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Deslegitimar la yihad, una opción viable

Deslegitimar la yihad, una opción viable

Lucas Martín Serrano.

Cuando hablamos de la amenaza a la que nos enfrentamos, muchos interlocutores me hacen la misma pregunta, a mi juicio equivocada: «¿volverán a atentar los radicales islámicos?» y digo equivocada porque la respuesta es obvia, dura tal vez, pero obvia: por supuesto que sí.

La pregunta correcta no es si volverán a atentar,  sino cuándo, cómo y dónde lo harán. Sólo la firme convicción de que dichos ataques en suelo europeo e incluso norteamericano son inevitables, nos ayudará a poder minimizar los riesgos y ser más efectivos a la hora de actuar para protegernos. Y asumir dicha evidencia no debe hacernos caer en el pánico, pues otro factor a tener en cuenta es que el objetivo que nos propongamos alcanzar no puede ser la perfección en dicha protección, pues si así fuera estaríamos condenados al fracaso antes de comenzar, y lo que es mucho peor, condenados a la frustración, a la sobreactuación y a un gasto inútil de recursos que nos llevaría a cometer peligrosos errores.

Hemos comenzado hablando de una amenaza, pero ¿cuál es ésta realmente?, ¿a qué nos enfrentamos?, ¿qué es lo que pone en riesgo nuestra seguridad?.

Habrá quien piense que la amenaza es el autodenominado Estado Islámico de Irak y Levante. Que es el ISIL quien está poniendo en riesgo nuestra tranquilidad y nuestras vidas. Y que la solución al problema está en combatirlos en Siria e Irak, mediante ataques aéreos o mediante una intervención terrestre.

Y eso es así, pero sólo en parte. En primer lugar, porque para combatirlos eficazmente serían necesarias una implicación a la que nadie a día de hoy está dispuesto, y una determinación que hoy por hoy nadie tiene. Y ni aun dándose ambos supuestos lograríamos atajar ese desafío concreto a nuestra seguridad que estamos afrontando.

Porque me estoy refiriendo a la seguridad real, a la más inmediata, no a la estabilidad internacional, ni a los complejos equilibrios en ciertas regiones, ni a la estabilidad económica o energética. Siendo objetivos y sinceros eso es lo que realmente preocupa, lo que verdaderamente está en juego, la seguridad cotidiana, la tranquilidad de poder salir a la calle, ir a nuestro trabajo sin el temor a que un suicida se inmole en el centro comercial al que hemos ido a hacer una compras o a que explosione un coche bomba frente al edificio donde trabajamos.

Pero no podemos caer en la falsa creencia de que todo esto es nuevo, seríamos unos incautos si pensáramos que esta situación es totalmente nueva. Probablemente para EEUU sí lo sea en cierta medida, pero no para Europa.

El fenómeno terrorista ha estado presente en el Viejo Continente de un modo permanente, con mayor o menor virulencia e implantación, prácticamente desde la década de los 60, con periodos de gran virulencia y origen de diversos signos. Y Europa supo en su momento manejar la situación y controlar de un modo más que aceptable el problema. Es por ello que no debiera en esta ocasión ser diferente, máxime cuando tenemos una gran experiencia en la que apoyarnos para afrontar el problema y asegurarnos el éxito.

El terrorismo actual tiene desde luego, en sus orígenes y motivaciones, connotaciones diferentes y particularidades novedosas, pero en el fondo no deja de ser una amenaza violenta y real igual que la que hemos sufrido otras tantas veces.

La principal característica de este fenómeno es su motivación religiosa, que es quizás la principal diferencia con respecto a los anteriores movimientos terroristas sufridos en Occidente, y entre sus connotaciones,  el aspecto más llamativo, que no nuevo en su totalidad, es el fenómeno de los ciudadanos occidentales que deciden viajar a zonas de conflicto de las cuales regresan perfectamente entrenados, con experiencia en combate y preparados psicológicamente para continuar con su lucha en suelo europeo cuando así se lo ordenen o lo consideren.

La táctica de pretender hacernos tener la sensación de que la lucha se desarrolla en nuestro suelo puede ser muy efectiva si se logra que la sensación de inquietud y temor cale profundamente en nuestra sociedad. Por el momento, y a pesar de lo espectacular o mediático de las últimas acciones llevadas a cabo, eso no ha sido así. Pero sufriremos más ataques y es primordial evitar a toda costa la consecución de ese objetivo.

Esa es la verdadera amenaza y la auténtica preocupación. Y es ahí donde se debe incidir a la hora de buscar la forma de minimizar el riesgo que ello supone.

El inicio de este fenómeno y esta inquietud podemos situarlo en 2003, después de la invasión de Irak. Fue entonces cuando la afluencia de combatientes extranjeros puso en guardia a los servicios de inteligencia occidentales sobre los peligros para la seguridad que estos podrían suponer a su regreso a sus países de origen. Finalmente se comprobó que se había sobrevalorado la amenaza.

