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Mühlberg: la heroicidad que decidió una batalla

Mühlberg: la heroicidad que decidió una batalla

GB. Agustín Alcázar Segura (R).

Francisco I de Francia murió el 31 de Marzo de 1547. Andrea Doria se restableció de su enfermedad y el Papa Paulo III, atemorizado, dejó de conspirar contra el Imperio. Con estos sucesos se resolvieron los problemas que habían forjado la tenebrosa política italiana y la vehemencia francesa, de modo que el Emperador pudo volverse otra vez hacia Alemania para tratar de zanjar definitivamente la rebeldía protestante.

Pese al escaso tiempo transcurrido, Juan Federico, el elector de Sajonia, apoyado por la fidelidad del pueblo a su persona y a la religión protestante, había logrado formar un ejército de más de 35.000 hombres, y contando con el apoyo económico de Francia, se lanzó contra Mauricio de Sajonia y Fernando, el Rey de Romanos. A éste lo rechazó hacia Bohemia (República Checa) y a Mauricio le ocupó sus plazas más importantes, hallándose a punto de derrotarlo completamente.

A fin de reforzar su situación, el Emperador le envió una fuerza de 3.000 hombres, pero fue sorprendida y completamente deshecha, quedado prisionero su jefe Alberto de Brandembourg. Sin embargo, el elector no supo aprovechar el momento tan propicio para acabar de derrotar al duque Mauricio de Sajonia, y volver de nuevo al teatro del Danubio, de donde había sido desalojado en la campaña anterior.

En lugar de ello, prefirió fortalecer su posición en la región de Bohemia, ya de por si muy favorable a la causa protestante. Por su parte, el landgrave continuaba en su disposición de beligerancia contra el Emperador y en apoyo del elector.

Aún cuando D. Carlos tan solo contaba con una fuerza de 16.000 soldados, la mayoría españoles, no vaciló un instante, en reaccionar contra esta actitud. Se reforzó con algunos destacamentos de caballería húngara y alemana, y se dirigió hacia Sajonia a fin de interponerse entre el elector y Bohemia, buscando la batalla decisiva.

El elector, en lugar de aprovechar su superioridad numérica, no se atrevió a aventurarse en una batalla campal, de modo que se quedó con una fuerza de 6.000 infantes y 3.000 jinetes, y el resto lo distribuyó entre la frontera de Sajonia con Bohemia, así como en otras plazas de sus estados, en un afán de protegerlo todo, pero con el resultado de debilitarse a si mismo, lo que le sería fatal como veremos a continuación.

Mientras tanto, el ejército imperial llegó á la vista de una plaza llamada Astorf guarnecida por dos banderas (compañías) sajonas, que se rindieron después de una breve resistencia.

Juan Federico se hallaba en Meissen (Sajonia-Alemania), protegido por el gran caudal del río Elba, así como por un castillo que, a vanguardia de la ciudad y guarnecido por sajones, contribuía a su defensa. El mismo río, a lo largo de su curso, ceñía casi todos los dominios electorales y principalmente a la capital Wittemberg. Así pues, el propio río constituía una fuerte línea de defensa en la que el elector podía hacerse fuerte reforzándolo aún más con la numerosa artillería que podía traer desde Gotha y de otras plazas inmediatas.

Sin embargo, abandonó Meissen y bajando a lo largo del Elba se detuvo a la altura de Mulhberg, a medio camino entre aquella ciudad y Torgau. Allí guarneció los bordes del río con algunas unidades de arcabuceros, y concentró el grueso de sus fuerzas en el borde de un bosque que cubría enteramente su retaguardia.

Los imperiales, moviéndose paralelamente a la orilla Sur del Elba, llegaron frente á Mulhberg en la noche del 23 de Abril de 1547. D. Carlos reunió inmediatamente a sus generales, y les anunció que estaba resuelto á cruzar el Elba al día siguiente.

La empresa era harto difícil por cuanto el río, con un gran caudal, tenía en aquel lugar unos 400 m de anchura; la orilla opuesta, estaba a mayor altura que la que ocupaban los imperiales y estaba guarnecida por los núcleos de arcabuceros anteriormente citados; la artillería de los protestantes podía batir con sus fuegos a las fuerzas que intentaran el cruce; y a mayor abundamiento, el grueso de las tropas del elector se hallaban en sus inmediaciones, prontas a caer sobre los que salvando todos estos inconvenientes, lograsen poner pie en la orilla opuesta.

Sin embargo, ninguno de estos inconvenientes logra disuadir a D. Carlos y establece un plan de cruce del río consistente en que: al amparo de una espesa niebla que cubría la orilla propia en la madrugada del día 24, una fuerza de arcabuceros batiría la ribera enemiga mientras la caballería cruzaría el río por un vado cuya existencia había sido revelada en la pasada noche por un labrador de aquellas inmediaciones; esta fuerza, crearía una cabeza de puente al amparo de la cual, y una vez capturadas las barcas que estaban en posesión de los protestantes, se tendería con ellas un puente para la infantería. Evidentemente era un plan excesivamente voluntarista, en el que existían demasiados puntos oscuros que podían hacer fracasar la operación.

