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El dilema de la España pobre: ¿seguridad internacional o ahorro?

Por Carlos González de Escalada Álvarez

Hace unos días me preguntaron en una entrevista si me parecía suficiente el compromiso militar de España en Mali. Respondí que lo anunciado es lo que España se puede permitir. Soy de los que considera que lo adecuado en política no es hacer lo que a uno le gustaría, sino lo que uno puede permitirse pagar con honestidad y responsabilidad. Todo administrador sabe que las necesidades son casi infinitas (por legítimas que sean) y los recursos limitados. Los españoles elegimos democráticamente a nuestros gobiernos para que, entre otras cosas, administren los recursos por todos aportados.

Según el Ministerio de Defensa, las misiones militares españolas costaron 861 millones de euros en 2011, más del doble de los más de 380 millones que costaron en 2004, cuando José Luis Rodríguez Zapatero alcanzó el poder. El grueso del gasto, correspondió a las misiones exteriores: ISAF en Afganistán (450 millones), UNIFIL en el Líbano (196 millones) y Atalanta en Djibuti y Somalia (96 millones). En la actualidad, España mantiene unos 2.600 soldados y marineros sirviendo en el extranjero, aunque en 2010 esta cifrá llegó a superar por primera vez los 3.000 hombres. 

Considero que este es un gasto necesario, ya que la seguridad tiene un precio. Es más, la seguridad es un estadio inicial y condición sine qua non para que florezcan las sociedades modernas en pleno bienestar. Sin embargo, hay grados de seguridad y la carestía de los recursos hace que tengamos que conformarnos con aceptar límites a este preciado bien; que es tanto como aceptar límites a nuestra integridad. Ser menos seguros, porque estamos empobrecidos, nos hace más vulnerables, pero hay que aceptarlo.  

El despliegue de una agrupación táctica tipo batallón en Mali es posible que costara más de medio millón de euros diarios, dadas las pobres infraestructuras que existen en la zona. Y eso son muchos millones. La opinión pública no entendría que con casi seis millones de parados, el Ministerio de Defensa libre un gasto de decenas de millones de euros al mes para pacificar el desierto de Mali (que mucha gente no sabe exactamente dónde está). Hemos demostrado nuestro compromiso, enviando un grupo de 50 instructores militares, que es lo que podemos sufragar.

Así lo demuestra, además, la encuesta entre nuestros lectores: tres de cada cuatro de ellos se opone a una participación en fuerza en el país africano. Nuestra empobrecida nación se enfrenta al difícil dilema de elegir entre una mayor seguridad internacional y un ahorro imprescindible.

Cambiar «el chip»
Aunque nos duela, España tiene que cambiar “el chip” y convencerse de que ya no es tan rica como hace solo un lustro. Hemos experimentado serlo, pero ahora no podemos seguir el ritmo de las potencias europeas. Nadie discute que la influencia de Al-Qaeda en el Magreb amenaza terriblemente la estabilidad en el Sahel, pero nuestro país no puede ni debe hacer más hasta que salgamos de la crisis.

Y tenemos que darnos con un canto en los dientes, porque el Ministerio de Defensa actúe con esta sensibilidad, cuando hay gobiernos autonómicos que, sin tener competencias para ello, mantienen una estructuras exterioesr ministeriales, incluyendo órganos de cooperación al desarrollo. Esos sí que son cientos de millones que nadie se plantea mantener dentro de nuestras fronteras. 

Aceptar quiénes somos y en qué nos hemos convertido es el primer paso para ponerle remedio y resurgir. Lamentablemente, algunos no se han enterado de que los pobres ahora tienen carné de identidad español.  


Doctor en Ciencias Sociales por UDIMA. MBA por la Henley Business School (Reino Unido). Máster Oficial en Seguridad, Defensa y Geoestrategia por la UDIMA. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Fundador y Presidente de CISDE. Director general de SAMU. Numerario de la Academia Andaluza de la Historia.

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