La conquista de las Américas (I)

Por J.M. Gutiérrez Campoy

En el año 1810, coincidiendo con la ocupación de la Península Ibérica por Napoleón y el ascenso al trono de su hermano José, comienza propiamente dicho el proceso emancipador de los territorios españoles en el continente americano. Aunque con algunos precedentes aislados de escaso seguimiento en su momento pero con una importante repercusión posterior a favor de la causa independentista.

Tras situar el inicio de este proceso la pregunta que nos asalta habitualmente es ¿cómo se llegó a esta situación? Para eso debemos repasar primero la historia de España y de las colonias españolas en América.

La América precolombina estaba habitada por muy diversos pueblos llegados al continente americano desde Asia durante la última glaciación. Entre dichos pueblos había varias similitudes además de significativas diferencias culturales y tecnológicas.

Todos ellos, aunque más o menos interconectados entre sí, habían permanecido aislados del resto del planeta, desarrollando una peculiar evolución tecnológica con una incipiente metalurgia ornamental propia del Calcolítico y tecnologías de defensa de similar evolución. Ya desde sus primeros contactos con las gentes del Viejo Mundo quedó claro quién llevaría las de perder en el momento en que se produjera un enfrentamiento entre ambas culturas.

Históricamente, se acepta que la primera expedición de gentes del Viejo Mundo en arribar a las costas americanas fue la del famoso primer viaje de Colón, aunque en la actualidad sabemos que otros navegantes (como el vikingo islandés Leif Eriksson o quizás también el navegante chino Zeng He) ya habían alcanzado dichas costas.

Lo que sí parece cierto es que la primera expedición en asentarse en tierras americanas e interactuar con los nativos fue esta primera expedición de Colón y, como consecuencia inmediata a este viaje y su “descubrimiento”, el Papa Alejandro VI (el valenciano Rodrigo de Borja, o Borgia para los italianos) promulgó, a instancias de los Reyes Católicos, en 1493 la bula menor Inter Caetera. En ella se otorgaba al Reino de Castilla todas las tierras “halladas o por hallar” al oeste de determinado meridiano, salvo “aquellas que ya perteneciesen a algún príncipe cristiano”.

Como consecuencia de esta bula todo el continente americano (a excepción de Brasil) pasará a manos de los Reyes Católicos y sus herederos con la condición de “ganar almas” para la cristiandad. Este hecho marcará una fundamental diferencia entre la forma de los conquistadores y colonizadores españoles (y del resto de naciones católicas) y los procedentes de las naciones protestantes, poco dados al proselitismo y al mestizaje.

La conquista de América fue seguida de cerca (cuando no reforzada) por miembros del clero, que produjeron en la población nativa un doble efecto de “aculturación” y de protección; aculturación al ser sustituidos los cultos locales por la religión católica, siendo perseguidos estos primeros junto con el resto de su cultura nativa… y protección al convertirse dichos religiosos en garantes de los derechos de los “nuevos cristianos” indígenas contra los abusos de conquistadores y colonizadores europeos primero y de sus descendientes los Criollos después.

Así de esta forma, en los dominios del “Rey Católico”, se va forjando una peculiar relación entre indígenas y europeos. Mientras los europeos seglares y sus descendientes establecidos en el Nuevo Mundo (los Criollos), a la menor oportunidad someten a todo tipo de abusos a la población autóctona, otros europeos y criollos (en este caso religiosos) no flaquean a la hora de denunciarlos ante las más altas instancias del Reino o incluso de La Iglesia.

Esta situación se irá prolongando en el tiempo hasta alcanzar la emancipación de dichos territorios y conformará una sociedad altamente estratificada y con abismales diferencias sociales, cohesionada casi únicamente por el “cemento” de la fe, que aún es visible a día de hoy en la mayoría de naciones surgidas de la emancipación.

La marginación en unos casos y extinción en otros de las culturas autóctonas no solo supone una fractura sociocultural sino también un motivo de peso para que cada cierto tiempo proliferen entre los indios las revueltas como rechazo a determinados abusos.

 Dicha persecución, cultural y religiosamente, contribuye además al sincretismo, sustituyendo figuras político-militares y arquetipos de deidades precolombinas por otros europeos y católicos, pero de parecidas características. Esta nueva religiosidad pronto se convertirá en seña de identidad y en símbolo nacional de las diferentes poblaciones sometidas (no solo indios, sino también esclavos negros).

Pronto proliferarán entre los indígenas las vocaciones religiosas, tan acostumbrados al particular fervor religioso nativo, distinto del formal fervor de los europeo y muy pronto el fervor religioso de los indígenas y las reivindicaciones de estos caminarán de la mano… y algunos de estos nuevos religiosos nativos, miembros del bajo clero, llegarán a convertirse en los abanderados de las reivindicaciones de su gente (tal será el caso del incipiente independentismo mexicano).


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