Por Carlos González de Escalada Álvarez
Un simple cutter, determinación y nada que perder. Eso es todo lo que necesita un terrorista islámico para poner en jaque a una potencia como Francia. No cabe mayor simplicidad y atomización del fenómeno del terrorismo islámico.
Un islamista radical, identificado como «Alexandre», usó este arma para rajar el cuello de un militar francés durante la tarde del domingo, 26 de mayo. Fue en La Defense, el distrito financiero de París, que inmediatamente se movilizó en busca del terrorista. Afortunadamente, la víctima está ya fuera de peligro, es el soldado de 23 años, Cédric Cordier, del 4º Regimiento de Cazadores de Gap.
No tuvo tanta suerte el soldado británico, Lee Rigbi, del segundo batallón del Regimiento Real de Fusileros, que unos días antes fue atrozmente asesinado y decaptidado por dos nigerianos musulmanes, que también se habían estado radicalizando. En este caso, ambos usaron simples cuchillos de cocina y, de forma subrealista, esperaron a la policía charlando acaloradamente con algunos viandantes. Cuando llegaron las fuerzas del orden se abalanzaron contra los coches patrulla y la policía les repelió rápidamente a balazos. Los dos se recuperan de sus heridas bajo custodia policial. Ninguno tenía nada que perder, ni les importaba que les mataran. Escalofriante.
El mismo eco han tenido anteriormente los atentados de Boston, ejecutado con cierta planificación por los hermanos chechenos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev; que el 15 de abril de este año colocaron sendas bombas caseras en la meta de la prueba de Maratón que se celebraba en la ciudad. En este caso, el despliegue militar y policial ha tenido pocos precendentes en la reciente historia de los Estados Unidos.
En 2012, el joven fanático musulmán, Mohamed Merat, asesinó a tres militares frances en la zona de Toulouse y Montauban, permiténdose además grabar y publicar sus asesinatos en Internet. El terrorista fue abatido y muerto por la policía francesa el 22 de marzo, tras un tiroteo.
Lobos solitarios
Estos cuatro episodios tienen algo inquietante en común: todos han sido cometido por jóvenes musulmanes radicalizados, que forman parte de sociedades occidentales y que tenían escaso o nulo apoyo logístico de organizaciones terroristas mayores. Al margen de que invoquen a Al-Qaeda, en ninguno de estos casos se han encontrado vínculos claros.
Otro denominador común es que los seis terroristan han mostrado muy poco apego por sus vidas, o por las consecuencias de sus actos. Sabían que podían morir o, como mínimo, que perderían la libertad durante mucho tiempo, y sin embargo lo hicieron convencidos de la importancia de su causa.
Causa una gran alarma la simplicidad y discreción de las técnicas terroristas utilizadas. Los analistas internacionales ya han bautizado a este tipo de atacantes como «lobos solitarios», musulmanes que se volvieron fanáticos y que de forma autodidacta han sido capaces de planificar y perpetrar sus propios ataques de forma indetectable. Lo peor es que para usar un cutter no hace falta bajarse un manual de instrucciones de Internet; nadie sabe qué webs has estudiado; no pueden pillarte.
Sensación de seguridad
Desde el punto de vista militar, un hombre con un arma blanca no tienen la menor incidencia en un balance de fuerza convencional; y sin embargo desde el punto de vista social el impacto es enorme, incluso desproporcionado. Los recientes atentados de Londres y París han saltado a las portadas de todos los medios del mundo, creando una «sensación» colectiva de inseguridad, de que «vienen a por nosotros». Por eso el terrorismo es tan efectivo, porque existe una enorme desproporción entre daño real y el impacto psicológico que se causa.
A nuestras sociedades ya no les basta con «ser seguras», necesitan «sentirse seguras». Esta misma semana, el Gobierno de Mariano Rajoy ha creado el Consejo de Seguridad Nacional, cuya estrategia enfoca dicha seguridad desde un punto de vista integral, en el que tiene tanto peso la amenaza cibernética, como el terrosimo, como la estabilidad financiera de nuestro país. Los conceptos de amenaza y seguridad están evolucionando vertiginosamente.
Y ese vértigo pilla a nuestros políticos, militares y policías con el paso cambiado. Cuando todavía España está pagando la cuenta de carísimos programas de armamento pesado; ahora resulta que el peligro se manifiesta en un terrorista con un simple cutter.
¿Se puede acabar con los lobos?
No debemos caer en la simpleza de pensar que el armamento convencional ya no es necesario (hoy las guerras no se libran por el equilibrio de fuerzas que supone dicho armamento), pero sí nos obliga a todos a reflexionar sobre posibles remedios. Hasta ahora la medida preventiva de los servicios de información e inteligenica ha sido indentificar e infiltrarse en los entornos de islamismo radical. Sin embargo, es imposible prever lo que pasa por la mente de un lobo solitario. Posiblemente, el francés Alexandre, se inspiró en los atentados de Londres y actuó por un impulso.
Es preciso educar a los musulmanes en valores occidentales de respeto, democracia, tolerancia, liberalidad. En muchos casos, los islamistas radicales tienen planteamientos primitivos (cuando no medievales) sobre la sociedad, sobre la religión, sobre el papel de la mujer, sobre la jerarquía. En el siglo XIII los cristianos también pensábamos que había que eliminar a los infieles, y organizábamos cruzadas a Tierra Santa, pero afortunadamente en estos últimos ocho siglos algo hemos evolucionado. La Cristiandad no se considera en guerra con nadie, al contrario que una parte radicalizada de la comunidad musulmana, que nos considera sus enemigos.
La batalla de la propaganda
No se trata de atentar contra las creencias de nadie, pero las naciones occidentales deben utilizar herramientas de propaganda para dejar a las claras que hay actitudes del islamismo excluyente que en Francia, Alemania, Estados Unidos o España se consideran inaceptables. Muchos musulmanes se refugian en sus creencias y reaccionan violentamente porque son pobres y se sienten marginados o despreciados. El afán de superioridad de la moral islámica es un mecanismo defensivo. Pero millones de parados españoles se pueden sentir así de pobres, de marginados y de despreciados y no se refugian en un catolicismo violento y excluyente.
La edudación en los valores del respeto y la integración son imprescindibles en los ámbitos donde conviven varias religiones. Un musulmán jamás debe pensar que un cristiano es su enemigo y debe entender que hay operaciones como Afganistán que persiguen una justicia social en aquel país. Hay que explicar por qué se hacen las cosas. Las autoridades debe recabar el apoyo de musulmanes moderados para impulsar la fraternidad entre comunidades. Hoy a ningún sacerdote católico se le ocurriría mencionar que estamos en guerra contra el infiel. En muchas mezquitas de todo el mundo, ese mensaje se transmite a diario.
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