le otorga los términos decretados en la convención de Montreux. Esta responsabilidad implica a Turquía internacionalmente y le concede la potestad de limitar el acceso al mar Negro a buques de guerra de potencias beligerantes (concediendo únicamente el acceso a embarcaciones que regresen a sus bases) en aras de impedir la escalada militar.

En el caso ruso, el valor estratégico del mar Negro se escenifica históricamente en la base de Sebastopol, en la península de Crimea, cuya salida hacia el Mediterráneo resulta perentoria, más ahora con la presencia rusa en las bases de Tartus y Jmeimim en Siria.

En la última fase de la guerra en Ucrania parte las contingencias rusas se han concentrado en el Donbas y en las costas del mar de Azov – alrededor de Mariupol y con la posible perspectiva de alcanzar Odesa– con el objetivo de hacerse con el mayor control de costa posible. Tal premisa parte de la base geoestratégica de impedir que aumente el litoral del mar Negro bajo control de la Alianza Atlántica (Bulgaria, Rumania y Turquía), una realidad geopolítica que se concretaría en caso de que finalmente Ucrania se integrara en la organización.

Siria

Turquía comparte 900km de frontera con Siria, país en el que Rusia juega un papel estratégico determinante. Aquí concuerdan intereses de Moscú y Ankara, como han demostrado la implicación de ambos en el país árabe durante la última década. Si bien Erdogan se mostró al principio de la guerra civil siria en contra de la continuidad del régimen de al Assad, finalmente alineó sus intereses con Rusia e Irán (Acuerdo de Astaná) para contener la amenaza del auge kurdo. Desde entonces, tal coyuntura le ha permitido lanzar campañas contra las fuerzas del PKK y YPG en el norte de Siria con menores restricciones, en parte gracias a su concierto operativo con su socio ruso.

Cáucaso y Asia Central

Una región en la que tanto Rusia como Turquía tiene lazos étnicos e intereses geoeconómicos. Moscú ha sido el agente estratégico de la zona, pero Turquía posee una presencia a tener en cuenta, especialmente si se atiende a su proyección. Tras el último conflicto en Nagorno-Karabaj, Ankara ha ganado peso en el espectro diplomático. Se trata de una aspiración desde hace años que Erdogan se ha propuesto ir aderezando. A ello hay que sumar que la coyuntura actual de Rusia en Ucrania puede servir al país otomano como oportunidad para incrementar su influencia en la región en pos de ser principal actor estratégico, capaz de triangular el equilibrio de fuerzas. Se ha visto tras el último episodio de tensión en Nagorno-Karabaj, pero también en el viraje del Gobierno turco en el trato político hacia Armenia.

En cuanto a Asia Central, Turquía y Rusia también mantienen lazos étnicos e históricos con países de la región. Se trata de una zona de tránsito y fuente de recursos. Con los acontecimientos en Ucrania y la consecuente implementación de sanciones a Rusia, Asia Central cobra mayor importancia ante la posibilidad de ser el puente energético de mercados aún por maximizar como India y China, que sólo por su dimensión y la demanda que aglomeran pueden convertirse en alternativa de futuro (a medio-largo plazo) de los mercados europeos. En este escenario, las antiguas repúblicas soviéticas adquirirían más peso geopolítico del que ya acopian. No obstante, tanto Ankara como Moscú deben prestar atención a la presencia económica de China en Asia Central, cuya infraestructura financiera puede decantar el equilibrio de poderes a su favor.

Vínculos económicos

El factor más palpable es el económico, ya que los acuerdos comerciales con Ucrania y Rusia suponen un elemento capital para la economía turca, más ahora que el país sufre una crisis financiera de tal calibre que ha puesto en jaque la continuidad del Ejecutivo liderado por Erdogan para las elecciones de 2023.

Si bien los dos países son socios de Turquía, Rusia acapara mayor peso en la economía turca que Ucrania. Desde el sector turístico hasta las cifras en volumen de exportaciones e importaciones. Según datos del Observatorio de Complejidad Económicadel pasado enero, las exportaciones rusas al país otomano alcanzaron los $4,26MM (6,34% de su cuantía total), mientras que las importaciones desde el Estado anatolio (datos de diciembre) significaron el 2,17% de su total ($29,4MM). En cuanto a Ucrania, fue aumentando su volumen de negocio con Turquía durante la última década, alcanzando en 2020 los $2,5MM en exportaciones. Evidentemente, todas estas cifras son previas al contexto de guerra actual, por lo que en las próximas estimaciones la proyección económica se prevé que varíe de forma considerable.

