Por Juan del Río Martín.
La ciudad de Sagunto formaba parte del ámbito edetano (habitantes íberos de la actual provincia de Valencia), pero que se enfrentaba en los aspectos económicos y políticos, a su propia capital, Edeta (Liria), y que además pretendía el monopolio del hierro turboleta (habitantes de la zona de Teruel), básico y necesario para la fabricación del armamento tanto ibero como cartaginés[1]
Situada en la plana costera al norte de Valencia, sobre un promontorio de fácil defensa, estaba a siete estadios del mar (1300 m), si bien en la actualidad está alejada más de cinco Km a causa de los arrastres del río Palancia, que riega su vega. Plinio da para su fundación la fecha de 1348 a.C.[2] A finales de Febrero de 219 a.C., cuando Aníbal le puso sitio, era un emporio de riqueza al tiempo que una plaza fuertemente fortificada.
Los saguntinos se habían movido en la órbita de la colonización griega y parece ser que, antes de que Aníbal tomara el mando, es decir, inmediatamente después de la firma del Tratado del año 226 a.C., habían entrado en relación de clientela con los romanos[3]. Esta versión parece confirmarse según lo que se expone en la obra Gran Historia de España, Tomo 3 pág. 47, citada tan reiteradamente en este trabajo, donde se lee textualmente: «como demuestra muy a las claras el análisis de Carpino, el pacto entre ambas (Cartago y Roma), es posterior al 227″.
Posiblemente en la segunda mitad del año 221 a.C. los cartagineses decidieron intervenir directamente en el conflicto saguntino-turboleta en beneficio de los últimos, aliados suyos. Así, Aníbal se dirigió a los saguntinos exigiendo su rendición y, una vez obtenida la negativa a ésta, se aprestó a poner cerco a la ciudad[4].
En el Senado de Sagunto había dos tendencias opuestas: una era partidaria de someterse a los cartagineses, mientras que la otra lo era de defenderse y esperar el cumplimiento de los compromisos contraídos por Roma con ellos. Triunfó la segunda y, apelando al tratado establecido, enviaron a Roma (probablemente hacia el año 220), una embajada solicitándole que tomara cartas en el asunto a su favor, e instara a Aníbal para que abandonase su empresa.
Aún cuando parece ser que Roma desoyó reiteradamente las peticiones de la ciudad edetana, finalmente decidió hacer llegar hasta Aníbal emisarios que le expusieran las razones saguntinas. Según Polibio, los argumentos de Roma eran: que el tratado con Asdrúbal era válido y que no se había cerrado una lista de aliados; que el tratado dejaba a salvo a cada una de las dos partes para proteger, según se había acordado al final de la I Guerra Púnica, a sus aliados[5]. Sin embargo, Aníbal ante esta solicitud se escudó en la literalidad del Tratado del Ebro, escuchó imperturbable la propuesta y su respuesta fue tajante: «difícilmente iba a abandonar su decisión en virtud de cualquier promesa cuando era Roma quien había desoído lo firmado el 226 aceptando la colaboración con Sagunto».
Tras la negativa del general, los emisarios romanos se dirigieron a la misma Cartago, a fin de plantear su propuesta ante el propio Senado cartaginés. En esta institución política no todos estaban de acuerdo con la actitud de Aníbal y, en su contra, se escucharon voces alertando de las nefastas consecuencias que tamaña decisión podría arrastrar en el futuro; sin embargo prevaleció la postura belicista del Bárquida, recibiendo los emisarios romanos argumentos parecidos a los expuestos en persona por Aníbal[6].
La superioridad cartaginesa era grande en cuanto al número de combatientes y en máquinas de asedio; pero los saguntinos, confiados en que la ayuda romana no tardaría en llegar, resistieron valerosamente, y los días pasaban sin que el cerco inclinara la balanza a favor de ninguno. Tito Livio ha dejado para la historia descripciones asombrosas sobre el heroísmo de los saguntinos, pese a que Aníbal aplicó ante la ciudad todas las técnicas de asedio puestas a punto en las guerras de Sicilia, del Peloponeso y de Alejandro[7].
