Por D. Iván Moro Cardiel.
ARMAS NUCLEARES, RADILÓGICAS, QUÍMICAS Y BIOLÓGICAS
Se trata de un concepto sobre el que se basó la estrategia norteamericana desde 1946 hasta 1954 aproximadamente.
El poder de las armas nucleares descansa sobre la disuasión que ejercen estas mismas. Es decir, en caso de agresión, el adversario no dudará en utilizar su armamento nuclear. Además se basa en la certeza de que política, militar y técnicamente, las fuerzas estratégicas propias serán en cualquier caso capaces de alcanzar al agresor, incluso, después de un primer ataque.
Hasta la actualidad todo lo que se conoce sobre los efectos destructivos que se derivarían del uso de armas nucleares en un conflicto bélico toman como referencia el uso, por Estados Unidos, de armas atómicas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Desde el punto de vista estrictamente militar la experiencia fue decisiva ya que ocasionó la capitulación inmediata de Japón. Ello demostró que el arma atómica no sólo era un arma estratégica, sino que era un arma decisiva en el sentido de que quien la poseyese podría amenazar y, en su caso, utilizarla para derrotar de modo concluyente, al adversario en un conflicto bélico.
Desde la perspectiva política el resultado fue mucho más incierto al propiciar una aceleración en las investigaciones soviéticas y británicas con objeto de dotarse de esta arma tan mortífera, fenómeno que muy pronto se haría extensivo a otras potencias como la República Popular China, Francia, India, Israel y tal vez, Pakistán. En una palabra, provocó la proliferación nuclear y la carrera armamentista asociada a ella.
Desde la dimensión económica propició la desviación de una parte muy importante de recursos humanos y financieros hacia la investigación nuclear con fines directamente militares retrasando el desarrollo de la tecnología nuclear con fines directamente civiles (centrales eléctricas nucleares, equipos para tratamiento sanitario, etc…).
Pero sobre todo, desde el punto de vista humanitario, la prueba dramática e irrefutable del alcance mortífero y del salto cualitativo en la capacidad destructiva que se había logrado con las nuevas armas nucleares.
Los expertos y estrategas en este tipo de cuestiones disponen de una idea aproximada de los efectos destructivos provocados por las armas nucleares. Básicamente estos efectos suelen dividirse en tres grandes categorías:
1. Efectos físico-mecánicos.
2. Efectos térmicos.
3. Efectos radiactivos.
Cada uno de estos efectos presenta características diferenciadas en relación al tipo de destrucción que ocasionan, su alcance espacial, su duración…, pero todos ellos actúan conjuntamente como resultado de un mismo tipo de arma, por lo que no pueden disociarse de su uso más que en términos estrictamente teóricos. Es decir, toda estrategia político-militar que contemple el uso de este tipo de armamento debe considerar sus resultados destructivos a partir de una combinación indisociable de estas tres categorías de efectos. En caso contrario dicha estrategia resulta irreal y, por consiguiente, peligrosa en el marco del proceso de toma de decisiones por cualquier gobierno.
El principal efecto físico-mecánico de una bomba nuclear, como el de cualquier otro explosivo, es su onda expansiva que va arrasando cuanto obstáculo encuentra en su camino.
Los efectos térmicos ocasionados por las armas nucleares son la resultante de las ingentes cantidades de energía liberadas que se transforman en energía lumínica y calorífica. En el momento de la explosión el destello lumínico que provoca es capaz de producir la ceguera temporal o definitiva, en todas aquellas personas que se encuentren al aire libre a una distancia entre uno y varios kilómetros.
Sin embargo, los daños causados por el efecto calorífico son, sin duda, los más importantes. Hay que pensar que en el epicentro de una bomba atómica se alcanza una temperatura de varios millones de grados centígrados que va disminuyendo a medida que nos alejamos del epicentro y a medida que transcurre el tiempo. A pesar de todo provocará numerosos incendios masivos en varios kilómetros cuadrados, y las personas quedarán literalmente abrasadas en las zonas próximas o sufriendo quemaduras mortales a distancias que en el caso por ejemplo de una bomba atómica de 150 kilotones alcanzarían los seis kilómetros.
En relación con los efectos radiactivos debemos diferenciar entre las radiaciones X y gamma producidas como un efecto inmediato de la explosión nuclear y la radiación retardada, que se dejará sentir durante un período de tiempo variable para cada uno de los residuos radiactivos resultantes de la explosión nuclear y que variará también dependiendo de que el arma sea atómica o de hidrógeno.
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