Dentro del espectro económico turco, el turismo es sector de presente y futuro para su economía, un área de negocio que concierte directamente a Ucrania y Rusia. Estimaciones que profesionales del sector realizaron antes de la guerra calcularon la llegada de aproximadamente 9 millones de turistas rusos y 2,5 ucranianos. Todo ello se ha visto truncado por el conflicto en Ucrania y sin duda condicionará la balanza de pagos turca.

En otro orden de cosas, las sanciones implementadas al sistema financiero ruso han llevado a que los mismos ciudadanos busquen alternativas para conservar cierta libertad de movilidad monetaria. En esta coyuntura han encontrado en Turquía un salvoconducto para regatear las restricciones impuestas a su país. El Estado otomano también ha sabido ver la oportunidad y ha facilitado el acceso a su infraestructura financiera: desde cuentas bancarias hasta la adquisición de propiedades. De hecho, Ankara ha reducido la cantidad exigida a extranjeros en inversión para conseguir la nacionalidad, rebajándola del millón de dólares a los 250.000$.

Turkish Stream cruza el mar Negro y surte de gas a Turquía y a los países Balcánicos. Una alternativa para llevar recursos energéticos a Europa. (F: Wikipedia)

A estas alturas es bien sabido la herramienta de poder del que hace uso Rusia con su energía. En tal materia hay varios escenarios a tener en cuenta. La dependencia en hidrocarburos de países europeos de su proveedor ruso ha condicionado el devenir de la guerra, dado que Moscú recibe ingentes cantidades hasta día de hoy por su exportación. Tales cuantías le permiten mantener el ritmo bélico a pesar de las sanciones y si bien países europeos han iniciado medidas para reducir la necesidad de energía rusa a día de hoy aún resulta inevitable. En este contexto, Turquía, sin embargo, ve su futuro bajo otros términos. No se ve exigida por las sanciones y considera a Rusia un socio que debe conservar. He aquí que cobra reseñable importancia la capacidad turca por bascular su proximidad con Occidente y con Rusia. Por el momento, Turquía ha gastado 4.100 millones en importaciones de gas, sólo por detrás de Alemania, Italia, China y Holanda. Los problemas de inflación y el valor de la lira ya son presión suficiente para el Gobierno de Tayyip Erdogan, que no puede permitirse el aumento de la crisis económica.

También existen otros asuntos energéticos que vinculan a Turquía con Rusia. Uno de ellos concierne a la planta nuclear de Akkuyu, bajo responsabilidad de la empresa rusa ROSATOM. Se espera que se finalice su construcción para el centenario de la República turca, el próximo año. En el momento de la presentación del proyecto, en 2018, el presidente turco declaró que confiaba en que la central llegara a suministrar hasta el 10% del total de las necesidades eléctricas del país. Otra cuestión concierne al Turkish Stream, originalmente una alternativa energética para los gasoductos que cruzaban Ucrania hacia el mercado europeo, pero que hoy, atendiendo a la situación actual, pierde parte de su función. Su infraestructura cuenta con dos vías: la primera transporta gas a el Estado otomano, mientras que otro apéndice se prolonga a los Balcanes. Es así que, ante el contexto actual, con una Europa buscando otras opciones energéticas, cobra suma importancia los posibles acuerdos gasísticos de Rusia con países de la región no alineados con Occidente, como Turquía o Serbia.

Modelo S-400, sistema de defensa antiaérea móvil de origen ruso

Otro sector que vincula a Turquía con Ucrania y Rusia es el armamentístico. Turquía ha mostrado una industria en ciernes, cuya amplitud en su cartera de clientes alcanza a los dos contendientes de la guerra: en septiembre de 2017 compró a Rusia los sistemas de defensa antiaérea S-400– rompiendo con la hoja de ruta de la OTAN– y en su momento también se interesó por los cazas Su-57; por otro lado, Turquía vendió en 2019 a Ucrania sus UAVs, Bayraktar, que hoy sirven eficientemente a Kiev para contrarrestar a la fuerza militar rusa.