La tradición nos ha hecho llegar la visión heroica de un pueblo que prefiere morir antes que rendirse, para lo que haciendo una gran hoguera en la plaza, arrojó a ella sus riquezas y a continuación lo hicieron ellos. Así, Tito Livio cuenta que «todos los senadores principales salieron a la plaza, llevando consigo todo el oro y plata que tenían en sus casas y en el tesoro público y lo arrojaron en medio de una hoguera encendida y a ella se precipitaron también la gran mayoría de ellos». Sin embargo, el suicidio de Sagunto no fue, ni mucho menos, total; se combatió encarnizadamente por parte de la guarnición y las víctimas del asalto final fueron muy numerosas[8]; los supervivientes fueron reducidos a la esclavitud, y según Tito Livio «recogieron un inmenso botín». Corría el mes de Noviembre del 219 a.C.
Al llegar a Roma las noticias de la caída de la ciudad, el Senado decidió enviar una embajada a Cartago para exigir la desautorización de Aníbal por la metrópoli o, en caso contrario, declarar la guerra[9].
Cuando la embajada romana llegó a Cartago se encontró con que el clima de entusiasmo bélico había impregnado a casi todos los miembros del Senado: en vano Hanon, jefe del partido de la paz, habló contra el espíritu belicistas de los Barcas.[10] La guerra entre Roma y Cartago estaba a punto de comenzar; sólo restaba saber cual de ambos pueblos daría el primer paso. Polibio cuenta la conversación sostenida entre el Senado cartaginés y los embajadores romanos llegados hasta la ciudad africana: «Quinto Favio, uno de los embajadores requirió»:[11]
– Senadores, aquí os traigo la paz y la guerra, escoged.
– Elige tu mismo, le respondieron a una voz
– Pues bien, elijo la guerra, contestó
– La aceptamos, exclamaron todos
Aníbal se retiró a Cartago Nova a fin de pasar el invierno; concedió un amplio permiso a sus tropas hispanas y dio a su hermano Asdrúbal instrucciones para el gobierno del imperio en Iberia. Intercambió tropas hispanas por africanas, para asegurar con mercenarios extranjeros la tranquilidad de Libia y de Iberia, y dejó una escuadra para la defensa de la Península. Visitó también el famoso santuario del Hércules fenicio de Gades, en religiosa peregrinación para cumplir votos hechos por sus triunfos pasados y ofrecer otros nuevos.
En la primavera de 218 a. C salía hacia el Norte y, después de cruzar el Ebro, se encaminó a su nuevo Teatro de Operaciones en la Península Itálica. Comenzaba así la II GP, en la que Aníbal, merced a una extraordinaria aventura militar, estuvo a punto de doblegar el poder de Roma, durante mucho tiempo impotente ante la genialidad militar del cartaginés, que en Italia brilló en su más alto grado.
[1] ALCAIDE, José A. y CUETO, Dionisio A: «Los mercenarios españoles de Aníbal«. Ed. Almena. Madrid, 2000. pp. 57 – 58.
[2] KINDELÁN, Alfredo: «Europa, su forja en cien batallas». Madrid, 1952. pp. 172 – 173.
[3] TOVAR .A, y BLÁZQUEZ JM: «Historia de la Hispania Romana«. Ed. Alianza Editorial. Madrid, 1982. p. 13.
[4] ALCAIDE, José A y CUETO, Dionisio A: «Los mercenarios españoles de Aníbal«. Ed. Almena. Madrid, 2000. pp. 57 – 58.
[5] TOVAR .A, y BLÁZQUEZ JM: » Historia de la Hispania Romana». Ed. Alianza Editorial. Madrid, 1982. p. 14.
[6] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «Los romanos en la Península Ibérica». Club Internacional del Libro. Madrid, 1994. Vol. 3. p. 48.
[7] CIERVA, Ricardo de la: «Los orígenes de Ejército y la Armada Española«. Historia Militar de España. Ed. Planeta. Madrid, 1984. Vol. I, pp. 48 – 49.
[8] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «Los romanos en la Península Ibérica«, Club Internacional del Libro, Madrid, 1994, vol. 3, p.49.
[9] Ibidem, p. 49.
[10] TOVAR .A, y BLÁZQUEZ JM: » Historia de la Hispania Romana«, Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp. 14 – 15.
[11] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: «Los romanos en la Península Ibérica«, Club Internacional del Libro, Madrid, 1994 vol. 3, p. 49.
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