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La débil presencia de Cartago en Iberia

La débil presencia de Cartago en Iberia

Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).

En torno al año 500 a.C., se produjo el ataque de los tartesios a Gades, colonia fenicia fundada en el siglo VIII a.C., apoderándose de la ciudad y dejando a los fenicios únicamente la ciudadela de la isla de San Sebastián (1). Asimismo, es muy posible que, a la vez que el ataque a Gades, se produjeran otros a las demás colonias y establecimientos fenicios.

Los cartagineses acudieron en auxilio de los atacados, hasta expulsar a los tartesios, iniciándose a partir de estas fechas la colonización púnica de la Península, no siempre hecha «manu militari», por lo que no tuvo nada de rápida, a la vez que poco intensa. Durante un amplio período de tiempo, la colonización debió limitarse a la explotación de las minas del Sudeste peninsular y al reclutamiento masivo de mercenarios (2).

Las tensiones entre griegos y cartagineses, que se disputaban el Mediterráneo Occidental, desembocaron entre el 493 y 490 a.C. en una auténtica situación de guerra,  que culminó con un enfrentamiento naval en aguas de Artemisión (Denia) con victoria de los primeros. Todos los textos y hallazgos arqueológicos confirman que, a partir de esta batalla, reinó en Iberia un «statu quo» que facilitaba  las relaciones de los colonizadores entre sí, y también con los colonizados (3).

Esta poco firme presencia cartaginesa en nuestra Península, se vio aún más debilitada como consecuencia de un nuevo enfrentamiento con los griegos marselleses en el año 340 a.C., adverso también para las armas cartaginesas. La decadencia de la dominación púnica en Iberia se prolongó largo tiempo, y no fue hasta después de su derrota frente a Roma en la I GP, que su interés por nuestras tierras, se despertó de nuevo (4).

LA I GUERRA PÚNICA

No están suficientemente claras las razones por las cuales se produjo la I GP, si bien aparece como escenario inicial la Isla de Sicilia, hasta el momento fuera de las pretensiones territoriales romanas. Asimismo, como actores básicos del conflicto nos encontramos: con un contingente de mercenarios itálicos denominados mamertinos (hijos de Mamer, dios itálico de la guerra); con Hieron, rey de Siracusa, contra el que se rebelaron los mamertinos y, con los que terminaron siendo los protagonistas principales del drama que se preparaba: Cartago y Roma.

Según Blanco Freijeiro (5), los mercenarios mamertinos que habían estado al servicio de Agatocles, rey de Siracusa, se rebelaron contra su ciudad a la muerte de éste (282 a.C.), y ocuparon Mesina con la pretensión de convertirla en república independiente. El nuevo rey siracusano, Hieron, no estaba dispuesto a consentirlo y tras vencerlos en campo abierto, puso cerco a la ciudad. A esta situación respondieron los mercenarios solicitando ayuda tanto a Cartago como a Roma; a la primera, por ser enemiga de Siracusa y, a la segunda, por parentesco racial.

Como consecuencia de esta petición, las legiones romanas desembarcaron en Sicilia en el año 263 a.C. Esta actuación contravenía lo dispuesto en el VI de los Tratados firmados entre Cartago y Roma en el que se establecía el compromiso, por parte romana, de no desplegar en Sicilia ninguna actividad política o militar, así como el de los cartagineses de no intervenir en Italia.

En estas circunstancias, y salvo compromisos verbales o tratados no conocidos, Roma aparece como violadora de los acuerdos vigentes, razón por la cual tanto Cartago como Siracusa reaccionaron indignadas por la invasión romana y, en principio, abandonaron sus diferencias para, uniendo sus fuerzas, repelerla.

No obstante, la tradicional desconfianza entre los nuevos aliados  hizo que Siracusa rompiera la que fue efímera alianza entre ambas, haciendo por separado la paz con los itálicos, y quedando ya frente a frente Cartago y Roma (6).

Ecenario de la I Guerra Púnica

No es nuestro propósito relatar los acontecimientos de los veintitrés años que duró esta contienda, de la que sólo nos interesan, a efectos del presente trabajo, sus consecuencias. Así, en la batalla de las Islas Egates (al Oeste de Sicilia) la flota romana destruyó la mayor parte de las naves  enemigas, lo que obligó a  Cartago a pedir la paz (7). Ésta se hizo efectiva en el año 241 a.C., mediante la firma de un nuevo Tratado, el VIII, en el que se decía que: los cartagineses evacuarán toda Sicilia y todas las islas que hay entre Italia y Sicilia….. Los cartagineses pagarán en diez años 2200 talentos (8), y en aquel mismo momento abonarán mil (9).

