Dr. D. Vicente González-Prida y Díaz y Mr. Anthony Raman.
Introducción
Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas pensaban que solamente la voluntad de atacar por parte de los soldados sería lo que decidiría la batalla. Sin embargo, la aplicación de armas modernas desplazó las estrategias y las tácticas que fueron válidas para el siglo XIX. En este sentido, y aunque ya se habían utilizado con anterioridad armas de fuego, las ametralladoras se convirtieron por ejemplo en el arma principal de la infantería, utilizándose otros elementos auxiliares como lanzallamas o piezas de artillería pesada, que permitían el ataque desde arriba a posiciones atrincheradas.
A todo lo anterior hubo que sumar el importante salto tecnológico que supuso implementar máquinas inventadas previamente para un uso industrial junto con el ingenio desarrollado para utilizarlas con un fin bélico. Con ese objetivo, el presente artículo tratará sucintamente algunos de los desarrollos más destacados en ámbitos industriales como el aeronáutico, el automovilístico, el naval y la industria química.
Desarrollo aeronáutico
Apenas habían transcurrido diez años del primer vuelo de los hermanos Wright cuando comenzó la Primera Guerra Mundial. El avión militar de la época tenía una velocidad máxima de unas 70 millas por hora, aunque ya por aquel entonces había automóviles que superaban esa velocidad. Al principio de la guerra, los pilotos volaban sin armamento y su objetivo era efectuar vuelos de reconocimiento sobre el territorio de combate, reportando dónde estaban las posiciones enemigas. Para evitar tales reconocimientos aéreos, se tomó la decisión de contraatacar con aeronaves equipadas con armamento, de modo que se pudiera derribar al enemigo, antes de que pudiera transmitir la información. La idea inicial fue que los pilotos llevaran pistolas, fusiles y granadas de mano, aunque este método quedó rápidamente demostrado que era bastante ineficaz.
Fue el piloto francés Roland Garros junto con el ingeniero Raymond Saulnier quienes idearon un método de tiro con ametralladora a través de las hélices. Para disminuir en lo posible los daños sobre las hélices se le añadieron a las aspas unos deflectores metálicos. Asimismo, se le dio a las hojas cierta orientación con el fin de evitar el rebote de las balas sobre el piloto.
Ante esta situación, los alemanes estaban en clara desventaja puesto que no tenían ninguna máquina con la que disparar a través de la hélice. Sin embargo, las circunstancias cambiaron cuando Roland Garros, debido a un fallo técnico, tuvo que efectuar un aterrizaje forzoso en territorio alemán. El piloto quedó preso de los alemanes, teniendo éstos a su disposición el avión de Garros para poderlo analizar. El espionaje industrial tuvo sus frutos en manos del ingeniero holandés Anthony Fokker. Los alemanes consiguieron mejorar el diseño al colocar una ametralladora sobre el casco del avión la cual a su vez estaba conectada al motor mediante un árbol de levas. De esta manera, se sincronizaban los disparos con el giro de la hélice, evitando que se dañaran las aspas. Este ingenio dio comienzo a la guerra aérea moderna.
Desarrollo en la automoción
En el ámbito de la automoción, ya en el siglo XIX un ingeniero alemán, el conde Nicholas Otto, diseñó el primer motor de combustión interna que fue inmediatamente seguido y mejorado por sus compatriotas Benz, Daimler, Porsche, Bosch… entre otros. Asimismo, ingenieros como Armand Peugeot en Francia o los empresarios Henry Royce y Charles Stewart Rolls (fundadores de Rolls-Royce) en Inglaterra, desarrollaron también este sector en sus respectivos países. A su vez, el principio del siglo XX supuso el comienzo de la producción masiva de automóviles siendo su máximo exponente el famoso Modelo T de Henry Ford.
Los anteriores vehículos estaban pensados para un uso civil, sin embargo, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, los británicos idearon automóviles que estuviesen blindados con vistas a proteger a sus soldados a la hora de hacer frente a las trincheras enemigas. Al igual que en el caso aeronáutico, esta primera idea no fue eficaz cuando se trataba de atravesar terrenos accidentados con vehículos de ruedas debido a que eran muy pesados por las planchas metálicas que portaban. Por ello, a fin de mejorar la adherencia con el suelo y se distribuyese mejor el peso total sobre la superficie de contacto (y obtener una menor presión sobre el terreno), se consideró añadir cadenas surgiendo de ese modo los carros de combate.
