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La disputa por la hegemonía en el Mediterráneo: Roma y Cartago

Batalla_Zama

GB. Agustín Alcázar Segura (R).

Hacia mediados del Siglo III a.C. dos grandes potencias empezaron a disputarse la hegemonía en el Mediterráneo Occidental: Roma y Cartago. Hasta esa fecha sus relaciones habían sido cordiales, dado que las actividades romanas se centraban en la propia Península Italiana, donde trataban de afirmar su predominio sobre los restantes pueblos itálicos, no interfiriendo en los intereses cartagineses, ni en su territorio metropolitano, ni en las islas de Sicilia y Córcega, e incluso en el Sur de la Península Ibérica, donde estos últimos ejercían un cierto dominio. Por su parte, los cartagineses no habían experimentado ninguna atracción sobre la zona de pretendida influencia romana.

Esta actitud respetuosa entre ambas potencias se vio reflejada en los numerosos tratados que entre ambas potencias se firmaron. Todos ellos contemplan un reparto de influencia en el Mediterráneo Occidental, evitando la intromisión de cada nación en los intereses de la otra, e incluso, la cooperación entre ambas contra el enemigo común, como en el caso de Pirro, rey de Epiro[1]. Así, hasta la I Guerra Púnica (GP) hemos encontrado un total de siete tratados entre ambas ciudades,

En el I Tratado[2], «se prohibía a los romanos navegar más allá de los límites que están marcados por el Bello Promontorio»[3] (identificado como el cabo Farina, al norte de Cartago).

El año 538 a.C. ve la firma de un II Tratado por el que se amplía el límite anterior del Bello Promontorio hasta Mastia Tarseion, la que más tarde sería Cartagena, y donde (según Polibio), se especificaba que «al otro lado de esta línea, no debían los romanos ejercitar la piratería, ni comerciar, ni tampoco fundar una ciudad».

Hasta entonces los tratados habían incluido, más o menos formalmente, a los aliados de ambas ciudades, sin embargo en el III, firmado en el año 508 a.C., quizás influidos por la victoria naval de los cartagineses en Alalia sobre los los griegos de la colonia focense, ocurrida 27 años antes en aguas de Córcega, se excluye a éstos y demás aliados de Roma, de la navegación al Oeste del Cabo Bello (Promontorio)[4].

Polibio, en sus Historias (Libros I-IV), aludiendo a un nuevo Tratado, que en el orden que llevamos establecido sería el IV, nos dice «… que haya paz entre los romanos y sus aliados y los cartagineses y los suyos bajo las condiciones siguientes: que ni los romanos ni sus aliados naveguen más allá del Cabo Hermoso» (Bello Promontorio).

En el V, realizado en el 348 a.C., se ponía la ciudad de Mastia de los Tartesios como límite meridional de las actividades piráticas y a la fundación de colonias de los romanos y sus aliados. Así, quedaban las costas del Sur de la Península exclusivamente reservadas a los cartagineses, mientras que en las del Este los romanos, es decir sus aliados griegos, principalmente los de Marsella, podían establecerse y comerciar.

El VI fue una reafirmación del anterior, en tanto que el VII, (año 279 a.C.), es el último de los firmados entre ambas ciudades antes de la I GP. Se realiza para combatir contra un enemigo común: Pirro, Rey de Epiro, empeñado en resucitar las glorias de Alejandro mediante la creación de un «estado universal», bajo su mando, en el Sur de Italia. El eclipse y muerte de Pirro en 272 dejó a Roma el dominio de la mayor parte de la Península Itálica, incluido el Sur griego[5].

Con la derrota de Pirro, Roma elimina las amenazas directas sobre su territorio peninsular y se encuentra libre para pensar en nuevos horizontes, en los que chocará con los intereses cartagineses. En esta época, los púnicos se encontraban firmemente asentados, amén de en su territorio metropolitano, en Sicilia y Cerdeña. En cuanto a la Península Ibérica, a lo sumo, dominaban la zona costera, desde Cádiz hasta el Cabo de La Nao[6].

