Por Dña. Carmen Pavaneras.
E1 2 de Mayo de 1808, comienzo histórico de la Guerra de la Independencia e, incluso, tradicionalmente, de la Edad Contemporánea española, no lo es más que simbólicamente y por convención posterior; porque nadie lo interpretó como tal al producirse los hechos, aunque muchos destinatarios del mensaje de Móstoles presintieron que algo irreversible acababa de suceder en Madrid.
Pero, de momento, el 2 de Mayo, como demuestran inequívocamente los informes de Murat a Napoleón, iba a inscribirse en la nutrida serie de chispazos y protestas que se iniciaron a poco de la entrada de los franceses en España. Varios chispazos más se produjeron durante las tres primeras semanas del mes de Mayo, pero todos abortaron ante la trágica deserción de la familia real a Bayona y la consiguiente conducta entreguista de las autoridades legítimas, tanto civiles como militares.
El 3 de Mayo se abatía sobre Madrid la represión de las tropas francesas, mientras un lamentable silencio sucedía a las erupciones de la víspera.
En la madrugada del 4 salió de Madrid, escoltado por tropas francesas, el hermano de Carlos IV y presidente de la Junta de Gobierno, el infante don Antonio (1), último miembro de la familia real que quedaba en la Corte, ya que el infantito don Francisco de Paula, cuyo intento de salida fue la chispa que dio origen al levantamiento del 2 de Mayo, había emprendido la marcha el día 3.
La Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla, obsesionados con la pacificación y el orden público, actuaron desde el principio como satélites de Murat y ahogaron, con sus mensajes y órdenes, toda reacción militar organizada. Así mismo, Murat se convirtió, desde el día 4, en autoridad legítima, ya que, a instancias de Napoleón, Carlos IV le nombraba para el puesto que ya se había anticipado él a usurpar: lugarteniente del reino de España.
En Bayona, Fernando VII trata de ganar tiempo ante las presiones de Napoleón y las exigencias de su padre para que le devuelva la corona. El día 5, Fernando VII actúa por última vez en su primer reinado como Rey de España; firma y expide por conducto secreto y seguro dos decretos, que entrega al emisario de la Junta de Gobierno don Evaristo Pérez de Castro. En ellos, manifestaba una firme actitud de resistencia y establecía, a través de la Junta y el Consejo, una cadena de delegaciones que preservasen la soberanía, y mandaba iniciar la guerra en cuanto constase su definitivo internamiento en Francia. Ordenaba, además, la convocatoria de Cortes.
Estos decretos son trascendentales para que las posteriores renuncias y abyecciones de Fernando y el resto de la familia real se interpretaron unánimemente en España como fruto de la coacción, de modo que la gallarda actitud asumida por Fernando en el momento de firmar los decretos instando a la resistencia quedaría, congelada y vivísima, como expresión de su voluntad e imagen presunta de su talante verdadero.
Esa misma jornada del 5 de Mayo, Napoleón convoca y celebra en Bayona una vergonzosa reunión. El motivo había sido la llegada de un emisario de Murat con el informe del 2 de Mayo, atribuidos por el duque de Berg a la instigación fernandina. Carlos IV, totalmente fuera de la situación histórica, repudió a su pueblo rebelde y recriminó con dureza a su hijo como usurpador, conspirador y causa de los «desmanes». Napoleón amenazó a Fernando con tratarle como a rebelde si antes de medianoche no comunicaba su renuncia. Esa misma noche aciaga, Carlos IV entregaba la Corona de España a su carcelero Bonaparte a cambio de treinta (fatídica cifra) millones de reales como renta y el sitio real de Chambord. Fernando, que se vino abajo en la escena citada, también se rindió sin condiciones al día siguiente: devolvió la Corona a su padre, que ya no la tenía; por lo que la renuncia caía en el vacío… y en las manos del Emperador.
Todos estos acontecimientos vergonzosos se comunicaron a la Junta de Gobierno en Madrid, que recibió los oficios casi a la vez que los decretos de la resistencia; y quedó sumida en la atonía, como todas las instituciones del reino. El pueblo español comprendió mejor la realidad, y alentó cada día más su propia rebeldía latente.
Se consuma, entre los días 10 y 12 de Mayo de 1808, la degradación y la entrega de la Corona de España a Napoleón y su dinastía de advenedizos. Carlos IV sale para su destierro en el centro de Francia con su esposa y Godoy, su hermana y su hijo don Francisco. Fernando VII pacta con Duroc las compensaciones por su renuncia y el día 11 sale para el castillo de Valençay, propiedad de Talleyrand, con su hermano don Carlos, su tío don Antonio y un pequeño séquito. De camino, firman en Burdeos don Fernando, don Carlos y don Antonio una proclama final por la que absuelven a los españoles de sus obligaciones con la Corona y los encomiendan a la benevolencia de Napoleón. Renunciaban así a unos derechos que no eran suyos, según toda la tradición y la doctrina política española; y dejaban no ya en manos de Napoleón, sino en el arroyo, la soberanía de España y las Indias.
El 6 de Junio Napoleón publicó un decreto nombrando a su hermano José como rey de España. Su reinado efectivo se inició el 8 de Julio de 1808 después de jurar la nueva Constitución (2) y de recibir, acto seguido, el juramento de fidelidad de los componentes de la Junta Española de Bayona. Su entrada en Madrid se produjo el día 20 de Julio y su proclamación oficial el 25.
Bibliografía:
CIERVA, Ricardo de la: Historia Militar de España. Tomo 5. de. Planeta. Madrid 1984. pp 21 a 26
[1]Abandonó don Antonio su decisiva responsabilidad con un pésimo y famoso chascarrillo, absolutamente indigno de las circunstancias: «A la Junta, para su gobierno, la pongo en su noticia cómo me he marchado a Bayona de orden del Rey, y digo a dicha Junta que ella siga en los mismos términos, como si yo estuviera en ella. Dios nos la dé buena. Adiós, señores, hasta el valle de Josafat.»
[2] La Constitución de Bayona, también referida como Carta de Bayona o el Estatuto de Bayona, denominada oficialmente en francés Acte Constitutionnel de l’Espagne fue una Carta Otorgada aprobada en la ciudad francesa de Bayona el 8 de Julio de 1808, jurada por José I de España, inspirado en el modelo de estado constitucional bonapartista.
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