Por D. Enrique Embajador Pandora
Dos hipótesis se plantean sobre los motivos que Carlomagno tuvo para intervenir en España: una considera que fue por propia iniciativa del emperador, la otra estima que fue la respuesta dada a una petición de ayuda del gobernador de Zaragoza.
De la primera se hace eco Harold Lamb en su obra “Carlomagno”[1] , donde relata que, en el invierno del 777, el emperador se dirigió al Consejo de los Francos diciéndoles que tras la guerra civil desatada entre los musulmanes españoles había emergido un líder fuerte, Abd al Rahman, emir de Córdoba, y que intuía que tarde o temprano, aquel señor guerrero atacaría a los francos como ya había ocurrido en los tiempos de Carlos Martel. En estas circunstancias, y haciendo uso de lo que hoy día llamamos “guerra preventiva”, consideró que era preferible adelantarse y emprender de inmediato una campaña contra él.
Con esta actitud se alcanzarían dos finalidades: una, la de aliviar al reino cristiano de Asturias de la presión de los musulmanes; la otra, la de establecer una frontera más segura a lo largo del Ebro.
La segunda hipótesis responde a la versión más extendida, según la cual la venida del rey de los francos a España parece que se debió a la petición de ayuda por parte del gobernador de Zaragoza, Sulayman el Arabi, quien le prometió la entrega de la plaza si llevaba a cabo una expedición de castigo contra Abd al-Rahman I[2].
En la primavera de 778 se inició la marcha hacia Zaragoza. Carlomagno dividió su ejército en dos núcleos: el primero se concentró en Narbona y, por el collado de la Perche, se dirigió a Barcelona por Lérida y Huesca, desde donde se presentó ante los muros de Zaragoza; el segundo, bajo su mando directo cruzó los Pirineos Occidentales por el puerto de Ibañeta (en el siglo XII tomaba el nombre de Roncesvalles)[3], para llegar a Pamplona. Dejando esta ciudad en manos de una retaguardia de francos, el ejército de Carlomagno continuó su avance Ebro abajo hasta encontrarse con la columna procedente del paso oriental.
Pero, al llegar a Zaragoza, el lugarteniente del Arabí, Al Husayn ben Yahya, se negó a entregarle la ciudad. Las murallas de la fortaleza eran de piedra consolidada y el ejército de Carlomagno no contaba con maquinaria de asedio. Pese a ello, inició el cerco. Pasaba el tiempo y las conversaciones con los jefes musulmanes no daban ningún resultado positivo. Por otra parte, al parecer desde Francia, le había llegado la noticia de la sublevación de los sajones.
Estas circunstancias se vieron reforzadas por el rumor de que había partido de Córdoba un ejército con la misión de romper el cerco de Zaragoza. Al emperador le inquietó la posibilidad de tener que librar una batalla con un río y una ciudad hostil a sus espaldas y decidió regresar a Francia[4].
Sulayman ben Arabi trató que Carlomagno persistiera y esperase a que la comida escaseara en la ciudad, momento en el que los defensores se avendrían a un acuerdo. El emperador no solo no cedió, sino que acusó a los musulmanes de haber incumplido los acuerdos de Paderborn y les exigió una fuerte suma de dinero. Al mismo tiempo que para prevenir posibles riesgos, reclamó la entrega de rehenes incluido entre ellos al gobernador Sulayman y a sus hijos[5].
A su paso por Pamplona, se produjo un hecho que, presuntamente, fuese la causa de la batalla de Roncesvalles. No se sabe a ciencia cierta por qué, quizás motivado por un enfrentamiento entre sus tropas y los habitantes del lugar debido a cuestiones de avituallamiento, lo cierto fue que arrasó la ciudad.
Los pamploneses no se lo perdonaron. Dejaron que el ejército carolingio se alejase y lo siguieron durante todo el camino hacia los puertos pirenaicos. La retaguardia, portadora del botín y de los rehenes de la aventura de Zaragoza, debía asegurar el éxito del regreso, pero quedó sorprendida ante la aspereza de la ruta elegida. Se suele coincidir en localizar la batalla de Roncesvalles en una alta brecha, entre los puertos de Lepoeder y Bentartea, que dominan el camino de Ibañeta. Los caballeros francos, provistos de pesadas armas, se verían obligados a descabalgar y a avanzar de uno en uno sujetando a sus caballos por la brida. Carlomagno habría llegado ya a Saint-Jean Pied-de-Port mientras su retaguardia aún tenía que rebasar el puerto. Los navarros eligieron ese momento para acabar con los francos.
Los hispanos debieron emboscarse en los accesos de los pasos, hostigando la columna de los bagajes en toda su profundidad. Consiguieron ocasionar bajas aprovechando la nula capacidad de maniobra del contrario. El factor sorpresa, lo fragoso del terreno y el entusiasmo de los atacantes, sin duda incentivados por las expectativas de un cuantioso botín, hicieron que la resistencia de la retaguardia franca se derrumbara. Debió cundir el desorden hasta degenerar en el pánico, envalentonando al contrario, que explotó a fondo la situación táctica creada. Conforme los diferentes grupos asaltantes tuvieron su presa, debieron romper el contacto, retirándose rápidamente.
El hecho se produjo el 15 de Agosto de 778. En esta batalla perecieron Eggihardo, maestresala del rey, el conde palatino Anselmo y Rolando, duque de la marca de Bretaña, entre otros muchos.
[1] LAMB, Harold: Carlomagno. Ed. Grupo Zeta. Barcelona, 1998. Pp.111 a 127.
[2] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA. La Conquista Árabe. Ed. Club Internacional del Libro. Vol. 8. Madrid, 1994, p. 73.
[3] LEROI, Beatrice. Historia del reino de Navarra. Ed. Adress. Madrid, 1986. p, 27.
[4] LAMB, Harold Carlomagno. Ed. Grupo Zeta. Barcelona, 1998. P. 118.
[5] BURGO, Jaime del. Historia de Navarra, la lucha por la libertad. Ed. Giner. Madrid, 1978. p. 386.
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