Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
El paso de la situación subalterna de Aragón, con respecto al reino de Pamplona, a la condición de reino independiente, no fue obra de un día, sino resultado de la política paciente y tenaz de los dos primeros reyes de la dinastía: Ramiro I y Sancho Ramírez.
Los recursos militares del reino de Aragón resultaban todavía insuficientes frente a una taifa como la zaragozana, capaz de movilizar considerables contingentes y de buscar alianzas con otros estados hispanocristianos. Pese a ello, Ramiro I logró ampliar sus estados en unos centenares de kilómetros cuadrados que no alteraban en lo esencial la situación heredada de la época de Sancho el Mayor.
En 1063, el rey aragonés, animado por estos pequeños éxitos parciales, se atrevió a una maniobra de gran alcance al intentar la toma de Graus lo que provocó el primer enfrentamiento con Castilla. El infante castellano, don Sancho, acudió en ayuda de su feudatario el rey de Zaragoza, produciéndose la muerte del aragonés en la batalla del mismo nombre.
Consolidado como reino independiente, el breve espacio de tiempo en el que coinciden en el gobierno de sus respectivos reinos Sancho II de Castilla, Sancho IV de Navarra y Sancho Ramírez de Aragón, fue suficiente para que se produjera entre ellos la “Guerra de los Tres Sanchos”.
El asesinato del rey de Navarra, Sancho IV el de “Peñalén”, originó la partición de este reino entre Castilla y Aragón, ocupando Sancho Ramírez las comarcas situadas a la orilla izquierda del Ebro, hasta Magra. De esta forma, el antiguo territorio subordinado a Navarra, se había erigido por encima de ésta mediante la absorción de parte del mismo.
El aumento de los recursos humanos y económicos producidos por esta incorporación, así como las disensiones en el reino taifa de Zaragoza, permitieron a Aragón ampliar notablemente sus territorios. Política que continuó durante el reinado de su hijo Pedro I, que consiguió la conquista de Huesca en 1096, ante cuyos muros había muerto su padre.
En el momento de su muerte, legaba a su heredero una base de partida inmejorable, ya que las defensas de la antigua Marca Superior de Al Ándalus habían sido claramente superadas. Quedaba por completar el trabajo apoderándose de los grandes centros urbanos del Ebro, tarea que le correspondería a Alfonso I.
En este momento histórico se produjo una situación que, de haber fructificado, hubiera supuesto dar un paso de gigante hacia la unidad política lograda tres siglos más tarde por los Reyes Católicos. Nos referimos al enlace de Urraca, reina de Castilla y León, y de Alfonso I el “Batallador”, rey del unificado reino de Navarra y Aragón.
Problemas de diferente índole, el menor de los cuales no fue la falta de sintonía entre los cónyuges, llevó a su separación y produjo un retroceso en este proceso unificador.
Alfonso I logró otro gran salto adelante con la conquista de Zaragoza el 18 de Diciembre de 1118, pero su derrota ante los almorávides en Fraga en 1134 le llevó a una profunda depresión que le causó la muerte.
Su testamento ocasionó múltiples problemas, dado que disponía en él que las Órdenes Militares se hicieran cargo de sus reinos. La situación provocó, por una parte la partición del reino, constituyéndose de nuevo Navarra como reino independiente, al tiempo que la exclaustración de su hermano, Ramiro II el “Monje”, que se hizo cargo del reino.
Esta anómala situación produjo, no obstante, un hecho trascendental, como fue la unión de Aragón y Cataluña en una misma entidad política mediante el matrimonio de su hija Petronila con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
Con Alfonso II el “Casto” se inauguró la etapa de expansión por Occitania, ya iniciada por los condes de Barcelona, y preludio del ensanchamiento de las fronteras de Aragón hacia el Mediterráneo, que se produciría con Pedro III el “Grande”.
Las buenas relaciones con Castilla, iniciadas con Ramón Berenguer IV continuaron en este reinado, culminando con la empresa común de la conquista de Cuenca en 1171.
El impulso reconquistador de ambos reinos les llevó a la firma del Tratado de Cazola, que siguió al de Tudején, por el que se fijaban el ámbito territorial musulmán que les correspondía a cada uno para sus futuras conquistas.
La alianza castellano-aragonesa se mantuvo con Pedro II, que se unió a Alfonso VIII de Castilla, participando en la batalla de las Navas de Tolosa, junto al rey Sancho VII de Navarra. Inmediatamente se volvió hacia tierras occitanas donde pereció en las inmediaciones del castillo de Muret.
Llegamos así a la entronización de Jaime I, quien durante su largo reinado culminó el proceso de reconquista aragonés con las conquistas de Baleares y Valencia, quedando sus fronteras definitivamente delimitadas en el tratado de Almizra (1244). Es un momento cumbre en la historia de España, en la que Fernando III en Castilla y Jaime I en Aragón dieron un impulso extraordinario al dominio cristiano sobre la Península.
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