El primer inconveniente se planteó con la distancia que separaba las dos orillas, excesiva para el alcance eficaz de las armas de la época, pero se resolvió cuando los arcabuceros, espontáneamente, se introducen en el río, con el agua a la cintura, y lanzando una lluvia de balas cubren de cadáveres la orilla izquierda. Los sajones, en presencia de este fuego tan vivo y mortífero, apenas pueden sostenerse, temen que las barcas que tenían amarradas sean presa de los denodados imperiales, y las abandonan a la corriente del río, con algunos hombres encargados de incendiarlas. Diez arcabuceros españoles, sin recibir orden alguna y movidos solamente por el resorte de la gloria, se desnudan con la mayor precipitación, se arrojan a nado, llevando sus espadas entre los dientes, abordan las barcas, matan a sus conductores, y vuelven con ellas á la derecha en medio de los gritos de entusiasmo que excita en sus compañeros una acción tan heroica y tan importante[1].

Así, de esta forma no planeada, se resolvió el punto más controvertido de la operación y del que dependía gran parte de su éxito, la captura de las barcas, sin las cuales no habría sido posible tender el puente. Empero, para que los protestantes, disuadidos de presentar batalla en estas condiciones no pudieran replegarse sobre Wittemberg, donde podían llevar a cabo una defensa que anularía los magníficos resultados logrados hasta el momento, decidió hacer cruzar el río a la caballería por el vado previsto, llevando cada jinete un arcabucero a la grupa y él mismo la sigue a la cabeza de sus hombres de armas.

La sorpresa en el campo enemigo fue total, incapaces de imaginar que las tropas imperiales hubieran salvado tan formidable obstáculo con tanta facilidad. Aturdido por la noticia, el elector abandonó Mulhberg, donde hubiera podido frenar el primer ímpetu de los imperiales, y se replegó aceleradamente al bosque contra el que apoyaba su espalda, desde donde podía retirarse sobre Ingolstad o Wittemberg.

Ante la posibilidad de que el elector decidiera dirigirse a esta última, que era la más próxima, D. Carlos envió contra ella un tercio de los arcabuceros que habían cruzado el río, con la finalidad de impedir el apoyo de la misma a las fuerzas que se retiraban.

La medida resultó acertada toda vez que, en efecto, el elector decidió retirarse sobre dicha ciudad. Para dificultar este movimiento, y sin esperar el concurso de su infantería, el Emperador lanzó sobre la vanguardia sajona su caballería ligera, pero fueron acogidos con un fuego muy denso y obligados á replegarse. Federico, viendo que la batalla es inevitable, se apresta al combate adoptando el siguiente despliegue:

  • La infantería, compuesta de 3.000 hombres, formaba en una sola línea amplia y estrecha
  • La caballería , en número de 2.600 jinetes, estaba repartida en las dos alas, y
  • La artillería, hábilmente situada, se hallaba en disposición de efectuar fuegos directos y oblicuos contra los imperiales.

La decisión del monarca es tan rápida como impetuosa, lanzando su masa de 3 ó 4.000 jinetes contra el enemigo. Aún cuando hay una inicial resistencia protestante, la caballería imperial logra romper la línea enemiga y revolviéndose sobre el flanco derecho del enemigo lo arrolla y destruye, penetrando hasta el centro de su despliegue.

La confusión se hizo dueña del campo enemigo, huyendo de forma desordenada. Perseguidos por los imperiales, tan solo 400 sajones consiguieron hallar refugio en Wittemberg, en tanto que el resto quedó tendido en el campo de batalla o prisionero; el elector, herido en el combate, fue hecho prisionero y presentado a Carlos V. Los imperiales tan solo hubieron de lamentar la pérdida de 50 hombres.

La victoria de Mulhberg resolvió la suerte de esta guerra; Wittemberg, donde se hallaban la mujer y los hijos del elector, y cuya fortaleza militar le hubiera permitido sostener un sitio prolongado, abrió sin embargo sus puertas como condición indispensable para salvar la vida del elector, el cual abdicó de todos sus títulos y la propiedad de sus estados, excepto Gotha, los que con la dignidad electoral fueron adjudicados al duque Mauricio de Sajonia en premio a la fidelidad demostrada al Emperador.

Al saber la derrota y prisión del elector, el landgrave sintiéndose incapaz de mantener por si mismo una resistencia eficaz, pese a la victoria que las tropas protestantes habían alcanzado sobre el duque de Brunswick poco después de la batalla de Mulhberg, se presentó en el cuartel general del Emperador implorando su perdón, quedando preso bajo la custodia del duque de Alba, que ya lo hacía también con el elector.

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[1] CONDE DE CLONARD (TG): Historia orgánica de las Armas de Infantería y Caballería españolas. Tomo III. Imprenta que fue de Operarios. Madrid, 1853. p, 396.