El caso del conflicto actual en Siria e Irak es evidentemente diferente, si bien puede que de nuevo, en cierta medida, se esté magnificando la amenaza, y tan problemático puede ser una falta de atención o de diligencia como esa sobrevaloración.

Si sólo nos atenemos a las noticias de trazo grueso, sobre la afluencia de combatientes occidentales a las filas de la yihad,  de un modo interesado o no, el panorama planteado puede parecernos poco menos que apocalíptico.

En cambio, la realidad, si bien no es tranquilizadora, es menos tremendista.

Según datos del mes de septiembre de 2014, hasta esa fecha, del total de combatientes extranjeros en el conflicto de Siria e Irak los procedentes de países europeos o de EEUU representaban un 25%, estimándose el número total de estos entre 2.000 y 3.000, de los cuales 100 serían norteamericanos.

Buscar las causas que lleva a jóvenes europeos  a radicalizarse e iniciar el viaje que les llevara a vivir su ansiada yihad es algo muy complejo, y tratar de incidir en estas, si bien es este punto inicial el más conveniente para  atajar  todo el proceso, es algo más delicado aún por la fuerte carga religiosa y moral que tiene esa radicalización.

Sólo atacando a la base de esa justificación moral que dan a su lucha se puede revertir en cierto modo ese proceso o  evitar que llegue a su culminación.

Es en ese momento cuando tenemos la oportunidad de ser proactivos, de llevar la iniciativa y de marcar realmente la estrategia a seguir, no siendo además necesario identificar a los elementos de mayor riesgo, pues la audiencia objetivo de nuestras acciones habrá de ser la mayor masa posible de individuos potencialmente proclives a la radicalización. Y todo esto no debe verse como una generalización, sino como una forma incluso de proteger a esa mayoría que jamás se planteará dar ese paso.

Todo lo que sea actuar más allá de ese momento será una acción reactiva en la que siempre iremos por detrás de nuestros objetivos, lo que, si consiguen culminar su ciclo,  aumentará el riesgo de que acaben actuando en nuestro territorio.

En este campo muchas son las ideas y propuestas que hay sobre la mesa, incidiendo la gran mayoría de ellas en la educación, la integración e incluso en ofrecer en el caso del conflicto sirio, alternativas solidarias de carácter humanitario para ayudar a los grupos que luchan contra el régimen de al-Asad, en la creencia de que de ese modo se canalizarán las ansias de apoyar a sus hermanos musulmanes por una vía pacífica y que así se reducirá el número de los que deciden iniciar el camino de la yihad para cumplir esa obligación moral de colaborar con los que allí luchan.

Esas medidas pueden tener cierto efecto, pero de nuevo aquí se han de tener en cuenta las especiales connotaciones religiosas del problema, las características del islam y las convicciones y obligaciones morales que impone.

Por ello, y para socavar dichas convicciones y condicionamientos, para minar esa voluntad de lucha, la pieza clave es la legitimidad de la misma, el descrédito de esas razones, la deslegitimación de las acciones y de las motivaciones.

Esas son las dos palabras clave, “descrédito” y “deslegitimación”.

Es fundamental mostrar a esa “audiencia objetivo” las acciones reales de aquellos que les llaman a hacer la yihad y las de los que han dado el paso. Hacer especial hincapié en la división real que existe sobre el terreno entre sus diferentes facciones, cuyos objetivos, intereses y motivaciones no son homogéneos en ningún caso, lo cual lleva a que muchos de los que abrazan la yihad acaben paradójicamente luchando contra “hermanos” que han seguido su mismo camino en lugar de hacerlo contra quien consideraban su enemigo.

Y para apoyar dichas acciones es imprescindible mostrar los numerosos ejemplos de aquellos que se fueron y, o bien perdieron la vida haciendo algo muy distinto a lo que creían que iban a hacer o, más importante aún, los de aquellos que regresaron totalmente desencantados y decepcionados con lo que han visto o hecho.

Esa desilusión, esa frustración y desencantamiento son las semillas que sembradas de un modo adecuado y en los terrenos apropiados pueden dar como fruto una drástica disminución en los planteamientos radicales.

Pero no nos engañemos, será un proceso lento, laborioso y en el que se ha de ser muy meticuloso, sobre todo para no tocar ni entrar en el espinoso y sensible campo de la religión y las convicciones morales; plantear la batalla por ese camino es erróneo y de seguro provocará el efecto contrario al deseado.

Pero siempre, hagamos lo que hagamos, habremos de tener en cuenta, como premisa principal, la respuesta a la pregunta formulada al comienzo para evitar frustraciones. Nuestra frustración y nuestro nerviosismo siempre serán nuestro peor enemigo y su mejor baza.


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