Para Cartago, la derrota en la I GP supuso no sólo la pérdida de Sicilia, sino, también el desencadenamiento de una crisis de poder intensa, de consecuencias sobremanera decisivas. Esta situación se vio agravada por la sublevación de los mercenarios que reclamaban sus haberes, para cuyo pago no existía dinero en las arcas cartaginesas.

El salvador de la situación fue Amílcar Barca, gran general, que tardó poco en sofocar la rebelión mercenaria, dando pruebas tanto de su habilidad para el arte de la guerra cuanto de una fiereza y animosidad vengativa rayana en la más despiadada crueldad. Sobre él y su familia volveremos más adelante.

Pero aún no habían terminado los problemas de Cartago. Una nueva sublevación de los mercenarios asentados en Cerdeña provocó la intervención de Roma en la isla atendiendo a la petición de ayuda realizada por los naturales de la misma. Cuando los cartagineses protestaron por ello, los romanos les amenazaron con la guerra.

Cartago no estaba en condiciones de enzarzarse en un nuevo conflicto con Roma, por consiguiente se doblegaron ante su poder y renunciaron a la posesión de la isla. Pero en el Tratado de paz, el IX,  firmado en el año 238 (ó 237) a.C. tuvieron que comprometerse a pagar a los romanos, costas de reparaciones por un montante de 1.200 talentos, por una guerra que jamás había tenido lugar. Esta situación creó entre los cartagineses unos sentimientos de odio y de impotencia que no tardarán en traer consecuencias para nuestro país, pagano indirecto de la avaricia romana, ya que, como únicas salidas a la crisis originada, el Senado cartaginés contempló dos soluciones, siempre dirigidas a la anexión de nuevos territorios: ampliar sus dominios en el Norte de África o en la Península Ibérica. Esta segunda postura, apoyada por los partidarios de la familia de los Barcas, fue la que prosperó (10). Se nombró, entonces, a Amílcar como jefe del ejército cartaginés para que condujera las tropas hacia la Península Ibérica (11).

Mientras tanto, la situación de los cartagineses en Iberia se había visto debilitada notablemente, por cuanto los habitantes del sur peninsular, aprovechando las dificultades de Cartago, se alzaron contra el dominio púnico atacando sus factorías hasta reducir el dominio extranjero a la ciudad de Gades, única población que no había caído en poder de los íberos (12).

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(1) GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «La Edad de los Metales», Club Internacional del Libro, Madrid, 1994, vol. 2,  p. 130.

(2) Ibidem,  p. 133.

(3) Ibidem, p. 131.

(4) TOVAR .A, y BLÁZQUEZ JM,: «Historia de la Hispania Romana», Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 12.

(5) BLANCO FREIJEIRO, Antonio: «La República de Roma», Historias del Viejo Mundo, Ed. Historia 16. Madrid, 1988. Vol. 12. p.73.

(6) BLANCO FREIJEIRO, Antonio: «La República de Roma», Historias del Viejo Mundo, Ed. Historia 16, Madrid, 1988, vol. 12, pp 73 – 75.

(7) GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «La Edad de los Metales», Club Internacional del Libro, Madrid, 1994, vol. 2, p. 134.

(8) Talento: moneda imaginaria griega equivalente a 26 Kg. de plata. Cada talento valía 60 Minas. Mina: moneda griega antigua que pesaba 100 Dracmas. Dracma: moneda griega de plata, también de uso entre los romanos, casi equivalente al denario, pues valía 4 sestercios. Sestercio: moneda de plata de los romanos que valía 2 ases y medio. As: moneda de cobre romana. (Diccionario Enciclopédico Abreviado. Espasa Calpe SA)

(9) HUSS, Werner: «Los Cartagineses».  Ed. Gredos. Madrid, 1993. p. 171.

(10) Las razones que influyeron en la decisión de optar por la Península Ibérica fueron las siguientes: su adecuada situación geográfica; sus grandes recursos minerales; su nada desdeñable producción agrícola y su constante y decisiva aportación de soldados mercenarios, difícilmente mejorables en condiciones guerreras, según afirman la mayoría de los historiadores.

(11) GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «Los romanos en la Península Ibérica». Club Internacional del Libro. Madrid, 1994. Vol. 3.  pp. 39 – 40

(12) GÁRATE CÓRDOBA, José María: «Historia del Ejército Español» SHM. Ed. Gráficas BeCeFe SA. Madrid, 1983. Vol I, pp. 87 – 88.


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  1. Antonio Serra

    10 agosto 2014

    Aunque para los Bárquidas, la península casi fue un coto de ellos. Es de resaltar en el artículo que el inicio de la primera guerra púnica fue un incumplimiento del tratado por Roma, y en la segunda guerra también se podría considerar la misma situación , quedando aparte la posibilidad de una errónea interpretación de los lugares geográficos.