Por D. César Pintado Rodríguez.
Introducción.
Tras multitud de conflictos por todo el mundo nos seguimos preguntando porqué a ejércitos bien instruidos y equipados les cuesta tanto derrotar a enemigos en aparente inferioridad numérica y técnica. Podemos resolver en definitiva que un conflicto asimétrico es aquel que enfrenta a dos o más bandos que no juegan con las mismas reglas ni emplean las mismas armas. Finalizada ya la guerra de la Coalición en Irak, son varias las lecciones que podemos extraer de lo que a punto estuvo de convertirse en un segundo Vietnam.
1. Los IEDs cambian la orientación de la guerra del espacio al tiempo.
Tradicionalmente la distancia ha sido un compromiso entre la seguridad propia y la de la misión, pero los IEDs (artefacto explosivo improvisado, por sus siglas en inglés) han dado al traste con ese equilibrio. El agresor pone la carga exactamente donde quiere sencillamente adelantándose en el lugar a su objetivo.
No se puede derrotar al IED en espacio, sino en tiempo. La vigilancia constante por medio de cámaras, sensores o UAV puede detectar o al menos disuadir al “plantador”.
2. La Moralidad es Cara.
Es más fácil luchar contra la insurgencia si se obvian los daños colaterales. Algunos altos mandos de la Coalición han asumido grandes riesgos en la eliminación de los IEDs o en sus contraataques en parte para no dañar infraestructuras vitales para la población. El propósito de los IEDs en Irak ha sido abrir un goteo de bajas que indisponga a la opinión pública contra la presencia de las tropas, pero un gasto excesivo puede tener el mismo efecto.
3. Las máquinas son instrumentos, no soluciones.
La robotización de ciertas tareas es crucial en la lucha contra el terrorismo, no porque las máquinas sean más eficientes, sino porque ahorran vidas. Eso es especialmente evidente en tareas de riesgo como la búsqueda y detección de explosivos o los vuelos de reconocimiento.
4. La simplicidad gana a la complejidad.
Los ejércitos occidentales usan sofisticados sistemas que cuestan cientos de miles o millones de euros, diseñados específicamente y que tardan años en pasar del tablero de diseño al terreno. Los insurgentes usan electrónica de consumo, convierten proyectiles oxidados de artillería en bombas y fabrican explosivos con fertilizantes, bombonas de butano y manuales descargados de Internet.
La ventaja de esa “insofisticación” es obviamente el precio, pero también la disponibilidad y la discreción. Otra ventaja es que evolucionan constantemente. Los insurgentes no hacen revisiones estratégicas ni necesitan contratistas para actualizar su tecnología, la industria del juguete y la telefonía móvil ya lo hacen por ellos.
5. Las comunicaciones están acelerando la adaptación de la insurgencia.
Un militante de Hamás usa Internet para compartir recetas de explosivos, Al Qaeda se descarga los manuales militares norteamericanos para estudiar sus métodos y Hezbolá sigue la prensa israelí para optimizar el impacto de sus operaciones. Ya no es necesario ir a un campo de entrenamiento en Afganistán para instruirse o para contribuir a la causa.
Otros usos obvios son los propagandísticos. En pocos minutos se puede detonar un IED con un teléfono móvil, grabar el atentado y subirlo a Internet, todo con una sola mano y sin conocimientos especiales.
Algunos pueden pensar que esto nos debería llevar a un control más estricto de la información sobre nuestra tecnología. Pero puede que la lección sea que no podemos parar la difusión de información y tecnología y que la prevención sea una línea más viable.
6. Los humanos aún son mejores que las máquinas.
Somos más ágiles, adaptativos, y aunque nuestra capacidad de procesamiento sea mucho menor lo compensamos con nuestro discernimiento.
En una situación táctica son vitales pequeños detalles que una máquina raras veces puede detectar, o tomar decisiones rápidas en base a información incompleta. Unas pequeñas variaciones en la trayectoria de vuelo pueden alterar sustancialmente la identificación de actividad relacionada con IEDs en imágenes aéreas. Si hablamos de CIMIC o de inteligencia, el factor humano es aún más determinante.
La mejor arma de la insurgencia es su adaptabilidad y la respuesta debe ser una capacidad aún mayor de adaptación e innovación. Algunas de las mejores contramedidas han sido aleatorias o ad hoc, como el uso de sopladores de jardinero para encontrar IEDs o los filtros hechos con medias de nylon.
7. Los límites humanos también lastran la tecnología.
Un mini-UAV como el Raven puede ser operado por un soldado en un vehículo mientras otro conduce. El problema es que el operador tiende a marearse por prestar atención a la pantalla. En algunos blindados anti-minas las puertas son tan pesadas que los soldados no pueden abrirlas.
Con el procesamiento de la información es aún peor, ya que nuestra capacidad de análisis ha quedado muy superada por la de obtención.
La tecnología de la insurgencia está más ajustada a los límites humanos. Un niño puede manejar un teléfono móvil, pero muchos operadores de perturbadores electrónicos se confunden con unos menús demasiado complicados.
8. Volvemos a usar animales.
Si los humanos son demasiado valiosos para buscar IEDs y si las máquinas son demasiado obtusas aún hay una tercera opción: los animales. De hecho, la versatilidad de los animales puede combinarse con la manipulación digital. Una propuesta alcanzable es el uso de perros detectores de explosivos con receptores de radio en sus collares. El perro tiene una larga tradición de uso militar, pero el problema es que tiende a distraerse tras 30 minutos de trabajo continuado.
Tampoco la insurgencia es ajena al uso de animales. Las palomas se usan a menudo para alertar discretamente del paso de las tropas. Depositar o golpear un avispero al paso de las tropas es otra arma de bajo coste, aunque poco práctica.
Conclusiones.
Tendemos a prepararnos para ganar la guerra anterior. También es cierto que los ejércitos de España hacen meritorios esfuerzos por mantenerse doctrinal y tecnológicamente actualizados. No obstante, el mismo JEME ha admitido que nos enfrentamos a una amenaza dual (insurgencias y ejércitos convencionales) y no siempre compartida por nuestros aliados.
No tenemos más remedio que mantenernos en constante revisión para ofrecer una respuesta multinivel, eficaz y económicamente sostenible. Si olvidamos las lecciones aprendidas en Irak y Afganistán, o si nos cerramos a ver más allá de la experiencia inmediata fracasaremos ante las nuevas amenazas. Y ya sabemos el precio.
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