En febrero de 1916 y bajo el nombre en código «tanque», Inglaterra comenzó la producción en serie de vehículos blindados de combate. Los «tanques» debían superar las brechas en el terreno, las trincheras y las barreras alemanas, permitiendo a la infantería avanzar a través de las líneas enemigas. La primera gran operación tuvo lugar el 20 de noviembre de 1917 en la batalla de Cambrai donde alrededor de 400 carros y “tanques” auxiliares, junto con el apoyo de un cuerpo aéreo, invadieron las posiciones alemanas. Tras el éxito de los vehículos blindados en Cambrai, el alto mando del ejército alemán tuvo que cambiar de estrategia en su resistencia contra los vehículos blindados enemigos. No obstante, los recursos alemanes ya para entonces no le permitieron equilibrarse al mismo nivel que las fuerzas aliadas.
Desarrollo naval
A finales del siglo XIX, Isaac Peral inventa el submarino moderno botándolo en aguas de Cádiz en 1888. El submarino de Peral estaba construido con planchas de acero y era propulsado con un motor eléctrico, estando preparado para disparar torpedos. Posteriormente y ya en el siglo XX, ante el bloqueo naval impuesto por los británicos, fueron los alemanes los que presentaron mayor avance tecnológico en este ámbito respecto al resto de países implicados en la Primera Guerra Mundial. En ese sentido, Alemania desarrolló sumergibles de propulsión mecánica llamados U-Boot que iban equipados con cañones y combinaban motores diesel y eléctrico.
El objetivo de los alemanes era cortar las líneas de suministro de los ingleses por lo que ejercieron un contrabloqueo en el Mar del Norte y las aguas alrededor de las Islas Británicas, atacando a los buques mercantes. De hecho, la Secretaría Alemana de la Marina ordenó el 22 de febrero 1915 torpedear los buques de cualquier estado enemigo, sin previo aviso. Esta acción provocó una fuerte protesta en los países neutrales y, en particular, a los Estados Unidos. Concretamente, la justificación norteamericana para entrar en el conflicto fue el hundimiento del Lusitania el 7 de mayo de 1915 por un submarino alemán.
La introducción norteamericana en el conflicto fue providencial para los ingleses ya que su almirantazgo estaba previendo su capitulación ante la drástica reducción de las importaciones tanto de alimentos como de materias primas necesarias para su industria. De hecho, tal introducción en el escenario bélico europeo supuso el desenlace rápido de la Gran Guerra. Como detalle anecdótico, fue tal la irrupción de los sumergibles alemanes contra los navíos británicos (que dominaban los mares desde hacía un siglo), que en el Tratado de Versalles se les prohibió a Alemania la construcción de submarinos.
Desarrollo de la industria química
Durante la Primera Guerra Mundial, se desarrolló la fabricación de munición, explosivos y gas tóxico. Éste último en particular, (pese a estar prohibido por la Convención de La Haya de 1907, ratificado por Alemania) fue una recomendación del jefe del departamento de química del Ministerio de la Guerra Prusiano Fritz Haber, de origen hebreo y premio Nobel de química por la síntesis catalítica del amoniaco.
En general, el gas letal utilizado era un compuesto de dicloro que presentaba una coloración amarillo-verdosa muy tóxica en estado gaseoso y más pesado que el aire. Se transportaba en botellas de acero a presión donde el cloro se encontraba en estado líquido. Fue utilizado por primera vez el 22 de abril 1915 en la conocida como Segunda Batalla de Ypres, lo cual fue una grave violación de la Convención de La Haya. En aquella batalla de Ypres se liberó una nube tóxica de unas 180 toneladas de gas donde se estima murieron en el bando aliado cerca de 3.000 soldados, resultando heridos por intoxicación unos 7.000.
Otros gases utilizados durante la Gran Guerra (y también en algunos casos por países aliados) fueron el gas mostaza, gas lacrimógeno etc. así como nuevos compuestos químicos (bromuro de xileno, arsénico, ácido cianhídrico, fosgeno…). Debido al uso de estas armas químicas, se desarrollaron máscaras anti-gas con filtros que evitaran la penetración de sólidos en suspensión.
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Fuentes:
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http://www.cbgnetwork.org/5513.html
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Macksey K., Batchelor J.H. (1970). Tank: A History of the Armoured Fighting Vehicle. Publisher: Ballantine Books. ISBN-13: 9780345254818
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