No están suficientemente claras las razones por las cuales se produjo la I GP, si bien aparece como escenario inicial la Isla de Sicilia, hasta el momento fuera de las pretensiones territoriales romanas. Así mismo, como actores básicos del conflicto nos encontramos: con un contingente de mercenarios itálicos denominados mamertinos (hijos de Mamer, dios itálico de la guerra); con Hieron, rey de Siracusa, contra el que se rebelaron los mamertinos y, con los que terminaron siendo los protagonistas principales del drama que se preparaba: Cartago y Roma.

En este contexto, los mercenarios «mamertinos» que habían estado al servicio de Agatocles, rey de Siracusa, se rebelaron contra su ciudad a la muerte de éste (282 a.C.), y ocuparon Mesina con la pretensión de convertirla en república independiente. El nuevo rey siracusano, Hieron, no estaba dispuesto a consentirlo y tras vencerlos en campo abierto, puso cerco a la ciudad. A esta situación respondieron los mercenarios solicitando ayuda tanto a Cartago como a Roma; a la primera, por ser enemiga de Siracusa y, a la segunda, por parentesco racial. Como consecuencia de esta petición, las legiones romanas desembarcaron en Sicilia en el año 263 a.C[7].

En estas circunstancias, y salvo compromisos verbales o tratados no conocidos, Roma aparece como violadora de los acuerdos vigentes, razón por la cual tanto Cartago como Siracusa reaccionaron indignadas por la invasión romana y, en principio, abandonaron sus tradicionales diferencias para, uniendo sus fuerzas, repelerla[8].

No es nuestro propósito relatar los acontecimientos de los veintitrés años que duró esta contienda, de la que sólo nos interesan, a efectos del presente trabajo, sus consecuencias. Así, en la batalla de las Islas Egates (al Oeste de Sicilia) la flota romana destruyó la mayor parte de las naves enemigas, lo que obligó a Cartago a pedir la paz.[9] Ésta se hizo efectiva en el año 241 a.C., mediante la firma de un nuevo Tratado, el VIII en el que se decía que: los cartagineses evacuarán toda Sicilia y todas las islas que hay entre Italia y Sicilia….. Los cartagineses pagarán en diez años 2200 talentos[10], y en aquel mismo momento abonarán mil[11].

Para Cartago, la derrota en la I GP supuso no sólo la pérdida de Sicilia, sino, también el desencadenamiento de una crisis de poder intensa, de consecuencias sobremanera decisivas.

En Cartago, se disputaban el poder dos partidos: el agrario y el de los comerciantes e industriales. En el momento que se trata, lo detentaba el primero, pero se vieron inmersos en una nueva crisis provocada por la sublevación de los mercenarios que reclamaban sus haberes, para cuyo pago no existía dinero en las arcas cartaginesas.

 El salvador de la situación fue Amílcar Barca, gran general, que tarda poco en sofocar la rebelión mercenaria, dando pruebas, tanto de su habilidad para el arte de la guerra cuanto de una fiereza y animosidad vengativa rayana en la más despiadada crueldad. En su persona recaerá el peso histórico de recuperar para Cartago la dignidad perdida. Sobre él y su familia volveremos más adelante.

Pero aún no habían terminado los problemas de Cartago. Los mercenarios asentados en Cerdeña se sublevaron contra sus patronos tratando de, como sus correligionarios antes en Sicilia, crear una república de mercenarios. Ante esta situación, los sardos nativos se unieron y arrojaron de la isla a los mercenarios, que huyeron a Italia. Pero ya la situación había cambiado y los naturales del país no estaban dispuestos a volver de nuevo a la obediencia cartaginesa, para lo que pidieron ayuda a los romanos..

Los cartagineses vieron con sorpresa que, aunque inicialmente Roma rechazó dicha solicitud, pronto cambió de opinión y se decantó por intervenir en la isla atendiendo a la petición de sus habitantes. Cuando los cartagineses protestaron por ello e hicieron intención de marchar contra los rebeldes, los romanos les amenazaron con la guerra.