A estas cuestiones hay que añadir la clave del factor humano, retratado en la relación entre Vladimir Putin y Tayyip Erdogan. Turquía y Rusia han pasado por momentos de tensión en la última década con diversos incidentes diplomáticos al más alto nivel, sin embargo, la fluidez en el trato entre sus dirigentes ha sido suficiente para reconducir las relaciones entre países.

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El papel actual de Turquía prueba un equilibrio geopolítico al alcance de pocos, forjado por las imperativos de su ubicación y las exigencias de su historia. La última demostración de su versátil política exterior le ha llevado a ser principal mediador en las negociaciones entre Kiev y Moscú, en las que Turquía se juega parte de su propia estabilidad. Un elenco de países se han posicionado en primera línea como mediadores del conflicto, sin embargo, el país otomano ha conseguido hacer valer su habilidad diplomática y convertirse en anfitrión para las conversaciones. El propio Erdogan ha mantenido contacto constante tanto con Putin como con Zelenski, a los que ha instado a llegar a un acuerdo que, cuanto menos, contenga la situación.

Los acontecimientos hasta la fecha hacen presagiar que la guerra se prolongará más de lo esperado inicialmente. En paralelo, se agita la arena política y se suceden capítulos en la vía diplomática. Una vía diplomática que irá arrebatando importancia a la contienda  – viendo el desgaste y  el relativo estancamiento en el teatro bélico –, y cuyo resultado pavimentará las políticas futuras no sólo de Ucrania y Rusia, sino de la Unión Europea y posiblemente del orden internacional.

La relación de Vladimir Putin y Tayyip Erdogan ha facilitado la compleja relación entre Rusia y Turquía

Esta política exterior turca se justifica también desde la coyuntura financiera del país, que depende notablemente de ambos países en términos comerciales, especialmente de Rusia, y que actualmente padece una crisis económica galopante. Con la presión añadida de que en 2023 se celebran elecciones.

La capacidad de bascular en términos geopolíticos de Turquía es tal que, siendo miembro de la OTAN, no ha aplicado las sanciones impuestas a Rusia e incluso se ha negado a cerrar su espacio aéreo al país. Además, Ankara tiene en el Kremlin a uno de sus principales socios y Erdogan ve en Putin a un homólogo con el que se entiende. Asimismo, el hecho de que Turquía se haya eximido de aplicar sanciones convierte al país en una alternativa para oligarcas y rusos de a pie para sortear las restricciones, y llevar su dinero al país otomano. Por el momento, dado su peso en las negociaciones, Occidente no contempla tomar medidas contra Turquía ante la posibilidad de que las facilidades que está dando minimicen el efecto de las sanciones sobre Rusia.

Turquía lleva años haciendo gala de tal versatilidad diplomática: miembro de la OTAN y socio principal de Rusia, Ankara ha desplegado diversidad de dispositivos diplomáticos para convertir la disyuntiva actual en una oportunidad para erigirse como actor necesario en el marco internacional. Erdogan ya ha mostrado tales tendencias en Siria o en el Cáucaso, y ahora su relación con Vladimir Putin puede ser otro momento para demostrar los atributos de Turquía como potencia regional; a su vez puede servir de acicate para su política interna con vistas a las elecciones del próximo año. Sin embargo, la coyuntura económica turca dictará sentencia y el conflicto en Ucrania puede condicionar notablemente el futuro financiero y político de la nación.

Todos los países están condicionados por su posición, pero algunos repercuten en su entorno más que otros. Bajo esta premisa resaltan naciones como Ucrania o Turquía, cuyos Estados han padecido los menesteres de la Historia por el valor estratégico de su ubicación y la ambición de vecinos poderosos. Ucrania está pagando el precio a día de hoy; Turquía es consciente de tal peso y ha aprendido a sacarle rédito en múltiples dimensiones. Turquía sabe del valor de ser el socio de todos y la aliada de nadie.


Analista independiente, especializado en Conflictos Armados, Terrorismo y Geopolítica