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Cuando España venció a Inglaterra (I)

Cuando España venció a Inglaterra (I)

Por G.B. D. Emilio Abad Ripoll (R).

Hace ya casi dos meses que este Observatorio tuvo a bien publicar un trabajo mío referente a  tres victorias muy poco conocidas sobre Inglaterra y que están representadas por el mismo número cabezas de león en el escudo de Santa Cruz de Tenerife. Prometí entonces tratar con un poquito más de detalle cada una de ellas, lo que hago ahora empezando, como es lógico, por la primera.

Nos encontrábamos en 1657 y reinaba en España Felipe IV. El Imperio español empezaba ya a mostrar signos de decadencia: había insurrecciones, sublevaciones y levantamientos por muchas partes, a lo que se unían las continuas guerras con Francia e Inglaterra. Concretamente en aquellos momentos estábamos en guerra contra los ingleses desde hacía casi un año.

En consecuencia, se necesitaba dinero en abundancia, que sólo llegaba en las famosas flotas desde tierras americanas. Y aquel cordón umbilical que unía a las Españas tenía un punto de paso obligado, un puerto seguro y una escala: las Canarias.

En Inglaterra gobernaba, desde 1653, Oliverio Cromwell con su República y un objetivo estratégico fundamental: adueñarse de las posesiones españolas de ultramar, para lo que era primordial interceptar sus flotas de Indias. Cromwell estaba convencido de que “no puede haber nada de mayores consecuencias que interceptar la flota española”, porque ello debilitaría a España y estabilizaría la economía del régimen republicano. Y al tener noticias de que había zarpado de América una flota cargada de plata con destino a la Península, encargó a Robert Blake, uno de los más famosos marinos británicos del XVII,  asestar un  buen golpe a España.

Efectivamente, en la segunda quincena de diciembre de 1656 había levado anclas en el puerto de La Habana la denominada “flota de Méjico”, compuesta por 9 mercantes y 2 navíos de guerra, el Jesús María y la Concepción, en los que enarbolaban sus insignias, respectivamente, don Diego de Egues, Capitán General de la flota, y el Almirante don José Centeno (por ello los barcos se denominaban la Capitana y la Almiranta). Ya en Canarias, tocaron primero en La Palma, donde se informaron de la situación en las aguas cercanas a la Península y recibieron noticias de la urgencia que imprimía la Corte a la llegada de la plata.

El 22 de febrero de 1657 fondeaba la flota en la rada santacrucera tinerfeña. En aquellos momentos era Capitán General de Canarias don Alonso de Dávila, que había luchado 20 años en Flandes, otros 10 en Portugal y llevaba 7 en el destino canario. Dávila aconsejó a Egues que desembarcase el valioso cargamento, lo pusiese a buen recaudo en tierra y aguardase mejor momento para continuar viaje, pues había noticias de importantes escuadras inglesas bloqueando el acceso a la Península. Pero, ansioso por calmar las inquietudes de la Corte, Egues no aceptó la sugerencia y el 26 zarpaba con rumbo a Cádiz. Afortunadamente, llegó a Tenerife un aviso alertando de la proximidad inglesa, lo que Dávila, empleando un barquito rápido, se apresuró en hacer llegar a la flota. Ello, unido a una avería de la Capitana, decidió a Egues a regresar al refugio tinerfeño.

Entre el 7  y el 12 de marzo, aceptando el consejo del Capitán General, se desembarcó el valioso cargamento. Egues se sentía seguro en ese aspecto de protección del tesoro, como comunicaba al Rey en cartas cursadas el mismo mes, pero estaba muy preocupado en cuanto a la seguridad de los barcos. Desartilló también los mercantes, y sus 24 cañones pasaron a reforzar la artillería de la plaza. Ésta contaba con tres castillos (Paso Alto al norte, San Cristóbal en el centro y San Juan al sur), ocho baterías intercaladas entre ellos y otras dos de nueva construcción al norte de Paso Alto. En total, 85 bocas de fuego. También había un parapeto, “muralla” se la llamaba pomposamente, de dos metros de anchura, aproximadamente uno y medio de altura, y construida de piedras y barro que discurría a lo largo de  todo el frente marítimo del Lugar de Santa Cruz. En cuanto al potencial humano, las Milicias de Tenerife estaban organizadas en 7 Tercios, distribuidos por distintas localidades de la isla, con unos 10.000 hombres en su conjunto (prácticamente todos los varones útiles entre los 16 y los 60 años).

Por lo que se refiere a la flota, Egues la fondeó dentro de la rada y lo más próxima posible a la costa, lo que en la primera fase del combate, como veremos más adelante, iba a constituir un error garrafal, ya que nuestro propios barcos dificultaban, y en muchos casos impedían, el fuego de las defensas costeras.

¿Y Blake? También en su ánimo estaba firmemente arraigado el deseo de golpear con fuerza donde más pudiera doler a España: en sus flotas de Indias, y, especialmente, eliminando los buques de guerra que las protegían. Tuvo conocimiento por un barco que se había cruzado con nuestra flota fechas antes, de que ésta se encontraba ya en aguas canarias, pero, al conocer que sólo viajaba con dos escoltas, aguardó merodeando por el Atlántico a la espera de que, desde la Península, se incorporasen más navíos de guerra españoles, para así lograr una victoria más contundente.

En vista de que ello no se produjo, el 21 de abril puso rumbo al sur. Enarbolaba su insignia en el St. George, al frente de una potente flota de unos 30 barcos de guerra y 5 auxiliares (algunos autores bajan el total a 32 barcos y otros lo elevan a 40).

Y en las primeras horas de la madrugada del 30 de abril de aquel 1657, un navío aviso enviado desde Gran Canaria comunicaba al Capitán General que, a menos de una decena de millas, una escuadra de unas 28 velas se acercaba a todo trapo hacia Santa Cruz.


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