Cartago no estaba en condiciones de enzarzarse en un nuevo conflicto con Roma, por consiguiente se doblegaron ante su poder y renunciaron a la posesión de la isla. Pero en virtud del nuevo Tratado de paz, el IX, firmado en el año 238 (ó 237) a.C. tuvieron que pagar, además, costas de reparaciones por un montante de 1200 talentos, por una guerra que jamás había tenido lugar. Resulta difícil de entender las grandes dosis de oportunismo de que Roma hizo gala, creando en Cartago unos sentimientos de odio y de impotencia que no tardarán en traer consecuencias para nuestro país, pagano indirecto de la avaricia romana, ya que, como únicas salidas a la crisis originada, el Senado cartaginés contempló dos soluciones, siempre dirigidas a la anexión de nuevos territorios: ampliar sus dominios en el N. de África o en la Península Ibérica. Esta segunda postura, apoyada por los partidarios de la familia de los Barcas, fue la que prosperó.

Se dice que una mala paz es el preludio de una nueva guerra, y de la misma forma que el abusivo Tratado Versalles puso fin a la I Guerra Mundial, y solo sirvió para acrecentar los odios entre ambas naciones. El período que sigue solo sirve para que Cartago se recupere de sus heridas, se fortalezca y provoque una nueva guerra (II GP), que le resarza de los abusos de Roma.

Los protagonistas de esta nueva guerra van a ser los miembros de dos familias: los Barcas, por parte cartaginesa y los Escipiones por la romana. Ambas se van a enfrentar en los escenarios de la Península Ibérica, inicialmente, para pasar a la Itálica, a continuación y culminar sus acciones en el Norte de África, cabeza del imperio cartaginés.

Este enfrentamiento cubre la II GP, que se inicia con un hecho producido en nuestra Península la conquista de Sagunto por Aníbal y finaliza con la derrota de éste mismo por uno de los Escipiones (Publio Cornelio Escipión) en la batalla de Zama, desarrollada en el Norte de África.

Aún se produce un nuevo conflicto entre ambas naciones, la III GP. En esta nueva contienda la familia Barca ha desaparecido como protagonista, pero no la de los Escipiones, que una vez más brillará en sus dotes militares con la derrota cartaginesa y la destrucción de su símbolo vital, la ciudad de Cartago.

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[1] Región occidental de Grecia.

[2] Se tienen referencias, a través de una traducción griega de Polibio, que fue firmado, en fecha imprecisa, a finales del siglo VI a.C. Dicho tratado fue establecido entre romanos y cartagineses y los aliados de ambos, si bien la opinión de éstos apenas debió ser consultada. Este accidente geográfico sirvió como referencia a otros posteriores,

[3] HUSS, Werner: «Los Cartagineses«, Ed. Gredos, Madrid, 1993, p. 51 a 53

[4] A, Tovar y JM, Blázquez: «Historia de la Hispania Romana», Ed. Alianza Editorial, Madrid 1982, p.11.

[5] HARDEN, Donald: «Los fenicios», Ed. Orbis, Barcelona, 1985, p. 66.

[6] HUSS, Werner: «Loa Cartagineses», Ed. Gredos, Madrid, 1993, p. 149.

[7] BLANCO FREIJEIRO, Antonio: «La República de Roma», Historias del Viejo Mundo, Ed. Historia 16, Madrid, 1988, vol. 12, p.73.

[8] En nuestra opinión esta actuación contravenía lo dispuesto en el VI Tratado ya que, en él, se citaba la promesa, por parte romana, de no desplegar en Sicilia ninguna actividad política o militar, así como el compromiso cartaginés de no intervenir en Italia.

[9] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «la Edad de los Metales», Club Internacional del Libro, Madrid, 1994, vol. 2, p. 134.

[10] Talento: moneda imaginaria griega equivalente a 26 Kg. de plata. Cada talento valía 60 Minas. Mina: moneda griega antigua que pesaba 100 Dracmas. Dracma: moneda griega de plata, también de uso entre los romanos, casi equivalente al denario, pues valía 4 sestercios. Sestercio: moneda de plata de los romanos que valía 2 ases y medio. As: moneda de cobre romana. (Diccionario Enciclopédico Abreviado. Espasa Calpe SA)

[11] HUSS, Werner: «Los Cartagineses», Ed. Gredos, Madrid, 1993, p. 171.


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